Blog ciencia-ficción

Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia ficción.

Universo de pocos

Universo de pocos

martes, 27 de diciembre de 2022

Lecturas recomendadas del 2022


Casi sin que nos demos cuenta estamos a las puertas de un nuevo año. Vivimos tiempos de inquietud, pisamos con la mirada puesta en ambos lados del estrecho borde que nos separa del abismo. Nos hemos librado de una pandemia y ya estamos metidos en una guerra. Pero al menos tenemos los libros, así que, ante la buena acogida del año pasado, me he animado a volver a hacer una lista con los libros que más me han gustado de este 2022 que se acaba. 

Como puede verse la lista no abunda en novedades. La novela más actual es Sólo los vivos perdonan seguida de Transcrepuscular, el resto son reediciones o novelas con más de diez años de antigüedad que no leí en su momento. La razones son varias, por un lado, se han reeditado varias novelas de Angela Carter, mi gran descubrimiento del año, por otra parte, porque me apetecía rescatar libros antiguos que no había leído y finalmente, porque la producción de ciencia ficción novedosa de este año no me ha interesado lo suficiente como para arriesgarme ahora que muchos libros se venden a precios de artículo de lujo.

 Los cronolitos, de Robert C. Wilson, escrita por uno de los escritores más injustamente olvidados de nuestro país, es una novela emocionante, de factura clásica, con unos personajes que además no son de cartón piedra. 

Afterparty, de Daryl Gregory, situada en un futuro en el que cualquiera puede fabricarse  en casa sus propias drogas es un magnífico thriller que destaca por encima de todo por su humor y por presentarnos a unos personajes insólitos bastante tocados por los estupefacientes.

Clara y la penumbra, de José Carlos Somoza, me ha sorprendido primero por su audacia a la hora de sacar adelante una idea tan atractiva y compleja como es el de la pintura «hiperdrámatica», y segundo por su escritura preciosista a la vez que efectiva.

Nostalgia, de Mircea Cartarescu, es una maravilla no apta para lectores impacientes. Hay  que dejarse llevar por la imaginación del autor y sumergirse sin reparos en sus mundos oníricos llenos de una fantasía que nos hacen evocar la infancia.

Sólo los vivos perdonan, de Ismael Martínez Biurrun, nos habla de cómo el pasado por enterrado que parezca puede aparecer en cualquier momento, como esos fósiles que emergen a la superficie y obligan a los paleontólogos a interpretar de nuevo hechos que creían constatados.

Noches en el circo, de Angela Carter, me ha permitido conocer a una escritora enorme que por diferentes razones no había leído hasta ahora. A veces excesiva, cómica en ocasiones, imprevisible la mayoría de las veces, la novela es una apabullante demostración de imaginación.

Stalker: Pícnic extraterrestre, de Arkadi y Borís Strugatski, se ha convertido en el clásico por excelencia de la ciencia ficción rusa. Más allá de su crítica al régimen soviético es sobre todo una historia imperecedera que nos hace comprender lo insignificantes que somos en este universo inconmensurable y en muchas ocasiones también incomprensible en el que vivimos.

La juguetería mágica, de Angela Carter, parte de un argumento muy dickensiano en el que una chica se queda huérfana y debe trasladarse a vivir con su tío para narrarnos en forma de un precioso cuento el despertar sexual de una niña de quince años.

Transcrepuscular, de Emilio Bueso, merece la pena por la imaginación desbordante de su autor. Nos cuenta el fantástico viaje que emprenden unos personajes nada convencionales para recuperar una reliquia robada en un planeta en el que los caracoles y los insectos juegan un papel importante.

El hombre que cayó en la Tierra, de Walter Tevis, protagonizada por el extraterrestre más humano de toda la ciencia ficción, es una novela que destila una tristeza y una desesperanza absoluta.

Parece confirmarse la tendencia de los últimos años de publicar menos ciencia ficción y más novela de terror y fantasía. Mientras las librerías se llenan de brujas, de magias rebuscadas, de intrigas palaciegas en reinos imaginarios y de infinidad de novelas de Brandon Sanderson cuesta cada vez más encontrar un libro de ciencia ficción adulta de calidad. Aún más difícil es que no pertenezca a una serie interminable. Precisamente este año el mercado se ha llenado de secuelas, lo que ha reducido aún más mi, ya de por sí, limitado repertorio.

Las editoriales, sobre todo las de reciente creación, parecen haber apostado por los éxitos más candentes del mercado de lengua inglesa. A veces tengo la sensación de que todo lo que hubiera sido escrito antes ya no tuviera ningún valor y hubiera que descartarlo por obsoleto o por no cumplir con los estándares de inclusión o de paridad exigidos. Basta echar un vistazo a los autores que se publicaban hace diez años en colecciones como Nova o la Factoría de Ideas para comprobar que la mayoría de ellos han desaparecido del panorama literario. Algunos lamentablemente han fallecido, ¿pero qué ha pasado con los demás? ¿Padecen todos de repente el síndrome de la hoja en blanco? Lo curioso es que basta que se haga una serie o una película para que el libro en el que se basa, por muy acartonado que esté, vuelva a ser considerado lo más de lo más.

            La buena noticia es que cada vez se publican más libros de relatos, tanto traducidos como escritos en castellano, y eso me sirve de consuelo. Por pedir algo a este año que empieza me gustaría que alguna editorial se lanzara a crear una colección que contuviera los grandes clásicos de la ciencia ficción con traducciones nuevas o a al menos actualizadas y lo hiciera en un formato lo suficientemente atractivo para atraer a lectores jóvenes.

martes, 13 de diciembre de 2022

“Transcrepuscular”, de Emilio Bueso


Portada de “Transcrepuscular”, de Emilio Bueso
Hace cinco años y después de haberlo anunciado a bombo y platillo la editorial Gigamesh publicó en una edición limitada y de lujo Transcrepuscular, el primero de los libros de la trilogía Los ojos bizcos del sol de Emilio Bueso. El título dado a la serie con un matiz claramente bufonesco podría inducirnos a pensar que se trata de novelas en las que prima el cachondeo, y aunque Transcrepuscular no está exenta de humor, Bueso se toma más en serio de lo que parece el mundo que ha creado. El esfuerzo imaginativo, hay que reconocer que nada desdeñable, no me parece que esté encaminado a propiciar situaciones cómicas como sucede, por ejemplo, en la saga de Mundodisco escrita por Terry Pratchett.

Posiblemente el hecho de no conocer la obra de Bueso me salvó en su momento de precipitarme enfebrecido hasta la librería más cercana atraído como otros por la irresistible y doradisíma portada y gastarme los cuarenta euracos que costaba la exclusiva primera edición limitada del libro. Para ser del todo sincero tampoco lo habría hecho por más que Cenital (2012) o cualquiera de sus libros, de haberlos leído, me hubieran vuelto loco. Tampoco lo habría hecho  en caso de tratarse de otro autor. Lo que no deja de sorprenderme es que se quisiera convertir una novela escrita en un lenguaje popular y callejero y de ambientación «pulp» en un producto de élite. Me imagino que Gigamesh sabía lo que hacía y espero sinceramente que la jugada les haya salido bien porque la novela es muy entretenida.

Transcrepuscular es ante todo una aventura trepidante que adopta el clásico esquema de las novelas de viajes a mundos inexplorados. El éxito en este tipo historias queda supeditado sobre todo a la construcción de unos personajes con la suficiente solidez y a la creación de un escenario lo bastante atractivo. Así sucede en gran parte de las novelas de aventuras que leímos siendo niños como Viaje al centro de la Tierra (1864) de Julio Verne o La isla del tesoro (1882) de Robert Louis Stevenson. Puede decirse que Bueso cumple con creces ambos preceptos.

Empecemos por hablar de los personajes, unos seres que se salen por completo de lo común. Entre ellos cabe destacar a su protagonista, el Alguacil, un guerrero castrado que ha sido educado desde su infancia tanto en el misticismo oriental como en el arte de la lucha. Aunque el  personaje más original y que más me ha divertido es el Trapo, un ladrón que habla a través de un muñeco de manopla. Tampoco carecen de interés la Regidora o el Astrólogo, todos ellos con simbiontes en sus cabezas que les proporcionan notables mejoras a sus cuerpos y mentes. Estos simbiontes, que por cierto dan bastante asco, poseen la deplorable costumbre de introducir sus tentáculos gelatinosos en las fosas nasales, en los ojos o entre los huesos del cráneo de sus huéspedes para acoplarse así con sus cerebros. De ahí que se mencione la palabra «biopunk» (ya se sabe todo lo acabado en punk mola mucho) cuando se habla del libro, porque estos caracoles o babosas simbiontes realizan una función muy parecida a los implantes tan habituales en los relatos «cyberpunk». Todos estos personajes más otros que se les irán uniendo por el camino emprenderán la búsqueda de una reliquia robada a la comunidad a la que pertenecen.

Y aquí es donde el escenario imaginado por Bueso cobra toda su importancia. La acción  tiene lugar en un planeta que presenta siempre la misma cara al sol, por lo que existe una mitad que permanece en una oscuridad perpetua. Sólo una pequeña zona en penumbra, frontera entre los dos extremos, es habitable, el resto parece ser un desierto de fuego o de hielo. Montados en extrañas cabalgaduras como libélulas, avispas o mariposas nocturnas gigantes el Alguacil y sus acompañantes vuelan hasta lo que llaman el Agujero del Mundo. Es un lugar terrible al que los mapas de los que disponen no indican cómo llegar. En su misión deberán enfrentarse a multitud de peligros: hormigas gigantes, serpientes voladoras y colosales tempestades. Tanto el escenario como el periplo a lo Conan nos trasladan a la fantasía heroica más genuina como la que escribía Edgar Rice Burroughs. Sin embargo debemos tener en cuenta que la historia está narrada por su protagonista, un hombre desconocedor de la tecnología. En su mundo no hay otro motor que la fuerza animal. La acción motriz es proporcionada por todo tipo de invertebrados gigantes como caracoles, tábanos, hormigas o ciempiés, así que, cuando el narrador es testigo de fenómenos que es incapaz de explicar opta por atribuirlos a fuerzas esotéricas. Bueso va dando pistas a lo largo del relato de que no es así, de que en el pasado todo pudo ser diferente. El escenario acaba por convertirse en el principal enigma a resolver en un contexto de ciencia ficción.

Y llegamos al punto más espinoso de la novela: el estilo. El uso que hace del lenguaje coloquial sin renunciar a los tacos puede parecer extemporáneo, y es muy posible que rechine a muchos pero desde mi punto de vista le aporta una espontaneidad y una frescura que no le sienta nada mal a la narración. Tampoco es que Bueso sea el primero en hacerlo, Iain Banks en su novela titulada El puente (1986), si mal no recuerdo en algunos fragmentos protagonizados por un tosco guerrero, lo lleva incluso más allá. Me atrevería a decir que cuando mejor y más auténtico suena el texto es precisamente cuando Bueso se deja de reparos y haciendo caso omiso de los predicadores de lo políticamente correcto emplea ese lenguaje vulgar y pendenciero. Me complace menos que corte las frases o las deje sin verbo o la utilización excesiva que hace del punto y aparte para subrayar algunos mensajes.

Habrá que esperar a las siguientes partes de la trilogía para ver cómo resuelve Bueso los numerosos interrogantes planteados pero el arranque me ha parecido francamente bueno sobre todo por el portentoso despliegue de imaginación de la que hace gala el autor, más que suficiente para mí para decidirme a leer las continuaciones.