Conocido sobre todo por las adaptaciones cinematográficas que se realizaron de sus novelas La semilla del diablo o Los niños del Brasil Ira Levin hizo con Este día perfecto una meritoria incursión en la distopía. En el momento de su publicación se trataba de un género que aún tardaría muchos años en ponerse de moda y al que recurrían sólo unos pocos excéntricos. Así y todo sorprende lo poco conocida que es esta novela, al menos en nuestro país, siendo como era Ira Levin un autor tan popular. También resulta curioso que ningún cineasta estuviera interesado en llevarla al cine y es una lástima porque había material suficiente para realizar una buena película. Mientras leía la novela, puede que por el ritmo y por el suspense con que estaba narrada, tuve muchas veces la impresión de que Levin la escribió con vistas al cine.
En un futuro en el que la población está regida por
el súper ordenador, UniComp, de cuyas decisiones dependen los destinos de que
cada uno de sus habitantes, a Li RM35M4419 (que prefiere que le llamen Chip)
comienzan a surgirle dudas. La culpa la tiene su abuelo que de una manera
sibilina, incluso antitética supo sembrar la semilla de la insumisión en su
nieto cuando era todavía un niño. Levin, gracias a los numerosos detalles que
aporta a lo largo de la novela, recrea un sistema político de gran
verosimilitud y que se rige por una lógica aplastante. Por ejemplo, cuando Chip
plantea que cada cual debería escoger con libertad los estudios, recibe de su
consultor la siguiente respuesta:
«Piensa en un
centenar de millones de miembros decidiendo ser actores de televisión y ninguno
decidiendo trabajar en un crematorio»
La aspiración
del régimen es consolidar una sociedad estable, igualitaria y conformista. Para
lograrlo cada individuo es periódicamente tratado con drogas y hormonas que lo
apaciguan, reduciendo fundamentalmente su deseo sexual y su agresividad. El
resultado es una población carente de curiosidad y de iniciativa que se amolda
a todo lo que UniComp les dice sin cuestionarlo. El componente digamos animal
inherente a todo ser humano y responsable de los placeres instintivos es
erradicado en gran parte por el bien de todos. Practican sexo una vez a la
semana (lo justo para aplacar la libido), se alimentan a base de unas insulsas
galletas que contienen todos los nutrientes necesarios, van al cine a ver películas
que reafirman los valores defendidos por el régimen y acuden periódicamente a
un consultor que comprueba si cumplen las normas y al que relatan las conductas
sospechosas que detectan entre los que les rodean. Además, cada persona lleva
un brazalete conectado al todo poderoso UniComp, que comprueba su estado,
registra sus idas y venidas, lo que compran y les avisa de cuando debe acudir
al consultor. UniComp toma todas las decisiones importantes que atañen al
individuo: qué estudiar, dónde trabajar, la paternidad y la maternidad o
incluso si pueden viajar. La libertad individual es sacrificada en favor del
bien común.
En la llamada Marxvidad cantan cosas tan bonitas como ésta:
«Una Familia poderosa,
una única raza
perfecta,
libre de todo
egoísmo,
agresividad y
codicia
¡Cada miembro
dando todo lo que tiene que dar!
¡Y recibiendo
todo lo que necesita para vivir!»
Como diría el fantoche de Trump, Levin ha hecho un
buen trabajo. Incluso si fuera capaz de tener la constancia y la capacidad
intelectual suficiente para leerse las más de trescientas páginas que lo
componen puede que le gustara por la defensa que hace de la libertad individual
frente a la libertad colectiva. El escenario está bien construido, la novela se
lee con interés y contiene detalles muy curiosos como que parte de la acción se
situé en una Mallorca a la que llaman Isla de la Libertad y que está poblada
por los «incurables», gentes al margen del sistema. Algunas partes están
escritas de una manera apresurada y puede que le falte algo de reflexión, sin
embargo la mayor pega que le veo es otra. La novela incluye una escena de violación sobre la que
en sí no tengo nada que decir, en la ficción abundan los crímenes de todo tipo
y no considero que la ficción tenga la obligación de ser ejemplarizante. Soy el
primero al que todo eso de los «sensitivity readers» le parece una solemne
memez pero lo que me ha irritado no es el mismo acto de violencia sino la nula
importancia que le concede después la víctima. La han forzado, la han
violentado y su reacción no va mucho más allá de si le hubieran dado un pisotón.
Pero lo peor de todo es que disculpa a su agresor. Si Levin pretendía demostrar
con dicha escena lo que sucede cuando alguien que ha estado controlado por el
sistema deja de estarlo, debería haberlo hecho de forma que la credibilidad del
personaje femenino no quedara menoscabado. La violación queda como un crimen
menor que no tiene consecuencias sobre la víctima.
Se trata de un error que ha afectado negativamente a
mi valoración final. Salvo por eso diría que se trata una distopía correcta, fácil
de leer aunque no por ello banal, de corte clásico, en
defensa de la libertad del individuo.