Blog ciencia-ficción

Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia ficción.

Universo de pocos

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jueves, 19 de diciembre de 2019

"La maldición de Hill House" de Shirley Jackson

"La maldición de Hill House" de Shirley Jackson            Los relatos sobre casas encantadas son tan comunes que han llegado a constituir un subgénero dentro del terror. Los edificios abandonados han despertado desde siempre una enorme fascinación, tanto es así que escritores clásicos como Edgard Allan Poe, Lovecraft, Bierce, William Hope Hodgson o Henry James los han utilizado como escenario de algunos de sus relatos. Más tarde, cuando parecía que todo estaba dicho sobre el tema surgieron autores como Shirley Jackson, Richard Matheson, Stephen King y otros para desmentirlo. La maldición de Hill House en su momento supuso un soplo de aire fresco a unos argumentos que habían sido gastados en exceso. Supongo que esta proliferación tiene la culpa de que haya tardado tanto tiempo en leer esta novela, una de las más conocidas de la autora. El buen sabor de boca que me dejó la inolvidable Siempre hemos vivido en el castillo me ha animado por fin a leerla y a desterrar viejos prejuicios. Dicho lo cual he de dejar claro que La maldición de Hill House tiene poco que ver con lo que nos tiene acostumbrado este tipo de novelas.
 
            El doctor en filosofía John Montague, estudioso de lo sobrenatural, decide alquilar Hill House para iniciar sus investigaciones sobre casas encantadas. Su aspiración es obtener datos de  una manera científica y rigurosa con el propósito de publicar después sus conclusiones y ganarse notoriedad dentro de la comunidad científica. Al no encontrar colaboradores dignos de su confianza se pone en contacto con diversas personas que han vivido alguna experiencia paranormal. Nada más consigue interesar a dos chicas, Eleanor y Theodora. La tercera persona que le acompañará durante las investigaciones será el sobrino de la propietaria de la mansión, una condición que se le impone para permitirle utilizar la casa. La primera mitad del libro la invierte Jackson en presentarnos a los cuatro personajes. En un primer momento resultan algo afectados y su comportamiento sobre todo el de los jóvenes parece hasta pueril, pero hay que tener en cuenta que salvo algunas partes concretas del libro el resto es mostrado a través de los imaginativos ojos de Eleanor. A sus algo más de treinta años se ha visto obligada a malgastar  su  juventud cuidando de su anciana madre, algo que no perdona a su hermana. Carente de vida propia, Eleanor se ha convertido en una persona soñadora, frágil y necesitada de amor. El viaje en coche que realiza hasta llegar a Hill House resulta en ese sentido también un viaje introspectivo muy revelador. Su intensa y perturbada vida interior nos hacer evocar en ocasiones a la singular Merrycat de la ya mencionada Siempre hemos vivido en el castillo.

            Por otro lado está la mansión de la que se dice: “Pero una casa arrogante y odiosa, que nunca baja la guardia. Sólo puede ser maligna”. Y poco más adelante: “Era una casa carente de bondad, nunca pensada para que la habitaran, un lugar no apto para personas, el amor ni la esperanza”. A pesar de esta descripción tan poco favorable, curiosamente, los invitados parecen sentirse revitalizados tras pasar la primera noche en Hill House, una percepción que va cambiando a medida que la casa va haciendo notar su presencia. En concreto Eleanor se siente  en el punto de mira de la casa. Sin embargo, para cuando nos damos cuenta Jackson ha trastocado todo. Theodora, su apoyo desde el principio y con la que tan bien congeniaba, deja de ser para ella un ejemplo al que seguir, incluso la casa por la que antes sentía pavor ahora parece atraerla de manera inexplicable. La mente contradictoria de Eleanor es tan inextricable como la casa de Hill House con sus interminables pasillos llenos de puertas.

            Los que esperen sustos como a los que nos tiene acostumbrados el cine de terror  quedarán defraudados. Jackson dosifica el terror, a cambio hace que lo vivamos como si fuera en nuestra propia carne y para ello en lugar de mostrarnos con detalle la causa del miedo nos describe las emociones que provoca en los personajes. La novela está además salpicada de espléndidas escenas humorísticas que ya de por sí merecen la pena, sobre todo cuando la señora Dudley o la señora Montague hacen aparición.

            La casa no acabará ardiendo como suele ocurrir en tantas películas. La compleja arquitectura con su pavorosa fachada y sus paredes de ángulos imposibles permanecerá en pie muchos años más. Como Eleanor no se cansa de repetir: “El viaje termina cuando los amantes se encuentran”. El círculo queda cerrado en un desenlace difícil de olvidar y que nos dejará muchas preguntas, para algunas de la cuales dispondremos de más de una respuesta mientras que para otras carecemos del todo de una. De lo que no cabe duda es de la sensación de desamparo y zozobra que nos deja. La maldición de Hill House, sin ser una obra tan redonda como  Siempre hemos vivido en el castillo, merece plenamente la consideración que se ha ganado.

martes, 10 de diciembre de 2019

"El don de las piedras" de Jim Crace

"El don de las piedras" de Jim Crace            Debido a que la ciencia-ficción que se publica últimamente en las colecciones dedicadas al género no me atrae demasiado, me he decidido a picotear por otros lugares y rebuscando entre las librerías he descubierto esta pequeña joya publicada por  Hoja de lata. Se trata de un libro bellamente editado y con una traducción excelente de Pablo González-Nuevo.

            A decir verdad la historia que se narra en El don de las piedras es de una sencillez y de una sobriedad llamativas, lo que sucede se podría resumir en un par de líneas, sin embargo, el autor lo hace con una elocuencia, una emoción y una capacidad para la sugerencia que logra que el relato trascienda a los hechos que se narran. La historia se sitúa a finales del paleolítico superior, poco antes de la llegada de la edad de bronce. Su protagonista, del que nunca llegamos a saber su nombre, pierde un brazo debido a un flechazo al principio de la novela, un hecho infortunado que marcará por completo su vida. Vive en una aldea, que se dedica por entero a trabajar la piedra que extraen de las canteras cercanas y cuya población se enorgullece de labrar las mejores piedras para hachas, cuchillos, flechas y otros utensilios de la zona. Esta ocupación a la que se entrega la mayor parte de los aldeanos se torna en ocasiones obsesiva. Con la traba que supone tener un sólo brazo el muchacho no puede participar en la próspera empresa y excluido  por todos pasa el tiempo cogiendo vieiras con los pies en la costa cercana. Una mañana avista un velero, lo que le impulsa a alejarse de la aldea más que en otras ocasiones. Días después cuando regresa decide contar sus andanzas. Su relato tiene tanto éxito que decide primero adornarlo, después exagerarlo y finalmente inventarse la mayor parte de él. Pronto se da cuenta de que así como los demás poseen la habilidad de extraer las mejores vetas de la piedra y labrarlas con paciencia, él tiene facilidad para dar forma a las palabras, de unirlas y construir relatos con los que cautivar a sus oyentes. Sus historias se van volviendo cada vez más fantásticas y las reinventa sobre la marcha en función de la reacción del público en cada momento: adulto, femenino, masculino o infantil. Como en toda sociedad por primitiva que sea, los habitantes de la aldea necesitan evadirse de sus deberes y soñar en mundos de maravilla y magia, y nuestro protagonista tiene sueños para todos. El hecho de que la mayor parte de lo que cuenta sea mentira no les importa pero a nosotros, lectores de El Don de las piedras, nos complica un poco las cosas y no nos pone fácil discernir entre lo que es cierto y lo que no. Crace, muy acertadamente, con el fin de afianzar la historia y para que no se convierta en un ejercicio vacío de espuma evanescente convierte a la hija del protagonista también en narradora de manera que dispongamos de algunos agarraderos firmes que nos permitan avanzar en la narración sin perdernos. Así y todo será tarea del lector decidirse por alguna de las muchas alternativas que se le ofrecen.

            Con su engañosa sencillez El don de las piedras es mucho más de lo que aparenta. Un relato sobre lo que la imaginación puede aportarnos frente a lo material, una historia de amor insólita y también sobre las diferentes caras que puede adaptar la realidad a través de la literatura. Todo ello envuelto en una escritura poderosa y expresiva:
           "Lo primero que notó mi padre fue el hedor. El brezo – empapado y amarilleado por el invierno – sudaba ahora bajo el sol. Olía a fruta podrida, a cerveza, a aliento de vaca. La tierra se tiraba pedos, eructaba con cada paso que uno daba sobre ella, su forúnculo había estallado, se había vuelto salobre y blanda y rezumaba savia, pus y ñanga."

            Jim Crace es un autor británico poco conocido y cuya obra la editorial Hoja de lata parece querer recuperar. Además de El don de las piedras ha publicado Cosecha, finalista del Booker Prize en 2013 y que dicen es su mejor novela. Yo les animo a leer este breve pero hermoso libro.

lunes, 25 de noviembre de 2019

"Máquinas como yo" de Ian McEwan

"Máquinas como yo" de Ian McEwan            Tenía confianza en que algún día Ian McEwan, tal y como hicieron Margaret Atwood o Kazuo Ishiguro, escribiera una novela de ciencia-ficción. Supongo que es un sueño frecuente entre muchos lectores del género, que nuestros escritores favoritos “mainstream” se atrevan a abordar el género. McEwan ya había demostrado un gran interés por la ciencia en novelas anteriores como por ejemplo en Solar y ahora en Máquinas como yo da un paso más y además de reafirmarse en esa fascinación incluye elementos claramente pertenecientes a la ciencia-ficción como son la ucronía y los robots.
            Las primeras páginas no dejan lugar a dudas de que estamos ante una realidad alternativa, Alain Turing no se ha suicidado, Heller es conocido por una novela titulada Catch-18, Orwell por  El último hombre de Europa y Fitzgerald por The High-Bouncing Lover. Ninguna de estas novelas existe, al menos no con ese título, aunque muy bien podrían haberlo hecho. Realmente se trata de las primeras opciones que manejaron los célebres autores a la hora de titular los libros que finalmente serían conocidos por Catch-22, 1984 y El gran Gatsby.  La acción sucede en los años 80, Thatcher acaba de enviar un destacamento a las islas Malvinas, y la informática gracias a Turing ha avanzado hasta el punto de que existen en el mercado los primeros humanos artificiales.

            El protagonista, Charlie Friend, un tipo de treinta años con estudios de antropología  que vive de realizar pequeñas inversiones por internet, se deja llevar por su pasión por la tecnología e invierte las 86.000 libras que ha heredado de su madre en comprar uno de los 25 androides puestos a la venta en el mundo. En el fondo sabe que es una mala decisión pero sigue adelante en un empeño en el que acaba involucrando a su vecina, Miranda, de la que se siente enamorado. El triangulo está servido y a partir de aquí McEwan, experto en crear dilemas morales, construye la trama para que los protagonistas (y de paso los lectores) tengan que darse de bruces con ellos. Hay momentos en que no sabemos muy bien a dónde nos quiere llevar, en los que McEwan parece jugar al despiste, ¿por qué le da tanta importancia a un niño que es reñido en un parque por su madre?, ¿qué oculta Miranda?, y ¿qué tiene todo eso que ver con Adán, el humano artificial que Charlie ha comprado? Hay un momento incluso en el que el protagonista está esperando en la consulta del médico a ser atendido y su vista se fija en un anuncio en la pared para la prevención de resfriados, lo que de manera inesperada permite a McEwan realizar una interesante digresión sobre Antonie Van Leuwenhoek (un comerciante de Delft, constructor a su vez de  microscopios muy adelantados a su tiempo que le permitieron  observar por primera vez una bacteria) y sobre la endogamia de la medicina de la época, ciega a otras disciplinas. El escritor británico exhibe un inusitado didactismo, sus disertaciones desde mi punto de vista, sin embargo, no perjudican en exceso el ritmo de la trama sobre todo porque sabe dotarlas del suficiente atractivo. La decisión de situar la novela en una Gran Bretaña alternativa no creo que sea  arbitraria, le brinda la ocasión de introducir un personaje de la categoría de Turing y de imaginar además un Reino Unido igual de convulso y dividido que el actual ante el Brexit. Aunque el camino seguido sea diferente las consecuencias podrían ser las mismas, podría querer advertirnos el autor.

            Las decisiones que toman Charlie y Miranda, muchas veces siguiendo los consejos de Adán, les llevan a enfrentarse con sus propias contradicciones. Adán demuestra una inteligencia superior en muchos aspectos y aunque la mayoría de las veces lo tratan como a un ser humano más, su manera de pensar, su estricta defensa de lo que es justo y de la verdad los lleva definitivamente a relegarlo a la categoría de objeto. Al final lo que nos hace humanos no es sólo nuestra inteligencia ni tampoco nuestras emociones, el androide posee ambas, sino lo que en definitiva nos distingue de alguien como Adán es saber vivir con nuestras propias contradicciones sin volvernos locos. La novela comienza con una cita de Kipling extraída de El secreto de las máquinas, muy esclarecedora de lo que nos vamos a encontrar más adelante:

            “Pero recordad, por favor, la Ley conforme a la que vivimos; no estamos hechos para entender una mentira...”

            Concluyendo, una novela inteligente, que plantea cuestiones excitantes sobre el futuro y sobre el presente de la humanidad que creo que gustará tanto a los que leen habitualmente ciencia-ficción como a los que no.

martes, 12 de noviembre de 2019

"El mundo que Jones creó” de Philip K. Dick

"El mundo que Jones creó” de Philip K. Dick            Imaginen un mundo en el que el mar está infestado de criaturas gelatinosas que las olas arrastran hasta la orilla, imaginen que el hombre más poderoso de la tierra realiza sus comunicados a través de un sistema que admite sólo un máximo de 280 caracteres, imaginen un mundo en el que Holanda alcanza los cuarenta grados de temperatura o en el que se realizan propuestas para los concebidos no nacidos. Y puestos a imaginar, imaginen que en ese mundo improbable hubo una vez un autor de ciencia-ficción, un escritor conocido sólo por los aficionados al género que al comienzo de su carrera intentó publicar fuera del género y que creyó ver a Dios al final de su vida. Imaginen además que muchos años después de su muerte alcanza tal éxito que su obra es adaptada de manera habitual tanto al cine como a la televisión. Imaginen que se llama Philip K. Dick.
            Ahora imaginen un mundo en el que rige un relativismo forzoso, en el que realizar afirmaciones que no son objetivamente verificables supone un delito. En esa sociedad dirigida  por el  “Manual de relativismo” de Hoff,  decir algo así como que las aceitunas tienen un sabor terrible podría ser punible según la ley (ejemplo extraído de la novela). Ahora supongan que en ese mundo surge un hombre capaz de ver parte del futuro y de poner en duda el relativismo perceptivo. Un mundo así es el que Philip K. Dick habría podido imaginar en una de sus primeras novelas cuyo título podría haber sido El tiempo doblado. Un libro en el que el autor anticiparía muchos de los temas que le obsesionarían a lo largo de su vida, entre los que podríamos destacar el cuestionamiento de la realidad, la reiterada sospecha de vivir una farsa. Un buen ejemplo de ello sería el pequeño mundo hecho a medida para unos humanos genéticamente modificados que se describe. Se trata de un mero aperitivo de lo que encontraremos, aunque mucho más desarrollado, en futuras novelas como Ubik, Tiempo desarticulado u Ojo en el cielo por mencionar algunas. El libre albedrío, otro de los temas habituales en la obra de Dick, es escenificado a través de Jones, un “precog” capaz de ver el futuro con un año de anticipación; un personaje mesiánico que prefigura a otros como el Palmer Eldritch de Los tres estigmas de Palmer Eldritch o el Wilbur Mercer de ¿Sueñan los androides en ovejas eléctricas? Por último, uno de los temas más frecuentes dentro de su bibliografía como es el uso de las drogas juega en la novela un papel mucho más reducido que el que le dedicaría en libros posteriores. Como en toda obra primeriza los resultados no serían los óptimos. Las elipsis son demasiado abruptas, algunas escenas parecen innecesarias mientras que otras merecerían un mayor desarrollo haciendo que la trama resulte algo deslavazada; imperfecciones  que no explicarían su olvido frente a otras novelas no por más conocidas mejores. En su favor hay que decir que ésta cuenta además con un final irreprochable.
            Volvamos a ese mundo que hemos imaginado al principio y sigamos elucubrando. En  ese mundo podría muy bien existir un blog, modesto claro está, con una reseña del mencionado libro. Sin embargo, yo soy real, o eso creo al menos (supondría una enorme frustración descubrir a estas alturas que no lo soy), y estoy seguro de haber leído una novela como ésa. No suelo consumir drogas y muchos menos la Can-D o la Chew-Z que alteran peligrosamente el sentido de la realidad. Tal vez me halle en un estado de “semivida” aunque no recuerdo haberme topado con mensajes subliminales anunciando aerosoles extraños entre mis notas ni en la pantalla del ordenador. En la confusión que vivo apenas estoy seguro de nada, pero que dios me libre de discutir sobre ello con la puerta que acaba de cerrarse de golpe, espero que debido a una corriente.
            Lector, estás de suerte, el libro existe y ha sido publicado por Minotauro con el título más ajustado al original de El mundo que Jones creó. El tiempo doblado no es más que el título de la primera edición en español en 1960. Por lo tanto, si has leído esta reseña es que estamos en la misma realidad y Dick vive.
Notas: La Can-D y Chew-Z son drogas que alteran la percepción de la realidad en la novela “Los tres estigmas de Palmer Eldritch”. El estado de “semivida” aparece en “Ubik. También es en Ubik que el protagonista, Joe Chip, mantiene una breve discusión con su puerta cibernética.

martes, 29 de octubre de 2019

"Amor de monstruo” de Katherine Dunn

"Amor de monstruo” de Katherine Dunn            Lo primero que me vino a la cabeza cuando comencé Amor de monstruo fue el conocido clásico del cine La parada de los monstruos (Tod Browning, 1932). Ambas historias comparten escenario, una feria que recorre EE.UU y unos personajes deformes nada convencionales, sin embargo lo hacen con un propósito diferente. La emisión de la película  no estuvo libre de polémicas pues mostraba abiertamente las deformidades (las malformaciones de los intérpretes eran reales). El blanco y negro de la fotografía y la sobria puesta en escena  acentuaban el efecto, de manera que el contraste entre las criaturas monstruosas y la inocencia que mostraban ante las cámaras era muy llamativo. Durante toda la cinta los monstruos parecen más compasivos y humanos que el resto de personajes (aunque esto se rompe en el tramo final). En pocas palabras: los malos de la película son los normales. En el libro que nos ocupa los monstruos no son tan inocentes ni tan bondadosos, sus almas parecen regirse por las mismas ambiciones y mezquindades que cualquiera o quizás por más.
            “Ellos no pedían haber nacido, pero lo han hecho, por un azar de la naturaleza podíamos haber sido como ellos”, se dice en la película de Tod Browning. Los vástagos de la familia Binewski, protagonistas de Amor de monstruo, no pueden decir lo mismo, sus progenitores, Al y Lily, hicieron cuanto estaba en sus manos para que sus hijos nacieran con una alteración que los distinguiera de los “normas”, que es como se refieren a los que no son como ellos. Ambos pretendían de esa manera tan cuestionable asegurarles un empleo y un provechoso futuro dentro de la feria ambulante. Para ellos la anormalidad, lo monstruoso, no supone una desventaja, más bien todo lo contrario, permite que destaquen frente a la uniformidad y vulgaridad del mundo exterior. Oly  Binewski, una de las hijas, será la que nos revele sin prisas la historia de la insólita familia. Aunque es enana, albina y jorobada sus defectos físicos no poseen la excelencia de las de su hermano Art por lo que se dedica a limpiar y ayudar al resto de miembros de la familia. Duerme debajo del fregadero y se siente tan poca cosa al compararse con Elly e Iphy, sus hermanas siamesas, o con el mismo Art, “Aqua boy”, que la mayoría de las veces se limita a obedecer y ser testigo de los hechos. Por otro lado, el hecho de no destacar la pone a salvo de las manipulaciones de Art. Él es la estrella de la feria y es capaz de cualquier cosa por seguir siéndolo. Oly lo ama con abnegación y su amor incestuoso es lo que le permite llevar el día a día y perdonárselo todo.

            El libro fue publicado por primera vez en 1989 con gran éxito de ventas y acabó convirtiéndose en una obra de culto en parte gracias al interés que suscitó entre personalidades  como Tim Burton, que compró los derechos, o Terry Gillian que también quiso adaptarlo al cine. En España fue publicado en 1991 con el curioso título de Amor profano pero el libro llevaba tiempo descatalogado. Series como Carnivale, American Horror Story y un público en España deseoso por hallar nuevos contenidos parecen haber despertado el interés por el libro de Dunn.  Desde luego Amor de monstruo no es una novela convencional y puede que escandalice a muchos, pero a los que no les moleste indagar en los aspectos más sórdidos y retorcidos de la vida humana y disfruten del humor escatológico les encantará. Dunn hace gala de una gran y retorcida imaginación por lo que la vida de la familia Binewski resulta apasionante y siempre sorprendente. La novela funciona en ese sentido como una de esas ferias de los horrores que describe en la que vamos de asombro en asombro, y  cuando creemos que ya no puede haber nada que supere lo que hemos visto surge tras la esquina una nueva atracción más impactante que la anterior.

            No todo es positivo. En la novela se producen extraños cambios de estilo o de perspectiva; no son muy frecuentes pero hay párrafos que dan la impresión de haber sido escritos por otra persona. El resto del texto está narrado con una prosa límpida y expresiva de la que cabe destacar unos diálogos de enorme viveza. También es cierto que el final resulta un tanto brusco, pero el libro es tan bueno que eso apenas importa. Depravada a la vez que tierna, obscena y sensible, desagradable pero hermosa, sexual y romántica; Amor de monstruo es un compendio de lo peor pero también de lo mejor que posee el ser humano. Y como diría Javier Gurruchaga: señoras y señores... monstruos y monstruas pasen y lean.

lunes, 14 de octubre de 2019

"Buscando a Jake y otros relatos” de China Miéville

"Buscando a Jake y otros relatos” de China Miéville            Aunque bien podría ser el reclamo de un anuncio de perfume masculino, bajo este título  se presenta el primer libro de relatos que publicó el escritor británico China Miéville. Un autor ya conocido incluso fuera del ámbito de la literatura fantástica y que ha sido merecedor de los premios más importantes: el  Premio Arthur C. Clarke en tres ocasiones, el Premio Británico de Fantasía dos veces, el Locus de Fantasía cuatro veces; en fin no está mal para tener 47 años. Cada libro de Miéville, que ya no se prodiga tanto como antes, es esperado siempre con gran expectación y su obra parece inspirar a muchos nuevos autores. Mi experiencia literaria con Miéville ha sido un tanto desigual. Hay libros suyos como la Ciudad y la ciudad que considero espléndidos, otros como La estación de la calle Perdido cuya primera parte me parece fascinante pero que se malogra al final y otros como Embassytown con ideas excitantes pero empañado por un desdibujado protagonista.

            Acompaña al libro un revelador prólogo de Cristina Jurado que yo recomiendo leer al final, no porque se destripe nada que impida el disfrute de los relatos, sino para poder disponer de suficientes elementos de juicio al hacerlo.

            El relato con el que arranca se titula precisamente Buscando a Jake y en él se nos describe un Londres apocalíptico bastante atípico. La gente desaparece inexplicablemente de las calles y en ese escenario de calles fantasmales el protagonista busca a su amigo que se llama Jake, nombre éste que los más avispados habrán inferido de inmediato. Lo mejor es la atmósfera de desolación y extrañeza que logra conferir Miéville; lo peor, el desenlace.

            Cimiento es un relato de un hombre atormentado por los horrores de la guerra. La culpa por lo que hizo le persigue y los edificios con sus susurros parecen pedir tributo. Miéville logra impregnar el texto de un desasosiego casi insoportable. Los cimientos a los que se refiere el título y sobre los que se sustenta nuestra civilización son los millones de cadáveres que fueron necesarios ser sacrificados para llegar a donde estamos.

            El parque de Bolas está escrito en colaboración con Emma Biecham (su pareja) y Max Shaefer. Se trata de una narración de fantasmas bastante convencional y lo único que la aleja de otras historias parecidas es que está situada en una especie de tienda de IKEA y de que está dotada de una manifiesta carga crítica.

            Con este larguísimo título, Informes sobre diversos sucesos acaecidos en Londres, el autor británico demuestra que además posee sentido del humor, algo que muchos ni siquiera sospechábamos. Unos documentos llegan  por equivocación a su protagonista, que no es otro que Miéville. De ellos se desprende que existe un grupo secreto que investiga calles fantasmas que aparecen y desaparecen. Una historia tan singular como divertida.

            En Familiar un mago se despreocupa de la criatura que ha creado y deja que vague por un Londres lleno de posibles recursos. En su deambular por las calles aprovecha todo lo que encuentra para mejorar su proteico cuerpo, desde las patas de un pájaro hasta un paraguas abandonado. Si no recuerdo mal en su novela La estación de la calle Perdido aparecía un monstruo muy semejante. En unos dibujos animados habría quedado mejor.

            La idea de las vermipalabras que originan Entrada extraída de una enciclopedia médica es brillante y Miéville la sabe aprovechar. Un relato breve pero intenso contado a través del extracto de una enciclopedia.

            Detalles es uno de los relatos que más me han gustado. No sabría decir muy bien por qué la historia del muchacho que deja comida a la puerta de una anciana a la que nunca ve consigue conmoverme, puede que sea la atmósfera de misterio que la alienta. El tema de la existencia de una realidad que no todos vemos es muy querido por Miéville.

            Mensajero no le va a la zaga. Una historia digna de Philip K. Dick con un personaje que recibe mensajes por los medios más insospechados y cuyas dudas por hacer lo correcto lo arrastran al borde de la locura.

            Cielos diferentes es un relato “lovecraftiano” en el que Miéville sustituye a los habituales monstruos por unos terrores muy diferentes. Lo que realmente asusta a un viejo puede ser sorprendente. Una vez más lo mejor es el clima que logra crear el autor.

            En Acaba con el hambre Miéville la emprende contra la hipocresía que hay tras muchas  campañas humanitarias de empresas y ONG. Se trata de un relato bienintencionado pero que carece de matices, de buenos y malos, que suena a ya visto.

            Noche de paz es un insólito relato de navidad, de una navidad bajo la dictadura de las marcas registradas. Divertido, ingenioso y cáustico. Se trata de un alegato contra la tiranía del capitalismo al que parece nos vemos abocados.

            Jack trata de la manipulación, una historia que nos quiere dar a entender que los que están por encima, los que poseen el poder manejan todos los hilos aunque a veces creamos que no es así.

            El azogue es el más extenso de los relatos pero no por ello el mejor y al que le ocurre  como a algunas de sus novelas, que por algún detalle no acaban de cuajar. La idea surge de un texto de Borges: “La fauna de los espejos”, que es citado al final. Posee algunos pasajes magníficos de un terror absoluto y unas imágenes de un Londres apocalíptico difíciles de olvidar, sin embargo además de un final decepcionante la historia chirría al adoptar recursos típicos del género de la ciencia-ficción para luego apartarse de algunos de sus convenios. ¿Por qué justificar fantasías imposibles mediante explicaciones dentro del marco de la ciencia?

            Buscando a Jake y otros relatos nos brinda la ocasión de ver cómo se maneja Miéville en las distancias cortas. Se trata de un escritor que se apoya en gran medida en una cuidada ambientación, en la creación de un clima de inquietud, algo que en un primero momento podría hacernos pensar que está reñido con la concreción que exige el cuento; sin embargo su prosa sugerente logra superar este obstáculo. Además el cuento permite que su gran imaginación vuele aun con mayor libertad. En este libro se encuentran muchos de los temas que nutrirán sus futuras novelas: la denuncia del capitalismo, la relación entre arquitectura y psique, las realidades ocultas, las conspiraciones de los poderosos, el horror, los monstruos de la mente y el anhelo permanente de expandir el género fantástico.

            Una estupenda oportunidad de conocer a un autor nada convencional que abre nuevas puertas a un género que lo necesita con urgencia, no se lo pierdan.         

lunes, 30 de septiembre de 2019

"De la carne” de Santiago Eximeno

"De la carne” de Santiago Eximeno            Hacía tiempo que tenía curiosidad por leer algo de este autor. La oportunidad surgió este verano cuando en la librería Espai 14 de Mahón me encontré con un ejemplar de De la carne. Me llamó la atención que el prólogo estuviera fechado en Menorca, isla en la que no vivo pero a la que me siento unido desde la infancia. “Impresiones privadas”, una editorial formada por un grupo de amigos que no veía otra manera de dar a conocer su obra, lo ha publicado.

            Eximeno parece haberse especializado en el relato de terror y aunque en el libro podemos encontrar cuentos fantásticos, de ciencia-ficción e incluso algún que otro realista todos resultan a su manera perturbadores, incluso espeluznantes. Se le nota cómodo con el terror. Eximeno se maneja con soltura y parece conocerse al dedillo los recursos del género, tanto es así que la mayoría de los relatos dan la impresión de haber sido escritos con una enorme facilidad. Comentaré sólo algunos de ellos.

            El abrazo es un buen ejemplo de lo que escribe Eximeno. Parte de una idea extraña, en este caso un insólito implante que sustituirá los pulmones de una mujer enferma, para contar una inusual historia de relaciones familiares. Sobrecogedor.

            Mesa es otro de los relatos que quedan fijados en la memoria. Eximeno se atreve con una idea arriesgada y sale bastante airoso del trance. Echo de menos una explicación de cómo se ha llegado a ese absurdo pero la originalidad de la propuesta sirve para compensar la falta.

            Acéphale es uno de los relatos más largos del libro. En esta ocasión Eximeno no parte de una premisa original como en otras ocasiones pero el relato está bien escrito y se lee con agrado. El título del cuento hace mención a una sociedad secreta fundada por el escritor George Bataille. No son necesarios elementos fantásticos para arrastrarnos hasta un final oscuro como los que le gustan al autor.

            No te olvides de darle cuerda es un pequeño y delicioso cuento como los que nos contaban de pequeños y cuya gracia estriba en su sencillez más que en su originalidad.

            Last exit for the lost es un relato distópico con un tono muy similar a otras dos narraciones incluidas en el libro: ¡Estamos embarazados! y Miembros de la compañía. La primera se desarrolla en Marte y es además una historia de feroz supervivencia pero en las tres  nos encontramos con sociedades muy condicionadas por sus leyes y gobiernos. En una impera un comunismo despiadado, en otra se promueve una humanidad sin emociones y en la última nos hallamos con un futuro desolador en que todo es comerciable. Podría argüirse que se ciñen demasiado al esquema típico de utopía clásica y que resultan demasiado obvios.

            En Noverim Te (del latín déjame conocerte) Eximeno se inventa una mitología con un monstruo hediondo llegado de no se sabe dónde, que a pesar de lo peligroso y repulsivo que es a atrae a masas de turistas del mundo entero. La economía del país depende de ello y el gobierno no se detiene ante nada para mantener apaciguada a la bestia y obtener beneficios. Eximeno también aprovecha para burlarse del turismo masificado y de ciertos turistas que pagan por ver cualquier cosa. 

            Eximeno es un buen artesano, un buen contador de historias y se nota que disfruta poniendo sobre el papel las muchas ideas que se le ocurren. No es fácil escribir un libro de relatos que sea del todo redondo. Por lo general suelen ser irregulares y contienen relatos muy buenos alternando con otros que son prescindibles. También puede ocurrir que después de leer unos cuantos acabemos por descubrir la formula o pautas que acostumbra a utilizar el autor, y algo de esto último ocurre en De la carne de Santiago Eximeno, que por lo demás se lee con agrado y nunca aburre, lo que ya es bastante.

martes, 17 de septiembre de 2019

"Anatomía de un jugador” de Jonathan Lethem

"Anatomía de un jugador” de Jonathan Lethem            “Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia-ficción”, reza la cabecera de este blog. Los que lo siguen saben que esto no es cierto y que en este blog he reseñado muchas veces novelas que no pertenecen al género. Escribí esa cabecera por el cansancio que me producían las interminables y desde mi punto de vista estériles discusiones motivadas sobre si el término ciencia-ficción era el más adecuado o no. Claro que entonces no se hablaba todavía del famoso “procés” y mi grado de tolerancia no se había tensado hasta los niveles actuales. Todo esto viene a cuento de que las últimas novelas que he reseñado tienen más bien poco de ciencia-ficción. Anatomía de un jugador utiliza un elemento, sólo uno, característico del género como es la telepatía pero no creo que eso convierta la novela en ciencia-ficción. La razón de esta traición al lema del blog es que a pesar de la cantidad de libros que se publican del género en España, últimamente me atraen más las novelas que tienen una relación sutil con él, eso que en estos tiempos en que hay un nombre para todo (generalmente en inglés) se llama “slipstream”. Este término como sabrán se debe a Bruce Sterling. Aquí tienen una lista de ejemplos elaborada por él mismo y Lawrence Person: http://home.roadrunner.com/~lperson1/slip.html.
 
            Lo cierto es que Jonathan Lethem empezó escribiendo ciencia-ficción. Sus primeras cuatro novelas: Gun, with Occasional Music (1994), Amnesia Moon (1995), Cuando Alice se subió a la mesa, 1997) y Paisaje con muchacha (1998) lo son sin lugar a dudas. Las dos primeras siguen inexplicablemente sin ser publicadas en España. Lethem es un autor siempre interesante aunque su búsqueda por encontrar nuevos caminos y renovar géneros populares lo coloque muchas veces en un difícil equilibrio que lo hace bascular entre los sublime y lo grotesco como ocurría en Chronic City, última novela que había leído hasta el momento. En Anatomía de un jugador el autor se muestra algo más contenido, lo que lo aleja de la extravagancia de la novela antes mencionada, pero que por otro lado hace que en ocasiones la novela se haga menos entretenida.

            El protagonista, Alexander Bruno, es un profesional del backgammon, cuya capacidad de leer la mente de sus adversarios le hace imbatible y le ha permitido hasta ahora vivir de una manera desahogada. Sin embargo, desde hace un tiempo una mancha ha comenzado a nublar su campo de visión poniendo punto final a su buena racha. Finalmente Bruno acaba siendo hospitalizado y sólo un excéntrico cirujano en California está dispuesto a extirparle el tumor que causa la mancha. A lo largo de la novela Bruno se encuentra con personajes muy diversos, desde el ya mencionado cirujano que cambia su rostro, hasta un antiguo compañero del instituto que ha prosperado inesperadamente, pasando por el encargado iconoclasta de una hamburguesería, una prostituta alemana y la imprevisible novia de su amigo del pasado. Bruno parece ejercer una profunda atracción sobre todos los que le rodean, algo que lejos de proporcionarle una ventaja acaba jugando en su contra y provocándole todo tipo de penalidades. Tanto es así que, sobre todo al final de la novela, resulta un tanto desesperante ver al protagonista caer cada más vez bajo sin que acabe  de reaccionar.

            Aunque el backgammon sea una parte importante de la historia (incluso la numeración de los capítulos está relacionada con el juego) no es necesario estar familiarizado con sus reglas para disfrutar de la novela. La tensión del juego está bien narrada y el autor se las arregla para que las partidas resulten emocionantes. El problema de la novela está en su irregularidad, y es que se alternan momentos brillantes por los que compensa leer el libro con otros en los que apenas sucede nada y que tienen poco interés. Uno de los más brillantes y en los que Lethem se luce realizando una difícil fusión entre lo más hilarante y lo más desagradable es la escena de la operación quirúrgica  a ritmo de Jimmy Hendrix. Merece la pena.

            En las críticas se habla de que el tema del libro es la identidad, y puede que haya bastante  de cierto en ello. En la novela nadie parece ser lo que aparenta, empezando por su protagonista, y cuando llegamos a su tramo final el texto nos impele a preguntarnos cuántos Brunos existen o han existido en realidad. ¿Somos como nos ven los demás, como creemos ser o como queremos que nos vean los demás? Y puestos a hacernos cuestiones trascendentales, ¿este humilde blog trata sobre ciencia-ficción o sobre cualquier otra cosa? ¿Se puede acabar así una reseña?

domingo, 14 de julio de 2019

"Nueve cuentos malvados” de Margaret Atwood

"Nueve cuentos malvados” de Margaret Atwood            Al final los cuentos de este nuevo libro de Margaret Atwood han sido menos malvados de lo que me esperaba. Lo cierto es que Nueve cuentos malvados ha sido un poco menos de todo, menos emocionante, menos excitante y menos fantástico de lo que pensaba que me iba a encontrar. También hay algo menos de acción de la deseada, aunque esto queda plenamente justificado por la elevada edad de sus protagonistas.

            Con lo que si me he topado es con descripciones muy detalladas de personajes, sobre todo  de su forma de ser. Atwood no deja ningún rasgo, característica, manía a la imaginación del lector. Sabemos cómo les gusta vestir, lo que comen, su filias, sus fobias, su relación con la familia, su pasado o si les pica el cuero cabelludo. En cualquier caso hay que reconocer que Atwood escribe muy bien y lo que en otro escritor resultaría imperdonable se hace más o menos llevadero gracias a la sutil ironía, al afilado humor y a la lucidez de la canadiense. Los retratos de los tipos humanos que realiza son perfectos y seguramente habrá muchos lectores que disfruten con este tipo de literatura.

            Los tres primeros relatos del libro Alphinlandia, El aparecido y La Dama Oscura  giran alrededor de una escritora exitosa creadora de un mundo fantástico llamado Alphinlandia. Sus novelas parecen desarrollarse en ese universo fantástico en el que vuelca parte de su vida real. Amigos, amantes, enemigos del mundo real lo habitan y la autora aprovecha para vengarse a su manera de ellos. El relato tiene detalles interesantes y se ve que Atwood disfruta describiendo a sus protagonistas pero lo cierto es que se me ha hecho pesado a ratos.

            Una impresión muy diferente me ha provocado Lusus naturae. Se trata de un relato de vampiros muy breve, escrito de una manera racional, y que contrasta precisamente por su concisión frente al resto de relatos. Narrado en mi primera persona es uno de los más logrados.

            El novio liofilizado parte de una idea interesante y el relato está bien resuelto, pero de nuevo queda deslucido por el excesivo detallismo con que se retrata a los personajes, lo cual entorpece el discurrir de la trama.

            En Sueño con Zenia, la de los colmillos rojo brillante Atwood recupera antiguos personajes de una de sus novelas La novia ladrona; hombres y mujeres de cierta edad por los que me cuesta interesarme. Algunos golpes de humor propios de Atwood logran relanzarlo.

            En La mano muerta te ama el protagonista vuelve a ser un escritor, en este caso de novelas de terror. Un éxito temprano e inesperado le persigue durante toda su vida. Atwood se burla de los best seller de terror y de las rebuscadas interpretaciones que realizan los críticos  de una novela escrita en tres semanas y que según su propio autor “fue inspirada por una musa casposa, hortera y folletinesca”. Divertido y mordaz a la vez.

            Colchón de piedra es un entretenimiento policiaco de la autora con una venganza y un crimen perfecto de por medio.

            A la hoguera con los carcamales es un distopía tan sugestiva como  inquietante por lo real que resulta. Está protagonizada por una anciana que vive en una residencia y que padece el síndrome de Charles Bonnet, que le hace ver enanitos. En el exterior un gentío proclama que ha llegado su hora. Bien contada y con unos estupendos protagonistas.

            Los relatos que integran Nueve cuentos malvados son sobre todo concienzudos retratos de personajes. Atwood se propone que sean de carne y hueso, y a mí parecer invierte un exceso de recursos para su construcción, lo que va en detrimento del ritmo narrativo. Algunos de los tipos humanos (sobre todos los de los ancianos) se repiten y tengo la sensación de que las reflexiones sobre la vejez, sobre el absurdo que rodea al éxito literario o sobre el feminismo que vierten son las de la propia Atwood. Humor, ironía, lucidez pero también, ¿por qué no decirlo?, una pizca de decepción.

lunes, 17 de junio de 2019

"Zombi” de Joyce Carol Oates

"Zombi” de Joyce Carol Oates            Cuesta creer que una mujer de físico frágil y con aspecto inofensivo como Joyce Carol Oates sea capaz de escribir una novela tan dura como Zombi. Ya en otros relatos Oates había dado muestras de poseer una imaginación tortuosa y siniestra a la que no le importa escarbar en los lodazales más inmundos del alma humana pero en esta novela se ha superado con creces. Zombi nos introduce en una mente desquiciada capaz de los actos más atroces y Oates consigue, aunque nos resistamos, que nos convirtamos en Quentin P, y les aseguro que no resulta nada agradable.

            Existe una edición en castellano de Nuevas Ediciones de Bolsillo del 2003 de esta novela que casualmente estuve buscando hace un año sin éxito. Por suerte La Biblioteca de Carfax lo ha vuelto a publicar este año poniendo fin a mi búsqueda. Me llamaba la atención que una autora del prestigio de Oates hubiera escrito sobre zombis, algo que el título parecía sugerir. Los que como yo lleguen a la novela con esa idea puede ser que se lleven una decepción, porque no aparece un sólo muerto viviente. El zombi del título no deja de ser un proyecto delirante de su trastornado protagonista, un joven de treinta y un años que desea crear una especie de esclavo para que le obedezca en todo y satisfaga sus necesidades sexuales. Llegados a este punto en que en lugar de un zombi tenemos un psicópata sexual y asesino en serie, podríamos pensar que nos hallamos ante una más de las muchas historias que se han publicado, y sobre todo filmado, sobre el tema, sin embargo Oates opta por aproximarse al tema de una manera distinta. No hay una intriga policiaca para descubrir al criminal, sabemos quién es desde el principio, tampoco hay un experto Morgan Freeman en mentes trastornadas que gracias a su sagacidad prediga sus pasos. Sólo tenemos a un vulgar psicópata, Q_ P_ , siglas con las que aparece en el libro, que intenta sobrevivir y esconder sus perversiones al mismo tiempo que practicarlas. El gran reto de Oates reside en contarlo todo desde su punto vista, en meternos en esa mente enferma, primaria, pero lo suficientemente lúcida para saber que lo que hace no está bien. Lo hace tan bien que a veces hay que detenerse y relajarse mirando fotos tontas de gatitos entrañables en twitter antes de proseguir con la lectura. Escrito a modo de diario el libro está lleno de mayúsculas que son como gritos o amenazas. Las frases son simples, en ocasiones pueriles y algunas páginas se completan con dibujos que van desde lo más escalofriante, por ejemplo cómo realizar una lobotomía, hasta la ilustración de un indefenso pollito.

            Quentin está en libertad condicional por acosar a un menor. El padre de Quentin es un hombre de bien, catedrático de la universidad local, que ha podido permitirse contratar a un abogado lo suficientemente bueno y falto de escrúpulos como para conseguir una pena bastante favorable. Así y todo, la familia apoya a Quentin y se resiste a creer que sea un monstruo. Su padre niega la realidad hasta tal punto que aún alberga esperanzas de que en el futuro su hijo se convierta en un ingeniero. Se trata de un hombre con una buena reputación en el pueblo y que cuenta entre sus amistades con nada menos que con un premio Nobel; un padre, cuyo hijo no puede ser de ninguna manera homosexual ni menos un depravado.  A pesar de las injusticias que  rodean a Quentin no es fácil comprenderlo, ni sentir compasión por él. No hay un final posible, la vida de Quentin prosigue con sus mentiras, con sus planes macabros y sus irrefrenables ataques de lascivia mientras su familia mantiene la esperanza de que todo siga normal.

            Zombi es un retrato impecable, duro y sin miramientos de un ser repulsivo, no apto para todos los públicos.

jueves, 13 de junio de 2019

"Rosalera” de Tade Thompson

"Rosalera” de Tade Thompson            Con Rosalera Tade Thompson recupera un tema tan querido a la ciencia-ficción clásica como la telepatía. En los años cuarenta y cincuenta se abusó hasta tal punto de los poderes mentales que después de los setenta, y salvo alguna excepción como El hombre vacío de Dan Simmons o más recientemente La extraordinaria familia Telemacus de Daryl Gregory, apenas se han escrito novelas que tengan la telepatía como protagonista; y eso a pesar de las grandes obras que ha dado el subgénero como El hombre demolido de Alfred Bester, Muero por dentro de Robert Silverberg o El Mulo incluido en Fundación e Imperio de Isaac Asimov.

            Rosalera es el nombre con el que se conoce tanto a la misteriosa cúpula que han creado unos extraterrestres en Nigeria como a la ciudad que se ha formado a su alrededor. En la obra original  escrita en inglés es Rosewater (agua de rosas) y hace referencia de una manera irónica al olor terrible que rodeaba a la zona en sus inicios, cuando aún no existían infraestructuras en la incipiente ciudad, algo que por desgracia se pierde al ser traducido como Rosalera. Una lástima, porque este sarcasmo augura lo que vamos a encontrarnos más adelante: una novela negra, dura, violenta, sin cortapisas, cínica... pero impregnada de romanticismo. Contada en primera persona al estilo de la novela negra americana tiene un comienzo fulgurante que hace que vayamos pasando páginas queriendo saber qué va a pasar después. El protagonista está perfilado de manera correcta y el mundo que se nos presenta con la “xenosfera” como trasfondo resulta fascinante (un mundo que por cierto recuerda mucho al “ciberspacio”). Y es que Rosalera tiene mucho del viejo ciberpunk: su atmósfera decadente, su protagonista escéptico y amoral, una trama detectivesca y grandes dosis de violencia. A esto hay que añadir alienígenas, telepatía y la novedad que supone situar la acción en África en lugar de Europa o EEUU como estamos acostumbrados. Al primer tercio de novela no se le puede pedir más.

            Sin embargo, todo se va volviendo más confuso según avanzamos, la culpa de todo se debe en gran medida a la estructura que sigue la novela. Thompson recurre como ya suele ser habitual en la narrativa actual (véase las series de HBO o de Netflix) a alternar una acción que se desarrolla en el presente con otra del pasado, que luego será necesaria para que todo encaje. Una técnica que si bien puede aportar dramatismo y suspense, también puede servir para encubrir ciertas lagunas argumentales y confundir. En el caso de Rosalera el problema es que las historias se parecen tanto entre sí que uno no sabe muy bien si lo que se nos está contando ocurrió hace años o acaba de suceder. De todos modos se trata de un pequeño inconveniente que con un poco de esfuerzo por parte del lector puede superarse. Más difícil de soslayar es la perdida de verosimilitud que padece el relato. Los poderes fantásticos que adquieren algunos personajes, el recurso a la física cuántica como pretexto para amparar los fenómenos más inexplicables, todo ello va poco a poco socavando el crédito que Tompson ha logrado ganarse laboriosamente en la primera mitad. Por otro lado, el peso de la novela recae en exceso en su protagonista y se echa en falta unos personajes de más enjundia que pudieran darle la réplica.

            El libro no resuelve todos los enigmas planteados, y es que en estos tiempos de optimización de recursos, Thompson, al igual que hacen muchos de sus colegas de profesión, pretende sacar el máximo provecho del tiempo invertido en escribirlo. Estamos ante el primer libro de una trilogía o de aquello en lo que vaya a acabar convirtiéndose, algo que con toda seguridad alegrará la vida a muchos aficionados del género. De todos modos la trama principal de la novela queda suficientemente cerrada y puede leerse sin tener que esperar a futuras continuaciones.

            Rosalera, a pesar de algunos errores de mayor o menor importancia, es una novela muy entretenida, fresca, original a su manera, repleta de acción que sirve de excelente presentación a un autor con un gran futuro por delante.

viernes, 31 de mayo de 2019

"El uso de las armas” de Iain M. Banks

"El uso de las armas” de Iain M. Banks            El uso de las armas de Iain M. Banks es una peculiar amalgama de dos novelas. Una más intrascendente, llena de acción y algo de humor, que entraría de lleno en la space opera más desbocada, y otra más literaria, más intimista y alejada de la ciencia-ficción convencional. Se trata de una mezcla de elementos demasiado dispares que en principio parecen difíciles de conciliar y que a la postre Banks no logra armonizar.

            El protagonista de ambas partes es Cheradenine Zakalwe, una especie de agente secreto que trabaja para la Cultura, esa civilización altruista de un futuro lejano creada por Banks que se preocupa de que mundos más atrasados prosperen y puedan salir adelante. Como muchos sabrán Banks situó gran parte de sus novelas de ciencia-ficción en este grandioso escenario. Hasta ahora había leído las menos representativas de la serie: El jugador e Inversiones, y debo decir que desde mi punto de vista se trata de obras más maduras y mejor acabadas que ésta que nos ocupa. La trama “space operística” de El uso de las armas peca de anodina, carece de brillo y tarda demasiado en despegar. El propio autor no parece tomársela muy en serio y algunos de los episodios y artilugios parecen sacados de olvidadas series de ciencia-ficción de los años cincuenta. Sólo en alguna ocasión, como la fiesta de disfraces que se organiza en una de las naves espaciales, Banks da muestras de lo que es capaz su imaginación.

            La otra parte de la novela, claramente diferenciada mediante capítulos en cifras romanas,  está formada por breves retazos del pasado del protagonista, destellos de un ayer que se presiente traumático y que Banks intenta de manera paulatina hacernos sentir más que ver. El problema es que los saltos de una escena a otra se producen sin que el lector disponga de medios para saber el tiempo transcurrido entre ellas y de cómo se ha pasado de una a otra. Por ello algunos de los primeros capítulos resultan desconcertantes, a lo que contribuye en gran medida no saber qué objetivo tienen dentro de la narración. Banks echa literariamente hablando toda la carne en el asador, por desgracia sus  pasajes líricos, sus golpes dramáticos y su intensidad pierden gran parte de su gracia debido a una poco inspirada traducción. He leído otros libros de Banks, eso sí traducciones, pero siempre me ha parecido un autor que domina la técnica de la escritura, con una admirable capacidad para sumergirnos en su extraño y fascinante universo personal, y eso es algo que no he percibido en este libro.

            Los dos hilos narrativos divergen en el tiempo según avanzamos en la lectura. La trama, digamos más literaria, va hacia atrás mientras que la otra sigue su curso natural cerrando a su término el círculo. Sólo cuando llegamos a la revelación final comprendemos cuál es el objetivo de esta enrevesada estructura. Se trata de una interesante y excitante pirueta final que no logra hacernos olvidar las desalentadoras páginas que hemos padecido hasta entonces.

            Espero que esta reseña no espante a futuros lectores de Banks. La fábrica de avispas, Pasos sobre el cristal y El puente además de las novelas mencionadas al comienzo de esta reseña merecen ser leídas con prontitud si aún no lo han sido, por su originalidad, por salirse de lo convencional y por la enorme imaginación que despliegan. Mucho me temo que no serán fáciles de encontrar en las librerías. Es una lástima que en este mercado de premiadísimas y fulgurantes estrellas sólo tengan cabida las novedades y autores clásicos como Banks, Priest, el recién fallecido Wolfe, Le Guin, Farmer y muchos otros queden relegados al olvido. ¡Cuánta falta nos hace otra Minotauro!

miércoles, 8 de mayo de 2019

"Los reinos de Otrora” de Manuel Moyano

"Los reinos de Otrora” de Manuel Moyano            De vez en cuando se agradece tener la oportunidad de sumergirse en este tipo de lecturas, cuentos de toda la vida, relatos sencillos sin más aspiración que la de entretener y la de estimular nuestra imaginación. Y más aún si están tan bien editados e incluyen magníficas ilustraciones como sucede con Los reinos de Otrora de Manuel Moyano. El libro ha sido publicado por  Pez de Plata y el ilustrador es Jesús Montoia. El conjunto recuerda a esos libros de antes de que llegara la televisión.

            Disfruté mucho con  El imperio Yegorov, un libro muy original, muy moderno en la forma y bien escrito, que reseñé hace algún tiempo en este blog. Con Los reinos de Otrora el autor vuelve a demostrar sus buenas dotes como fabulador, aunque en esta ocasión no pretende impresionarnos mediante una estructura narrativa innovadora sino que recupera el arte tradicional de contar. Para ello Moyano se disfraza de trovador y emplea un castellano revestido de arcaísmos para contarnos las aventuras que viven un muchacho huérfano y su tío Nicodemo. Juntos recorren países con nombres fabulosos como Iramiel, Beirán, Isapán... y conocen reyes, granujas y malvados de todo tipo. El libro se compone de siete relatos en los que Moyano demuestra su gran imaginación sin traicionar la naturaleza de unos relatos que muy bien podían habernos contado nuestros abuelos: reyes que no logran engendrar un heredero, un pueblo de enanos irascibles, profecías que marcan el destino de reinos, un caballero antecedente del quijote, tesoros que no son lo que parecen.., en fin un entrañable despliegue de fantasía y de diversión.

            Poco más puede decirse de este libro que se lee como un suspiro y cuyo único defecto es el de ser demasiado breve. Nada mejor que leerse estos cuentos para volver a maravillarse como cuando éramos niños.

viernes, 12 de abril de 2019

"Los desposeídos” de Ursula K. Le Guin

"Los desposeídos” de Ursula K. Le Guin
            Esta reseña ha estado a punto de convertirse en una catástrofe monumental. Una hecatombe que estaría marcada por dos circunstancias. En primer lugar estaría el hecho de que se trata de un clásico aclamado por todos, incluso fuera del ámbito de la ciencia-ficción, que mereció además los premios más importantes del género: en 1975 el Hugo y en 1975 el Nebula y el Locus (Rosa Montero en el prólogo del libro equipara la novela nada menos que con Guerra y paz y La montaña mágica). En segundo lugar hemos de tener en cuenta que vivimos una nueva  revolución feminista y que desdeñar esta obra, y con ella  a uno de los máximos valores de la ciencia-ficción como es Ursula K. Le Guin, podría parecer a muchos un delirio machista. Por suerte la catástrofe se ha evitado aunque hayan hecho falta casi doscientas páginas para lograrlo.

            La primera mitad del libro es rocosa y árida como Anarres, la luna en que se desarrolla gran parte de la acción de la novela. Incluso la manera de narrar de Le Guin, (quizás sea a propósito) es algo apagada, está llena de descripciones abstractas muy poco gráficas, carentes de viveza. Para colmo de males su personaje principal, Shevek, es un hombre triste donde los haya en una sociedad que tampoco es el mejor ejemplo del júbilo. Imagínense un hombre para el que la hermandad y el amor entre seres humanos sólo son posibles gracias al sufrimiento. Si esto ya no fuera suficiente, algunos de los diálogos que mantienen sus personajes sobre filosofía, moral y ciencia suenan artificiales y en exceso premeditados. Dicho así, de corrido, podría parecer que la novela a estas alturas ya no tiene remedio, sin embargo Le Guin, logra darle la vuelta.

            Para explicar cómo se obra este milagro debemos echar un vistazo a su argumento. En el planeta Urras las ideas anarquistas de Odo, una influyente pensadora, desembocaron en la creación de una nueva nación en su luna Anarres. Mientras que Urras es un mundo próspero y fértil, Anarres es poco más que un desierto y su única riqueza son los minerales. Mediante esta solución salomónica Urras se desembaraza de los incómodos disidentes y los revolucionarios logran su sueño de poner en práctica las ideas de Odo. Fundan una sociedad sin gobierno en la que todos son iguales y en la que no existe la propiedad privada e incluso crean una nueva lengua, el právico, que permite soslayar el uso de los posesivos: una sociedad sin posesiones no los necesita. La acción de la novela se sitúa casi trescientos años después de la creación de Anarres, cuando un físico llamado Shevek, autor de una innovadora teoría sobre el tiempo, se convierte en el primer Anarresti en volver a Urras. La novela intercala capítulos en los que se narra esta visita con otros de su infancia y juventud hasta llegar a las circunstancias que hacen posible su salida de Anarres; gracias a esta alternancia la autora logra un efecto de contraste entre los dos estados. Le Guin se fija en lo que tiene más cerca, los EE.UU, para construir el mundo capitalista de Urras. Se trata de un mundo aquejado de importantes desigualdades sociales, con un consumismo feroz pero sin un Donald Trump. Llama especialmente la atención el papel nulo que se da a la mujer en esa sociedad, que no se corresponde del todo con la realidad de los 70, época en que fue escrita la novela. En la utopía anarquista de Anarres sucede todo lo contrario, y las mujeres gozan de las mismas oportunidades que los hombres.

            No es hasta que Le Guin introduce dos personajes femeninos en cada uno de los hilos narrativos cuando se desencadena el conflicto y la novela remonta. A partir de entonces la historia parece centrarse más en lo particular que en lo general y los sentimientos de los protagonistas cobran mayor relevancia. Shevek, el protagonista, al fin reacciona y despierta del letargo místico en que estaba sumido, la trama se oxigena con nuevos personajes y echa a volar.

            El gran mérito de la autora es haber sabido construir con minuciosidad una sociedad anarquista creíble, con sus aciertos y sus desaciertos, una sociedad que ha trascendido en la memoria de muchos de sus lectores hasta nuestros días. La sociedad de Anarres había nacido con la idea de derribar los muros que había erigido el capitalismo, sin embargo, acaba por levantar de una manera más sutil los suyos propios. Por otro lado las miserias humanas son a prueba de sistemas políticos y las envidias y las zancadillas persisten en Urras. Una novela muy ambiciosa, arriesgada y difícil en cuanto que pretende crear una utopía positiva frente a las distopías clásicas como Un mundo feliz o 1984, y por reflexionar sobre temas muy poco habituales en la ciencia-ficción moderna. Aunque no es una novela redonda, todo el que se dice amante de la ciencia-ficción debería de leerla.