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jueves, 27 de abril de 2023

“Light Chaser (Surcaluz)” de Peter F. Hamilton y Gareth L. Powell

Portada de “Light Chaser (Surcaluz)” de Peter F. Hamilton y Gareth L. PowellHace un año no lo hubiera imaginado pero algunas lecturas recientes me han llevado a la conclusión de que el amor romántico se ha puesto de moda dentro de la ciencia ficción. Tal vez sea una coincidencia pero el caso es que en los últimos meses he leído varias novelas en las que el amor juega un papel destacado. Se trata de historias como la de Así se pierde la guerra del tiempo, de Amal El-Mohtar y Max Gladstone, en las que la pasión sobrevive a guerras y a intervalos de tiempo inconcebibles. Preferentemente sucede entre parejas no heterosexuales, es el caso de la que he mencionado antes y también de Historias de Xuya, de Aliette De Bodard, con una relación que no se produce exactamente entre dos personas puesto que una de ellas es una nave espacial (con una parte humana). En Aves extintas, de Simon Jimenez, podemos encontrar un catálogo completo de amores entre personas de diferentes géneros. Asistimos en todas ellas a pasiones desaforadas en medio de escenarios colosales o descubrimos  que existen amores que pueden ser más poderosos que la muerte como el que existe entre Amahle y Carloman en Light Chaser,  de Peter F. Hamilton y Gareth L. Powell. El modelo que siguen estas novelas es el de Romeo y Julieta, en las que aunque el amor es considerado el más puro y gozoso de los sentimientos humanos casi siempre suele ser el origen de una tragedia.

Además de una historia de amor Light Chaser es una aventura que abarca milenios. A pesar de esto intentaré no extenderme demasiado con su argumento. La protagonista, Amahle, es una surcaluz y como tal viaja con su nave a una velocidad cercana a la de la luz siguiendo un circuito preestablecido por lo que se llama el Dominio. No tiene idea del tiempo que lleva haciéndolo ni de las veces que lo ha recorrido a lo largo de su vida, que gracias a su ADN modificado puede prolongarse varios siglos. Su misión es recoger en los planetas colonizados los collares que entregó en su visita anterior y dejar otros en su lugar. En estos collares, sin que sus portadores lo sepan, quedan archivadas íntegras sus vivencias diarias que luego podrán ser experimentadas por otros. Entre visita y visita sin otra compañía en la nave que una IA, Amahle no tiene nada mejor que hacer que curiosear y sumergirse en las vidas almacenadas en estos collares. Para su sorpresa en varios de ellos alguien se dirige claramente a ella como si la conociera. Parece algo imposible puesto que eso supondría, entre otras cosas, que ése alguien se desplazara más rápido que ella.

Si algo de bueno tiene esta space opera es que al contrario de lo que sucede en muchas de las novelas pertenecientes a este subgénero (con comienzos que parecen concebidos para ahuyentar al lector), logra captar nuestra atención casi desde el principio. ¿Quién es ese personaje misterioso y cómo ha logrado desplazarse por el espacio y por el tiempo de la manera en que lo hace? Al final la explicación resulta más bonita y romántica que otra cosa y no destaca precisamente por su originalidad. Sorprende, eso sí, toparse con una explicación así en una space opera de este tipo, que por lo general opta por revestir sus historias de verosimilitud científica. Sin embargo el mayor problema que veo yo a la novela es la rapidez con la que se resuelve el misterio. Llama la atención que una revelación que va a trastocar por completo la vida de su protagonista, que la obliga a interpretar lo que lleva haciendo durante siglos, se despache en poco más de un párrafo. De manera que una de las mayores virtudes de la novela, su brevedad, se convierte también en uno de sus mayores inconvenientes. Apenas queda espacio para profundizar en las emociones de los personajes, en sus cambios de opinión y en sus pasiones repentinas. Porque si bien se trata de una space opera, la parte aventurera queda en un segundo plano detrás del relato sentimental. Amahle, debido a su longevidad, debe descartar parte de los recuerdos para dejar espacio a los nuevos, sin embargo cuando le conviene a la narración los recupera de manera súbita. En otro orden de cosas está la discutible decisión de comenzar a contar la novela por su final, algo así como dinamitar el terreno antes de construir la casa.

Hamilton y  Powell han escrito un libro de puro entretenimiento y no hay que tomarlo por más de lo que es. Así y todo, asumido que no es más que un libro para pasar el rato, he de decir que la historia de amor no me ha llegado al corazón. Seguramente el problema es mío pero estos amores tan sublimados, que se prolongan durante eones son demasiado para mí. Lo mismo me sucedió con las novelas que he mencionado al comienzo de esta reseña. En Así se pierde la guerra del tiempo, para reforzar el amor que sienten sus protagonistas, Amal El-Mohtar y Max Gladstone optan por un lenguaje poético que muchas veces se les escapa de las manos. Siete de Infinitos, que forma parte Historias de Xuya, a pesar de contar el amor que surge entre un ser humano y una nave espacial, resulta ser un relato tópico. Algo más lograron conmoverme algunos de los amores que Simon Jimenez nos presenta en Aves extintas y supongo que es porque sus personajes parecen reales y por tanto también sus emociones, cosa que no sucede en las otras novelas.

Robert Silverberg publicó en 1970 un relato, de apariencia muy sencilla, en el que nos  hacía vivir en nuestras propias carnes el amor que un delfín siente por su cuidadora. Su título es Ismael enamorado y en él Silverberg demuestra que puede lograrse mucho más con mucho menos. A pesar de disponer de más páginas Light Chaser se queda a medias tanto en la historia de amor, que me deja bastante frío, como en su faceta de space opera, que tampoco logra del todo el objetivo principal al que aspira este tipo de novela, que es despertar eso que llaman el sentido de la maravilla.