Blog ciencia-ficción

Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia ficción.

Universo de pocos

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domingo, 29 de octubre de 2017

"El archivo de atrocidades" de Charles Stross

El archivo de atrocidades de Charles Stross            Aquí estamos otra vez a vueltas con Charles Stross. Después de la mala experiencia que supuso para mí su Accelerando he decidido darle otra oportunidad. También he de reconocer  que probablemente sea la única persona en el mundo al que no le ha gustado el libro así que no deben hacerme mucho caso. En fin, tras haber leído El archivo de atrocidades podría decirse que me he reconciliado a medias con el autor.

            En sí la idea del libro no es mala y me gusta el tono fresco y descarado con el que se trata  la ciencia. No es fácil hoy en día encontrar libros de ciencia-ficción que no se tomen a sí mismos demasiado en serio, obras como las que escribían Fredric Brown, Bob Shaw o Robert Sheckley, divertidas y muy imaginativas. Así que la idea de Stross de que la formulación de ciertos teoremas matemáticos complicados nos pueda abrir la puerta a otros mundos, o invocar a criaturas dignas de Lovecraft resulta original y posee un gran potencial cómico. Lo cierto es que las nuevas teorías matemáticas y físicas resultan francamente esotéricas y darían lugar para un artículo en el que se comentara su inverosimilitud, artículo que quizás yo me atreva a escribir algún día si no se me adelanta nadie antes. Pongamos como ejemplo la teoría de las supercuerdas, que requiere de la existencia de 11 dimensiones para poder ser consistente o la teoría cuántica, que para explicar ciertos fenómenos físicos considera las partículas como si fueran ondas y en cambio para interpretar otros necesita dotarlas de una naturaleza corpuscular. Teorías muchas de ellas ininteligibles y locas, dignas de Abdul Alhazred, autor del “Necronomicón”. Tal vez aprovechándose de este lío monumental que padece la ciencia Stross ha imaginado una agencia estatal secreta en el Reino Unido llamada “La lavandería” que se ocupa de velar por que nadie traspase ciertos límites e invoque por accidente a criaturas que pondrían en peligro a la humanidad o al mismo universo.

            Por otro lado la trama que se cuenta es en sí bastante tópica y peca de elevadas dosis  de ingenuidad, a saber, chico que conoce al amor de su vida al tiempo que se convierte en el héroe que salva al mundo. Argumento típico de las antiguas revistas “pulp”. El tono jocoso e irónico en que está escrito (el protagonista es una especie de "geek") podría resultar francamente  divertido si no fuera por la manía que tiene de explicarlo todo y por un exceso de charlatanería sin sentido con intenciones humorísticas. Stross resulta en ocasiones un poco agotador como consecuencia de la acumulación de chistes de estudiantes de ciencias y de algunas anécdotas superfluas que impiden que la trama acabe de arrancar. Tanto es así que llega un momento, como ya me ocurrió con su novela Accelerando, que me dieron ganas de dejarlo. Stross necesita concentrarse más en el ritmo de la narración y contenerse a la hora de hacerse el gracioso. Por suerte, luego la historia remonta y sin ser nada del otro jueves consigue que sonrías y que al final pases un buen rato.

            El libro se completa con otro relato de “La lavandería” titulado La Jungla de cemento, que por lo visto ganó el premio Hugo a la mejor novela corta en 2005. En este relato, que tiene al mismo protagonista, el autor se burla aún más de las luchas de poder que se producen en la agencia de servicios secretos británica y de los excesos burocráticos que entorpecen el funcionamiento de dicha oficina. De este relato lo que más me llama la atención es una de las teorías conspiratorias más locas y maquiavélicas que he leído nunca. Sólo diré, para no desvelar el misterio, que está relacionado con la protección del copyright. En definitiva, una lectura intrascendente, refrescante, divertida y tediosa a ratos que puede gustar a un determinado público.

Así que ya saben, cerebritos en ciernes, mejor dejen quietas “La conjetura de Poincaré” o “La hipótesis de Riemann” y pónganse a ver Master Chef, no vayan a conjurar al mismísimo...
            Ph'nglui mglw'nafh Cthulhu R'lyeh wgah'nagl fhtagn.

lunes, 16 de octubre de 2017

"La carrera" de Nina Allan

"La carrera" de Nina Allan            Cuando me enfrento a este libro apenas conozco nada de Nina Allan. Sé que la nacionalidad de la autora es inglesa y por alguna misteriosa razón también recuerdo que su pareja es Christopher Priest, al que por cierto parece dedicarle la obra. No es mucho, sin embargo el simple hecho de que sea publicado por Ediciones Nevsky constituye suficiente garantía para que le dé una oportunidad.

            Debido a su estructura fragmentaria, La carrera no es una novela fácil de reseñar. En seis capítulos más un apéndice se nos relata la vida de cuatro personajes diferentes lo que ocasiona que la trama quede bastante desdibujada y no resulte sencillo resumirla y aún menos darle una interpretación clara. A pesar de ello he de decir que los dos primeros capítulos me parecieron realmente magníficos, Allan logró conquistarme desde las primeras líneas con su prosa envolvente e intimista. El primer capítulo se desarrolla en una Inglaterra empobrecida y devastada por el fracking, un mundo condicionado por un medio ambiente envenenado debido a la intervención humana, que ha dejado a su alrededor industrias ruinosas y minas abandonadas. En este desalentador entorno se nos cuenta la complicada relación que mantiene la joven Jenna con su imprevisible e impulsivo hermano. Cuando empecé la lectura del libro me chocó en un primer momento el apresuramiento con que se contaba todo lo que iba sucediendo, luego comprendí que quedaba perfectamente justificado por la edad de su protagonista, Jenna, que es también quien narra los hechos. El segundo capítulo es aún mejor, a pesar de la trampa que se descubre nada más comenzar (precisamente ahí, en la trampa, radica la conexión con el capítulo anterior). Su protagonista, Christy, nos vuelve a narrar una difícil situación familiar que parece tener sospechosos vínculos con la historia previa de Jenna: la amenaza una vez más de un hermano que se presiente violento y el vacío dejado por una madre que ha huido dejando a sus dos hijos y a su marido. Allan escribe con sencillez y sensibilidad y parece tener todavía las cosas claras. El siguiente capítulo está dedicado a Alex, y a partir de aquí el libro comienza a decaer. La historia de Alex sirve únicamente para explicar unos hechos que no quedan aclarados en el capítulo anterior. Allan se equivoca al incrustar en la mitad del libro este aburrido relato. La autora podría haberse valido de una forma menos discordante e incluso podía haberlo dejado pasar. Lo cierto es que el dato que se nos proporciona apenas aporta nada y despoja al relato de un misterio que queda bien.
 
            En el resto de capítulos Allan parece perder parte de la inspiración que gozaba  en los precedentes e incluso sus metáforas resultan ser mucho menos acertadas. La historia avanza sin un rumbo claro y la autora no acaba de decidirse entre centrarse en sus personajes o en apuntalar la trama. No todo es desastroso, hay momentos en que la autora recupera su buen hacer, pero la sensación que queda al final del libro es la de que podía haber sido mejor.
 
            Allan parece querer quedar bien con los movimientos más combativos en la actualidad, con el colectivo LGTB, con los grupos feministas, con los que son discriminados debido a su raza y si esto no fuera suficiente nos deja claro su firme defensa del ecologismo. Todo este “buenrollismo” resulta algo forzado y no armoniza con el tono sombrío de la mayor parte de la obra. La idea principal que parece subyacer en todos los capítulos de la novela, la dificultad de comunicarnos con otras especies, queda perdido entre toda esa maraña de personajes y tramas secundarias. Quedémonos con lo que La carrera podía haber sido si Allan hubiera sabido mantener el buen nivel de los primeros capítulos. En cualquier caso una autora a tener presente.