Blog ciencia-ficción

Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia ficción.

Universo de pocos

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jueves, 29 de noviembre de 2018

"El viento soñador y otros relatos”, selección de Mariano Villarreal

"El viento soñador y otros relatos"            El incansable Mariano Villarreal vuelve a la carga con una de sus siempre interesantes antologías. Con una periodicidad saludable, aunque seguramente insuficiente para los aficionados al género fantástico, nos trae relatos inaccesibles para los que no leemos en inglés y de paso nos da a conocer a autores españoles a los que no es fácil abordar. 

            El primer relato del libro es Romance  diferido, de Mike Resnick, y aunque el título pueda sugerirlo, no tiene nada que ver con cierta conocida expolítica entre cuyas aptitudes estaba la de despedir en diferido y la de explicarse con admirable rigor. Se trata de un relato romántico, realmente emotivo contado con una gran sencillez y cuyo gran acierto está precisamente en esa aparente simplicidad. Una historia de amor que no es de juventud como suele ser habitual, sino de un hombre al final de su vida.
            La concubina y el Bárbaro, de Rodolfo Martínez, está bien escrito, bien ambientado y seguramente encantará a los entusiastas de Conan. A mi parecer sería un buen comienzo para una novela, por sí sólo se me queda incompleto.
            Siegaespectros o La vida después de la venganza, de Tim Pratt, es uno de esos relatos ingeniosos y divertidos como los que se escribían antes. Un cuento en el que todo sucede muy rápido y que muy bien podrían haber firmado Fredric Brown, John Collier o Roald Dahl.
            Las cadenas de la casa Hadén, de Ferrán Varela, está escrito con enorme corrección; se trata de un relato sobrio sobre el sacrificio que hace un padre, pero que a mí personalmente me dice muy poco. La historia no parece desarrollarse en ningún lugar o tiempo determinado, pero aparte de eso no contiene más elementos fantásticos.
            En La verdad del muro de piedra, de Caroline M. Yoachim, se pone en cuestión las tradiciones ancestrales, aquellas que, muchas veces a pesar de su crueldad y de su arbitrariedad, pasan de padres a hijos sin generar rechazo alguno, sólo por la discutible razón de llevar practicándose desde hace siglos. Un relato duro y sin concesiones no apto para todos los paladares.
            Rosa de Navidad, de Abel Amutxategi, es una sucesión de tópicos y lugares comunes sobre vampiros y mundos apocalípticos que sólo un vuelco al final del relato habría podido salvar. A Amutxategi le da además por situar la acción en un lugar llamado Blackhill y singularizar como  protagonista a un tipo llamado Farrel Dixon (que  no ha debido ver una película de vampiros en su vida) en lugar de ubicarla en Albacete y hacer que el personaje principal se llame Juan Pérez.
            El viento soñador, de Jeffrey Ford, es un precioso cuento como los de toda la vida lleno de imaginación, tierno, con descabelladas fantasías y personajes encantadores cuyo tono recuerda a Bradbury. Por cierto, no entiendo por qué dejó de publicarse en España a este maravilloso autor.
            En cambio, en  En la isla José Jesús García Rueda se inspira claramente en Borges y en Bioy Casares. Un juego de espejos perfectamente ensamblado y con un final que no se queda atrás.
            En El naturalista, de Maureen F. McHugh, volvemos a un escenario trillado en exceso, en este caso de zombis. Un relato cruel que intenta buscar la originalidad donde es imposible mediante una historia en la que los más despiadados no son los zombis.
            Rojo, de Cristina Jurado, arranca tan fuerte que la narración sólo puede concluir en un festival de sangre y perversión para que la tensión vaya “in crescendo. Sin embargo, las atrocidades que se cuentan en este relato aderezado digamos de una nada sutil poética de la crueldad, no llegan a provocarme ni a horrorizarme y es que ante determinado nivel de horror mis sentidos se saturan y mi mente se protege insensibilizándose.
            El  horror de Valserenosa, de Rubene Guirauta, es un pastiche con monstruo primigenio, cuya originalidad estriba en situar la historia en los Monegros alrededor de 1850. El clima de terror está muy bien logrado así como la imitación que hace de la escritura de la época, pero no deja de ser el típico relato con un monstruo horrible.

            Una selección muy digna que comentaré con más detalle en las conclusiones finales de la reseña del segundo volumen, Ciudad Nómada y otros relatos, que Villarreal lanzó simultáneamente con esta colección.

domingo, 18 de noviembre de 2018

"Kentukis” de Samanta Schweblin

"Kentukis” de Samanta Schweblin
            Los kentukis que dan título a la última novela de Samanta Schweblin son unos pequeños y simpáticos peluches mecánicos que adoptan la forma de diferentes animales: topos, conejos, cuervos, pandas, dragones y lechuzas. Estos aparentemente inocentes muñecos, de nombre tan curioso, llegan a convertirse, sin embargo, en peligrosos y molestos artefactos capaces de arruinar la vida a cualquiera. Parece claro desde el primer momento que la intención de la autora porteña es reflexionar acerca de cómo las nuevas tecnologías pueden alterar nuestra vida cotidiana.

            En un principio podría pensarse que escribir toda una novela con unos ridículos peluches como protagonistas es un suicidio y que el envoltorio escogido para presentar el mensaje que  se desea transmitir es demasiado evidente, pero lo cierto es que la autora no sólo sale airosa del reto, sino que además logra ir más allá de su propuesta inicial de criticar la utilización que se hace del móvil y de las redes sociales y consigue hacernos cavilar sobre la inherente curiosidad del ser humano hacia sus semejantes, sobre la importancia de la intimidad y sobre la contradictoria necesidad de mostrarnos o exponernos ante los demás.

            Su novela anterior, Distancia de rescate, además de ser nominada al Man Booker Prize International y ganar el premio Shirley Jackson a la mejor novela corta, fue muy bien recibida por la crítica por lo que había una gran expectación ante su segunda novela. La originalidad de Distancia de rescate residía sobre todo en el modo elegido por su autora para contar la historia. A través de una intrigante conversación entre una mujer y un niño de la que la autora nos hace partícipes, poco a poco y de una manera admirable nos va revelando la relación que une a sus dos protagonistas y el problema que los enfrenta. Con Kentukis esperaba que la autora siguiera en la misma línea y volviera a sorprendernos con una novedosa e intrincada narrativa, sin embargo en esta ocasión Schweblin opta por una escritura algo más convencional aunque igual de eficaz.

            Pero quizás lo mejor sea empezar por explicar de qué va el libro. He omitido antes que esos inocentes peluches llamados kentukis hacen posible que un completo desconocido se introduzca en el hogar de quien lo ha adquirido. Sólo con tener un ordenador, una conexión telefónica y un programa determinado es posible establecer un vínculo permanente con el kentuki, de forma que alguien, que quizás se encuentre a miles de kilómetros de distancia, puede curiosear a su antojo por la casa y ver todo lo que hacen sus ocupantes. La movilidad de estos  peluches es escasa, sólo poseen unas pequeñas ruedas para desplazarse, y la comunicación se limita a unos meros gruñidos lo que propicia que la gente los trate como si fueran verdaderas mascotas y confíe en ellos.

            Más que una novela, Kentukis es un libro de relatos, de historias humanas que  la autora turna a la manera que suele hacerlo David Mitchell, es decir, alternándolas de forma que un personaje o un elemento, en este caso los kentukis, se conviertan en el nexo de unión. Los personajes podrían clasificarse en dos categorías: “exhibicionistas”, los propietarios de los kentukis, y “voyeurs”, que serían los que se conectan al peluche. El conflicto se produce en gran parte porque la relación no es de igual a igual. Mientras que el que maneja el kentuki es testigo de todo lo que hace su dueño, éste último no tiene ni idea de quién está detrás. Entre los personajes que podemos encontramos en el libro tenemos una anciana peruana que suple la ausencia de su hijo, que vive en Hong Kong, observando la vida de una joven en Alemania. A un niño que prefiere conectarse a un kentuki antes que estudiar. A un hombre que se aprovecha de una laguna legal para sacar rendimiento económico a los kentukis. A un padre separado que quiere comunicarse a toda costa con el kentuki de su hijo. Y también a una chica que, celosa del éxito de su novio como artista, compra por despecho un kentuki. Se trata de historias cotidianas que Schweblin convierte a veces en terroríficas; algunas con finales sorprendentes, incómodas la mayoría de ellas y siempre empapadas de tensión.

            Por otro lado, vemos que los personajes de Schweblin se mueven  por diferentes partes del mundo: Perú, Oaxaca, Alemania, Italia...y ello parece indicar que la autora entiende que nadie está a salvo de los peligros de la mala utilización de la tecnología. Precisamente con esta excusa, la de hablarnos de las nuevas y muchas veces precarias formas de relación social que se establecen gracias a las nuevas tecnologías, Samanta Schweblin aborda temas como la soledad, la necesidad del ser humano de comunicarse, el afán de darnos a conocer a los demás y sobre todo de la atracción irresistible que supone para nosotros la puerta abierta a una vida. Y es que todos hemos sentido aluna vez la tentación de curiosear en el hogar de otro, tal vez para contrastar su mundo con el nuestro. No seré yo quien lo censure, cuestionable o no, es algo que, en cierta manera, todos aquellos a los que nos gusta leer hacemos cada vez que nos sumergimos en un libro. Merece la pena zambullirse en la vida de estos personajes que nos trae Samanta Schweblin, pero evite estos malditos kentukis de peluche y cómprese el libro. No se arrepentirá.