Blog ciencia-ficción

Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia ficción.

Universo de pocos

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martes, 16 de julio de 2024

"El largo mañana" de Leigh Brackett

        

Portada de "El largo mañana" de Leigh Brackett

El largo mañana de Leigh Brackett es uno de esos clásicos de la ciencia ficción que inexplicablemente había quedado sin publicar en nuestro país. Han tenido que pasar más de 60 años para que La Hermandad del Enmascarado, asociación especializada en literatura pulp y que edita la revista Barsoom, la haya rescatado para el público español. Este olvido llama aún más la atención si tenemos en cuenta que su autora, Leigh Brackett, era una conocida guionista de grandes películas de Howard Hawks como El sueño eterno,  Río Bravo o El Dorado. En los últimos años se han ido recuperando algunas obras escritas por mujeres como Marge Piercy (Mujer al borde del tiempo), Octavia Butler (La parábola del sembrador, La parábola de los talentos, Trilogía Xenogénesis), Joanna Russ (El hombre hembra) o por la más que conocida Ursula K. Leguin, sin embargo El largo mañana, quizás por tratarse de una novela en la que las mujeres no tienen un papel demasiado relevante ni pretende reivindicar el feminismo ha seguido relegada al olvido hasta ahora.

Y es una lástima, porque se trata de una novela que a pesar de los años transcurridos no ha quedado anticuada como otras más conocidas. Seguramente porque Brackett, al contrario de lo que en esa época hacían la mayoría de sus colegas, no pone a sus personajes al servicio de la trama, forman parte de la historia y no son un mero instrumento que se pliega a la conveniencia del autor. Cada uno tiene una personalidad definida que permite distinguirlo de los demás.  Son además de carne y hueso, lo que favorece que nos metamos en su piel y esto es algo que a mí me resulta fundamental como lector. Brackett crea además un escenario y un contexto social totalmente plausible lleno de detalles que lo hacen real.

La novela nos traslada a unos Estados Unidos en el que tras una guerra nuclear las grandes ciudades han quedado destruidas por completo. Años después la nación ha logrado en parte recuperarse, la gente se ha trasladado a los pueblos (las ciudades están prohibidas por miedo a que la historia vuelva a repetirse) donde llevan una vida modesta con lo que obtienen del campo y con lo que compran a los vendedores ambulantes. Se trata de una sociedad muy conservadora, que se rige por la Biblia y que reniega de la tecnología, que es considerada un instrumento del diablo. Len y Esau son dos adolescentes que viven en un apacible pueblo sometidos a la severa disciplina de sus padres, miembros como el resto de los habitantes de los nuevos menonitas. La abuela, que conoció el mundo antes del gran desastre, les habla chocheando en ocasiones de las maravillas que podían encontrarse en las antiguas ciudades. Los chicos además han oído  rumores sobre un lugar prohibido llamado Bartorstown que parece reunir todo lo malo del pasado. Como jóvenes que son, y por tanto con cierta querencia por hacer lo contrario de lo que les dicen los mayores, quieren averiguar más sobre cómo se vivía antes de que estallara la guerra. Asisten horrorizados al linchamiento de un hombre acusado de venir de Bartorstown y el hecho de ver con sus propios ojos lo que el fanatismo es capaz de hacer aviva aún más sus fuertes deseos de conocer que hay tras ese lugar llamado Bartorstown.

El largo mañana hace suyos elementos que casi de inmediato relacionamos con las películas clásicas del oeste. Sus páginas nos darán la ocasión de reencontrarnos con el viejo patriarca que rige los designios del pueblo, con las masas enfervorizadas que pretenden tomarse la justicia por su mano, con las extensas y fotogénicas llanuras del Lejano Oeste o con el fragor de los barcos de vapor que surcan los caudalosos ríos de Norteamérica. La disyuntiva que se plantea en la novela entre progreso e inmovilismo ha sido abordada también en algunas películas del género como en Río Rojo de Howard Hawks, en Dodge, ciudad sin ley de Michael Curtiz y en muchas otras en las que los ganaderos se oponen a la llegada del ferrocarril. En la novela de Brackett el enfrentamiento se produce en concreto entre quienes defienden la ciencia y los que se dejan arrastrar por el fanatismo religioso. Esto no quiere decir que la novela arremeta contra la religión, enseguida se hace evidente  que incluso los personajes que más condenan el fanatismo religioso van también a misa con asiduidad y se casan por la iglesia. Quizás sea en esto en lo que más se le notan los años a la novela, en la manera en que sus personajes se comportan, igual que lo harían los protagonistas de esas viejas películas.

Si bien el relato se postula a favor del progreso y de la ciencia, no lo hace sin mostrar también algunas reservas. Se trata de dudas que la autora pone en boca de su personaje principal, Len, un chico en extremo reflexivo que antes de tomar una decisión importante tiene que rumiarla durante días. Cuando comprende lo que implica el progreso y ve la capacidad de destrucción que tiene la ciencia queda espantado y surgen las dudas. La guerra fría y el miedo a  la guerra nuclear estaban muy presentes en los años en los que se publicó la novela. Por desgracia  este peligro sigue presente hoy en día, no parece que a lo largo de estos sesenta años hayamos progresado mucho en este sentido.

Llama también la atención que, al contrario de lo que suelen reclamar la gran mayoría de aficionados a la ciencia ficción, la novela avance sin excesiva prisa, una consecuencia de lo que he mencionado antes, el tiempo que se toma en caracterizar a los personajes, en mostrar sus motivaciones y también en construir el contexto. Sin duda es una obra más literaria de lo esperado pero a la traducción le ha faltado alguna que otra revisión para poder disfrutar de ello.

¿Qué más puedo decir? Recomendarla sin duda. El largo mañana es una novela de crecimiento, un western y además ciencia ficción. ¿Qué más se puede pedir?

El libro que contiene esta novela y que han titulado Después del fin contiene otro relato postapocalíptico, La ciudadela de las edades perdidas, más cercano a lo que solía escribir Brackett, más aventurero, más pulp pero también con menos  interés.

martes, 18 de junio de 2024

"Ypsilon Minus", de Herbert W. Franke

 

Portada de "Ypsilon Minus”, de Herbert W. Franke

Encontré este libro, Ypsilon Minus (1975), en la última Feria del Libro Antiguo y de Ocasión que se celebra todos los años en Murcia. A punto estuve, animado por el librero, de llevarme también alguna de las Antologías de Novelas de Anticipación que publicó Acervo en los años 60 y 70. En particular me interesó el volumen VI por contener varios relatos de Daniel Galouye (autor de Mundo tenebroso) que no han vuelto a ser publicados ni creo que lo vayan ser nunca. Lo cierto es que había varios volúmenes más que me resultaron interesantes, pero al final el polvo adherido durante lustros a los lomos y el tamaño nada desdeñable de mi pila me hicieron desistir. En su lugar, para compensarme por mi entereza me llevé este librito de poco más de doscientas páginas y con más posibilidades de acomodo en la estantería.

Su autor, el escritor austriaco Herbert W. Franke, fue uno de los autores de ciencia ficción en lengua alemana más reconocidos. Casualmente otra de sus novelas más célebres, La caja de las orquídeas (1961), se publicó ese mismo año (1978) en nuestro país. La leí hace mucho tiempo y no he vuelto a releerla por lo que recuerdo más bien muy poco de ella, excepto que contaba con unas ideas muy interesantes, que tenía un final demoledor pero que le hubiera venido bien un poco más de ritmo. No me dejó mal recuerdo y el libro que tenía en mis manos no costaba más que 6 Euros de manera que me lo compré.

El protagonista de Ypsilon Minus es Benedikt Erman un tipo en apariencia corriente que vive una vida sin demasiados alicientes. Hace cola para la comida, procura desempeñar su trabajo sin llamar la atención y realiza con desgana las actividades a las que el estado le obliga en su  tiempo libre. El mundo en el que vive es gris y no sólo por la densa niebla que debido a la contaminación lo rodea sino porque todo, hasta el más mínimo detalle, es controlado por el gobierno. Utiliza para ello procedimientos de lo más variado, que a medida que pasamos páginas  vamos descubriendo, gracias sobre todo a unos breves capítulos que en su mayoría no son otra cosa que extractos, informes del gobierno que se intercalan a lo largo de la novela. Estos capítulos tienen títulos como «Comunicación interna sobre la cuestión de las emociones», «Cancionero del entrenamiento psíquico», «Extracto del registro “Amor al Estado”», «Instrucciones para la modificación de la personalidad», los cuales nos dan una idea de la diversidad de disciplinas que contempla el régimen para lograr sus fines. Como puede verse se trata de una distopía muy al estilo de 1984. Lo que hace el escritor austriaco es aportar nuevos métodos de represión.

En la novela de Orwell se utilizan mecanismos sobre todo de tipo político y policial o lo que es casi lo mismo propaganda y vigilancia. En Ypsilon Minus la ciencia tiene por el contrario un papel mucho más destacado. De hecho los avances tecnológicos son el instrumento preferido por el gobierno para dominar al pueblo. El estado no sólo trata de mantener el orden en el día a día además pretende prevenir cualquier posible rebelión futura. Para lograrlo y evitar que aparezcan elementos desestabilizadores sólo a algunos individuos escogidos se les permite engendrar hijos. Si la genética falla, siempre cabe la posibilidad de recurrir a la cirugía o las drogas para enmendar el error.

Erman trabaja en la central de computadoras y su tarea consiste en examinar las fichas de las diferentes personas que la máquina le propone para su clasificación. A los más aptos se le asigna la categoría A, ocupan los puestos de mando y disponen de privilegios que otros como los de categoría R, grupo al que pertenece Erman, no poseen. Las categorías inferiores representan lo más descastado de la sociedad y ser degradado debajo de Y- es lo peor que le pude pasar alguien aunque no se sepa muy bien lo que eso implica. Erman cree que la «nihilación», sea lo que sea que eso signifique. Un día Erman recibe el sorprendente encargo de evaluarse a sí mismo. El primer examen que realiza de sus datos lo llena de terror ya que podría descender a la fatídica categoría Y minus. Con el corazón en vilo revisa sus datos y descubre que en su historial faltan tres años de su vida. Erman intentará por todos los modos recuperar la memoria perdida y reconstruir esos años borrados.

Hay que reconocer que en muchos aspectos, sobre todo con relación a los avances tecnológicos, la novela ha quedado superada. Los sistemas de control y vigilancia actuales son mucho más avanzados que los que propone el libro, sin embargo, en estos tiempos de fake news en los que los hechos son interpretados a conveniencia de cada cual, de proliferación de cámaras de vigilancia y de regalías aún tiene cierta vigencia. A mí particularmente esos ordenadores con esas aparatosas interfaces a base de palancas y botones me parece que le dan un toque demodé que no le sienta mal a la novela.

La cuestión importante es qué puede aportar Ypsilon Minus a las distopías clásicas del estilo de 1984. Frente a una novela de la categoría de la de Orwell, no mucho a decir verdad sin embargo la novela logra despuntar cuando se sale de lo que es habitual en este tipo de distopías. Uno de los momentos que más me ha gustado es cuando el protagonista se asoma por encima de la niebla que envuelve la ciudad y comprende que ha vivido engañado. Al igual que sucede en muchos de los relatos escritos por Philip K. Dick la realidad no es lo que parece. Los mandamases no sólo alteran la historia también el presente (otra idea muy de Dick). Es verdad que el libro resulta menos brutal y desesperanzador que 1984 pero hay que reconocerle su punto.

jueves, 18 de abril de 2024

"MANIAC" de Benjamín Labatut

Portada de "MANIAC" de Benjamín Labatut

Tras el éxito obtenido con Un verdor terrible Benjamín Labatut regresa con un libro tan inclasificable como ése. Él lo llama novela. Difícilmente podría llegar a considerarse ensayo debido a las libertades que el autor se toma acerca de lo que dicen o piensan las personalidades que intervienen en el libro, pero lo que cuenta, al menos en lo más esencial, sucedió, es historia real, así que tampoco es exactamente ficción. Por otro lado Labatut emplea técnicas literarias propias de la novela. ¿Novela histórica entonces? No me lo parece, ya que hay  una voluntad evidente de divulgar y además se prescinde del planteamiento, nudo y desenlace convencionales. Así que, lo mejor es que dejemos a un lado su adscripción, algo que al fin y al cabo no supone ningún impedimento para disfrutar plenamente del libro, que nos olvidemos de normas y de teorías y que nos dejemos hechizar por los capítulos que conforman este excitante híbrido literario.

El título del libro, MANIAC, hace referencia a las siglas Mathematical Analyzer, Numerator, Integrator, and Computer, que es el nombre que se dio a uno de los primeros ordenadores que fueron construidos basándose en la arquitectura de Von Neumann. La obra está dividida en tres partes, entre las dos últimas existe una clara relación, menos evidente es establecerla entre éstas y la primera. Dedicada al famoso matemático John Von Neumann, la segunda parte lleva el elocuente título de John o los delirios de la razón. El papel de Von Neumann en el avance de la informática fue fundamental y por lo tanto también en lo que hoy en día se conoce como inteligencia artificial. Precisamente en la tercera parte se narran las diferentes partidas que tuvieron lugar entre el campeón de Go, Lee Sedol, y un adelantado programa informático llamado AlphaGo. Su título es igual de revelador: Lee o los delirios de la inteligencia artificial. Existe, por tanto, un nexo entre ellas, la cuestión es por qué Labatut consideró pertinente comenzar el libro con la trágica semblanza del físico Paul Ehrenfest. Hay que reconocer que se trata de un inicio sobrecogedor, digno de un thriller, con el que Labatut consigue atrapar al lector ya desde la primera línea.

«En la madrugada del 25 de septiembre de 1933, el físico austriaco Paul Ehrenfest entró en el instituto pedagógico del Jan Waterink para niños discapacitados en Ámsterdam, le disparó a Vasily, su hijo de catorce años, y luego se pegó un tiro en la cabeza.»

El motivo que pudo llevar a este hombre, muy amigo de Einstein, a cometer semejante atrocidad tiene con toda seguridad que ver con el auge del nazismo en Alemania y el miedo a lo que pudiera sucederle a su hijo con síndrome de Down después de que fuera legalizada la esterilización eugenésica. Labatut se aventura a añadir una razón más, que tiene mucho que ver con el proceso de cambio que estaba teniendo entonces lugar en la física. Es un momento de terrible confusión para Ehrenfest que observa impotente cómo gran parte de los físicos de la época tienen en cuenta teorías cada vez más descabelladas que parecen desafiar la razón. El título de esta parte es Paul o el descubrimiento de lo irracional y su objetivo no es solamente servir de irresistible reclamo, sino que permite al autor mostrarnos las reacciones de tres grandes hombres antes los avances de la ciencia.

En la primera parte del libro vemos a través de Ehrenfest la conmoción que supuso la mecánica cuántica. Lo que le aterrorizó hasta lo insoportable fue que la ciencia dejara de ser uno de los baluartes de la razón. A continuación Labatut nos introduce en un período de apogeo científico en el que las contribuciones de Von Neumann y de muchos otros científicos en campos tan diversos como las matemáticas, la informática o la economía crean un ambiente de enorme optimismo, incluso de exagerado optimismo. Se lanzan bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki y se prueban las primeras bombas H, lo que hace pensar a muchos, entre ellos a Von Neumann, que la capacidad del ser humano no tiene límites. En la última parte del libro nos encontramos en la época actual, y la tecnología ha llegado a un nivel de sofisticación en el que las máquinas son capaces de vencer al hombre en un juego de enorme complejidad como es el Go, hazaña que hasta hace poco parecía estar fuera del alcance incluso del ordenador más avanzado.

Con todo es a Von Neumann al que Labatut dedica más espacio en el libro. Es la parte en la que el autor más se aparta de lo que es un ensayo convencional. Mediante capítulos brevísimos, impresiones contadas por personas que se relacionaron con Von Neumann vamos conociendo la vida y la manera de pensar del matemático de origen húngaro. La madre de Von Neumann, sus dos mujeres, su hermano, su amigo y físico Eugene Wigner, Richard Feynman y muchos otros nos permiten conocer diferentes facetas de él; desde su ingreso en la escuela secundaria de Budapest donde coincide con Wigner y ya empieza a ser considerado un prodigio, pasando por su huida a EE.UU, su intervención en el proyecto Manhattan y finalmente su muerte rodeado de agentes del gobierno que intentan arrancarle hasta el último momento ideas que puedan contribuir a la supremacía militar de la nación. El retrato que queda es la de un hombre con una mente superdotada, capaz de resolver cualquier problema que se le plantee, de un amante del dinero y de las riquezas y la de alguien que, al contrario que muchos de sus colegas como Einstein u Oppenheimer, no pone reparos a la utilización del armamento nuclear.

Labatut lo relata todo de una manera apasionada que se contagia al lector y que lo urge a seguir leyendo. La crónica que realiza de la batalla entre AlphaGo y el campeón de Go es un buen ejemplo de la habilidad del autor para conseguir hacer atractivo algo que en principio no lo parece como es una partida de Go. En sus manos todo cobra un nivel más de trascendencia, las derrotas del campeón mundial de Go significan mucho más que haber perdido una partida en un simple juego de mesa.

Tanto en MANIAC como en Un verdor terrible Labatut deja patente la fascinación que siente por la ciencia (y los científicos) pero la impresión que deja, al menos en mí, es de que la ciencia no es suficiente, de que existe más allá algo que a través de los medios que ésta nos  proporciona nunca llegaremos a entender.


viernes, 22 de marzo de 2024

“Antisolar” y “Subsolar” de Emilio Bueso

Portada de "Antisolar" de Emilio Bueso

Antisolar es el segundo libro de la trilogía Los ojos bizcos del sol y empieza exactamente en donde terminó el primero, Transcrepuscular. Por tanto a los que disfrutaron con las aventuras del Alguacil, del Trapo, de la Regidora y demás tienen la oportunidad durante casi cuatrocientas páginas más de seguir a estos personajes tan peculiares y a otros más que se les van uniendo en su ajetreado viaje. Hay una clara continuidad y la única diferencia con respecto al primer libro es que las andanzas son cada vez más locas, la acción más desmadrada y que el número y tamaño de los caracoles aumenta de manera progresiva así como el de la cantidad de fluidos que segregan. Muy pocas novedades, el relato discurre sin que apenas se produzcan revelaciones de trascendencia. Como ocurre en gran parte de las trilogías el segundo libro sirve de puente entre el primero y el último, entre planteamiento y desenlace.

Portada de "Subsolar" de Emilio Bueso

            En Subsolar, libro que pone punto final a la trilogía, todo esto queda amplificado. El escenario concebido por Bueso era tan desmesurado que sorprender al lector tras el primer libro y aún más después del segundo era una tarea difícil de lograr sin pasarse de rosca. Ahora además de caracoles nos encontraremos con criaturas infestadas, simbiotizadas hasta una escala colosal. Bueso se supera a sí mismo con seres cada vez más espantosos y extravagantes. Las habilidades de las que hacen gala resultan por momentos más increíbles de manera que la novela acaba por internarse en el territorio de la fantasía y por abandonar el de la ciencia ficción, en el que yo pensaba se mantendría. A pesar de todo el autor utiliza términos zoológicos específicos para describir la fauna y flora del planeta: boyunos, nauplios, zoeas, megaequinodermos, lepidodendros. El autor se ha documentado exhaustivamente, así y todo a lo largo de la novela suceden cosas que son difíciles de explicar por medio de la ciencia. Por ejemplo, uno de los personajes, el Astrólogo, lanza bolas de fuego a sus enemigos y levita como podría hacerlo el mismo Gandalf del El señor de los anillos. No es el único en poseer este tipo de superpoderes, algunos de los caracoles simbiontes que aparecen en el libro son capaces de las cosas más inimaginables, y en ningún momento se da una explicación científica de cómo es posible. La serie se convierte en eso que los anglosajones denominan Sci Fantasy y que aquí llamamos o seguramente llamaremos, si no lo hemos hecho aún, Sci Fantasy porque todo en inglés suena mejor.

La serie es una fusión de muchos géneros que van desde la ciencia ficción a la fantasía épica, ya mencionadas, pero también tiene mucho de fantasía heroica con luchas a espada a lo samurái, aventura y un poco de romance, aunque lo que acaba por tener cada vez más peso es  la comedia. Los diálogos muchas veces parecen sacados de un Mortadelo y Filemón para adultos en el que la incontinencia verbal de sus personajes no sólo estuviera permitida sino que fuera deseada. Hay momentos muy divertidos que son provocados por unos personajes bastante tronados y que además no pueden mantener la boca cerrada durante mucho tiempo. Entre ellos está el Trapo, al que ya conocimos en el primer libro de la serie, pero aparecen muchos otros, entre ellos uno que emplea sólo verbos en infinitivo para hablar. Cabe también destacar los descacharrantes apodos con los que son designados como Odio Barra, Funcionario marrón o Bonito Leucocito por mencionar algunos de los que más me han llamado la atención.

Como decía el humor está muy presente, es un humor que se basa muchas veces en la repetición de situaciones y de expresiones verbales, en la caricatura, en la exageración y también en lo soez. En las muchas discusiones que se producen los personajes actúan y hablan como si fueran adolescentes durante una excursión de colegio. Reconozco que me he reído bastante pero al final he acabado por cansarme, sobre todo porque la historia parecía no avanzar entre tantas peleas y pullas. Por otra parte el argumento se ciñe en exceso a un esquema narrativo que acaba  por agotarse. El guión es el siguiente: los personajes llegan a un lugar nuevo, buscan un bar, la lían parda, conocen a tipos muy raros o poco recomendables que se les unen o matan y vuelta empezar. 

Al mismo tiempo que la trama se va volviendo cada vez más enloquecida y los personajes más desquiciados la escritura de Bueso se hace cada vez más abstrusa. Los pinceles con los que ilustra las imágenes son cada vez más gruesos, sobre todo cuando se trata de escenas de acción, y como resultado todo queda menos claro para el lector. Bueso opta más, como sucede en el cine moderno, por despertar emociones que por exponer con claridad lo que cuenta. También es verdad que el escenario que plantea Bueso llega un momento en que se sale por completo de madre y puede que hasta él mismo se viera incapaz de visualizarlo.

Me gustaría mencionar un episodio relacionado con el protagonista, el Alguacil, que  me ha parecido del todo innecesario y que da la impresión de haber sido metido a la fuerza. Es como si Bueso se hubiera dado cuenta de repente de que le estaba quedando un personaje demasiado bonachón y noble y que para contrarrestar ese efecto decidiera incluirlo. No diré más para no destripar la trama.

El primer libro de la serie me pareció muy bueno, el segundo me convenció menos y el tercero me ha resultado cansino. Diríase que le falta chicha y le sobra grasa. Dos tomos hubieran sido suficientes para contar la historia que pretendía. En cualquier caso se trata de una trilogía que difícilmente volverá a repetirse en el mercado español. No es fácil que un editor se atreva a publicar una obra como ésta y tampoco que un escritor se comprometa a invertir tanto tiempo de su vida en escribir una trilogía de esta envergadura. Bueso ha demostrado poseer una imaginación única en el panorama español. Yo me quedo con algunas de las imágenes más potentes de la serie como la del Alguacil con su espada y su simbionte en el hombro marcándole peligro que quedará durante mucho tiempo grabada en mi mente.

 

martes, 20 de febrero de 2024

“Oveja mansa”, de Connie Willis

Portada de “Oveja mansa”, de Connie Willis

Penguin Random House parece haberse decidido a recuperar algunas de las novelas de Connie Willis que habían sido publicadas por Ediciones B antes de que fuera adquirida por la compañía editorial multinacional y que habían quedado descatalogadas. Lo curioso es que no las edita en Nova, sello bajo el cual suele publicar los libros de ciencia ficción, sino que lo hace en su colección de bolsillo. Y me parece estupendo porque me ha permitido adquirir el libro a muy buen precio y en un formato muy cómodo de leer. Willis era una de esas autoras que junto a otros escritores como Orson Scott Card, Lois McMaster Bujold o Neal Stephenson se encontraban entre los preferidos de Miguel Barceló, antiguo director de Nova, y sus libros se publicaban con cierta asiduidad. Sin embargo, las cosas cambiaron después y durante algunos años, a excepción de la premiada El día del juicio final, gran parte de sus libros no se reeditaron. Entre ellos este Oveja mansa, que servidor llevaba buscando hace tiempo después de leer los comentarios que pueden encontrarse en la web Tercera Fundación y más aún tras la valoración tan positiva que Nacho Illarregui hace de ella en C.

Como comenta Nacho, Oveja mansa recuerda mucho a algunas de esas viejas películas de los años treinta, esas comedia locas en las que las mujeres jugaban un papel destacado, mucho más que el que tendrían en los cincuenta. La película Vive como quieras de Frank Capra sería un buen ejemplo de ello (si la menciono es porque la he podido ver recientemente y me ha sorprendido por su modernidad y su sentido del humor nada pasado de moda). Al igual que en la película desfilan por el libro una serie de personajes divertidísimos y estrafalarios que dan mucho juego. La mayor parte de la acción transcurre en las instalaciones de HiTek, una empresa que se dedica a investigar sobre los temas más variopintos y que va siempre a la caza de nuevas subvenciones. Sandra Foster, una de las científicas que trabaja para la empresa, no consigue progresar en sus investigaciones en el campo de la sociología, en concreto intenta averiguar qué fue lo que originó que en los años veinte muchas mujeres se cortaran el pelo. El objetivo de este estudio, en principio tan peregrino, es conocer la manera en que se crean y se propagan las modas. A Willis todo esto le sirve de excusa para hablar de lo imprevisible que es el ser humano, de lo arbitrarias que son algunas de las modas y de la importancia que ha tenido el azar tanto en la ciencia como en la historia. A la luz de estas reflexiones no queda duda alguna de que nuestro comportamiento cuando nos dejamos arrastrar por cómo se peina un actor, se viste un cantante o por lo que un «influencer» nos recomienda no difiere mucho del de un miembro de un rebaño de ovejas.

El gran mérito de la autora es haber convertido la propia trama en un ejemplo de teoría del caos. La tesis que defiende la novela a través de las conclusiones a las que llega su protagonista es que la anarquía, el desorden, en definitiva el caos puede llevar a un nuevo orden. Uno de los personajes más extraordinarios al mismo tiempo que más odiosos de la novela es  Flip. Su cometido dentro de HiTek es hacer llegar los mensajes a los diferentes departamentos, sin embargo debido a su negligencia y a sus pocas ganas de hincarla la va liando allí por donde va. Otro personaje relevante y casi antagónico a Flip es Bennet, un tipo inmune a las modas, que viste como le da la gana, y que es además especialista en teoría del caos. Luego está la protagonista, todo un personaje, siempre atenta a cómo viste la gente, pendiente de las nuevas modas que surgen cada día a las que contempla con una mezcla de estupor y de guasa. En fin, el libro está lleno de personajes inolvidables que propician que se produzcan situaciones humorísticas.

Cada capítulo comienza con un pequeño y divertido texto en el que se alude a alguna moda del pasado, muchas de ellas completamente ridículas como la tontería de llevar pelucas monumentales en la época de Luis XVI, el fervor que hubo durante un tiempo por las Ouijas y la fiebre por los tatuajes en el siglo XVII. De esta última, que vuelve a estar de moda hoy en día, dice la autora: «Los tatuajes tienen la desventaja de ser una moda pasajera con resultados permanentes».

La novela se lee en un suspiro, está llena de ironía, de humor y sus personajes como en la película que he mencionado acaban por contagiarte su alegría y sus ganas de vivir. No creo que se trate de ciencia ficción pero eso qué importa si te proporciona un buen rato.

jueves, 21 de diciembre de 2023

“La casa de caramelo” de Jennifer Egan

     

Portada de "La casa de caramelo" de Jennifer Egan

A punto he estado de no escribir esta reseña. Siempre he defendido la idea de que debemos hacerlo tanto de los libros que nos han gustado como de los que no, porque en definitiva de lo que se trata es de ofrecer una opinión que ayude al potencial lector a decidir si el libro le merece la pena no. Tanto las críticas buenas como las malas permiten además conocer un poco más al reseñador, saber de qué pie cojea y así juzgar con mayor discernimiento si el comentario  es pertinente o no. Me encantaría que todas las reseñas fueran favorables de la misma manera que sería estupendo que el mundo estuviera sólo poblado de gente guapa, inteligente y feliz. Basta mirar las noticias para tropezarse con sujetos como Milei, Netanyahu o Putin para darse cuenta de que no es así. Los más avispados se habrán percatado desde hace un rato de que  La casa de caramelo, de Jennifer Egan, no ha satisfecho del todo mis expectativas. Ha sido este pequeño chasco el que me ha llevado a plantearme de nuevo una cuestión que pensaba ya superada. Sin embargo, al contrario de lo que se lleva ahora en política, he decidido mantenerme firme en mis convicciones y escribir la reseña.

Las diversas sinopsis que había leído de La casa de caramelo me hicieron creer que la historia me trasladaría a un futuro en el que todos pudiéramos almacenar nuestros recuerdos e incluso compartirlos con otras personas, algo así como un Instagram más complejo en el que  las imágenes serían sustituidas por experiencias reales. Al final todo esto queda bastante desdibujado debido a que la novela se centra principalmente en el relato de determinados momentos de la vida de una serie de personajes, algunos de ellos, por cierto, bastante tocados del ala. Y no todos tienen una relación directa con «Aprópiate del Inconsciente», que es como se llama la aplicación que permite hacer uso de esa nueva tecnología. En el primer capítulo conoceremos al que será su creador, en los siguientes desfilarán personajes que la utilizan o que la combaten, pero también a muchos otros que sólo tienen una relación anecdótica con la aplicación. Habrá muchos lectores a los que estos retratos minuciosos les atraigan, sin embargo, a mí, una vez superado la mitad del libro, han terminado por fatigarme. Admito que algunos me han gustado, aunque me cuesta considerarlos relatos con su planteamiento, desarrollo y conclusión; pero el mayor problema es que no existe un hilo conductor, vamos pasando de un personaje a otro sin que sepamos a dónde nos dirigimos.

 De Egan había leído hace algunos años La torre del homenaje, una novela que, aunque truculenta, me pareció muy imaginativa, por lo que esperaba encontrarme con algo más ambicioso en términos de especulación. La cuestión de los recuerdos, que es lo que me atrajo en un principio de la novela, tarda en plantearse y cuando se hace apenas tiene relevancia dentro del entramado de historias que Egan nos presenta. Al final los elementos de ciencia ficción cobran algo más de protagonismo por transcurrir la historia en el futuro pero constituyen poco más que un atrezo para lo que realmente quiere contar.

Lo que para unos es un colorido y fascinante collage, para mí ha sido un batiburrillo de historias sobre personajes que en ocasiones me han llamado la atención y que en otras me han resultado indiferentes. Los más entusiastas alaban el despliegue de estilos y el uso que hace de las técnicas literarias. Mi impresión es que la búsqueda de originalidad en ocasiones ha supuesto más un lastre que un empuje para la narración. Pongamos por ejemplo uno de los capítulos que en sí no es más que un relato de espías. Egan lo cuenta en segunda persona a la manera en que los reclutas reciben las instrucciones de campo militares. Hay que reconocer la habilidad con la que lo hace, otra cuestión es si compensa el esfuerzo porque si bien es verdad que resulta original la lectura acaba por hacerse monótona. Más acertado me ha parecido el capítulo en el que diferentes personajes se intercambian emails. El mensaje que escribe la protagonista de esta historia para ponerse en contacto con un famoso actor desencadena una cascada de sucesos muy entretenidos y perfectamente urdidos.

Supongo que mi frustración se debe a que me he encontrado con algo muy diferente a lo que me esperaba. Creía que leería una novela y lo que me he encontrado es una colección de relatos que Egan ha intentado vincular a través de sus personajes, ya sea porque existe un parentesco entre ellos o porque en algún momento coincidieron. La razón de por qué ha querido reunir este hervidero de historias en un mismo libro, tal vez la encontremos en una de las frases que aparecen al final. En ella el narrador refiriéndose a la posibilidad que ofrece «Aprópiate del Inconsciente» de conocer la vida de otra persona ensamblando los recuerdos de todos quienes la conocieron dice lo siguiente:

 «Tan solo la máquina de Gregory Bouton —ésta, la ficción— nos permite vagar con absoluta libertad por el colectivo humano».

«La omnisciencia, no obstante, se toca con la ignorancia: sin una historia se reduce a mera información».

Debo aclarar que Gregory Bouton es uno de los personajes que aparecen en el libro y que además de hijo del creador de «Aprópiate del Inconsciente» (de la que es un detractor), es escritor. Con este texto que pone en boca del narrador Egan deja claro que independientemente de los avances tecnológicos que se produzcan siempre hará falta echar mano de la literatura para contar una historia.

Por llevarme la contraria, el New York Times's ha escogido La casa de caramelo entre las diez mejores novelas del 2022.  La decisión es vuestra.

miércoles, 22 de noviembre de 2023

"Sundial” de Catriona Ward

Portada de "Sundial” de Catriona Ward
          Hacía tiempo que un libro no me atrapaba con la fuerza que lo ha hecho Sundial, de Catriona Ward. Se trata de uno de esos libros que cuesta dejar leer y que consiguen que las tardes se te queden en nada, uno de esos libros que es mejor no comenzar si tienes cosas importantes que hacer. De todos modos he de decir que no fue un amor a primera vista ya que los primeros capítulos no puede decirse que despertaran mi pasión.

Comienza la novela presentándonos los conflictos que existen en una familia formada por un matrimonio que hace aguas y dos hijas, una de las cuales no es muy normal que digamos. No es un preámbulo demasiado original, por suerte la historia se vuelca más adelante en el pasado de la madre, que cuenta con mucho más interés. Fue entonces cuando prendió en mí la chispa, ese fuego, esa fiebre muy parecida a la que se experimenta en el enamoramiento, esa que te impide dejar de pensar en otra cosa que no sea el objeto de tu amor. Esto habría sido suficiente para que me olvidara por completo del comienzo si al final la pasión se hubiera consolidado, pero no adelantemos acontecimientos.

Intentar resumir el argumento de este tipo de novelas es siempre algo peliagudo si se quiere evitar destriparlas, cada detalle es importante y en el caso de Sundial la autora hace un esfuerzo añadido para crear expectación demorando las explicaciones y planteando nuevos interrogantes. Nada raro por otro lado, y hay que reconocer que Ward lo hace bien. Además la autora juega limpio y al terminar la novela queda claro que lo tenía todo atado desde el principio. La historia, con todas sus revelaciones y giros, está muy trabajada y no se le puede poner peros en ese sentido. Otra cosa es que las explicaciones convenzan a todo el mundo.

Como ya he avanzado al comienzo de la reseña la primera parte no es lo mejor del libro. Esa madre preocupada por sus hijas, siempre pendiente (sobre todo de una de ellas), que las recrimina cuando hacen algo que no deben mientras su marido las malcría y que, además de engañar a su mujer con la vecina, se presiente violento, conforman un escenario ya muy manoseado. Pero el mayor problema para mí lo supone Callie, la hija mayor del matrimonio, que reúne todos los tópicos habidos y por haber de lo que podríamos denominar el subgénero de niños terroríficos. Ve fantasmas, tiene amigos imaginarios, colecciona huesos de animales muertos, lo tiene todo, y parece poseer una crueldad y un desapego a su madre que me cuesta creer. Convertida en una figura caricaturesca termino por desvincularme de esa parte de la historia, porque dejo de creérmela.

Por suerte la novela se centra enseguida en el pasado de Rob, madre de la criatura, y en la compleja relación que mantiene en aquel entonces con su hermana gemela. A partir de aquí la novela remonta, y de qué manera. Ward establece paralelismos entre las dos historias, la del pasado y la del presente, entre la relación que existe entre las hijas de Rob y entre ésta y su hermana, sin embargo no ha sido ese vínculo lo que me ha atraído de Sundial. El relato que Ward hace de la infancia de Rob, de sus misteriosos padres de Rob y de su problemática hermana Jackie se sostiene por sí solo sin la necesidad de añadir más niveles de complejidad. El secreto que envuelve a todo lo que sucede en ese rancho en el desierto, donde realizan experimentos de control mental con perros, y que Rob poco a poco va desentrañando hasta descubrir que nada es como pensaba y sobre todo la relación de amor y envidia entre las hermanas me parece lo más destacable de la novela.

 Cada vez resulta más difícil sorprender al lector y esto lleva a muchos escritores a forzar la maquinaria, a girar la tuerca una vuelta más hasta hacer saltar todo por los aires y echar a perder un buen trabajo. Y es lo que le sucede a Ward con esta novela. Todo el relato central es impecable a pesar de los lugares comunes que salpican en ocasiones el texto («... el aceite para después del baño que huele como una tarde de primavera») y desde mi punto de vista lo mejor que podría haber hecho la autora es limitarse a contar esa historia.

A pesar de todo es un libro que recomiendo. Su parte central es adictiva, verosímil y con momentos en verdad terroríficos. Tanto es así que me he animado a buscar más libros de esta autora tan en boga, así que es muy posible que en poco tiempo podáis leer en Universo de Pocos otra reseña de alguno de sus libros.