No se puede
decir que a Amal El-Mohtar y Max Gladstone, los dos autores de Así se pierde la guerra del tiempo, les falte valor. Y es que estamos ante una novela muy
diferente a lo que suele publicarse dentro del género de ciencia ficción. Es
poco habitual que el argumento principal se vertebre en torno a una historia de
amor, y aún más raro es encontrarse con una escritura con clara voluntad poética.
Pocos autores del género se me vienen a la cabeza que aspiraran a hacer esto último,
Ray Bradbury es el caso más evidente, Samuel R. Delany es
otro ejemplo claro y quizás Roger Zelazny.
La ciencia
ficción ha sido un género que por lo general ha recurrido a la razón y al
intelecto mientras que la pretensión primordial de la poesía es apelar a
nuestras emociones más íntimas. Gran parte de los escritores de la ciencia
ficción solían proceder del ámbito científico o técnico por lo que sus
intereses se decantaban sobre todo en cuestiones relacionadas con la ciencia:
en cómo los avances tecnológicos podrían influir en la vida, en especular sobre
la existencia de otras inteligencias, en escrutar la realidad..., temas (la New
Wave cambió en gran medida esta situación) no muy adecuados para ser
contemplados desde una mirada poética. El-Mohtar y Gladstone se han atrevido a
intentarlo, precisamente ninguno de ellos posee una formación científica. Si la
novela tiene algún mérito es el de haberse atrevido a hacer algo diferente.
En Así se pierde la guerra del tiempo
asistimos al enfrentamiento entre dos agentes rivales, Roja y Azul, peleando
entre sí para moldear la realidad. A través de lo que en el libro se denomina
hilos del tiempo se desplazan hacia arriba o hacia abajo, hacia el pasado o el
futuro con el objetivo de encauzar estos hilos en la dirección que resulte más
favorable para su bando. Algo similar sucedía en El gran tiempo (1958)
de Fritz Leiber, en la que dos facciones llamadas las Serpientes y las Arañas
se enfrentaban en una guerra perpetua por reconducir la historia. La existencia
de realidades alternativas daba lugar a una extraña mezcla de reflexiones filosóficas,
de obra teatral y ficción pulp. En Así se pierde la guerra del tiempo,
sin embargo, la filosofía queda por completo al margen, y la guerra en el
tiempo no tiene más fin que el de servir de escenario a una historia de amor
que aspira a ser inolvidable. Por tanto, lo mejor es que nos olvidemos de la lógica
por un momento y no nos hagamos preguntas incómodas del tipo: ¿qué sentido
tiene una guerra así cuando existen infinitas realidades?
Centrémonos en
la historia de amor y en sus protagonistas: Roja y Azul. Cada una de ellas es
la mejor de su bando y al principio de la novela luchan de manera encarnizada
por desbaratar los planes de su antagonista sin que ninguna de ellas muestre
demasiados escrúpulos a la hora de asesinar o de colaborar en un exterminio con
tal de vencer. Es más, en ocasiones parecen disfrutar degollando o extrayendo
las tripas sanguinolentas de quien se oponga a sus planes como si para ellas
todo formara parte de un entretenido videojuego. Las guerreras implacables y
sanguinarias se han convertido en algo así como una figura arquetípica de la
ficción moderna. Mientras que los héroes masculinos se hacen cada vez más
vulnerables, como por lo visto ocurre en el último James Bond, las heroínas son
cada vez más despiadadas y violentas. Es el sino de los tiempos. Pero volvamos
al libro que nos ocupa. Al finalizar una de sus misiones Roja encuentra de
manera inesperada un mensaje, una carta que le ha dirigido Azul, su enemiga, la
cual dará lugar a una relación epistolar entre las dos mujeres. En un principio
se lanzan pullas, manifiestan su admiración por la destreza de la rival y después,
casi sin que medie transición alguna, las cartas sirven para confesar su amor
arrebatado. De ser enemigas pasan a adorarse.
La novela sigue
un patrón que se repite casi hasta el final del libro. Un capítulo en el que se
esboza la misión de una de las agentes (Roja o Azul) que finaliza siempre con
el encuentro de una carta, seguido después de otro capítulo en el que se nos
muestra el contenido de la misiva. El verbo esbozar lo he elegido con toda
intención porque los autores apenas proporcionan unas pinceladas de lo que
acontece ni tampoco de las circunstancias en las que suceden los hechos. Roja y
Azul se desplazan por todo el mundo y por todas las épocas a velocidad de vértigo
sin que lleguemos a comprender del todo lo que pasa. Esta falta de concreción
afecta también a las dos protagonistas que me han resultado imposibles de
distinguir la una de la otra por más que se insista en que proceden de mundos
por completo diferentes. Mejor dejemos que ellas mismas se describan:
Azul: «Somos
semillas que Jardín planta en el pasado y aprendemos de sus hilos en los cuales
creemos. ....El futuro nos recolecta, nos pisa para convertirnos en vino, nos
vuelve a verter al sistema en una libación amorosa y, juntos, crecemos más
fuertes y más potentes. He sido pájaros y ramas. He sido abejas y lobos...»
Roja: «Crecemos
en cápsulas, los conocimientos básicos nos son insertados de cohorte en
cohorte, la gelatina en la que estamos sumergidos mantiene el equilibrio de
nutrientes y allí es donde permanece la mayoría de nosotros mientras nuestras
mentes revolotean incorpóreas a través del vacío de estrella en estrella.
Vivimos mediante controles remotos. ...Los agentes... funcionamos al margen de la masa y nos
movemos con nuestros propios cuerpos.»
De lo que
parece inferirse que el mundo de Azul es un mundo con cierto parecido al
nuestro, con gente de carne y hueso mientras que en el mundo de Roja los
cuerpos parecen algo desechable que se utiliza para que las mentes almacenadas
en algún lugar seguro interactúen con el mundo físico. Siendo mal pensado todo
parece concebido para construir frases preciosísimas y llenas de exaltada poesía.
Todo esto tiene un precio que no todos los lectores estarán dispuestos a asumir
como es la dificultad de identificarse con las protagonistas. Ese amor tan
apasionado además me resulta artificial, me parece muy poco verosímil que tras
el intercambio nada más que de un par de cartas (en las que apenas se cuentan
nada) surja un ardor tan incontenible.
Estas cartas
llegan siempre de la manera más rebuscada posible para que no sean
interceptadas por sus superiores, y en cuanto a su contenido prefiero extraer
unos ejemplos y dejar que cada uno opine. Empezaré mostrando algunos
encabezamientos que se recrean con los nombres de las protagonistas: «Queridísima
Lapislázuli», «Querido Tesoro más valioso que los Rubíes», «Querido Cielo Rojo
por la Mañana» «Querida Frambuesa», «Mi Manzano, Luz de mi vida», «Sangre de mi
corazón». No puedo evitar comentar que me cuesta una enormidad imaginarme a
dos transhumanas de un futuro lejano diciéndose estas lisonjas después de haber
estado rebanando gargan
tas.
Continuemos con
algunas de las frases que aparecen en sus cartas: «Quiero esforzarme. Quiero
vivir en contacto. Quiero ser tu contexto, y que tú seas el mío» (El que no
haya sentido algo así es que nunca ha estado enamorado, perdón por la intrusión).
«Sueño que soy
una semilla entre tus dientes, o un árbol perforado por tu junco. (¿?) Sueño
con espinas y jardines. Sueño con hojas de té».
«También soy
tuya en otros sentidos: tuya, porque observo el mundo esperando encontrar tus
señales, apofénica como un arúspice; ...».
«Quiero flores
de Céfalo y diamantes de Neptuno y quiero quemar las mil tierras que nos
separan para ver qué florece de las cenizas, para que podamos descubrirlo
cogidas de la mano, el contenido en el contexto, inteligible solo para
nosotras. Quiero conocerte en todos los lugares que he amado».
Cuando hablamos
de poesía el límite entre lo sublime, lo cursi y lo ridículo suele ser muy fino
y Amal El-Mohtar y Max Gladstone nos ofrecen un amplio muestrario de cada una
de las posibilidades.