Blog ciencia-ficción

Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia ficción.

Universo de pocos

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martes, 27 de diciembre de 2022

Lecturas recomendadas del 2022


Casi sin que nos demos cuenta estamos a las puertas de un nuevo año. Vivimos tiempos de inquietud, pisamos con la mirada puesta en ambos lados del estrecho borde que nos separa del abismo. Nos hemos librado de una pandemia y ya estamos metidos en una guerra. Pero al menos tenemos los libros, así que, ante la buena acogida del año pasado, me he animado a volver a hacer una lista con los libros que más me han gustado de este 2022 que se acaba. 

Como puede verse la lista no abunda en novedades. La novela más actual es Sólo los vivos perdonan seguida de Transcrepuscular, el resto son reediciones o novelas con más de diez años de antigüedad que no leí en su momento. La razones son varias, por un lado, se han reeditado varias novelas de Angela Carter, mi gran descubrimiento del año, por otra parte, porque me apetecía rescatar libros antiguos que no había leído y finalmente, porque la producción de ciencia ficción novedosa de este año no me ha interesado lo suficiente como para arriesgarme ahora que muchos libros se venden a precios de artículo de lujo.

 Los cronolitos, de Robert C. Wilson, escrita por uno de los escritores más injustamente olvidados de nuestro país, es una novela emocionante, de factura clásica, con unos personajes que además no son de cartón piedra. 

Afterparty, de Daryl Gregory, situada en un futuro en el que cualquiera puede fabricarse  en casa sus propias drogas es un magnífico thriller que destaca por encima de todo por su humor y por presentarnos a unos personajes insólitos bastante tocados por los estupefacientes.

Clara y la penumbra, de José Carlos Somoza, me ha sorprendido primero por su audacia a la hora de sacar adelante una idea tan atractiva y compleja como es el de la pintura «hiperdrámatica», y segundo por su escritura preciosista a la vez que efectiva.

Nostalgia, de Mircea Cartarescu, es una maravilla no apta para lectores impacientes. Hay  que dejarse llevar por la imaginación del autor y sumergirse sin reparos en sus mundos oníricos llenos de una fantasía que nos hacen evocar la infancia.

Sólo los vivos perdonan, de Ismael Martínez Biurrun, nos habla de cómo el pasado por enterrado que parezca puede aparecer en cualquier momento, como esos fósiles que emergen a la superficie y obligan a los paleontólogos a interpretar de nuevo hechos que creían constatados.

Noches en el circo, de Angela Carter, me ha permitido conocer a una escritora enorme que por diferentes razones no había leído hasta ahora. A veces excesiva, cómica en ocasiones, imprevisible la mayoría de las veces, la novela es una apabullante demostración de imaginación.

Stalker: Pícnic extraterrestre, de Arkadi y Borís Strugatski, se ha convertido en el clásico por excelencia de la ciencia ficción rusa. Más allá de su crítica al régimen soviético es sobre todo una historia imperecedera que nos hace comprender lo insignificantes que somos en este universo inconmensurable y en muchas ocasiones también incomprensible en el que vivimos.

La juguetería mágica, de Angela Carter, parte de un argumento muy dickensiano en el que una chica se queda huérfana y debe trasladarse a vivir con su tío para narrarnos en forma de un precioso cuento el despertar sexual de una niña de quince años.

Transcrepuscular, de Emilio Bueso, merece la pena por la imaginación desbordante de su autor. Nos cuenta el fantástico viaje que emprenden unos personajes nada convencionales para recuperar una reliquia robada en un planeta en el que los caracoles y los insectos juegan un papel importante.

El hombre que cayó en la Tierra, de Walter Tevis, protagonizada por el extraterrestre más humano de toda la ciencia ficción, es una novela que destila una tristeza y una desesperanza absoluta.

Parece confirmarse la tendencia de los últimos años de publicar menos ciencia ficción y más novela de terror y fantasía. Mientras las librerías se llenan de brujas, de magias rebuscadas, de intrigas palaciegas en reinos imaginarios y de infinidad de novelas de Brandon Sanderson cuesta cada vez más encontrar un libro de ciencia ficción adulta de calidad. Aún más difícil es que no pertenezca a una serie interminable. Precisamente este año el mercado se ha llenado de secuelas, lo que ha reducido aún más mi, ya de por sí, limitado repertorio.

Las editoriales, sobre todo las de reciente creación, parecen haber apostado por los éxitos más candentes del mercado de lengua inglesa. A veces tengo la sensación de que todo lo que hubiera sido escrito antes ya no tuviera ningún valor y hubiera que descartarlo por obsoleto o por no cumplir con los estándares de inclusión o de paridad exigidos. Basta echar un vistazo a los autores que se publicaban hace diez años en colecciones como Nova o la Factoría de Ideas para comprobar que la mayoría de ellos han desaparecido del panorama literario. Algunos lamentablemente han fallecido, ¿pero qué ha pasado con los demás? ¿Padecen todos de repente el síndrome de la hoja en blanco? Lo curioso es que basta que se haga una serie o una película para que el libro en el que se basa, por muy acartonado que esté, vuelva a ser considerado lo más de lo más.

            La buena noticia es que cada vez se publican más libros de relatos, tanto traducidos como escritos en castellano, y eso me sirve de consuelo. Por pedir algo a este año que empieza me gustaría que alguna editorial se lanzara a crear una colección que contuviera los grandes clásicos de la ciencia ficción con traducciones nuevas o a al menos actualizadas y lo hiciera en un formato lo suficientemente atractivo para atraer a lectores jóvenes.

martes, 13 de diciembre de 2022

“Transcrepuscular”, de Emilio Bueso


Portada de “Transcrepuscular”, de Emilio Bueso
Hace cinco años y después de haberlo anunciado a bombo y platillo la editorial Gigamesh publicó en una edición limitada y de lujo Transcrepuscular, el primero de los libros de la trilogía Los ojos bizcos del sol de Emilio Bueso. El título dado a la serie con un matiz claramente bufonesco podría inducirnos a pensar que se trata de novelas en las que prima el cachondeo, y aunque Transcrepuscular no está exenta de humor, Bueso se toma más en serio de lo que parece el mundo que ha creado. El esfuerzo imaginativo, hay que reconocer que nada desdeñable, no me parece que esté encaminado a propiciar situaciones cómicas como sucede, por ejemplo, en la saga de Mundodisco escrita por Terry Pratchett.

Posiblemente el hecho de no conocer la obra de Bueso me salvó en su momento de precipitarme enfebrecido hasta la librería más cercana atraído como otros por la irresistible y doradisíma portada y gastarme los cuarenta euracos que costaba la exclusiva primera edición limitada del libro. Para ser del todo sincero tampoco lo habría hecho por más que Cenital (2012) o cualquiera de sus libros, de haberlos leído, me hubieran vuelto loco. Tampoco lo habría hecho  en caso de tratarse de otro autor. Lo que no deja de sorprenderme es que se quisiera convertir una novela escrita en un lenguaje popular y callejero y de ambientación «pulp» en un producto de élite. Me imagino que Gigamesh sabía lo que hacía y espero sinceramente que la jugada les haya salido bien porque la novela es muy entretenida.

Transcrepuscular es ante todo una aventura trepidante que adopta el clásico esquema de las novelas de viajes a mundos inexplorados. El éxito en este tipo historias queda supeditado sobre todo a la construcción de unos personajes con la suficiente solidez y a la creación de un escenario lo bastante atractivo. Así sucede en gran parte de las novelas de aventuras que leímos siendo niños como Viaje al centro de la Tierra (1864) de Julio Verne o La isla del tesoro (1882) de Robert Louis Stevenson. Puede decirse que Bueso cumple con creces ambos preceptos.

Empecemos por hablar de los personajes, unos seres que se salen por completo de lo común. Entre ellos cabe destacar a su protagonista, el Alguacil, un guerrero castrado que ha sido educado desde su infancia tanto en el misticismo oriental como en el arte de la lucha. Aunque el  personaje más original y que más me ha divertido es el Trapo, un ladrón que habla a través de un muñeco de manopla. Tampoco carecen de interés la Regidora o el Astrólogo, todos ellos con simbiontes en sus cabezas que les proporcionan notables mejoras a sus cuerpos y mentes. Estos simbiontes, que por cierto dan bastante asco, poseen la deplorable costumbre de introducir sus tentáculos gelatinosos en las fosas nasales, en los ojos o entre los huesos del cráneo de sus huéspedes para acoplarse así con sus cerebros. De ahí que se mencione la palabra «biopunk» (ya se sabe todo lo acabado en punk mola mucho) cuando se habla del libro, porque estos caracoles o babosas simbiontes realizan una función muy parecida a los implantes tan habituales en los relatos «cyberpunk». Todos estos personajes más otros que se les irán uniendo por el camino emprenderán la búsqueda de una reliquia robada a la comunidad a la que pertenecen.

Y aquí es donde el escenario imaginado por Bueso cobra toda su importancia. La acción  tiene lugar en un planeta que presenta siempre la misma cara al sol, por lo que existe una mitad que permanece en una oscuridad perpetua. Sólo una pequeña zona en penumbra, frontera entre los dos extremos, es habitable, el resto parece ser un desierto de fuego o de hielo. Montados en extrañas cabalgaduras como libélulas, avispas o mariposas nocturnas gigantes el Alguacil y sus acompañantes vuelan hasta lo que llaman el Agujero del Mundo. Es un lugar terrible al que los mapas de los que disponen no indican cómo llegar. En su misión deberán enfrentarse a multitud de peligros: hormigas gigantes, serpientes voladoras y colosales tempestades. Tanto el escenario como el periplo a lo Conan nos trasladan a la fantasía heroica más genuina como la que escribía Edgar Rice Burroughs. Sin embargo debemos tener en cuenta que la historia está narrada por su protagonista, un hombre desconocedor de la tecnología. En su mundo no hay otro motor que la fuerza animal. La acción motriz es proporcionada por todo tipo de invertebrados gigantes como caracoles, tábanos, hormigas o ciempiés, así que, cuando el narrador es testigo de fenómenos que es incapaz de explicar opta por atribuirlos a fuerzas esotéricas. Bueso va dando pistas a lo largo del relato de que no es así, de que en el pasado todo pudo ser diferente. El escenario acaba por convertirse en el principal enigma a resolver en un contexto de ciencia ficción.

Y llegamos al punto más espinoso de la novela: el estilo. El uso que hace del lenguaje coloquial sin renunciar a los tacos puede parecer extemporáneo, y es muy posible que rechine a muchos pero desde mi punto de vista le aporta una espontaneidad y una frescura que no le sienta nada mal a la narración. Tampoco es que Bueso sea el primero en hacerlo, Iain Banks en su novela titulada El puente (1986), si mal no recuerdo en algunos fragmentos protagonizados por un tosco guerrero, lo lleva incluso más allá. Me atrevería a decir que cuando mejor y más auténtico suena el texto es precisamente cuando Bueso se deja de reparos y haciendo caso omiso de los predicadores de lo políticamente correcto emplea ese lenguaje vulgar y pendenciero. Me complace menos que corte las frases o las deje sin verbo o la utilización excesiva que hace del punto y aparte para subrayar algunos mensajes.

Habrá que esperar a las siguientes partes de la trilogía para ver cómo resuelve Bueso los numerosos interrogantes planteados pero el arranque me ha parecido francamente bueno sobre todo por el portentoso despliegue de imaginación de la que hace gala el autor, más que suficiente para mí para decidirme a leer las continuaciones.

martes, 22 de noviembre de 2022

“Aves extintas”, de Simon Jimenez

Portada de “Aves extintas”, de Simon Jimenez
             El tema principal alrededor del que gira Aves extintas (2020) de Simon Jimenez es el amor en varias de sus vertientes. El primer capítulo del libro, que puede leerse como si fuera un relato perfectamente acabado, constituye un hermoso anticipo de lo que nos aguarda más adelante y sirve además de presentación de los dos protagonistas principales, Nia Imani capitana de la nave estelar Debby y el misterioso niño, cuya súbita aparición será la que desencadene los acontecimientos posteriores.

Por desgracia en la contraportada del libro, como ocurre con demasiada frecuencia, se cuenta demasiado sobre este muchacho. Considero un error por parte de la editorial revelar la excepcional capacidad que posee el chico teniendo en cuenta que no se da a conocer hasta bien avanzada la novela. Es una lástima, porque sustrae a la novela de lo que es el único elemento de intriga que existe durante la primera mitad. De manera que a los espabilados como yo a los que se nos ha ocurrido leerla antes de comprar el libro nos sobra casi la mitad. No obstante Jimenez podría haber aligerado un poco la trama y redundado menos en historias de amor trágico. Más adelante volveré sobre este punto.

Aves extintas es una «space opera» que se sale bastante de lo común. Por un lado, por la casi ausencia de acción y por otro, porque no se puede decir de los mundos que presenta que vayan a hacernos explotar la cabeza. Los tripulantes de la nave se encuentran con planetas muy parecidos al nuestro, algunos incluso menos interesantes, poblados además por gentes que tampoco llaman demasiado la atención. Quizás las estaciones espaciales con forma de ave creadas por uno de los personajes clave de la novela, Fumiko Nakajima, por su enormidad y su forma espectacular, tengan más que ver con lo que solemos encontrarnos en una «space opera» al uso. De todos modos quedan ridículamente pequeñas si las comparamos con los artefactos descomunales que aparecen en Casa de Soles (2008) de Alastair Reynolds o en Mundo Anillo (1970) de Larry Niven por poner algunos ejemplos. Los mundos que recorren los protagonistas a bordo de la Debby son un decorado, un fondo con el que potenciar los dramas personales de un relato que discurre principalmente en el plano emocional. Una historia de amor, si se traslada a un escenario galáctico y se dilata a lo largo del tiempo, cobra otra dimensión, se magnifica y se convierte en mito. Y así es, todo en la novela parece encaminado a despertar determinadas emociones y sentimientos en el lector. No es lo más habitual en este tipo de novelas, en lugar de hacer que experimentemos asombro, admiración o tensión hará que nuestros corazones se vean invadidos de una marea de afecto, amor y odio.

El problema viene cuando el autor abusa de algunas situaciones. Jimenez se ha empeñado en hacer que cada uno de los personajes principales tenga que pasar por una experiencia amorosa arrebatada y con final infeliz. La primera historia de amor, la más bella de las tres, se cuenta en el primer capítulo. Un hombre y una mujer se enamoran el uno del otro pero sólo pueden verse cada quince años cuando ella regresa en su nave para recoger una nueva cosecha. Las leyes de la relatividad hacen que en cada reencuentro él sea quince años mayor que ella. Después Jimenez nos cuenta el amor entre dos mujeres, Nakajima y Dana que tendrá bastante importancia en la trama. En cambio el fugaz y apasionado amor entre dos hombres, Ahro y Oden, apenas aporta nada y tengo la impresión de que con esta historia el autor ha querido cerrar todas las combinaciones de amor posibles entre hombres y mujeres. Lo atribuyo a esta fiebre por complacer a todos y por ese deseo de ejemplarizar que aqueja a la ficción actual. Jimenez no se da cuenta de que corre el riesgo de olvidarse de algún colectivo en este mundo tan cambiante y de que termina por alargar en exceso el libro.

Hay otro amor en la novela del que no he hablado hasta ahora y que quisiera mencionar, se trata del amor maternal de Nia por el muchacho. La capitana se hace cargo del chico desde que es pequeño; al principio lo hace con reticencias pero al final acaba preocupándose de él como si fuera su propio hijo. Lo llamativo es que es el único amor que perdura.

Compuesta por lo que parecen relatos independientes a la manera de Los tejedores de cabellos (1995) de Andreas Eschbach, nadie dudaría en encuadrar la novela dentro del género de ciencia ficción. Sin embargo, en su tramo final parece más bien una apasionada fantasía que se ha pertrechado de elementos habituales en la ciencia ficción clásica como son las naves espaciales, la dilatación del tiempo o las estaciones espaciales. El rigor científico no refrena la imaginación de Jimenez, que vuela libre aunque sea a costa de la plausibilidad. En ese sentido, salvando las distancias, recuerda a veces a Bradbury, también por su lirismo y por su emotividad. El escritor norteamericano de origen filipino incluye además un poco de crítica social como es preceptivo en estos tiempos al describir un mundo dominado por un monopolio que ha favorecido una brecha social de dimensiones obscenas.

En cualquier caso, se trata de una primera novela prometedora, que aún con sus fallos resulta tremendamente emocionante, bien armada en lo literario y con un potente clímax final. Todo ello es más que suficiente para que merezca la pena ser leída.

viernes, 18 de noviembre de 2022

Mi Universo

Los que entran a Universo de Pocos se habrán dado cuenta de lo poco que me gusta hablar de mí mismo. Las pocas veces en que lo hago es parapetado detrás de mis reseñas cuando lo normal es crear un blog precisamente para eso, para hablar de uno mismo, para publicitar los propios trabajos como traductor o como escritor..., en definitiva para darse a conocer. No sabéis lo que me costó decidirme a abrirlo. Hasta hoy he mantenido siempre una distancia prudente, supongo que por pudor pero también porque creo que el panorama literario rebosa ya de egos hipertrofiados.

Por una vez voy a descorrer esa fina cortina que se interpone entre tú y yo y voy a hablar de un acontecimiento personal que para mí ha tenido una gran importancia. He ganado el premio Domingo Santos de relatos. Sé que no es el Miguel Cervantes ni el Booker pero, en fin, me hace mucha ilusión por varias razones. Por ser uno de los dedicados a la ciencia ficción en España más veteranos, por contar entre sus ganadores y finalistas a autores tan relevantes en el panorama fantástico nacional como César Mallorquí, José Antonio Cotrina, Emilio Bueso, Sergio Mars, Ricardo Montesinos, Félix J. Palma o Santiago Eximeno entre otros y finalmente por llevar el nombre de un personaje fundamental en la ciencia ficción en España como es Domingo Santos. Además, no voy a ocultarlo, espero que este galardón me ayude a publicar algunos de los relatos que he escrito.  Es  un voto de confianza que me anima a seguir escribiendo.

Pero basta ya de autobombo, vuelvo a colocar la cortina tal y como estaba. En la próxima entrada prometo una nueva reseña y no hablar más de mí.

lunes, 3 de octubre de 2022

“La juguetería mágica”, de Angela Carter

          
Portada de "La juguetería mágica" de Angela Carter
       «El verano en que cumplió quince años, Melanie descubrió que era de carne y de hueso. Oh mi América, mi tierra recién descubierta. Se embarcó en un viaje embelesado., exploró todo su ser, trepó a sus propias cadenas montañosas, penetró en la húmeda abundancia de sus valles secretos como un Cortés, un da Gama o un Mungo Park de la fisiología»

Así con este tono entre lírico y sensual comienza La juguetería mágica (1967), de Angela Carter. La novela, que ha sido reeditada por la editorial Sexto Piso, aprovecha la traducción que hiciera Carlos Peralta para la legendaria Minotauro de Paco Porrúa.

La protagonista es Melanie, una niña que hasta ahora ha vivido entre algodones en la preciosa casa de campo inglesa de sus padres pero que tras un luctuoso suceso deberá trasladarse con sus dos hermanos (más pequeños que ella) a Londres y residir con su tío Philip, del que apenas sabe nada. Lo único que recuerda de él es un extravagante regalo que le hizo en la infancia: una caja de la que saltó un desagradable muñeco cuando la abrió, «una caricatura de ella misma» que le dio un susto de muerte. Melanie, además de amoldarse a las normas arbitrarias de su tío, un hombre autoritario que atemoriza a todos, deberá sufrir su constante desdén más preocupado como está por las marionetas y por los juguetes que construye para su juguetería que por el bienestar de la familia. Sin agua caliente, muertos de frío por la tacañería de quien les ha acogido padecen miserias que nos evocan de inmediato a Dickens. Carter describe todo además con la misma minuciosidad y viveza que el autor de Oliver Twist, no sólo el escenario donde sitúa la acción queda perfectamente dibujado sino que los personajes cobran vida en nuestra mente. Podría pensarse que estamos ante la clásica narración con huérfanos desdichados, maltratados en ocasiones y obligados a trabajar como esclavos pero como veremos más adelante no es del todo así, Carter la dota de su visión personal.

Si no fuera por referencias a objetos actuales, la atmósfera y las situaciones que se producen nos empujarían a pensar que la acción de la novela transcurre en la época victoriana.

«Se sintió congelada y desolada mientras recorría el largo pasillo marrón con sus secretas puertas herméticamente cerradas. El castillo de Barba Azul. Melanie se estremecía de horror ante cada puerta temiendo que se abriese para dar paso a algún espantoso artilugio rodante, una broma espeluznante o repulsiva novedad que pusiera su valor a prueba.»

El taxi con un moderno taxímetro que cogen a su llegada a Londres, el calentador eléctrico que utilizan para hacerse un té o el hecho de que Melanie compare el aspecto de su tío con el de Orson Welles nos hacen comprender que no es así y ver que la historia transcurre alrededor de los años sesenta. Pero así y todo hay que hacer un esfuerzo para ubicar lo que sucede en un pasado reciente. Tal vez porque el mundo que nos describe Carter se parece al de los cuentos que nos contaban nuestros padres en la infancia y que en nuestra mente solían desarrollarse siempre en un tiempo impreciso y remoto en el que los personajes vestían de manera muy diferente a la nuestra y en el que los hogares se iluminaban con candelabros y se calentaban con el fuego de las chimeneas. Eran mundos de extremos, de impresiones muy fuertes, de malos malísimos y de gente que sufría muchísimo antes de que todo se resolviera en un final feliz. Este mundo legendario es el que de alguna manera Carter evoca en su libro.

Sin embargo, en una época como la victoriana sería del todo impensable abordar los cambios anímicos y físicos que se producen en una niña de quince años. A Dickens no se le pasaría por la cabeza como a Carter hablar del deseo carnal de una adolescente o de su temor a morir virgen. Hay otros aspectos que no puedo desvelar como la sorpresa final que depara el libro, que tampoco serían bien vistos en dicha época. En este sentido podríamos considerar la trama de La juguetería mágica como la de un cuento o una historia de Dickens actualizada a tiempos más modernos. De todos modos no es por el argumento por lo que más destaca la novela de Carter, sino por la maravillosa manera en que está escrita y por el personal lirismo que destilan algunos pasajes. También por la capacidad que tiene de mostrarnos el mundo a través de los imaginativos ojos de una adolescente en su despertar sexual, que descubre por primera vez el mundo masculino y lo hace con sentimientos ambivalentes. Los chicos le atraen y le desagradan por partes iguales. Desde su idílica casa en la campiña, antes de que ocurriera la desgracia que la llevara a Londres, Melanie soñaba con casarse. En su imaginación se había creado al hombre de sus sueños y lo que encuentra en casa de su tío es muy distinto. Sin embargo la realidad por más que a veces le perturbe tampoco le desagrada del todo. Para ella todo son dudas. Desea casarse, seguramente por la educación que la han dado, pero a veces tiene miedo de que su futuro sea como el de otras mujeres casadas que ha visto, que llevan una vida vulgar al cuidado de los hijos.

El título de la novela puede hacer pensar a muchos lectores que se trata de una novela fantástica pero en ella no hallará hechizos ni príncipes encantados sólo una atmósfera de cuento gótico que a su manera contiene mucha más magia que la mayoría de las novelas del género por lo general muchos más extensas. Es una lástima que haya descubierto tan tarde a esta gran escritora británica. No cometáis el mismo error que yo y leed a Angela Carter.

miércoles, 15 de junio de 2022

“Stalker. Pícnic extraterrestre”, de Arkadi y Borís Strugatski

Portada de “Stalker. Pícnic extraterrestre” de Arkadi y Borís Strugatski
   
        Stalker. Pícnic extraterrestre (1972) de Arkadi y Borís Strugatski es un clásico que no había leído (no tengo excusas) y que me ha sorprendido gratamente. Esta buena impresión se debe sobre todo al estilo enérgico y vivo en el que está narrado. Los escritores del Este no suelen destacar precisamente por estas cualidades y leer a autores como Stanislaw Lem o los hermanos Strugatski supone acceder a una escritura que no va a ponérnoslo lo fácil. Tenía además el recuerdo, bastante lejano he de reconocer, de la larguísima versión que realizó Andrei Tarkovsky para el cine, lenta, lentísima, diríase más una sucesión de fotografías que una obra cinematográfica. Lo cierto es que la novela de los hermanos Strugatski es completamente distinta a la película.

Uno de los mayores inconvenientes al comenzar la lectura del libro, además de los prejuicios que muchos como yo puedan tener con respecto a autores del Este, es que su argumento se ha difundido en exceso. Tal vez por eso, por ser tan conocido, es por lo que Gigamesh lo ha publicado con el título y subtítulo escogido aunque con ello desvele un elemento determinante en la historia. Pensé que se trataba de la traducción fiel del título original en ruso al castellano aunque no acababa de entender que los autores renunciaran a propósito a gran parte de la intriga, dando pistas de una explicación sobre el origen de la Zona que no se da a conocer hasta bien avanzado el libro. La justificación que di es que los hermanos Strugatski le concedían al escenario por muy fascinante que fuera un papel secundario, que no era el fin en sí mismo sino un medio para mostrarnos la insignificancia de unos personajes que se afanan en vivir en medio de un suceso que ha cambiado su vida para siempre. Y, sí, podía haber sido así perfectamente, pero lo cierto es que el título que más se ajusta al original es curiosamente el de la edición anterior de Nova, Pícnic junto al camino, resultado de la traducción de la edición en inglés. Aprovecho para comentar que la presente edición de Gigamesh ha sido traducida directamente del ruso por Raquel Marqués.

El argumento es sobradamente conocido, unos extraterrestres han visitado fugazmente varios puntos pocos poblados de la Tierra dejando no sólo restos incompresibles de su tecnología sino que también han alterado las zonas convirtiéndolas en lugares mortíferos vedados por las autoridades a la población en general. El Instituto Internacional de Culturas Extraterrestres se encarga de investigar los diferentes objetos encontrados así como de estudiarlos junto con los extraordinarios fenómenos que se producen en la Zona. Los objetos extraterrestres son de gran valor por lo que existe un mercado negro que los llamados stalkers se ocupan de proveer. Se trata de hombres rudos, forjados por la desesperación, unos canallas a quienes no importa sacrificar a sus compañeros cuando es necesario. En esto Redrick, que puede ser tan duro como el que más, se distingue de los otros stalkers.  Su sueño, como el de todos, es alcanzar una vida mejor. Aunque se esfuerza en no ser como los demás cada vez que entra en la Zona se transforma en un auténtico tirano, en un tipo metódico, un maniático de los detalles que ha sobrevivido a varias incursiones, algo que de los que pocos Stalker pueden presumir. Para desgracia suya eso no le ha evitado pasar buenas temporadas en prisión.

La zona visitada por los extraterrestres, antes un importante centro industrial, se ha convertido ahora en un lugar de muerte, hostil al ser humano. Los hermanos Strugatski no dan detalles precisos de ella; las descripciones consisten en breves pinceladas de un paisaje desolador envuelto siempre en misterio que se apoya en gran parte en la sugerente terminología de los stalkers. Los científicos llevan desde hace años estudiando los artefactos encontrados sin conseguir saber para qué sirven, es un poco cómo sucedía en Pórtico de Frederik Pohl (1977). Ambas novelas coinciden en no mostrar a los extraterrestres y en dejar al lector en la incertidumbre sobre su morfología y sobre el funcionamiento de su sociedad. Hay más analogías entre las dos obras como la importancia que conceden tanto Pohl como los Strugatski a los protagonistas. No son hombres ejemplares y sus vilezas y virtudes se hacen aún más patentes en el entorno adverso en el que los sitúan. El escenario, por grandioso y fascinante que sea en ambos casos, no es más que un decorado en el que se desarrolla la peripecia humana, que es en definitiva el eje central de cada una de las novelas.

 Al pasar esta historia de un hombre vulgar por la lente de aumento, los Strugatski nos hacen ver lo insignificantes que somos en el cosmos. Qué mayor cura de humildad que unos extraterrestres pasen por nuestro mundo y nos ignoran por completo y que la basura dejada sea la codicia de todos. Se trata de una imagen de la humanidad aniquiladora que hace que nos veamos como esos pobres desgraciados que hurgan entre la basura para sobrevivir.

Para muchos Stalker está llena de símbolos que aluden a la URSS o al capitalismo. En concreto ha dado mucho que hablar un objeto alienígena, la Bola dorada, que según los stalkers concedería cualquier deseo a quien la encontrara. Prefiero no meterme en este tipo de berenjenales y así evito parecerme a esos críticos de arte que ven complejidades metafísicas en lo que parece un lienzo manchado de cagadas de mosca. La novela, en cualquier caso, tiene vida más allá de la época soviética tanto es así que ha tenido gran influencia en muchos videojuegos o incluso en novelas recientes como en la trilogía Southern Reach (2014) de Jeff Vandermeer.

Stalker está dividida en cuatro partes de la cual una sobresale sobre las demás. En ella  asistimos a una conversación con un científico que ha estudiado la Zona y contiene fascinantes reflexiones sobre lo que es la inteligencia y sobre los límites de la ciencia, que explican por qué existen aficionados a la ciencia ficción. No me resisto a poner un fragmento:

– De acuerdo, se lo diré. Pero debo advertirle que su pregunta cae en el campo de la seudociencia llamada xenología. La xenología es un híbrido artificial entre la ciencia ficción y la lógica formal. Su metodología se basa en la aceptación de una falacia: la asunción de que la psicología humana puede aplicarse a una inteligencia extraterrestre.

– ¿Por qué es una falacia?

– Pues porque los biólogos ya se pillaron los dedos hace tiempo, cuando intentaron aplicar la psicología humana a los animales. Y eran seres terrestres.

Por lo tanto, los hermanos Strugatski al igual que Lem en Solaris (1961) ponen en duda  que podamos entendernos con un ente no humano. Se trata de una visión muy pesimista del hombre que contrasta con muchas novelas que se escriben en la actualidad en la que los seres humanos no tienen problema alguno en relacionarse e incluso intimar con otras especies de sexualidades muy diversas.

El libro se complementa con un interesante prólogo de Ursula K. Leguin y algunos extractos de las partes que fueron censuradas en la época soviética. Gigamesh se ha apuntado un buen tanto con la publicación de esta novela, un clásico de la ciencia ficción olvidado y que hacía falta recuperar.

miércoles, 8 de junio de 2022

“Sólo los vivos perdonan”, de Ismael Martínez Biurrun

Portada de “Sólo los vivos perdonan” de Ismael Martínez Biurrun

La última novela de Ismael Martínez Biurrun me ha dejado en un infructuoso estado de ensimismamiento. No paro de darle vueltas a la historia, a los personajes, al desenlace y no consigo salir del agujero negro mental en que estoy atrapado. Busco otras opiniones por internet y me encuentro con que la mayoría no titubea y parece haber comprendido todo a la primera. Mi orgullo herido me impide darme por vencido sin más, claro que esta cabezonería tiene sus consecuencias. Sí, porque mientras intento encajar las piezas no puedo evitar sentir la desazón que me provoca no hallar una respuesta, un desconcierto muy parecido al que experimenté al terminar hace unos meses Los extraños de Jon Bilbao. Como deja bien claro el  título del libro el tema central de Sólo los vivos perdonan es la culpa y el perdón. No hay duda en eso, lo que me ha provocado esta comezón mental es la estrategia utilizada para ello por Biurrun.

Sólo los vivos perdonan tiene un arranque de esos que te arrastra a pasar páginas y páginas y que incluso te tienta a hacer trampa y saltarte capítulos para ver lo que va a pasar. Protagonizada por diferentes personajes, cada uno con su historia personal, la narración va poco a poco desvelando la conexión que existe entre ellos. El primero en aparecer es Iñigo, el desencantado director de un museo en horas bajas, luego está Jordán, un expresidiario que se gana la vida con los restos arqueológicos que encuentra y por último Olalla y Antón, madre e hijo, éste último con un tumor cerebral del que va a ser operado en pocos días.

Todo empieza cuando Jordán se pone en contacto con Iñigo por un fósil que ha descubierto y que puede tener un enorme valor científico. Con este hallazgo tiene la esperanza de reparar de alguna manera el daño que cometió en el pasado y que lo llevó a pasar una buena temporada en la cárcel. No es el único personaje que no vive en paz consigo mismo. Si Jordán busca la redención con desesperación por ese acto terrible que cometió en su juventud, Iñigo no está dispuesto a olvidar fácilmente, carga además con su propia culpa. La manera que tiene de enfrentarse a los problemas y su miedo al fracaso lo irán trastornando cada vez más. Olalla es un personaje lleno de contradicciones, por un lado cree haber contraído una deuda con Iñigo y por otro lado está resentida con él por no haberse preocupado lo suficiente de ella y de Antón. A todo esto hay que añadir su enorme preocupación ante la terrible enfermedad de su hijo. Biurrun se interna en terrenos peligrosos con niños al borde de la muerte pero sale airoso y no llega a caer en ningún momento en lo sensiblero.

De manera que nos sumergimos en un tenso y solemne drama de acciones y reacciones cruzadas entre personajes con un  pasado que se inmiscuye como si fuera un personaje más. Precisamente es en este punto donde encuentro el elemento más discutible de la novela, una figura inexplicable, real o imaginada, que aparece en los momentos más álgidos del relato. Se trata de una chica de apariencia normal que viste una sudadera descolorida y una visera de Ferrari. Se llama Tea y sus apariciones parecen traer consigo el pasado que tanto Jordán como Iñigo preferirían olvidar. Tea llega a manifestarse incluso en las pesadillas que tiene Antón en las que ve un monstruo, una especie de cocodrilo que curiosamente se asemeja al fósil encontrado por Jordán. En la mitología griega Tea es una  titánide de la que se dice procede toda la luz, la del sol y la de la luna. En la novela es una especie de figura fantasmagórica testigo de los momentos más importantes que acontecen a los personajes, una observadora a la que nada se le escapa. No me queda del todo claro lo que quiere simbolizar con ella el autor. Tal vez no sea más que un instrumento con el que dar cohesión a los diferentes relatos humanos que de otra manera quedarían algo deslavazados.

Todo esto confiere a la novela un tono de pesadilla que la prosa lacónica y llena de  imágenes desasosegantes de Biurrun no hace más que reforzar. A Biurrun suele asociárselo con el género de terror y lo cierto es que Sólo los vivos perdonan está escrita en parte como si lo fuera pero no pretende atemorizar, lo que busca es inquietar y agitar la conciencia del lector. Esas imágenes a las que me he referido como la del monstruo primigenio o los paisajes agrestes que recorren Jordán e Iñigo son arquetípicas y diríase que remiten al inconsciente colectivo.

La novela está muy bien escrita y se lee de un tirón pero esto no debe llevarnos a pensar que se trata de un libro de consumo rápido. Es un alimento de esos que se tarda más en digerir que en comer. Que me lo pregunten a mí que aún sigo padeciendo las consecuencias de su ingestión. Sólo lo vivos perdonan, dice el título de la novela, a mí me costará perdonarle a Biurrun esta comedura de coco que durante unas semanas me ha tenido atrapado. Leedlo y disfrutadlo, aunque tened en cuenta que puede traer consigo efectos secundarios persistentes.


miércoles, 25 de mayo de 2022

“Noches en el circo”, de Angela Carter

      

Portada de "Noches en el circo” de Angela Carter

Desde hace unos años numerosas editoriales se han propuesto la loable misión de recuperar clásicos de la novela fantástica escritos por mujeres. Muchas autoras que habían sido publicadas por Minotauro en los años ochenta pasaron inexplicablemente al olvido. Así sucedió con una de las más grandes, Ursula K. Le Guin, algo a lo que la propia Minotauro y ante la demanda de muchos lectores está poniendo remedio con la publicación de su obra. Faltaba por hacer lo mismo con Angela Carter cuyos libros resultaban ya inencontrables. La labor de enmendar este fallo en este caso está corriendo a cargo de la editorial Sexto Piso que, con unas ediciones muy cuidadas, casi de lujo, ha publicado varias novelas de la escritora británica. Menos conocida que Le Guin aunque igual de comprometida con el feminismo ha sido por alguna razón menos reivindicada también. Carter es una escritora única, más atrevida, experimental y desmadrada que la norteamericana. Su libro Héroes y villanos fue comparado con la obra de Ballard. Aquí, en España, tenemos a otra gran escritora, Pilar Pedraza, con la que comparte muchas cosas.

De todos los libros publicados por Carter parece ser que  Noches en el circo es el menos polémico y menos impúdico de todos aunque sí es uno de los más literarios. Consta de tres partes, la primera, en la que su oronda protagonista, Sophie Fevvers, cuenta sus comienzos hasta llegar al circo, es la mejor desde mi punto de vista, un vigoroso relato que desborda imaginación y que huye de los lugares comunes. Los detalles de su periplo los vamos conociendo a lo largo de la entrevista que le hace en su caótico camerino el periodista americano, Jack Walser. Allí entre corsés y medias con olor a pie («una corsetería después de un bombardeo») Fevvers cuenta a un escéptico y cohibido Walser cómo después de nacer de un huevo fue acogida por Mamá Nelson en su burdel, la primera vez que desplegó sus alas y cómo tras varios ensayos emprendería su breve primer vuelo. La vida de Fevvers acompañada siempre, eso sí, de Lizzie, que ejerce como madre dará varios vuelcos. Por el camino conocerá a otras muchachas como ella, que fueron también abandonadas y por tanto con nulas posibilidades de salir adelante, chicas que me han recordado a las protagonistas de muchos cuentos populares o de numerosos relatos de Dickens con la gran diferencia de que Carter no soslaya los abusos sexuales y las vejaciones de las que son víctimas.

Con el apoyo del periódico para el que escribe Walser tiene la intención de desenmascarar a Fevvers, considerada la más famosa trapecista del mundo. Está convencido de que sus alas son falsas y pretende demostrarlo, pero hay algo más, algo que él mismo no quiere reconocer y que lo impulsa incluso a ingresar en el circo. No es lo que se esperaría de él si tenemos en cuenta que la primera impresión que se llevó de ella tiene poco que ver con lo que llamaríamos un flechazo: «Vista de cerca, hay que decir que se parecía más a una mula de carga que a un ángel», llega a decir de ella. Así que de incógnito, convertido en payaso de circo la sigue con toda su troupe hasta San Petersburgo. En esta segunda parte del libro Carter se decanta más por las situaciones cómicas y deja a un lado su faceta más perturbadora y provocadora. Lamentablemente los miembros del circo y el propio Walser le roban gran parte del protagonismo a Fevvers. Cabe destacar entre todos ellos a unos melancólicos payasos y a su aún más abatido jefe (Buffo), a los monos con pretensiones de emanciparse y al jefe del circo cuyas decisiones más importantes son tomadas por una cerdita que le acompaña a todos los lugares. Si en la primera parte puede apreciarse la influencia del marqués de Sade y muchas de las historias de los personajes secundarios podrían considerarse una reinterpretación de los cuentos populares, la segunda parece inspirarse en la comedia burlesca o en el cine cómico.

En la tercera parte la atracción que siente Fevvers por Walser se hace más evidente, algo que a Lizzie, que no tiene muy buen concepto del matrimonio, no le hace gracia.

 – ¿Casarse? ¡Bah! – resopló Lizzie de mala uva –. ¡Eso es escapar del fuego para caer en las brasas! ¿Qué es el matrimonio sino prostituirse con un hombre en lugar de con muchos?

No queda muy claro qué ve Fevvers en Walser además de un físico agradable:

«Sin embargo, había en él algo como a medio terminar. Era como una casa preciosa abandonada después de amueblar».

Carter trastoca una vez más los papeles tradicionales y en lugar de la heroína clásica que no suele destacar precisamente por su personalidad aunque si por su belleza física tenemos un héroe, que es un tipo insulso como Walser, al que Fevvers parece decidida a transformar en su hombre ideal. Ella sería su Pigmalión y él su Galatea.

Es curioso cómo el narrador adopta en ocasiones la forma de narrador omnisciente, alternando con el punto de vista de la protagonista. En cualquier caso no se trata de un narrador que permanezca impertérrito ante los hechos, sino todo lo contrario no tiene rubor alguno en dar  su opinión:

«Hay muchos motivos, la mayoría buenos, por los que una mujer puede querer matar a su marido: el homicidio puede ser la única manera de conservar un jirón de dignidad en una época, en un lugar, donde a las mujeres se las considera enseres, o como según la famosa analogía de Tolstoi, como botellas de vino, susceptibles de ser reventadas una vez consumidas».

Carter se muestra cada vez más incisiva y reparte sus críticas a unos y otros:

«... como en el Fidelio de Beethoven: combinar nobleza de espíritu con falta de análisis, ahí es donde siempre la caga la clase trabajadora».

Y a través de Lizzie lanza sus pullas más vitriólicas. Esto es lo que dice ante la idea de crear en mitad de la taiga siberiana una utopía formada sólo por mujeres que se perpetuaría gracias al vaso de esperma cedido gentilmente por un hombre:

«¿Qué harán con los bebés varones? Dárselos a los osos polares?»

        Noches en el circo es una novela de fantasía atípica, desconcertante a veces, lírica en ocasiones, provocadora muchas veces, cómica, excesiva, a ratos incluso plúmbea, que rezuma  una sincera ternura y que se parapeta tras una inmensa y disparatada broma. No se la pierdan.

martes, 10 de mayo de 2022

“El hombre que cayó en la Tierra”, de Walter Tevis

Portada de “El hombre que cayó en la Tierra” de Walter Tevis

Sé que no debería de darle a la portada de un libro tanta importancia pero cuando vi la edición de Contra de El hombre que cayó en la Tierra (1963) con David Bowie mirándome de manera enigmática se me quitaron las ganas de comprarlo. Una de las cosas que más me fastidian es que los libros recurran a la adaptación cinematográfica para su portada y es que no quiero que las imágenes de una película por muy buena que sea interfieran con lo que leo. Prefiero recrear a los personajes a mi manera según los detalles proporcionados por el autor y me resisto a ver al protagonista como se me induce a hacerlo, en este caso con el rostro y el cuerpo de Bowie. Además Bowie está por todo, en la sobrecubierta, en la cubierta, en la contraportada hasta incluso en el marcapáginas que viene de regalo. Cualquiera pensaría al ver el libro que se trata de una biografía del cantante británico. Es tal su presencia que se podría llegar a la conclusión de que Bowie colaboró mano a mano con Tevis en su escritura. Pero dejemos de hablar de la portada y de David Bowie, que no tiene culpa de haber sido utilizado como reclamo, y centrémonos en la novela y en su autor.

Walter Tevis era un escritor bastante olvidado hasta hace muy poco, recordado más por las películas basadas en sus libros como la versión que dirigió Robert Rossen de El buscavidas (1959) y más tarde Martin Scorsese de su continuación El color del dinero (1984), protagonizadas por estrellas como Paul Newman o Tom Cruise, que por su propia obra literaria. Sin embargo, el éxito obtenido por la serie de siete episodios producida por Netflix de otra de sus novelas, Gambito de dama (1983), ha traído a este autor norteamericano de nuevo a la actualidad literaria. En España se ha editado por primera vez dicha novela (cómo no con la portada de la serie) y se ha reeditado Sinsonte (1980) que antes había sido publicada como El Pájaro burlón por la editorial Plaza y Janés.

El hombre que cayó en la Tierra narra la llegada a la Tierra de un extraterrestre procedente de un mundo más avanzado que el nuestro. Supongo que esto la convierte en un relato de ciencia ficción pero se trata de un relato de ciencia ficción que no pretende serlo en ningún momento, un relato sobre una criatura extraterrestre, frágil y sensible que tiene muy poco de alienígena hasta el punto de que cae en un vicio tan humano como el alcoholismo. El propio protagonista de la novela bromea en un momento dado sobre lo disparatada de esta circunstancia.

El extraterrestre, que se hace llamar Thomas Jerome Newton, ha sido enviado desde el planeta Anthea con el objetivo de rescatar más adelante a los supervivientes que quedaron en su mundo y que debido a las guerras y a la sobreexplotación de recursos se ha hecho inhabitable. Para ello necesitará de un capital inmenso, que espera poder obtener gracias a diferentes negocios para los que recurrirá a los avanzados conocimientos científicos de su especie. En este dilatado proceso tiene la oportunidad de conocer a diferentes personajes como Betty Jo, que le ayuda cuando tiene un pequeño percance debido a la fragilidad de sus huesos o Nathan Bryce, un químico que acude a él estupefacto por los impresionantes avances técnicos que demuestran las empresas de Newton. Son personajes a los que les pesa la soledad, desarraigados como el propio Newton y que alivian sus penas principalmente con la bebida. Es precisamente Betty Jo la que inicia al extraterrestre en la ginebra, una dependencia a la que el extraterrestre se entregará cada vez con más fruición.

El mundo que nos describe Tevis se inspira en la clase media norteamericana de los años cincuenta que el autor extrapola a un futuro cercano. La historia arranca en 1985, a más de veinte años de cuando fue escrita la novela, y según el propio Tevis se trata de una especie de autobiografía novelada en la que Newton sería algo así como su alter ego. Al parecer Tevis debió de sentirse en su juventud tan extraterrestre, tan extraño y alejado de la humanidad como el protagonista de El hombre que cayó en la Tierra. A pesar de todo este extrañamiento Newton va pareciéndose cada vez más a los humanos, cae en sus mismos defectos, en el derrotismo, en la culpa y permite que la desazón le suma en una creciente nostalgia y le aleje cada vez más del propósito que lo trajo a la Tierra. La poesía, el arte, con la excepción de la música para la que sus sentidos extraterrestres no están dotados, y sobre todo el alcohol como ya he mencionado le ayudan a sobrellevar su pesar, su angustia vital. Al final, de ser la admiración de sus colaboradores más cercanos, Betty Jo y Bryce, Newton acaba convirtiéndose en objeto de su compasión. El hombre que cayó en la Tierra es una demostración palpable del poder que tiene la ciencia ficción, incluso para narrar aquello para lo que no parecía concebida en un principio.

martes, 5 de abril de 2022

“Nostalgia”, de Mircea Cărtărescu

Portada de “Nostalgia” de Mircea CărtărescuTras la publicación en 2015 de su último libro Solenoide (2015) Mircea Cărtărescu ha pasado de ser casi un desconocido a ser encumbrado a los altares de la literatura. Su obra, por tanto, ha sido sobradamente comentada en el ámbito literario, poco puedo añadir yo a las  críticas escritas por las firmas más relevantes del país. Mi propósito con esta reseña es más que nada llamar la atención de los lectores de género fantástico e invitarles a que se acerquen a la obra de este escritor rumano. Tengo la impresión de que la mayoría de los aficionados a la literatura  fantástica no reparan más que en los autores que son publicados en las colecciones habituales de género o en los libros recomendados por los blogueros o youtubers a los que siguen. No sé el voto de confianza con el que cuento entre los aficionados (seguramente poco) y tampoco es que me respalde un batallón de seguidores pero espero despertar el interés aunque sólo sea de uno de ellos por este libro titulado Nostalgia que fue publicado por primera vez en 1989.

Comenta Edmundo Paz Soldán en el prólogo que para Cărtărescu su libro tiene la consideración de novela. Aunque ve algunos nexos entre las diferentes historias piensa  que  cómo mejor funciona Nostalgia es como libro de relatos. Soy del mismo parecer, pero al contrario que Paz Soldán soy incapaz de encontrar relación alguna entre un relato como El ruletista, en el que un hombre se obstina en poner a prueba su suerte, y por ejemplo, la historia de amor tóxica que se narra en Los gemelos.

El libro consta de cinco relatos, dos de los cuales, dada su extensión, podrían considerarse novelas cortas. Suele compararse a Cărtărescu con Kafka y Borges, supongo que, porque al igual que ellos, incorpora elementos fantásticos u oníricos en sus narraciones. A diferencia de Kafka y Borges no aprecio en el escritor rumano (en estos relatos al menos) intención alegórica. No deforma o desorbita la realidad como hacía Kafka ni tampoco parece que su objetivo principal sea reflexionar sobre cuestiones metafísicas o filosóficas como le gustaba tanto hacer a Borges. Tengo la impresión de que antes de ponerse a escribir Cărtărescu deja volar con plena libertad su imaginación. Me lo imagino en la cama o en un cómodo sillón con vistas a Bucarest en un estado de semi vigilia soñando despierto con la Bucarest de antes o buceando en el universo fantástico de su infancia. A veces, sin pretenderlo, su fantasía le lleva a reflexiones de más trascendencia como ocurre en REM pero pienso que es algo casual y no premeditado.  En ese sentido El ruletista sería la excepción puesto que se trata de un relato perfectamente construido, uno de los más redondos del libro.

Dicho esto, ¿por qué creo que un lector de literatura fantástica debería de leer este libro? Más que nada porque Cărtărescu hace gala de una imaginación única y muy personal que gracias  a su meticulosa prosa rica en detalles sensoriales se hace tangible desde el primer momento. Su imaginario además tiene poco que ver con la fantasía que escriben otros autores, lo que pienso que puede suponer un aliciente más, sobre todo para los que quieran salirse de lo manido.

Quiero dejar claro que Cărtărescu no siempre es un escritor fácil y a veces para llegar a esos mundos de ensueño a los que aludía debemos enfrentarnos a páginas y páginas con prolijas descripciones de la ciudad de Bucarest como sucede en la primera parte de REM o debemos armarnos de paciencia y no dejarnos desalentar por los meandros por los que discurre la narración antes de comprender adonde nos quiere llevar. Porque uno nunca sabe el derrotero que van seguir las historias de Cărtărescu, que muchas veces empiezan siendo realistas y acaban en el desvarío más increíble como sucede en El arquitecto, donde la obsesión de un hombre por el sonido del claxon de su coche acaba por afectar al universo entero o en REM, que comienza con las confidencias en el lecho entre una pareja de amantes y acaba convirtiéndose en un asombroso viaje al mundo de la infancia. Otro relato que nos introduce en la infancia y rescata esas sensaciones que creíamos olvidadas es El Mendébil sobre un niño extraordinario que logra que todos los críos del barrio prefieran escuchar sus historias antes que jugar a los juegos de siempre. A este muchacho, el Mendébil, lo acaban idolatrando hasta que lo sorprenden haciendo algo que no le corresponde, hacer de niño.

En cambio, en Los gemelos la infancia y la fantasía son menos relevantes, quizás sea por eso el relato que menos me ha gustado de todos. La extraña relación de su protagonista con las mujeres y luego con una chica que continuamente le desaira se alarga demasiado y se vuelve a ratos confusa.

La infancia, los sueños, la vida como ficción literaria son los temas por los que transita Cărtărescu en estos cuentos llenos de maravilla. Si tuviera que destacar una sola cualidad de los relatos sería su capacidad para transportarnos a la infancia, con toda su inocencia, con sus juegos a veces perversos, con sus monstruos, con sus prodigios y también con su crueldad; a ese pasado casi olvidado en el que todo resultaba más intenso, en el que el sabor de la vida estaba intacto y aún no se había dejado desgastar por el paso del tiempo.

lunes, 28 de marzo de 2022

"Clara y la penumbra”, de José Carlos Somoza

Portada de "Clara y la penumbra" de José Carlos Somoza
         Publicada en 2001 Clara y la penumbra es una novela de intriga que se sale de lo común. La idea que alienta el relato, la llamada pintura «hiperdrámatica», es sin lugar a dudas asombrosa. También llama la atención que en una novela de este tipo, un thriller al fin y al cabo, el misterio sea lo de menos. Desde luego a mí no es lo que más me ha interesado. Por otra parte trasladar al papel de manera convincente una idea tan sumamente arriesgada y fantástica como la que imagina el autor no ha debido ser nada fácil. Hay que estar muy seguro de las propias posibilidades para sacar algo así adelante, sin embargo José Carlos Somoza lo logra y lo hace además con brillantez.

La pintura «hiperdrámatica» convierte los cuerpos humanos en auténticos cuadros mediante complejas técnicas y prolongadas sesiones de imprimación y de acabado posterior. La pintura no se aplica sólo en la piel sino también en el iris, en los labios, en el interior de la boca  y en otras oquedades del cuerpo. La meta del artista es lograr con sus pinceladas resaltar una expresión, una mirada del modelo que haga única la obra. Somoza se inventa un escenario en el que esta disciplina se ha convertido en un hito en el mundo del arte y en el que los cuadros alcanzan valores inconcebibles. Los más poderosos, los más ricos del mundo ya no cuelgan Picassos en sus casas sino que adquieren pinturas «hiperdrámaticas» de Bruno Van Tysch para adornar los vastos salones y los coquetos dormitorios de sus mansiones. Tampoco se sientan sobre vulgares butacas fabricadas con materiales inertes, en lugar de eso prefieren posar sus distinguidas posaderas sobre seres humanos convertidos por unas horas en mobiliario. El arte se ha dejado prostituir por el dinero y en el nombre del arte cualquier cosa no sólo es aceptada, sino también aplaudida. No importa que las personas convertidas en «obras de arte» sean tratadas como objetos, que tengan que pasar horas en la inmovilidad absoluta o que se les haya sometido a tratamientos médicos para ralentizar sus funciones biológicas. Nada de eso importa. Ah, eso sí, sus empleadores cumplen escrupulosamente con las leyes laborales de manera que los lienzos humanos no superan nunca las ocho horas de trabajo reglamentarias. Para acallar sus conciencias su trabajo es compensado con una espléndida paga. En cualquier caso para muchos de los modelos el dinero es lo de menos, lo que les impulsa a soportar todas los inconvenientes es la posibilidad de convertirse en obras de arte.

Como decía al principio para hacer todo esto verosímil hay que ser muy bueno. Somoza, como gran estilista que es, consigue que estas hermosas a la vez que deplorables pinturas humanas se hagan reales en nuestra mente. Asimismo resulta fascinante el detalle y el verismo con el que describe el proceso para convertir a los modelos en cuadros. La prosa sensual y sugerente de Somoza nos maneja a su gusto y nos hace fluctuar del horror al goce erótico, de la aversión al deleite.

«Jennifer Halley, un lienzo de ocho años, está de pie pintada de rosa con un vestido negro, acunando entre sus brazos a una muñeca. Pero la muñeca está viva y tiene el aspecto de uno de esos embriones famélicos de vientre de uva negra que asoman la cabeza desde el tercer mundo».

«....Luego abrazó la curvatura de sus bíceps. Al tacto todo era distinto. Se percibió un poco más viva: superficies mullidas, exprimibles, deformables; contornos donde la mano podía demorarse, dulces laberintos aptos para dedos o insectos. Tocándose adquirió volumen».

  En este contexto se produce el asesinato de una niña de catorce años, una de las modelos  de la última exposición de Van Tysch, el genio de la pintura «hiperdrámatica». La Fundación  Van Tysch no confía del todo en la competencia de las autoridades por lo que tiene su propio equipo de seguridad. April Wood, una mujer  fría como un témpano de hielo y Lothar Bosch, que se debate entre agradar a April y sus recelos por el arte son los dos encargados de investigar el crimen. El libro tiene dos partes que se van alternando; en una se nos narra la investigación propiamente dicha, y en la otra, la más destacable de las dos, el relato se centra en una de las modelos, en la Clara que da título a novela. La primera sirve para mostrar los entresijos de este negocio cuyos responsables supuran cinismo y carecen por completo de escrúpulos. La segunda nos muestra la otra cara de la moneda, la de alguien que sueña con ser algún día una obra maestra del arte. A través de los ojos de Clara conocemos los esfuerzos y los sacrificios que es capaz de hacer una modelo y hasta dónde es capaz de transigir para lograr el éxito. Durante el proceso Clara se cuestionará sus límites. ¿Es parte del proceso lo que le hacen o es abuso? ¿Debe decirle al pintor que pare y poner en peligro su carrera y perder su gran oportunidad? ¿Hasta dónde debe internarse en la penumbra?

 Clara y la penumbra es una espléndida novela con eficaces elementos distópicos que saca a relucir la enorme hipocresía y el cinismo que rodea al mundo del arte y de la moda. Unas páginas menos y habría sido perfecta.

lunes, 14 de marzo de 2022

“El único indio bueno”, de Stephen Graham Jones

Portada de “El único indio bueno” de Stephen Graham Jones

          Si existe un género literario en el que la ambientación es primordial ese es el de terror. Para que el lector se sumerja en la historia y se sienta concernido por lo que sucede es preciso una atmósfera especial, inquietante y perturbadora. La herramienta básica para lograrlo es la descripción, el escritor de una novela de terror debe esforzarse en construir un escenario y unos personajes que se salgan de lo habitual sin que resulten del todo inverosímiles. La idea es crear un estado de ánimo en el lector que refuerce el impacto del relato. En El único indio bueno Stephen Graham Jones opta por hacer algo distinto, descarta descripciones detalladas encaminadas a crear desasosiego y decide confiar todo en la acción. Esto no debe llevarnos a engaño, con acción no me refiero a persecuciones o a tiroteos sino a que la narración consiste en un relato minucioso de las acciones que realizan sus personajes por insignificantes que puedan parecer: beber una cerveza, arreglar una lámpara, desmontar una moto, fumar un cigarro o lanzar unas canastas. En este sentido Jones sea aleja de la narrativa clásica de terror.

A cambio nos encontramos quizás con uno de los argumentos más frecuentes y a los que más ha recurrido la literatura de terror: la venganza por un suceso acontecido en el pasado. En este caso los culpables del siniestro (y objeto posterior de la venganza) son cuatro amigos que residen en una reserva india y la víctima una manada de ciervos que se hallaba en una zona reservada a los ancianos. La literatura de terror está llena de muertos que vuelven a la vida para cobrarse venganza, de fantasmas resentidos o de monstruos que desean hacer justicia. Los ajustes de cuentas han sido protagonizadas por toda clase de criaturas y seres con apariencias siniestras o rasgos abominables. Jones nos sorprende con una criatura con un aspecto algo menos terrible de lo habitual como son las mujeres ciervo. Estos seres híbridos forman, por lo que parece, parte del folclore nativo americano.

Los cuatro amigos, pies negros, con una amistad que se remonta a la infancia viven su existencia sin esperar demasiado de la vida trabajando en lo que pueden y en lo que les dejan. Dos de ellos tienen pareja, otro está separado y tiene una hija que podría convertirse en una figura del baloncesto local y el cuarto vive solo. Han pasado diez años desde que ocurriera aquel suceso lamentable, eran entonces jóvenes e insensatos, después de tanto tiempo además de unidos por la amistad lo están también por el sentimiento de culpa por aquello que hicieron. Acostumbrados como estamos por el cine y por la literatura de terror a presenciar las atrocidades más extremas imaginables la obsesión posterior que provoca el suceso en los protagonistas resulta sino desproporcionada cuando menos inusitada. Al tratarse de cuatro amigos no serán dos ni tres las veces en que la venganza se haga presente. 

La novela se toma su tiempo, lo cierto es que no son muchas las cosas que suceden. Mientras la leía tenía la sensación de estar viéndolo todo a cámara lenta como ocurre en muchas películas y series de TV cuando se quiere enfatizar una determinada escena. Esto es consecuencia directa de lo que explicaba al principio de la reseña, de la minuciosidad con la que el autor cuenta todo lo que hacen los personajes. Se trata de infinidad de pequeñas acciones que muchas veces carecen de importancia y que por acumulación me han producido el efecto de estar presenciando una moviola. Todo ello imbuye a la narración de una intensidad un tanto ficticia que nos empuja por otra parte a estar atentos a cada detalle de lo que ocurre (pensando que es importante) y que nos hace percibir señales anunciando que algo terrible va a suceder. Al final acaban por suceder aunque se hagan esperar más de lo deseado.

Más que el terror y que las mujeres ciervo lo que me ha llamado la atención del El único indio bueno es la percepción que de sí mismos tienen los indios. Los cuatro protagonistas de la novela parecen aceptar con resignación la imagen que los demás tienen de ellos y que Hollywood ha fomentado. Ellos mismos mantienen con sus tradiciones un sentimiento ambivalente: al mismo tiempo que a veces se burlan de ellas las evocan con sentida nostalgia. Se trata de hombres sin futuro cuyo único consuelo es ser descendientes de aquellas orgullosas tribus que en el pasado recorrían las praderas para cazar bisontes, se trata de hombres heridos en su orgullo perdidos en una sociedad en la que no encajan.

También hay momentos de terror en la novela, quizás uno de los más terroríficos y más sorprendentes sea el que se produce cuando la hija de uno de los protagonistas es retada a jugar un uno contra uno de baloncesto. La novela, que ganó el Premio Bram Stoker y el Shirley Jackson en 2020, me ha parecido a ratos lenta pero ha sido sobre todo su trama, muy trillada desde mi punto de vista, la causa de que no me haya impresionado demasiado aún cuando al retrato desolador y poco conocido que hace de la comunidad india no le falte interés.