Blog ciencia-ficción

Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia ficción.

Universo de pocos

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viernes, 28 de septiembre de 2018

"Rascacielos" de J .G. Ballard

"Rascacielos" de J .G. Ballard            Siempre me produce cierto estupor ver cómo gracias a la televisión obras de ciencia-ficción escritas hace muchísimos años son leídas más ahora que en el momento de su publicación. Pienso en El cuento de la criada escrita por Margaret Atwood hace más de 30 años o en  Carbono Alterado de Richard Morgan hace 15. Un hecho que siempre me ha llamado la atención. No sé si la gente ve primero la serie o la película y luego ya sin sorpresas y sabiendo cómo termina se decide a leer el libro o al menos a comprarlo. De Rascacielos de J.G. Ballard (publicada por primera vez en 1975) no se ha hecho una serie (y menos mal porque no da para tanto) pero sí una película que, al contrario que las series que he mencionado antes, pasó bastante desapercibida. Tal vez su estreno sirviera para que Alianza Editorial la reeditara en su colección Runas con una nueva traducción.
 
            De los libros de ciencia-ficción de Ballard que he leído éste puede que sea uno de los más asequibles. Desde luego me parece menos surrealista y alucinatorio que sus novelas apocalípticas. Aún así es un libro muy representativo del mundo “ballardiano”, con sus obsesiones habituales: los escenarios delirantes, personajes cínicos, antipáticos, que dejan bien claro la poca confianza que al autor le merece el ser humano. En la breve pero esclarecedora entrevista que completa el volumen, Ballard cuenta que el hecho de haber vivido tres años de su infancia en un campo de concentración en China “le otorgó un conocimiento extraordinario de los elementos que conforman la conducta humana”. 
 
            Se narra en la novela la alteración del comportamiento que sufren unas personas tras mudarse a un moderno rascacielos de 40 pisos en Londres. Los residentes pertenecen a la clase acomodada, gozan de buenos empleos y no proceden de barrios marginales, lo que hace que su conducta violenta subsiguiente resulte aún más chocante. Los problemas comienzan por pequeñas cosas, pero poco a poco todos parecen retornar a un estado de salvajismo primitivo y dejar a un lado las convenciones sociales que antes dominaban su conducta. Lo sorprendente (y completamente “ballardiano”) es que todos parecen entregarse con gusto a su nueva vida sin ataduras. Como decía, ninguno de los residentes tiene problemas financieros, sin embargo los más acaudalados viven en los pisos superiores y poseen viviendas más lujosas y ascensores exclusivos. En las primeras plantas se sitúan los que gozan de menos recursos y en la mitad, la clase media. Ballard escoge como protagonistas de Rascacielos a tres hombres pertenecientes a cada uno de esos grupos sociales. Las primeras desavenencias surgen precisamente entre vecinos de diferente clase social. Independientemente del piso en el que viven, todos parecen haber vuelto a la barbarie y haberse dejado llevar por los instintos más básicos. Aunque alguna pequeña diferencia existe. Wilder, que vive en el segundo piso, está determinado a llegar a la cima del rascacielos. Royal, que reside en lo más alto y además es el arquitecto que proyectó el edificio, lucha por mantener sus privilegios. Laing, el representante de la clase media, se limita a dar rienda suelta a sus vicios más inconfesables.
 
            Algunos comparan la novela de Ballard con El Señor de las moscas de Golding, pero ya en la elección de los protagonistas se intuye que los dos autores van por derroteros distintos.  Golding escoge niños como símbolo de la inocencia para mostrar que el mal es inherente al ser humano. Ballard en cambio pone el ojo en las clases acomodadas con una intención mucho menos clara. Por un lado podríamos pensar que es una crítica a las ciudades modernas con sus muros de hormigón como germen de la inhumanidad. Por otra parte, si hacemos caso a uno de los personajes de la novela, la caída en la barbarie se debe a la sobreprotección en la infancia en la sociedad reciente; según su opinión habría que dar salida a la perversión que todos reprimimos. Lo cierto, es que la novela admite múltiples interpretaciones.
 
            Ballard narra el descenso gradual a los infiernos de la comunidad con la minuciosidad y frialdad de un informe forense. El autor escoge un rascacielos como escenario para dotar a la novela de una fuerte carga alegórica, efectividad que por desgracia la realidad y los años (recuerden que la novela es de 1975) han acabado por devaluar en cierta medida. Porque, ¿qué son hoy en día cuarenta pisos? Asimismo basta leer unos pocos capítulos para saber adónde quiere llevarnos Ballard, lo que resta interés a la novela. Y es que una vez que le hemos visto las cartas al autor, el único consuelo que nos queda como lectores es descubrir qué nueva depravación o perversión se le ha ocurrido al escritor británico. En eso, sí, Ballard demuestra poseer una gran imaginación.
 

lunes, 17 de septiembre de 2018

"Cero" de Kathe Koja

"Cero" de Kathe Koja            Escribir en la actualidad terror, cuando ya apenas nos inmutamos ante los horrores de la guerra y el terrorismo que vemos a diario en los informativos, no debe ser nada fácil. Muchos de los temas habituales en el terror están gastados de tanto usarse y muchas veces lo más que consigue el género es arrancarnos una sonrisa benevolente. Cero de Kathe Koja no es precisamente una novela reciente, data de 1991, sin embargo, ya entonces se buscaban nuevas formulas con las que estremecer a lector. Desde luego hay que reconocer la originalidad de su argumento y la astucia con que es narrado. Es de esas novelas que no deja a nadie indiferente.

            Desde el principio la autora logra crear una atmósfera malsana, sucia y pegajosa que nos atrae y repugna al mismo tiempo. Lo mismo le ocurre a Nicholas con Nakota, por un lado está loco por ella pero por otro le saca de quicio. Algo por otro lado comprensible, porque Nakota no es precisamente un dechado de virtudes, lo cierto es que resulta difícil encontrar algo agradable en ella. Además de descuidar su aspecto físico y no ser un modelo de higiene y salud posee un carácter complicado más dado al reproche que al elogio y una inclinación patológica por todo lo macabro y maloliente. Sin embargo, Nicholas, por alguna razón inexplicable para mí, está loco por ella. Él tampoco es que sea nada del otro mundo, un tipo que se caracteriza principalmente por su pasividad, lo cual contrasta con la tenacidad y el empuje de Nakota. Dentro del edificio donde se encuentra el humilde apartamento de Nicholas, hallan en una especie de almacén abandonado el agujero negro que inicia el relato. No se trata de un agujero negro como los que estudiaba Stephen Hawking, sino algo más esotérico y siniestro. Es descrito como un ojo oscuro o un enorme esfínter que transforma todo lo que se introduce en él.

            En la primera parte del libro y para mí la más conseguida se cuentan los tanteos de Nicholas y Nakota por comprender el agujero, empezando por introducir objetos inertes y bichos en él y ver lo que hace con ellos. Nakota es más dada que Nicholas a la experimentación, lo que los lleva a continuas peleas pero también a sorprendentes y perturbadoras cópulas y felaciones. Todo está contado desde el punto de vista de Nicholas, y Koja hace un buen trabajo en ese sentido, metiéndonos en la cabeza del protagonista. Al hilo de esto quiero destacar la labor realizada por Pilar Ramírez Tello al traducir el libro, algo que no debe haber sido sencillo. Sólo puedo decir que a pesar del enorme barullo de ideas incrustadas en muchas frases se lee con relativa facilidad, lo cual en parte es mérito del traductor.

            El libro, que en un principio parece prometer mucho, se estanca hacia la mitad, sobre todo a causa de unos personajes anodinos que surgen y acaban robando gran parte del protagonismo a Nicholas, Nakota y al diabólico agujero. En la segunda parte el relato es más de lo mismo: discusiones, peleas, el ininterrumpido segregar de fluidos con diferentes grados de viscosidad de la herida de Nicholas, el abundante consumo de cervezas y cigarrillos y el continuo visionado de un vídeo paranormal tomado del interior del agujero. Apenas sucede nada nuevo en el último tercio y el final aunque intenso se prolonga en exceso perdiendo toda su fuerza. El mayor problema que veo de todos modos es que no encuentro relación entre la parafernalia tipo “el exorcista” con objetos que vuelan, voces, olores, etc. que provoca el agujero con la psique atormentada y enamorada de Nicholas, cuando la novela parece dejar bien claro que está relacionado con él. De esta manera, y éste es su mayor error, los efectos especiales con los que Koja nos sacude el corazón quedan vacíos de contenido.

            Una historia de amor atípica y malsana, cuyo hedor parece rezumar a través de cada una de las páginas del libro y quedar fijado para siempre en nuestros dedos. La vida es dolor y deseo y leer Cero es una prueba palpable de ello.