Blog ciencia-ficción

Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia ficción.

Universo de pocos

Universo de pocos

martes, 23 de febrero de 2021

“Canciones de amor para tímidos y cínicos” de Robert Shearman

Portada de “Canciones de amor para tímidos y cínicos” de Robert Shearman
                        Siempre me ha parecido mucho más complicado escribir la reseña de un libro de relatos que de una novela. La mayoría de los blogs solventan la dificultad comentando cada uno de los cuentos como si fueran unidades independientes, lo que en la mayoría de los casos desde mi punto de vista se traduce (sobre todo si el libro se compone de muchos relatos) en un fárrago insufrible. Se trata de un error que yo también he cometido en ocasiones y del que sólo he sido consciente meses después al volver a leer la reseña. Es verdad que comentar un libro de relatos como un todo, sin entrar en detalle, no siempre es posible ya que muchas veces las narraciones reunidas no tienen en común otra cosa que estar escritas por la misma persona y compartir la misma encuadernación, un ejemplo reciente es Exhalación de Ted Chiang. Diríase que Robert Sherman cuando puso el título de Canciones de amor para tímidos y cínicos a su libro hubiera querido echarnos una mano a los que nos dedicamos a esto de las reseñas dándonos una pista de qué le ha llevado a agrupar todos estas historias tan inusuales en un mismo volumen. Me aferraré a esta pista, falsa o no, y a otras más que nos proporciona el autor en el penúltimo relato (No trata el amor) para intentar escribir la reseña del libro como un conjunto. Como la tarea no va a ser sencilla se me ocurre que escuchar una buena canción de amor podría ayudarme a ordenar las ideas. ¿Pero cuál sería la más adecuada?

            ¿Una canción de amor romántica? Lo descarto sin dudarlo. El Shearman que se nos muestra en este libro es todo menos romántico. Es más, cuando los personajes se atreven a serlo, el autor los expone en todo su patetismo como si se avergonzara de ello y quisiera borrar cualquier efluvio romántico que pudiera desprender el texto. El cuento más romántico de todos quizás sea No trata el amor, más por la declaración que se hace al final que por lo que se cuenta. «Todas las historias de amor del libro, por tímidas, cínicas, torpes e imperfectas que fueran, eran para ella y todas se referían a ella», se dice. El amor es visto más como una carga que como una fuente de felicidad, una obligación que los personajes se imponen, una tiranía cultural de la que mayoría de las veces no saben liberarse.

            ¿Vendría mejor una canción de amor no correspondido? Sí y no. Sí, porque la mayoría de las historias de amor que se cuentan son fallidas y de alguna manera tampoco son correspondidas; y no, porque se trata de amores que muchas veces no pueden considerarse como tales. En ocasiones no son otra cosa que una ilusión, a veces se trata de amores que una vez sí lo fueron y que han mudado en algo marchito al borde de la descomposición. Una canción así acompañaría bien a Punzadas con ese corazón deteriorado físicamente por sus emociones fuera del cuerpo del protagonista, sin embargo Palabras de amor, otro de los relatos de desencuentro amoroso, pediría un tono más burlón y jocoso que no iría con el resto de los relatos. No, una canción de amor no correspondido no representaría el espíritu del libro.

             ¿Quizás una canción de amor apasionado? Lo cierto es que apenas hay pasión en el libro, si acaso en El bigote de George Clooney pero se trata de un amor trastornado y pienso que esquizofrénico (ésta es al menos mi interpretación), que no se ajusta del todo a lo que se entiende por amor apasionado. «Pero no trata el amor, nada en absoluto. Sus relatos huyen del amor», dicen en el que es el relato clave del libro, que ya he mencionado antes y al que volveré a referirme (No trata el amor). Más adelante la misma persona que realiza esta acusación ha de reconocer la inteligencia con que están escritos pero le achaca al autor hacerlo sin pasión. Es como si el autor quisiera justificarse.

            ¿Una canción de amor eterno? Esto desde luego que no, y el propio autor, otra vez en el relato, No trata el amor, se encarga de desmentirlo: «¿Qué es el amor, en todo caso, si no una serie de relatos cortos?» Y nos lo dice el protagonista de esta historia, que no parece ser otro que el propio Shearman. Lo cierto es que las parejas que protagonizan estas historias no duran mucho juntas, algunas se separan y vuelven a unirse como en Estar feliz pero las cosas nunca vuelven a ser como antes y la relación tampoco parece que se vaya perpetuar en el tiempo.

            ¿Una canción de desamor? Tampoco, porque para que haya desamor antes tendría que haber habido amor y nos encontramos con personajes que la mayoría de las veces confunden sus emociones, que creen o desean estar enamorados sin estarlo en realidad.

            ¿Y una canción de terror? El hecho de que Robert Shearman haya recibido el premio Shirley Jackson por este libro así como la portada de la excelente edición de La máquina que hace ping con la imagen de un corazón rezumando sangre dentro de un táper podrían llevarnos a este error, sin embargo ninguno de los relatos del libro es de terror. Nos encontramos con elementos propios del género, como animales fantásticos, corazones extirpados e incluso una especie de fantasma que permiten al autor ofrecernos una visión de las relaciones de pareja muy alejada de la habitual y que puede llegar a incomodar.

            La canción que escogiera debería estar llena de sorprendentes y chocantes metáforas, con una melodía imprevisible que nunca supiéramos a dónde nos va a llevar; una canción a veces burlesca pero también reflexiva y que al mismo tiempo sirviera de banda sonora en una obra teatral porque hay mucho de teatro del absurdo en estos relatos. Lo curioso es que buscando la canción la reseña se ha escrito por sí sola. Así, sin darme cuenta, he llegado al fondo de este extraño libro, quizás sólo sea eso, una búsqueda, una búsqueda de lo que es el amor. Tenemos el texto ahora solo falta que alguien escriba la música.

domingo, 14 de febrero de 2021

"Señor del espacio y el tiempo" de Rudy Rucker

Portada de “Señor del espacio y el tiempo” de Rudy Rucker
            A quien le dé por husmear en la red sobre Rudy Rucker es probable que le aparezcan términos con muchos prefijos del tipo transrealismo, cyberpunk, post-cyberpunk o post-loquesea. Que esto no asuste a nadie, que no le haga cerrarse en banda ante este autor casi desconocido en España. Lo mejor es no hacer demasiado caso, al menos en esta ocasión nada debería impedir  acercarse a este Señor del espacio y del tiempo que ha resultado ser una de las lecturas más divertidas con las que me he topado últimamente.

            Después de consultar esto del transrealismo en varios sitios no me ha quedado muy claro lo que es. Por un lado me ha parecido entender que no es más que la utilización de elementos propios de la ciencia ficción para transmitir estados concretos de la psique del autor (algo que no me parece que sea especialmente innovador sino bastante común en el género fantástico). Sin embargo, en otros sitios se describe el transrealismo como un intento de llegar más allá de la realidad que percibimos, una realidad que se ve alterada por nuestra mente y por nuestras emociones. ¡Vamos, puro Philip K. Dick! Pero sea lo que sea esto del el transrealismo, Señor del espacio y del tiempo tiene mucho que ver con la ciencia-ficción humorística que se escribía antes de que existieran tantas etiquetas. Una de las primeras novelas que me viene a la cabeza es Marciano vete a casa (1955) de Fredric Brown, con la que comparte incluso bromas solipsistas. También me trae a la mente al Robert Sheckley de Mañana será así (1964, título absurdo con el que se publicó en España The Status Civilization) o sobre todo al  Sheckley que escribió relatos entre los años cincuenta y sesenta. Se trataba de historias, tanto las de Brown como las de Sheckley, escritas con mucho humor y sin complejos en los que el rigor científico no era más que un lastre que tirar por la borda para que la imaginación volara más alto. También, aunque sea menos humorística, hay mucho de Ojo en el cielo (1957) de Philip K. Dick o incluso podemos encontrarnos con los alienígenas de Amos de títeres (1951) de Robert A. Heinlein. En Señor del espacio y el tiempo hay cabida para todo esto y también para más.

            Harry Gerber y Joe Fletcher son dos tipos a los que les gusta beber cervezas y emprender juntos las empresas más descabelladas. Harry es el científico, lo que no impide que sea el más loco de los dos, Joe se dedica a la informática y aunque también tiene lo suyo es el que pone freno a muchas de las delirantes y temerarias ideas de su socio. El caso es que con cierta ayuda que les llega del futuro logran construir una máquina que permitirá aumentar la constante de Plank y por tanto ampliar la zona de incertidumbre que establece el principio de Heisenberg. Esta máquina, el Blúnzer, construida con un microondas, una camilla de inyección letal y un frigorífico industrial hará posible cualquier cosa en la zona de incertidumbre con sólo quererlo. En definitiva, funciona como una máquina de conceder deseos. A partir de aquí todo es posible y al autor no le importa meterse en los enredos más extravagantes imaginables incluyendo los metafísicos. Todo sucede muy rápido, la novela no da respiro al lector y los protagonistas no acaban de salir de un lío cuando ya se encuentran metidos en otro que acaba por arrastrar literalmente al mundo entero.

            Basta echar un vistazo al índice del libro y ver los títulos dados a los capítulos para comprender con qué nos vamos a encontrar. Estos son algunos ejemplos: 
            Uno: «Este capítulo se titula así».
            Trece: «Arbustos de chuletas y árboles de buñuelos».
            Veinte: «Dios es transexual».
            Veintiuno: «Los hombres también son personas».
            Y así hasta llegar a los treinta capítulos que componen el libro.

            La novela no se toma demasiado en serio a sí misma, ni siquiera los personajes lo hacen. A pesar de las cosas inimaginables que viven y que desencadenan con sus acciones, lo curioso es que la impresión les dura más bien poco y sus reacciones no suelen ir mucho más allá de las que les produciría un pisotón en el dedo gordo del pie. Se lamentan un poco, se beben unas cervezas y siguen adelante como si fuera lo más normal del mundo. Todo transcurre a la velocidad de la luz, sin que los personajes se vean inmersos en interminables discusiones para buscar una solución.  La novela tiene mucha gracia pero no es una sucesión de gags más o menos divertidos ni los personajes pretenden ser ocurrentes en ningún momento, lo que nos hace reír es el absurdo, el disparate y la enloquecida imaginación de Rucker. El libro viene acompañado de un prólogo en el que Alfonso García explica todo esto con mucha más profundidad e ingenio que yo.

            Llama la atención que esta novela publicada en EE.UU en 1984 haya tardado tantos años  en llegar a nuestro país. Por suerte para todos los amantes de la ciencia-ficción, Gigamesh la ha rescatado en una edición impecable y con una portada muy simpática que le viene al dedo. Señor del espacio y el tiempo es un libro imaginativo, de humor delirante e imprevisible, ideal para estos tiempos de oscuridad y pandemia, que nadie debería perderse. ¡Necesitamos más Rudy Rucker!