Blog ciencia-ficción

Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia ficción.

Universo de pocos

Universo de pocos

miércoles, 19 de julio de 2023

"Herederos del caos", de Adrian Tchaikovsky

Portada de "Herederos del caos", de Adrian Tchaikovsky

            Con Herederos del caos Adrian Tchaikovsky ha querido repetir el éxito que obtuvo con Herederos del tiempo. En la nave espacial La viajera se desplaza una representación de humanos y de las arañas evolucionadas que conocimos en Herederos del tiempo, el propósito de la misión es buscar sobrevivientes huidos de una Tierra al borde del colapso. Las aventuras de estas especies tan diferentes se prolongan de esta manera más allá del mundo en el que surgieron las arañas. La novela, por tanto, prosigue la trama exactamente donde la dejó el libro precedente pero no sólo eso, Tchaikovsky emplea la misma fórmula que tan buenos resultados le dio y vuelve a imaginar una sociedad formada por una especie de origen terrestre que con la intervención de los humanos ha evolucionado en un entorno extraterrestre hasta alcanzar la inteligencia. Lo que en Herederos del tiempo eran las arañas en Herederos del caos lo son los pulpos.

No del todo satisfecho Tchaikovsky ha querido añadir un elemento más para animar la trama y se inventa un planeta con una ecología muy extraña, algo que los lectores de ciencia ficción siempre solemos agradecer. Se trata de un buen candidato a ser terraformado por una de las naves de exploración enviadas por la Tierra que lo ha descubierto varios siglos antes que La viajera. La novela alterna entre estas dos tramas, entre pasado y presente, la una proporciona pistas sobre lo que sucede en la otra hasta que finalmente se centra en el presente. Esto le permite al autor incrementar la tensión y el suspense interrumpiendo de manera deliberada el relato en los momentos en que los personajes se ven más comprometidos. Al principio le funciona más o menos bien pero le obliga, como ya le ocurrió en Herederos del tiempo, aunque aquí magnificado, a estirar algunos de los hilos narrativos menos interesantes más de lo necesario para mantener este juego de alternancia.

Me ha parecido un libro muy irregular con momentos realmente emocionantes y otros de lo más farragosos. La sociedad de pulpos inteligentes que imagina Tchaikovsky tal vez no resulte muy creíble pero hay que reconocer su poder de fascinación. La incapacidad de la especie para organizarse y para ponerse de acuerdo hasta en lo más trivial, la imposibilidad que tienen de ocultar sus emociones, su volubilidad propician un mundo caótico y sorprendente. Como idea loca está bien pero no veo la necesidad de contar con tanto detalle la historia de la civilización «pulpesca» a lo largo de varios siglos. A ratos se me ha hecho mortalmente aburrido. No soy de los que recuerda citas pero resulta que en el libro que estoy leyendo en estos días me he encontrado con una de Voltaire que me viene al pelo: «El secreto de aburrir es contarlo todo». ¡Y qué razón tiene! Tchaikovsky además acaba por repetirse, sobre todo cuando menciona rasgos de la personalidad de sus diferentes creaciones, por ejemplo, la veleidad de los pulpos o la sumisión de los machos frentes a las hembras en el caso de las arañas. A lo largo de toda la novela estas y otras peculiaridades de unos y de otros son recordadas al lector de una manera constante y machacona.

La dificultad para comunicarse entre especies diferentes, el tema principal de Solaris, de Stanislaw Lem, tiene en Herederos del caos también cierta relevancia, sin embargo lo que para Lem era una preocupación filosófica para Tchaikovsky es un elemento más para crear tensión. Para ser sinceros esta incapacidad de entenderse ha acabado en más de una ocasión por desesperarme y de sacarme de mis casillas. Considero que la mayoría de las veces esto ha entorpecido más que ayudado en los momentos de más acción de la novela, instantes en los que precisamente la historia pedía más que nada dinamismo. Porque no deberíamos de olvidarnos de que estamos ante una novela de aventuras y al decir esto no quiero quitarle mérito, sólo evidenciar que no estamos ante una disquisición profunda sobre la otredad como, por ejemplo, podríamos hallar en un libro de Lem o de Peter Watts.

En otro orden de cosas he encontrado grandes diferencias en cómo han sido redactadas ambos libros. Estoy seguro de que el estilo de Tchaikovsky no fue lo que más me llamó la atención de Herederos del tiempo cuando lo leí hace unos años, lo encontré correcto y funcional, pero de lo que estoy seguro es de que no me sucedió lo que me ha ocurrido con Herederos del caos. Con frecuencia he tenido que releer las frases para entender lo que se decía. No sé si el hecho de que hayan sido traducidos por diferentes personas, Luis G. Prado se ocupó de la primera entrega y Carlos Pavón de la última, ha tenido algo que ver. Es difícil saber en estos casos dónde radica el problema, si en el autor o en el traductor, en cualquier caso la lectura de Herederos del caos no ha sido la lectura fácil, cómoda y vertiginosa que yo esperaba encontrar.

Para terminar esta reseña quiero aprovechar la oportunidad que me brindo generosamente  a mí mismo para mostrar mi irritación ante esta manía que tienen cada vez más editoriales de publicar en pastas duras, de convertir los libros en objetos inmanejables y carísimos que no sólo se apropian de la mitad de la estantería sino que llegan a poner en peligro los mismo cimientos del edificio que los alojan. Puedo entenderlo cuando se trata de reediciones de grandes clásicos, pensadas sobre todo para coleccionistas pero en el caso de este tipo de novelas preferiría que valieran la mitad y que no me combaran el estante. Por otra parte no me lo pensaría tanto antes de comprar el libro. 



martes, 20 de junio de 2023

“Nuestra parte de noche”, de Mariana Enríquez

Portada de “Nuestra parte de noche”, de Mariana Enríquez

Aunque parezca contradictorio la buena impresión que me produjo el libro de relatos  Las cosas que perdimos con el fuego, de Mariana Enríquez, ha sido la principal causa de que tardara tanto en decidirme a leer Nuestra parte de noche. Lo que más me gustó de ese libro fue la naturalidad y la sencillez con la que el terror más genuino se imbricaba con la realidad social argentina o con el feminismo más de actualidad. Se trataba de relatos más bien cortos, con las palabras medidas y el tamaño justo para lograr ese impacto final que cualquier relato de terror busca provocar en el lector. Por lo tanto me sorprendió mucho que Enríquez escribiera una novela de casi setecientas páginas. No era su primera novela (a los diecinueve años había escrito Bajar es lo peor a la que seguirían dos novelas más) pero en cualquier caso suponía un cambio absoluto. No es lo mismo escribir un relato que una novela, que me lo digan a mí que empecé una y con más de la mitad completada llevo tres años sin avanzar una sola página. Hay escritores que se sienten más cómodos con los relatos como Borges o Poe, otros que no se han atrevido hasta muy tarde a abordar una novela como George Saunders y otros que incluso no parece que tengan intención de hacerlo como Ted Chiang. Esta evolución de Enríquez me recuerda a la que hizo otro gran escritor de relatos como Félix Palma, que nos sorprendió hace unos años, no sólo con un novelón de más seiscientas páginas sino con toda una trilogía de novelas bastante extensas. Enríquez obtuvo con esta novela el premio Herralde en 2019, así que al final la curiosidad por saber cómo se maneja la autora argentina en las distancias largas se ha ido  imponiendo, y aquí estoy demorando porque no sé muy bien por dónde empezar esta reseña de Nuestra parte de noche.

Por lo tanto haré lo más fácil y comenzaré por contar de qué va. El libro arranca con la confusa huida de Juan y de su hijo Gaspar a comienzos de los 80 en plena dictadura argentina. Lo hacen en coche y Enríquez va dejando caer poco a poco a dónde van y la razón de su partida. Puede que la muerte por atropello de Rosario, madre de Gaspar, en circunstancias poco claras tenga que ver con esta decisión repentina. Gaspar es todavía muy pequeño y no acaba de comprender lo que pretende su padre, un hombre con una enfermedad cardíaca crónica y unas decisiones impredecibles. De manera paulatina la historia se interna en el terror más absoluto. Juan es un médium al servicio de una implacable sociedad secreta que lo necesita para comunicarse con lo que llaman La Oscuridad. A lo largo de la novela asistiremos a ceremoniales sangrientos, atravesaremos puertas que nos llevan al más allá, conoceremos familias cuya riqueza se ha levantado a costa del sufrimiento de muchos, nos internaremos en casas encantadas, en fin un glosario completo del género de terror. La novela se divide en seis partes, en tres de ellas, aunque no sean consecutivas, se nos cuenta en orden cronológico la infancia de Gaspar y su posterior entrada a la mayoría de edad. El cuarto capítulo abarca la infancia de Rosario hasta sus años de juventud y se centra sobre todo en su alocada estancia en Londres durante los años setenta. Los otros dos capítulos complementan la historia pero se apartan de la trama principal y se ocupan de algunos de los muchos personajes secundarios que aparecen en la novela.

La mayor extensión que le ofrece la novela frente a la concreción de los relatos le da a Enríquez la oportunidad de profundizar en los personajes. Lo hace con laboriosidad y esmero. Los hombres, mujeres y niños que encontraremos en las páginas de Nuestra parte de noche están tan perfectamente definidos, son tan coherentes que cuando uno llega al final del libro acaba por creer que los ha conocido de verdad, que incluso los ha visto en la calle. No se trata sólo de los protagonistas, la autora no se olvida de los personajes secundarios a los que con un par de trazos maestros dota de la suficiente personalidad como para diferenciarlos entre sí. De Juan, un hombre de físico poderoso al mismo tiempo que frágil, hace un retrato verdaderamente extraordinario. Enríquez construye un personaje contradictorio, temible y digno de lástima al mismo tiempo. No menos impresionante es el retrato que hace de Luis, el hermano de Juan, un hombre reposado y capaz de inspirar una enorme confianza a todos los que le rodean, un tipo al que a uno le encantaría conocer. La angustia, la soledad, la confusión que siente Gaspar tampoco nos es ajena, el amor de Rosario por Juan y sus oscuras tentaciones, la maldad de la abuela Mercedes, la falta de sentimientos de Florence, la curiosidad de Adela... todos estos sentimientos, estas pulsaciones que mueven a los personajes cobran en manos de la autora otra dimensión. Llama la atención, por otro lado, que Enríquez se centre sobre todo en los personajes masculinos.  Los grandes protagonistas son sin lugar a dudas Juan y Gaspar, aunque Luis juega también un papel de gran importancia en la trama. Eso no quiere decir que Enríquez se olvide de los personajes femeninos, que por otro lado están bien perfilados, pero ha preferido en este caso sondear el mundo de los hombres.

La narración discurre con el lejano trasfondo de una Argentina convulsa que culebrea entre golpes de estado, dictaduras militares y gobiernos neoliberales. Para Enríquez el contexto histórico es como una montaña que se divisa desde cualquier punto y cuya sombra en ocasiones altera el paisaje pero a la que por el momento no quiere escalar. Nuestra parte de noche es fundamentalmente una novela de terror fantástico, no pretende otra cosa que estremecer pero no precisamente con los horrores de la dictadura que por otra parte también se entrevén.

En cada capítulo la autora parece querer abordar un terror diferente. En el primero que se titula Las garras del dios vivo el terror es fantástico y explícito. En La cosa mala de las casas solas el miedo, sobre todo al principio, se hace más real, más terrestre, es el temor que Gaspar siente por su imprevisible y violento padre al que cree loco. Por último en el titulado Las flores negras que crecen en el cielo, nos enfrentamos con el miedo a ser diferente a los demás, a la locura y con ella a la posibilidad de hacer daño a los que te rodean. El aglutinante de todos estos terrores es el horror fantástico con el que comienza la novela y se cierran la mayoría de los capítulos y que se nutre de los relatos decimonónicos de fantasmas, de casas encantadas o de agrupaciones secretas actualizados al público moderno y por lo tanto más descarnados.

Enríquez además de gustarle el género de terror tiene otros intereses, algo que queda reflejado en muchas de las páginas del libro. Incluirlos ha engrosado quizás algo más de lo necesario una novela que abarca un amplio espacio de tiempo y por el que pulula una gran variedad de  personajes. Su fascinación  por el rock, por la poesía de los poetas trágicos, el sexo homoerótico y no sé si también el fútbol (¿existe algún argentino al que no le guste?) queda patente a lo largo del texto.

En cuanto al final, Enríquez logra que todo encaje a la perfección sin que sobre ni falte una sola pieza del colosal puzle. Mi única objeción se refiere al hecho de que a ninguno de los personajes se le ocurriera ensayar una solución tan evidente como la que ponen en práctica al final mucho antes. En todo caso Nuestra parte de noche es una gran novela de terror, muy entretenida, fascinante, espeluznante como pocas, con personajes espléndidos y que ha puesto en valor un género muchas veces menospreciado.

miércoles, 24 de mayo de 2023

“Chocky”, de John Wyndham

 

Portada de “Chocky” de John Wyndham

En los últimos años Runas ha estado reeditando las novelas más importantes de John Wyndham, quedaría pendiente Los cuclillos de Midwich (1957) y habrá que ver si la editorial se atreve con algunas menos conocidas, como las que se publicaron tras su muerte o con alguno de sus libros de relatos. Wyndham es uno de los pocos autores clásicos, con obras maestras como El día de los trífidos (1951) o Las crisálidas(1955), que se sigue reeditando en nuestro país.

Chocky (1968) fue la última novela publicada por Wyndham en vida. Se trata de una novela corta de 150 páginas de una factura muy clásica que, sin ofrecer grandes sorpresas, se lee con agrado. En estos tiempos en las que las historias se estiran, se ramifican en múltiples tramas y en las que cada uno de los personajes que aparecen ha tenido una vida fascinante que merece ser contada, aprecio más que nunca que un autor se ciña a lo que nos quiere contar. Lo demás, si es tan relevante, puede guardárselo para una próxima novela.

El argumento de Chocky es de lo más simple. Mathew, un muchacho inglés de los años sesenta, que hasta entonces había tenido un comportamiento completamente normal empieza actuar de una manera extraña. Todo podría deberse a la tardía aparición de un amigo invisible. Los padres adoptivos del chico ya pasaron por una experiencia similar con otra hija más pequeña.  Sin embargo en esta ocasión resulta ser mucho más desconcertante debido a las preguntas que Mathew les plantea, que nos son las propias de un niño de su edad. La preocupación por la salud mental de Mathew se acrecienta con el paso de los días y con lo que les cuentan los profesores. No saben cómo actuar, si negar la existencia de Chocky, que es el nombre con el que el niño se refiere a esa voz interior, o si lo mejor sería hacerle creer a su hijo que aceptan que es alguien real y no imaginario. Lo que más quiere un padre o una madre es que su hijo crezca sano física y mentalmente y esa angustia, ese miedo a que a algo le pase queda perfectamente plasmado en el libro. Surgen nuevas y alarmantes explicaciones para el comportamiento del niño y poco a poco la tensión del relato va a más.

El problema de la novela es que casi desde el principio se sabe cuál es el origen de Chocky. Hay viajes que merecen la pena por el destino al que nos conducen y otros que se disfrutan por el camino que debemos recorrer para llegar hasta ahí. Esto último es lo que sucede al leer Chocky. Me quedo con ese ambiente tan inglés, con algunas de la convenciones puestas en cuestión desde la perspectiva de alguien que no forma parte de nuestro mundo y con el ajustado manejo de la intriga que hace Wyndham.

jueves, 27 de abril de 2023

“Light Chaser (Surcaluz)” de Peter F. Hamilton y Gareth L. Powell

Portada de “Light Chaser (Surcaluz)” de Peter F. Hamilton y Gareth L. PowellHace un año no lo hubiera imaginado pero algunas lecturas recientes me han llevado a la conclusión de que el amor romántico se ha puesto de moda dentro de la ciencia ficción. Tal vez sea una coincidencia pero el caso es que en los últimos meses he leído varias novelas en las que el amor juega un papel destacado. Se trata de historias como la de Así se pierde la guerra del tiempo, de Amal El-Mohtar y Max Gladstone, en las que la pasión sobrevive a guerras y a intervalos de tiempo inconcebibles. Preferentemente sucede entre parejas no heterosexuales, es el caso de la que he mencionado antes y también de Historias de Xuya, de Aliette De Bodard, con una relación que no se produce exactamente entre dos personas puesto que una de ellas es una nave espacial (con una parte humana). En Aves extintas, de Simon Jimenez, podemos encontrar un catálogo completo de amores entre personas de diferentes géneros. Asistimos en todas ellas a pasiones desaforadas en medio de escenarios colosales o descubrimos  que existen amores que pueden ser más poderosos que la muerte como el que existe entre Amahle y Carloman en Light Chaser,  de Peter F. Hamilton y Gareth L. Powell. El modelo que siguen estas novelas es el de Romeo y Julieta, en las que aunque el amor es considerado el más puro y gozoso de los sentimientos humanos casi siempre suele ser el origen de una tragedia.

Además de una historia de amor Light Chaser es una aventura que abarca milenios. A pesar de esto intentaré no extenderme demasiado con su argumento. La protagonista, Amahle, es una surcaluz y como tal viaja con su nave a una velocidad cercana a la de la luz siguiendo un circuito preestablecido por lo que se llama el Dominio. No tiene idea del tiempo que lleva haciéndolo ni de las veces que lo ha recorrido a lo largo de su vida, que gracias a su ADN modificado puede prolongarse varios siglos. Su misión es recoger en los planetas colonizados los collares que entregó en su visita anterior y dejar otros en su lugar. En estos collares, sin que sus portadores lo sepan, quedan archivadas íntegras sus vivencias diarias que luego podrán ser experimentadas por otros. Entre visita y visita sin otra compañía en la nave que una IA, Amahle no tiene nada mejor que hacer que curiosear y sumergirse en las vidas almacenadas en estos collares. Para su sorpresa en varios de ellos alguien se dirige claramente a ella como si la conociera. Parece algo imposible puesto que eso supondría, entre otras cosas, que ése alguien se desplazara más rápido que ella.

Si algo de bueno tiene esta space opera es que al contrario de lo que sucede en muchas de las novelas pertenecientes a este subgénero (con comienzos que parecen concebidos para ahuyentar al lector), logra captar nuestra atención casi desde el principio. ¿Quién es ese personaje misterioso y cómo ha logrado desplazarse por el espacio y por el tiempo de la manera en que lo hace? Al final la explicación resulta más bonita y romántica que otra cosa y no destaca precisamente por su originalidad. Sorprende, eso sí, toparse con una explicación así en una space opera de este tipo, que por lo general opta por revestir sus historias de verosimilitud científica. Sin embargo el mayor problema que veo yo a la novela es la rapidez con la que se resuelve el misterio. Llama la atención que una revelación que va a trastocar por completo la vida de su protagonista, que la obliga a interpretar lo que lleva haciendo durante siglos, se despache en poco más de un párrafo. De manera que una de las mayores virtudes de la novela, su brevedad, se convierte también en uno de sus mayores inconvenientes. Apenas queda espacio para profundizar en las emociones de los personajes, en sus cambios de opinión y en sus pasiones repentinas. Porque si bien se trata de una space opera, la parte aventurera queda en un segundo plano detrás del relato sentimental. Amahle, debido a su longevidad, debe descartar parte de los recuerdos para dejar espacio a los nuevos, sin embargo cuando le conviene a la narración los recupera de manera súbita. En otro orden de cosas está la discutible decisión de comenzar a contar la novela por su final, algo así como dinamitar el terreno antes de construir la casa.

Hamilton y  Powell han escrito un libro de puro entretenimiento y no hay que tomarlo por más de lo que es. Así y todo, asumido que no es más que un libro para pasar el rato, he de decir que la historia de amor no me ha llegado al corazón. Seguramente el problema es mío pero estos amores tan sublimados, que se prolongan durante eones son demasiado para mí. Lo mismo me sucedió con las novelas que he mencionado al comienzo de esta reseña. En Así se pierde la guerra del tiempo, para reforzar el amor que sienten sus protagonistas, Amal El-Mohtar y Max Gladstone optan por un lenguaje poético que muchas veces se les escapa de las manos. Siete de Infinitos, que forma parte Historias de Xuya, a pesar de contar el amor que surge entre un ser humano y una nave espacial, resulta ser un relato tópico. Algo más lograron conmoverme algunos de los amores que Simon Jimenez nos presenta en Aves extintas y supongo que es porque sus personajes parecen reales y por tanto también sus emociones, cosa que no sucede en las otras novelas.

Robert Silverberg publicó en 1970 un relato, de apariencia muy sencilla, en el que nos  hacía vivir en nuestras propias carnes el amor que un delfín siente por su cuidadora. Su título es Ismael enamorado y en él Silverberg demuestra que puede lograrse mucho más con mucho menos. A pesar de disponer de más páginas Light Chaser se queda a medias tanto en la historia de amor, que me deja bastante frío, como en su faceta de space opera, que tampoco logra del todo el objetivo principal al que aspira este tipo de novela, que es despertar eso que llaman el sentido de la maravilla.

miércoles, 29 de marzo de 2023

“Hielo”, de Anna Kavan

Portada de “Hielo”, de Anna Kavan

Fue gracias a Brian Aldiss que supe de Anna Kavan por primera vez. No, no he tenido el gusto de conocer a Aldiss personalmente, mencionaba a esta escritora en la antología titulada Última etapa que publicó Bruguera en 1976, en la que diferentes autores escribían un relato definitivo sobre los principales temas de la ciencia ficción. Cada uno de ellos iba acompañado de un pequeño comentario del autor, y Aldiss entre otras cosas aprovechó el suyo para hablar muy elogiosamente de Kavan. Por desgracia entonces no se había publicado en España todavía nada de esta rara avis de la literatura inglesa. Su libro más emblemático Hielo (1967) no lo sería hasta 1987.

La editorial Trotalibros rescató hace dos años esta olvidada y singular novela con una edición muy cuidada que ha sido traducida por Ainize Salaberri. Hay que decir que no se trata de un libro fácil y que en muchas ocasiones pone a prueba la paciencia del lector. Lo que hace  que su lectura no sea sencilla es una trama que parece volver siempre al mismo punto en una espiral que no tiene fin. La impresión de que la acción no lleva a ningún lado puede desesperar a muchos. Si esto no fuera suficiente, la historia se interrumpe a veces de manera brusca sin que la autora ponga sobre aviso al lector, de manera que éste no tiene forma de saber si la nueva escena es recordada o imaginada. Estas reiteraciones, estos círculos que traza la historia componen una especie de bucle infernal del que ni los personajes ni el lector pueden escapar. La novela adquiere así la forma de una pesadilla recurrente y como tal no ofrece respuestas.

Tampoco es fácil resumir su argumento. Lo cierto es que es una novela difícil en todos los sentidos. El protagonista y narrador de la historia es un hombre obsesionado por una mujer de la que a excepción de su físico (es extremadamente delgada y posee un cabello largo y plateado) apenas sabremos nada. No es que de él vayamos a saber mucho más, si acaso de su fascinación por los inris, unas criaturas pacíficas parecidas a los lémures. Ni él ni ella tienen nombres, son personajes arquetípicos, criaturas de ficción con un propósito concreto, que no claro, dentro de la narración. Él la busca para salvarla del hielo que avanza pero también de otro personaje que la tiene cautiva, el Custodio. Ella, sin embargo, huye la mayoría de las veces de él, quien desde luego no parece mejor que el Custodio. Él es un individuo contradictorio, capaz de disparar sin contemplaciones a alguien que intenta subir a su barca para ponerse a salvo o de apiadarse de otro que es apaleado por un grupo de soldados. Diríase que la tortura sólo está bien si la practica él. A pesar de esta persecución del gato y del ratón entre él y ella, parecen necesitarse el uno al otro.

En esta manía que tenemos por etiquetarlo todo se ha catalogado a Hielo de novela catastrofista porque se sitúa en un futuro de enfriamiento causado por una guerra nuclear; también, cómo no podía ser menos, de distopía, que es el término eufemístico con el que últimamente se esquiva tener que emplear el tan menospreciado de ciencia ficción. No me parece que Kavan estuviera especialmente interesada en escribir una novela sobre un mundo que ha sufrido una guerra nuclear y desde luego está muy alejada de lo que yo entiendo por distopía. Para mí leer Hielo ha sido sumirse en un estado mental de continua desazón, de miedo, de incómodos sentimientos de posesión y de humillante sometimiento. Los personajes van pasando por todas estas emociones, la mayoría de las veces es ella la víctima, pero también lo es él de su necesidad de protegerla de la autoridad y de la tiranía del Custodio. Ella además necesita de alguien que la proteja. En fin, de una manera esquemática se trata de la relación que ha existido hasta hace poco y que aún perdura en muchas ocasiones entre una mujer y un hombre. Otros, al tanto de la biografía de Kavan, pensarán que es el que se establece entre el adicto y la droga.

¿Puede considerarse Hielo ciencia ficción? Desde mi punto de vista sí. Hay dos tipos de ciencia ficción, una en que los elementos de ciencia ficción son empleados para crear una metáfora y otra en los que no. Hielo pertenece claramente al primer grupo.

En el prólogo José Carlos Rodrigo intenta separar la obra de la vida de la autora. Tras saberse su adicción a la heroína muchos han creído encontrar la clave a esta novela inaprensible y un significado a ese hielo que va devorando el mundo. Por mi parte he procurado no tener muy en cuenta su biografía pero qué duda cabe de que su visión enajenada de la realidad recuerda mucho a la de otro gran consumidor de drogas como es Philip K. Dick. Aunque ahí está  Kafka, otro escritor con el que comparte muchas cosas y del que, que yo sepa, lo más fuerte que consumía era café. La vida de Anna Kavan, cuyo nombre auténtico es Helen Emily Woods, daría lugar con toda seguridad a una interesante novela. El libro viene acompañado de una nota al inicio en la que se cuentan algunos detalles: sus dos matrimonios que acabaron en divorcio, la muerte de su hijo en la segunda guerra mundial, su problema con las drogas, sus intentos de suicidio, su paso por diversos hospitales psiquiátricos y finalmente su muerte a los 68 años. Como curiosidad antes de cambiarse el nombre escribía novela rosa.

De la misma manera que en una sonata hay un motivo musical que se repite hasta el final de la obra, la novela de Kavan, variando a veces el ritmo, otras la instrumentación, vuelve una y otra vez al mismo relato de búsqueda y desencuentro. Hielo parece escrito por alguien que se siente perdido en el mundo y que no encuentra su lugar en él. A lo largo de la novela el hielo es una amenaza constante que se cierne sobre el mundo y sobre los protagonistas. Para algunos es un símbolo de la droga que devoraba a su autora (no es fácil llegar a una conclusión), sin embargo para mí representa el frío de la muerte que de alguna manera siempre está presente en nuestras vidas y que se acerca inexorablemente.


miércoles, 15 de marzo de 2023

“Mecanoscrito del segundo origen” de Manuel de Pedrolo

Portada de  “Mecanoscrito del segundo origen” de Manuel de Pedrolo

Publicado por primera vez en 1974 en catalán, Mecanoscrito del segundo origen, de Manuel de Pedrolo, se ha convertido en todo un clásico de la ciencia ficción. Se trata de una novela muy conocida sobre todo en Cataluña, donde se ha utilizado incluso como libro de lectura en algunas escuelas. La edición en castellano se produjo diez años después y desde entonces se ha venido reeditando periódicamente, lo que demuestra que se trata de una historia que después de décadas todavía sigue atrayendo a los lectores. La novela goza de gran aceptación entre los jóvenes, aunque su autor no la escribió específicamente para un público de estas edades. No es difícil de entender, teniendo en cuenta que narra con una sencillez impresionante la historia de dos jóvenes, chica y chico, que de la noche a la mañana parecen haberse convertido en los únicos supervivientes del mundo.

El arranque de la novela es de los que no se olvida. Unos muchachos arrojan a otro niño a una alberca sólo porque no les gusta el color de su piel. Alba, que es testigo de la agresión, se lanza sin pensárselo al agua para salvarlo justo a tiempo de ver unos platillos volantes en el cielo. Cuando sale de la alberca arrastrando consigo al niño, aún tiene tiempo de ver desaparecer en el horizonte los extraños aparatos. Poco después los chicos, Alba y Dídac, salvadora y rescatado, descubrirán que en los alrededores todos están muertos (incluso los dos niños que tiraron a Dídac al agua), que el pueblo ha quedado convertido en escombros y que sus padres han sucumbido bajo ellos. Alba tiene catorce años, Dídac sólo nueve, y ambos han sobrevivido al ataque extraterrestre por un hecho completamente fortuito, por encontrarse bajo el agua en el preciso momento en que se produjo el ataque. Una buena pero también una mala acción les ha salvado.

El texto está dividido en párrafos numerados que comienzan siempre con la conjunción «y» lo que da a la narración un aire de cuento y a la vez de redacción infantil. Esto último tiene su razón de ser por ser quien es el narrador. El hecho de que los párrafos estén numerados nos  hacer pensar en los textos bíblicos pero el tono sin complicaciones y directo de la novela tiene muy poco que ver con el hiperbólico, elegíaco o arengador que adopta la Biblia. Pedrolo despoja a la novela de todo adorno y deja la trama prácticamente al desnudo. No se detiene demasiado en lo que no está interesado en contar y desde el principio sitúa a los dos personajes principales, niños aún, en un mundo en el que deberán arreglárselas sin la ayuda de nadie, que es en definitiva lo que el autor quiere narrar. Por tanto, para ahorrarse descripciones innecesarias, hace que la destrucción se deba al ataque de los típicos platillos volantes que están en el imaginario de todo el mundo (sobre todo de los años 70). Como se puede apreciar no se trata de un inicio con grandes pretensiones de verosimilitud. A partir de entonces Pedrolo se toma más en serio conseguir que lo que Alba y Dídac hacen para salir adelante resulte más creíble.

De los dos personajes que protagonizan la novela, la que llama más la atención es Alba. Sorprende cómo asume desde el principio su papel de madre y luego de compañera, de esposa o cómo se quiera llamar. Su falta de prejuicios, su decisión de hacer lo imposible para que la humanidad no se extinga en alguien tan joven es loable a la vez que extraña y perturbadora. Lo tiene muy claro y en ningún momento parece cuestionarse lo que deberá hacer para cumplir la misión que se ha impuesto. Tendrá que ejercer de madre de quien en el futuro será su amante y el padre de sus hijos. Pedrolo lo cuenta todo sin darle demasiada importancia y los dos personajes aceptan este doble papel con pasmosa naturalidad. Sólo hay un momento en el que Alba parece reconocer lo anómalo de su situación. No obstante se hace cargo de que en una situación inusual como la suya deben buscarse soluciones que también lo son. Es sin saberlo una auténtica pragmática.

Alba, al tener unos años más que Dídac, ejercerá también de maestra. Responder a todo lo que él le pregunta, lo considerará parte de sus funciones y lo hará sin titubear por incómodas que resulten las cuestiones y siempre con la máxima claridad. El mundo que crearán será uno en el que no haya convencionalismos sociales ni prejuicios. No es algo que se hayan propuesto hacer, es algo que surge de manera espontánea e inocente. En cualquier caso hay que recordar que la novela fue escrita en los años setenta y el movimiento hippie seguía presente. Tal vez sea ésta la razón de que Pedrolo recalque, en demasiadas ocasiones quizás, la desinhibición que muestran los chicos ante la desnudez o a la hora de hablar de sexo.

Por decisión de Alba se embarcarán en otro gran proyecto, el de atesorar todos los libros que encuentren. Al principio lo hacen pensando en su propio beneficio, con el fin de tener a mano textos que puedan servirles de utilidad en su supervivencia, libros de medicina, de mecánica o de otras competencias. Porque a pesar de su juventud Alba mira siempre un poco más allá. Se cree con el deber de salvar la humanidad y eso supone también poner a salvo uno de sus mayores valores como es el conocimiento. Dídac en cambio no siente esa responsabilidad por lo que es menos cauto y de los dos es el que propone las empresas más arriesgadas, que muchas veces Alba termina por quitarle de la cabeza.

Al igual que en otras novelas similares como La muerte de la hierba (1956) de John Christopher o Los genocidas (1965) de Thomas M. Dish,  Mecanoscrito del segundo origen narra con detalle las vicisitudes y las soluciones que ponen en práctica un grupo de personas para sobrevivir a una catástrofe. Alba y Dírac deberán esforzarse, saber sobreponerse a los fracasos y utilizar su ingenio para poder salir adelante. Lo que no veremos como en otros libros es un deterioro o un desgaste en la relación entre sus protagonistas, más bien al contrario la convivencia entre Alba y Dídac se antoja a veces incluso demasiado idílica.

Resulta curioso el atractivo que tienen los paisajes apocalípticos, ¿a cuántos no nos gustaría asomarnos por un rato a esos mundos en descomposición? Poder entrar en esos supermercados abandonados y aprovisionarnos de lo que queramos o recorrer el mundo sin toparnos con molestos turistas haciendo fotos por doquier. Esa es, supongo, la razón de que existan tantos videojuegos que se desarrollan en ambientes postapocalípticos. Si no recuerdo mal antes de que estallara la guerra de Ucrania se llegaron a ofrecer tours ilegales por la chernóbil radiactiva para que los guiris de turno pudieran pisar con sus propios pies un territorio asolado.

Mecanoscrito del segundo origen es una novela que se lee de un tirón, con unos personajes entrañables y con los que es fácil identificarse, clásica en su desarrollo, controvertida al mismo tiempo que ingenua, no hay duda de que se trata de un libro muy recomendable para lectores de todas las edades.

jueves, 23 de febrero de 2023

“Historias de Xuya”, de Aliette De Bodard

Portada de “Historias de Xuya”, de Aliette De Bodard

Bajo este título Historias de Xuya, Aliette De Bodard ha reunido dos novelas cortas que se sitúan en la realidad ucrónica de Xuya. Se trata éste de un mundo alternativo en el que la civilización china fue la primera en llegar a América. Ambas además transcurren en un futuro lejano en el que la humanidad se ha dispersado por el universo viajando en las llamadas «naves mentales», unas naves espaciales que poseen consciencia propia. Así resumido, una «space opera» dentro de una ucronía con otros elementos que mencionaré más adelante, puede hacernos pensar que es algo rebuscado y lo cierto es que difícilmente se puede negar que no lo sea. Afortunadamente  para el lector que no esté al tanto de los antecedentes históricos de Xuya, estos preámbulos apenas tienen relevancia en estas dos historias más allá de que la sociedad que se describe está influida por la cultura asiática y de que se bebe mucho té. Tal vez alguien tenga una explicación de por qué en las novelas recientes de ciencia ficción se toma tanto té. Personalmente prefiero el cacao, que seguramente es menos refinado y no está envuelto en el aire de misticismo que tiene todo lo asiático.

La primera de estas historias de Xuya es La maestra del té y la detective, que ganó nada menos que el premio Nebula a la mejor novela corta en 2018 y el Premio Mundial de fantasía a la mejor novela en 2019. Como indica su título se trata de un relato detectivesco, el punto de partida es el clásico descubrimiento de un cadáver. Imagino que el interés que ha despertado se debe sobre todo al escenario imaginado por la autora y a los personajes que lo protagonizan, uno  de los cuales es una nave mental. La idea en principio parece estimulante pero a todos los efectos estas naves se comportan como cualquier hija de vecina con la diferencia de que tienen un nombre más largo y viven más tiempo. Por lo demás beben té (o hacen como que lo toman, no queda muy claro), leen novelas románticas, investigan crímenes e incluso, como se verá en la siguiente historia del libro, follan. Pueden hacer todo esto porque proyectan su avatar a cualquier otro hábitat y porque sus «bots» les permiten interactuar con los elementos materiales. «La hija de la sombra», que es el nombre de la nave que protagoniza la novela, sufre un trauma que le impide sumergirse en el espacio profundo y por tanto ejercer como vehículo de transporte. Años de tradición cinematográfica y televisiva nos han enseñado que cuando el protagonista sufre un trauma habrá un momento decisivo de la trama en el que deberá echar los restos y sobreponerse heroicamente a sus miedos para salvar a alguien o impedir un crimen. La maestra del té y la detective no ha querido romper con esta arraigada costumbre de la ficción más popular. Al final el crimen es resuelto y la historia termina de una manera que hay que reconocer queda simpática con los protagonistas dejando las puertas abiertas a otra posible colaboración en el futuro que me ha recordado a esos antiguos relatos que se publicaban por episodios.

Le sigue la novela corta  Siete infinitos, que se apoya también en una trama policiaca. Si en el anterior relato el referente era Sherlock Holmes, en este caso la historia se decanta por la novela negra y se zambulle de lleno en el ciberpunk. La protagonista es Vân una chica que ha podido acceder a un club de poesía (algo por lo visto de gran valor en esa sociedad) haciendo trampa. Además de los reparos que esto le provoca debe hacer frente a los remordimientos que le afligen por algo sucedido hace unos años. Su engaño consistió en haber callado que tenía un implante mnemotécnico, lo que de por sí no tiene nada de malo pero en la rígida sociedad de Xuya sólo están permitidos los que proceden de los propios ancestros y el de Vân deriva de fragmentos de personalidades ajenas a la familia. La historia arranca como corresponde a todo relato policiaco con una muerte inexplicable. Una nave mental con un nombre todavía más largo que la del relato anterior, «La orquídea salvaje en un bosque sombrío», y con un pasado turbio de ladrona ayudará a Vân y a su alumna a desentrañar esta muerte que se ha producido en su casa y que podría afectar gravemente a su reputación. En aspectos como la importancia que conceden a la honestidad, la integridad y también a los antepasados es donde se percibe la influencia asiática que pesa sobre la sociedad de Xuya. La historia es una sorprendente mezcla de novela ciberpunk, de elementos de pura ciencia ficción como implantes y naves espaciales pero también de romanticismo kitsch, de cultura vietnamita y de lugares comunes. Esto último se aprecia sobre todo al final, cuando Vân decide desobedecer los consejos que le han dado poniendo en riesgo su vida, y en la escena final, habitual por otra parte, con la heroína en manos del villano (en este caso villana) amenazándola con matarla si no acepta sus condiciones.

En el primero de los relatos predominan los diálogos en los que De Bodard pone bastante énfasis en los gestos y expresiones de los interlocutores. Su pausada prosa brilla  bastante más en el segundo aunque a veces sorprende con frases que parecen sacadas de El conde de Montecristo:

«—No — convino, con el sabor ácido y acre de la mentira en la boca».

La nave mental que protagoniza la primera historia, a causa del trauma que padece, en lugar de navegar se dedica a preparar tés a todo aquel que acude a ella. Buscan un remedio que mitigue el malestar que les provoca internarse en el espacio profundo. Para ello la nave elige las hierbas más adecuadas con las que prepara su infusiones terapéuticas. De la misma manera Aliette De Bodard ha creado este singular té literario escogiendo lo que deben de ser sus ingredientes más queridos: un poco de ciberpunk, un poco de policiaco, una buena dosis de personajes femeninos, algo de cultura vietnamita y un poco de romance. Muchos se lo beberán encantados pero como decía al comienzo de esta reseña, yo prefiero el cacao.