Blog ciencia-ficción

Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia ficción.

Universo de pocos

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lunes, 28 de marzo de 2022

"Clara y la penumbra”, de José Carlos Somoza

Portada de "Clara y la penumbra" de José Carlos Somoza
         Publicada en 2001 Clara y la penumbra es una novela de intriga que se sale de lo común. La idea que alienta el relato, la llamada pintura «hiperdrámatica», es sin lugar a dudas asombrosa. También llama la atención que en una novela de este tipo, un thriller al fin y al cabo, el misterio sea lo de menos. Desde luego a mí no es lo que más me ha interesado. Por otra parte trasladar al papel de manera convincente una idea tan sumamente arriesgada y fantástica como la que imagina el autor no ha debido ser nada fácil. Hay que estar muy seguro de las propias posibilidades para sacar algo así adelante, sin embargo José Carlos Somoza lo logra y lo hace además con brillantez.

La pintura «hiperdrámatica» convierte los cuerpos humanos en auténticos cuadros mediante complejas técnicas y prolongadas sesiones de imprimación y de acabado posterior. La pintura no se aplica sólo en la piel sino también en el iris, en los labios, en el interior de la boca  y en otras oquedades del cuerpo. La meta del artista es lograr con sus pinceladas resaltar una expresión, una mirada del modelo que haga única la obra. Somoza se inventa un escenario en el que esta disciplina se ha convertido en un hito en el mundo del arte y en el que los cuadros alcanzan valores inconcebibles. Los más poderosos, los más ricos del mundo ya no cuelgan Picassos en sus casas sino que adquieren pinturas «hiperdrámaticas» de Bruno Van Tysch para adornar los vastos salones y los coquetos dormitorios de sus mansiones. Tampoco se sientan sobre vulgares butacas fabricadas con materiales inertes, en lugar de eso prefieren posar sus distinguidas posaderas sobre seres humanos convertidos por unas horas en mobiliario. El arte se ha dejado prostituir por el dinero y en el nombre del arte cualquier cosa no sólo es aceptada, sino también aplaudida. No importa que las personas convertidas en «obras de arte» sean tratadas como objetos, que tengan que pasar horas en la inmovilidad absoluta o que se les haya sometido a tratamientos médicos para ralentizar sus funciones biológicas. Nada de eso importa. Ah, eso sí, sus empleadores cumplen escrupulosamente con las leyes laborales de manera que los lienzos humanos no superan nunca las ocho horas de trabajo reglamentarias. Para acallar sus conciencias su trabajo es compensado con una espléndida paga. En cualquier caso para muchos de los modelos el dinero es lo de menos, lo que les impulsa a soportar todas los inconvenientes es la posibilidad de convertirse en obras de arte.

Como decía al principio para hacer todo esto verosímil hay que ser muy bueno. Somoza, como gran estilista que es, consigue que estas hermosas a la vez que deplorables pinturas humanas se hagan reales en nuestra mente. Asimismo resulta fascinante el detalle y el verismo con el que describe el proceso para convertir a los modelos en cuadros. La prosa sensual y sugerente de Somoza nos maneja a su gusto y nos hace fluctuar del horror al goce erótico, de la aversión al deleite.

«Jennifer Halley, un lienzo de ocho años, está de pie pintada de rosa con un vestido negro, acunando entre sus brazos a una muñeca. Pero la muñeca está viva y tiene el aspecto de uno de esos embriones famélicos de vientre de uva negra que asoman la cabeza desde el tercer mundo».

«....Luego abrazó la curvatura de sus bíceps. Al tacto todo era distinto. Se percibió un poco más viva: superficies mullidas, exprimibles, deformables; contornos donde la mano podía demorarse, dulces laberintos aptos para dedos o insectos. Tocándose adquirió volumen».

  En este contexto se produce el asesinato de una niña de catorce años, una de las modelos  de la última exposición de Van Tysch, el genio de la pintura «hiperdrámatica». La Fundación  Van Tysch no confía del todo en la competencia de las autoridades por lo que tiene su propio equipo de seguridad. April Wood, una mujer  fría como un témpano de hielo y Lothar Bosch, que se debate entre agradar a April y sus recelos por el arte son los dos encargados de investigar el crimen. El libro tiene dos partes que se van alternando; en una se nos narra la investigación propiamente dicha, y en la otra, la más destacable de las dos, el relato se centra en una de las modelos, en la Clara que da título a novela. La primera sirve para mostrar los entresijos de este negocio cuyos responsables supuran cinismo y carecen por completo de escrúpulos. La segunda nos muestra la otra cara de la moneda, la de alguien que sueña con ser algún día una obra maestra del arte. A través de los ojos de Clara conocemos los esfuerzos y los sacrificios que es capaz de hacer una modelo y hasta dónde es capaz de transigir para lograr el éxito. Durante el proceso Clara se cuestionará sus límites. ¿Es parte del proceso lo que le hacen o es abuso? ¿Debe decirle al pintor que pare y poner en peligro su carrera y perder su gran oportunidad? ¿Hasta dónde debe internarse en la penumbra?

 Clara y la penumbra es una espléndida novela con eficaces elementos distópicos que saca a relucir la enorme hipocresía y el cinismo que rodea al mundo del arte y de la moda. Unas páginas menos y habría sido perfecta.

lunes, 14 de marzo de 2022

“El único indio bueno”, de Stephen Graham Jones

Portada de “El único indio bueno” de Stephen Graham Jones

          Si existe un género literario en el que la ambientación es primordial ese es el de terror. Para que el lector se sumerja en la historia y se sienta concernido por lo que sucede es preciso una atmósfera especial, inquietante y perturbadora. La herramienta básica para lograrlo es la descripción, el escritor de una novela de terror debe esforzarse en construir un escenario y unos personajes que se salgan de lo habitual sin que resulten del todo inverosímiles. La idea es crear un estado de ánimo en el lector que refuerce el impacto del relato. En El único indio bueno Stephen Graham Jones opta por hacer algo distinto, descarta descripciones detalladas encaminadas a crear desasosiego y decide confiar todo en la acción. Esto no debe llevarnos a engaño, con acción no me refiero a persecuciones o a tiroteos sino a que la narración consiste en un relato minucioso de las acciones que realizan sus personajes por insignificantes que puedan parecer: beber una cerveza, arreglar una lámpara, desmontar una moto, fumar un cigarro o lanzar unas canastas. En este sentido Jones sea aleja de la narrativa clásica de terror.

A cambio nos encontramos quizás con uno de los argumentos más frecuentes y a los que más ha recurrido la literatura de terror: la venganza por un suceso acontecido en el pasado. En este caso los culpables del siniestro (y objeto posterior de la venganza) son cuatro amigos que residen en una reserva india y la víctima una manada de ciervos que se hallaba en una zona reservada a los ancianos. La literatura de terror está llena de muertos que vuelven a la vida para cobrarse venganza, de fantasmas resentidos o de monstruos que desean hacer justicia. Los ajustes de cuentas han sido protagonizadas por toda clase de criaturas y seres con apariencias siniestras o rasgos abominables. Jones nos sorprende con una criatura con un aspecto algo menos terrible de lo habitual como son las mujeres ciervo. Estos seres híbridos forman, por lo que parece, parte del folclore nativo americano.

Los cuatro amigos, pies negros, con una amistad que se remonta a la infancia viven su existencia sin esperar demasiado de la vida trabajando en lo que pueden y en lo que les dejan. Dos de ellos tienen pareja, otro está separado y tiene una hija que podría convertirse en una figura del baloncesto local y el cuarto vive solo. Han pasado diez años desde que ocurriera aquel suceso lamentable, eran entonces jóvenes e insensatos, después de tanto tiempo además de unidos por la amistad lo están también por el sentimiento de culpa por aquello que hicieron. Acostumbrados como estamos por el cine y por la literatura de terror a presenciar las atrocidades más extremas imaginables la obsesión posterior que provoca el suceso en los protagonistas resulta sino desproporcionada cuando menos inusitada. Al tratarse de cuatro amigos no serán dos ni tres las veces en que la venganza se haga presente. 

La novela se toma su tiempo, lo cierto es que no son muchas las cosas que suceden. Mientras la leía tenía la sensación de estar viéndolo todo a cámara lenta como ocurre en muchas películas y series de TV cuando se quiere enfatizar una determinada escena. Esto es consecuencia directa de lo que explicaba al principio de la reseña, de la minuciosidad con la que el autor cuenta todo lo que hacen los personajes. Se trata de infinidad de pequeñas acciones que muchas veces carecen de importancia y que por acumulación me han producido el efecto de estar presenciando una moviola. Todo ello imbuye a la narración de una intensidad un tanto ficticia que nos empuja por otra parte a estar atentos a cada detalle de lo que ocurre (pensando que es importante) y que nos hace percibir señales anunciando que algo terrible va a suceder. Al final acaban por suceder aunque se hagan esperar más de lo deseado.

Más que el terror y que las mujeres ciervo lo que me ha llamado la atención del El único indio bueno es la percepción que de sí mismos tienen los indios. Los cuatro protagonistas de la novela parecen aceptar con resignación la imagen que los demás tienen de ellos y que Hollywood ha fomentado. Ellos mismos mantienen con sus tradiciones un sentimiento ambivalente: al mismo tiempo que a veces se burlan de ellas las evocan con sentida nostalgia. Se trata de hombres sin futuro cuyo único consuelo es ser descendientes de aquellas orgullosas tribus que en el pasado recorrían las praderas para cazar bisontes, se trata de hombres heridos en su orgullo perdidos en una sociedad en la que no encajan.

También hay momentos de terror en la novela, quizás uno de los más terroríficos y más sorprendentes sea el que se produce cuando la hija de uno de los protagonistas es retada a jugar un uno contra uno de baloncesto. La novela, que ganó el Premio Bram Stoker y el Shirley Jackson en 2020, me ha parecido a ratos lenta pero ha sido sobre todo su trama, muy trillada desde mi punto de vista, la causa de que no me haya impresionado demasiado aún cuando al retrato desolador y poco conocido que hace de la comunidad india no le falte interés.