Blog ciencia-ficción

Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia ficción.

Universo de pocos

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martes, 29 de diciembre de 2020

"La desagradable profesión de Jonathan Hoag” de Robert A. Heinlein

Portada de "La desagradable profesión de Jonathan Hoag” de Robert A. Heinlein

Sería difícil encontrar un relato con un arranque más irresistible que La desagradable profesión de Jonathan Hoag de Robert A. Heinlein. Una vez que se empieza a leer el primer párrafo es imposible detenerse. ¿Qué es eso oscuro que tiene debajo de las uñas el hombre que acude a la consulta? Parece sangre aunque el médico lo desmiente categóricamente, lo hace enojado sin que sepa la razón de su irritación. Tras esta delirante escena se produce otra que no lo es menos cuando el hombre sale del consultorio y todo lo que ve ante sí, la calle, los edificios y sobre todo la gente le producen un rechazo y una sensación de desagrado indescriptible. La situación deja al lector descolocado por cuanto seguramente pensaba tener entre las manos un relato de ciencia-ficción clásica. Desde luego no parece que estemos leyendo al autor de Tropas del espacio o de Forastero en tierra extraña, más bien parece un fragmento sacado de un libro de Leo Perutz o de Hermann Ungar, sólo más adelante cuando nos encontramos con la pareja de detectives protagonistas y unos diálogos chispeantes e ingeniosos dignos de las comedias del Hollywood de los años cuarenta reconocemos al autor. Se trata de una novela atípica dentro de la obra de Heinlein, que se publicó por primera vez en 1942 en la revista Unknown, y es una de las pocas incursiones que hizo el autor en la fantasía o en el terror. En ella Heinlein se desprende de su lado más racional para narrarnos la historia de un hombre que no recuerda a que se dedica durante el día y que decide por tanto contratar a unos detectives para que lo averigüen. Al principio la pareja de detectives cree que podrá aprovecharse del pobre hombre y que conseguirán ganarse sin demasiado esfuerzo los honorarios prometidos, sin embargo las cosas se van torciendo hasta adquirir un tono de pesadilla y de absurdo que hace dudar al matrimonio de detectives de su propia cordura. A pesar de tratarse de una novela corta de la primera época de Heinlein, en ella se aprecia su buen oficio como narrador, su habilidad para escribir diálogos y su buen pulso a la hora de conducir la trama hasta un final coherente a pesar de lo disparatado de la propuesta. 

El libro contiene otros cinco relatos de interés desigual. Uno de los menos logrados es El hombre que vendía elefantes, una historia nostálgica y fantástica algo trasnochada que no logra  su objetivo final de emocionar. Tampoco lo beneficia encontrarse seguida por todo un clásico como Todos vosotros zombis, que nos impulsa a olvidarla de inmediato. Para Aristóteles el círculo era la figura geométrica más perfecta, si así fuera Heinlein habría logrado con este relato de viajes en el tiempo hacer las delicias del filósofo griego. No soy muy dado a las alabanzas exageradas pero ante este relato no puedo más que inclinarme y proclamar que estamos ante un relato perfecto. No le veo ni un solo defecto a la trama y hasta el estilo en que está escrito me parece inmejorable, moderno y rápido, con un narrador en primera persona al estilo de la novela negra que se anticipa al futuro cyberpunk. Imprescindible.

Heinlein también cultivó los relatos «conspiranoicos» en los que se cuestiona la realidad, ejemplo de ello es la novela corta que da título al libro y que he comentado antes, y otro es Ellos. Se trata de un relato correcto que sin embargo ha sido superado por otros escritos con posterioridad. De todos modos hay que concederle su valor por tratarse de uno de los primeros relatos de este tipo junto a No sucedió de Fredric Brown.

El resto de relatos que integran el libro son completamente diferentes y en ellos nos encontramos con un Heinlein mucho más ligero, que hace gala de un humor fino e ingenioso. Un ejemplo es el cuento titulado Nuestra hermosa ciudad en el que un pequeño pero perpetuo remolino parece tener vida propia ante la incredulidad de los habitantes. Su capacidad para recuperar objetos que el viento arrastra por la ciudad, en concreto periódicos antiguos, permite destapar una serie de corruptelas. En ...Y construyó una casa torcida volvemos a encontrarnos al Heinlein juguetón de diálogos ágiles y ocurrentes. En este caso un arquitecto sueña con poder un día construir una casa que se despliegue también en una cuarta dimensión. La imposibilidad de llevar a cabo su proyecto le lleva a conformarse con desarrollar un teseracto en tres dimensiones, sin embargo un oportuno terremoto convierte su sueño en realidad o más bien en una pesadilla. Se trata de un relato francamente divertido.

En definitiva, nos hallamos ante un libro de un Heinlein muy diferente al escritor iconoclasta y farragoso en el que se acabaría convirtiendo en los últimos años. Se trata de una buena oportunidad para reconciliarse con un autor al que se ha venido denigrando de manera reiterativa en los últimos años. Recomiendo leerlo dejando a un lado los prejuicios, aunque antes habría que hacerse con un ejemplar, lo que por otra parte no creo que resulte nada fácil.


miércoles, 9 de diciembre de 2020

“Ángeles rotos” de Richard Morgan

Portada de "Ángeles rotos" de Richard Morgan
            Entrar en Ángeles rotos debe aproximarse mucho a ser lanzado desde una aeronave en pleno vuelo a lo desconocido, a un terreno posiblemente minado u ocupado por el enemigo mientras las bombas explotan alrededor. Así me he sentido yo en mitad de una batalla sin saber quiénes son los enemigos, equipado con armas tan complejas que no sé cómo usar ni tampoco contra quién dirigirlas. ¿Quién demonios es Kemp? ¿Por qué luchan en Sanción IV? 

            En ocasiones, viendo películas de acción he experimentado algo muy parecido y  confieso sin avergonzarme que gran parte de ellas las he terminado sin enterarme con detalle de la trama. Sospecho que la mayoría de las veces ni siquiera merece la pena intentar el esfuerzo, ¿para qué si el argumento carece de sentido? Cuando todo no es más que un pretexto para encadenar escenas y más escenas de acción. El relax y el alivio que proporciona no tener que estar atento a las motivaciones que impulsan a unos y otros para actuar como actúan permite un mayor disfrute de la película y yo lo recomiendo encarecidamente. Basta con dejarse arrastrar por las impactantes imágenes que pasan ante nuestros ojos, por las peleas encarnizadas, por la sangre que a veces parece salpicarnos desde la pantalla o por los gritos aterrorizados de los personajes o por la música atronadora. Lo que no sabía es que esto mismo fuera posible con un libro, principalmente porque la lectura requiere un esfuerzo mínimo por nuestra parte para interpretar y reconstruir en nuestra mente lo que se nos cuenta, algo que no es preciso cuando se ve una película. Sin embargo, de alguna manera, Morgan lo consigue.

            Lo hace además venciendo mi resistencia a ciertos tópicos que abundan en los relatos de acción y que Morgan no sólo no elude sino que explota sin complejos. Su mismo protagonista, que ya conocimos en circunstancias muy distintas en Carbono modificado, es un buen ejemplo de ello. Takeshi Kovacs (como comenta Ignacio Ilarregui en el prólogo) es el típico tipo duro, curtido en mil batallas, descreído de todo, que va siempre un paso por delante de todos, una máquina de matar infalible que sin embargo no tiene una roca como corazón. La historia cuenta además con los ingredientes típicos del género: armas a mansalva, un villano cruel y desalmado, una misteriosa mujer que enseguida inferimos acaparará la atención sentimental de nuestro héroe, un duelo final cuerpo a cuerpo (demasiado largo para mi gusto) y una revelación final que lo trastoca todo pero que a la vez lo aclara. Éste suele ser el esquema básico con el que funcionan la mayoría de las películas de acción de hoy en día. Morgan reúne todo estos elementos, los mezcla con armonía, les añade un poco de cyberpunk, una generosa dosis de sexo, un mucho de crítica al capitalismo, un misterioso artefacto alienígena y lo ensambla todo con nano uniones de polaleación y sin haber inventado nada nuevo construye una novela de acción impecable. El mérito, nada desdeñable por otra parte, está en saber manejar los tiempos, en crear intriga y hacer que ese futuro violento en el que la vida de cualquier persona que cabe en una cápsula de unos pocos centímetros resulte verosímil. Morgan ya demostró su habilidad para la acción en Carbono modificado, una novela frenética de género negro que Netflix convirtió en una especie de Blade Runner cutre y desangelada.

            La razón principal de que con tópicos y todo Ángeles rotos resulte una lectura casi imposible de dejar es que Morgan es un buen narrador, uno capaz de crear unos personajes, incluido Kovacs, lo suficientemente atractivos para que el lector se involucre en la acción y nos importe lo que les pase; lo que, por ejemplo, no sucedía en La brigada de luz de Kameron Hurley por compararla con una novela de acción bélica reciente. Sí hubiera que hacerle un reproche sería por las descripciones, que pecan de ser en exceso impresionistas, más tendentes a crear una emoción o sugerir que a construir un escenario tangible.

            Ángeles rotos viene a ser algo así como meterse un chute de pura adrenalina en el cuerpo. Es cyberpunk, sexo y violencia pero también una sentida loa a la lealtad entre compañeros. Pero más que nada es la expresión manifiesta ya no sólo de la poca confianza que le merece el ser humano a Morgan, sino cualquier inteligencia que pueda surgir en este universo, que nace obligada a competir encarnizadamente con las demás especies si pretende sobrevivir.

martes, 24 de noviembre de 2020

"El Muro" de John Lanchester

       

           Norman Spinrad llegó a decir que ciencia-ficción es todo lo que se publica bajo el epígrafe de ciencia-ficción. Da la impresión de que muchos se han tomado esta definición, que  no vino a ser más que una provocación, bastante más en serio de lo que cabría suponer a la vista de cómo ignoran todo lo que se publica fuera de las colecciones de género. Las webs especializadas se vuelcan, salvo excepciones, en las mismas novelas y en los mismos autores de moda. Lo cierto es que no he logrado encontrar una sola reseña en webs especializadas en ciencia-ficción de la novela de John Lanchester.

            El Muro comienza como una distopía del montón para dar paso después de manera brusca a un relato de tintes apocalípticos. No puede decirse que su punto de partida destaque por su originalidad ni tampoco por la perspicacia de la metáfora que encierra, tan obvia que ni siquiera parece una metáfora. Y es que todo resulta tan evidente... y no obstante, es difícil interrumpir la lectura del libro. Tal vez la razón de no poder dejarlo resida precisamente en esa falta de ambigüedad o en esa manifiesta apuesta por la transparencia: tiene que haber algo más – nos decimos–, no es posible que alguien se haya decidido a escribir un libro de casi trescientas páginas con un mensaje tan poco elaborado, y seguimos pasando página tras otra. Al final, casi sin darnos cuenta, las peripecias por las que pasan los protagonistas empiezan a importarnos y sus desgracias se convierten también en las nuestras. Cualquier novela puede leerse de dos maneras al menos, atendiendo a su contenido más racional o dejándose llevar por las emociones que despiertan en nosotros. El Muro sale mucho mejor parado si lo hacemos de la segunda manera.

            Pero contemos algo sobre su argumento. Kavanagh, como muchos otros, debe marchar de la casa en la que vive con sus padres para realizar su servicio de vigilancia de dos años en el Muro. Es un deber ineludible para todos los que no son «reproductores». Construido en hormigón, el Muro tiene aproximadamente unos diez mil kilómetros de largo y rodea por completo el país para impedir que, tras el Cambio que se produjo hace años, los Otros puedan entrar. Lanchester no da demasiados detalles sobre el Cambio, aunque se intuye que se trata de un acontecimiento trascendental que cambió el mundo para siempre y que de alguna manera está relacionado con la subida del nivel del mar. La generación de Kavanagh culpa a sus padres de lo sucedido, por lo que las relaciones con ellos no son demasiado buenas. En el contexto actual de refugiados y de alarma por el cambio climático no se puede decir que la premisa sea en exceso alambicada. La primera parte de la novela es la menos interesante de las tres en las que está dividido el libro, sobre todo por la machaconería con la que el autor explica el tedio que suponen las doce horas que dura cada turno de vigilancia, tedio que acaba por contagiarse al lector. Por otro lado es de agradecer que se nos eviten los tormentos y ultrajes habituales por los que suelen pasar los reclutas durante el período de instrucción, cosa que ocurre en la mayoría de novelas y películas de ambiente militar. Los defensores del Muro en ese sentido son unos afortunados y su vida no se aleja mucho de lo que era la «mili». No os asustéis, no es necesario que corráis despavoridos con las manos en los oídos, prometo no contar mi «mili». Lo que quiero decir es que no ocurre nada extraordinario a excepción del frío y el aburrimiento que experimentan. Si no fuera por el temor a ser atacados se diría que la vida que llevan es bastante cómoda y tranquila.

            Los Otros son vistos con miedo por los defensores, no sólo por la amenaza directa que supone que ataquen sino también por las graves consecuencias que se derivan para los que están de guardia si no logran impedir que crucen al otro lado del muro. Los Otros carecen de etnia y religión, son entes abstractos que cuando se hacen reales no parecen diferenciarse de los demás. Lo único que los distingue es que proceden del otro lado del Muro, sin embargo, su presencia parece perturbar de alguna manera a los demás y suscitar un sentimiento de ¿culpabilidad?, ¿de embarazo?  El autor se cuida mucho de dotarlos de rasgos  concretos que puedan levantar la sospecha de racismo o discriminación. Nos quiere hacer reflexionar sobre nuestro miedo al otro, pero quiere hacerlo con el concepto desnudo, despojándolo de tintes racistas o nacionalistas. El muro de Lanchester no es sólo físico como averiguamos al final.

            Contado en primera persona, el libro está escrito con sencillez, como corresponde a la personalidad del protagonista, pero lamentablemente los pocos alardes que se permite Lanchester son echados a perder por una traducción que habría requerido mayor atención. En un momento dado el autor hace un juego de palabras con el término en inglés «concrete», que puede significar hormigón pero también específico o concreto. El autor aprovecha algo llamado poesía concreta para describir lo que se ve desde el muro y juega con los dos significados de «concrete». En la traducción se opta por lo más fácil y se traduce siempre por «concreto» lo que convierte la lectura en algo enojoso, por si fuera poco logra además que las connotaciones que conlleva la palabra hormigón como son el frío, el gris y la monotonía se pierdan. Tampoco se luce la traductora con la palabra «briefing» que ni siquiera es recogida por la RAE cuando podía haberla traducido por reunión informativa.

            Las imágenes finales del libro me traen a la mente la película Waterworld, eso sí algo menos estilizadas y más realistas que las que vimos en la gran pantalla. Es sin duda alguna lo mejor del libro y lo que explica las buenas críticas que ha obtenido. La conclusión es elegante pero es más que probable que a muchos les parezca una hábil argucia con la que eludir un verdadero final.

viernes, 6 de noviembre de 2020

"Exhalación" de Ted Chiang

Pocos autores con una obra tan escasa concitan la expectación que despierta Ted Chiang, una circunstancia que resulta aún más sorprendente por tratarse de un escritor de un género tan poco «distinguido» como es el de la ciencia-ficción. El escritor de ascendencia China se ha convertido en una especie de Salinger dentro del género, la publicación de cada libro suyo es celebrada como un acontecimiento literario. Es verdad que la popularidad de Salinger se debe sobre todo a El guardián entre el centeno pero su producción se compone a excepción de esta novela de unos pocos relatos. Chiang, por su parte, no se ha estrenado aún en el relato largo y su obra se circunscribe a la ficción corta, menos abundante incluso que la del autor de Un día perfecto para el pez plátano. El conjunto de sus relatos no ocupan más que dos libros: Exhalación (2019) y La historia de tu vida (2002). En casi treinta años (su primer relato La torre de Babilonia data de 1990) ha publicado sólo dieciocho relatos. Su fama se vio notablemente incrementada tras el estreno de la película de gran éxito La llegada de Denis Villeneuve y que adaptaba el cuento La historia de tu vida.

Cada relato de Chiang es una joya única. El autor parte siempre de una materia prima excelente: las ideas en las que se inspira para escribir sus relatos son siempre gemas de la máxima calidad, diamantes en bruto, esmeraldas o rubíes que luego talla y pule con esmero y paciencia para realzar al máximo su fulgor interior. Esta búsqueda de la perfección a veces juega en su contra, sus relatos de tan trabajados pueden resultar en ocasiones desprovistos de espontaneidad y naturalidad y podrían hacernos pensar que han sido escritos por uno de esos algoritmos o uno de esos «digientes» especializados que describe en el relato El ciclo de vida de los elementos de software. En esta narración Chiang toma una idea, en este caso la creación de un software de animación para un personaje virtual, y la despliega y desarrolla hasta sus últimas consecuencias. No hay eventualidad o circunstancia que el escritor no contemple en este relato en el que especula sobre cómo podría ser la relación entre humanos e inteligencias artificiales, de la responsabilidad que tendrían los primeros sobre los segundos y de su evolución en un dilatado espacio de tiempo. Chiang, como comenta él mismo en las esclarecedoras notas finales del libro, cree que cualquier inteligencia necesitaría de un largo y lento aprendizaje del mismo modo que lo necesita un niño para alcanzar la madurez.

Esta prolijidad y detallismo se aprecian también en el relato La verdad del hecho, la verdad del sentimiento, también incluido en la antología de Mariano Villarreal A la deriva en el mar de las lluvias y otros relatos, que ya comenté en este blog. Chiang reflexiona sobre una eventualidad que suele pasar desapercibida y que condiciona en gran medida nuestra vida diaria y que tiene efectos decisivos en nuestras relaciones humanas: el poco crédito que se le puede conceder a nuestra memoria tanto por su subjetividad como por las enormes lagunas que presenta. ¿Qué sucedería si pudiéramos archivar cada instante de nuestras vidas de manera que nadie pudiera poner nunca en duda los hechos? Chiang no teme abordar temas de trascendencia, ya sea filosóficos, científicos o relacionados con el comportamiento humano y lo hace siempre con gran rigor y minuciosidad; este exceso de celo tiene, sin embargo, como consecuencia que la trama quede en ocasiones demasiado al servicio del concepto. La niñera automática, patentada por Dacey es un ejemplo de ello; en esta ocasión Chiang sitúa la historia en un pasado alternativo en que la técnica de construcción de autómatas mecánicos se ha perfeccionado hasta el punto de que se han podido fabricar niñeras mecánicas. Un punto de partida que sirve al autor para mostrarnos la importancia del contacto humano en la educación. A pesar de lo comentado con anterioridad el relato es una delicia.

Muy diferente es el cuento El comerciante y la puerta del alquimista en el que Chiang funde una historia que parece surgir del maravilloso mundo de las mil y una noches con una narración de viajes en el tiempo. Mediante este elaborado relato el autor  consigue demostrar que aunque pudiéramos conocer el futuro y este fuera inalterable aún quedaría espacio para las sorpresas. Una exhibición de virtuosismo del autor.

Chiang es un maestro a la hora de concebir nuevas cosmogonías. En el cuento que da título al libro, Exhalación, imagina un mundo de seres mecánicos, muy similar por otra parte al nuestro, en el que el aire es la energía que hace que todo funcione. Las dudas surgen cuando sus pobladores comienzan a darse cuenta de que  en los últimos años su percepción del tiempo se está viendo alterada. Para encontrar una explicación a este fenómeno inexplicable un científico decide desmontar su propio cerebro y comprobar la manera en que los recuerdos son archivados en él. La escena es realmente prodigiosa y está narrada por un Chiang pletórico. La historia no deja de ser una bella analogía de nuestro mundo; al final no somos más que aire y nuestra vida se esfuma en una breve exhalación. En un ámbito similar se mueve Ónfalo. En este caso en lugar de realizar una elaborada analogía sobre la entropía, concibe un mundo en el que la labor de los científicos está al servicio de sus creencias religiosas y todos sus esfuerzos están encaminados a demostrar la grandiosidad de la obra de Dios. Poco más de treinta páginas para resumir la historia de la lucha entre fe y ciencia y el ocaso del antropocentrismo.

Chiang toca todos los palos, cavila sobre el libre albedrío (Lo que se espera de nosotros), se pregunta si seríamos capaces de reconocer otras inteligencias (El gran silencio) o especula sobre la posible existencia de mundos alternativos  (La ansiedad es el vértigo de la libertad), pero sea el tema que sea sus relatos se desarrollan siempre con una lógica implacable. Lo que hace interesante a este autor es que por abstrusos o técnicos que puedan ser los conceptos que maneja su mirada es profundamente humana. Un perfecto ejemplo de ello es el relato con el que pone fin al libro, La ansiedad es el vértigo de la libertad, una historia fascinante con física cuántica de por medio, que permite al autor hablar de cómo muchas de nuestras decisiones se producen algunas veces por simple azar.

        Puede que también el azar te haya llevado a este blog, puede que estuviera escrito que así lo hicieras o cabe la remota posibilidad de que seas un seguidor y hayas accedido por propia decisión, sea cual sea la razón que te haya traído, hazme caso y no dejes pasar la oportunidad de leer este admirable libro lleno de inteligencia y de maravilla. Es muy posible que después debas esperar otros veinte años a que Chiang vuelva a escribir otro, pero eso ya depende de su libre albedrío o de que las moléculas de oxígeno estuvieran en el lugar adecuado en el momento en que fue engendrado.


miércoles, 14 de octubre de 2020

"Pequeños dioses y otros cuentos blancos” de Tim Pratt

Portada de  "Pequeños dioses y otros cuentos blancos” de Tim Pratt

Leyendo estos relatos de Tim Pratt he tenido la sensación de haber estado haciéndolo toda la vida, de conocerlos ya de antes, como si sus historias cercanas de amores que no llegan a consolidarse y de desengaños existieran desde siempre y sólo faltara que alguien como Tim Pratt les diera forma y las pusiera por escrito. Y no es porque les falte originalidad, porque imaginación le sobra a Pratt, quizás sea por la naturalidad con la que están escritas, por entroncar con las fantasías que se escribían antes o tal vez porque todos nos hemos sentido alguna vez como sus protagonistas.

El leitmotiv de la mayoría de los relatos de Pequeños dioses y otros cuentos blancos es el amor, en concreto el amor romántico, algo que en estos tiempos de odios viscerales y en el que todo parece estar en revisión, no deja de sorprender. Gran parte de ellos están protagonizados por hombres que han llegado al final de su juventud y que se han resignado a la vida que tienen sin haber logrado desprenderse de los recuerdos de amores perdidos o no satisfechos del pasado. Así ocurre en El pez limpiafondos, en El sótano del  mundo y también en Su voz en una botella. En las tres historias la rutina del personaje principal se ve trastocada por el regreso de un antiguo amor, un hecho que por muy deseado que sea no supone siempre un beneficio para su protagonista sino todo lo contrario como ocurre en El sótano del  mundo. Uno de los personajes  de Su voz en una botella llega a comparar este desasosiego por un amor pasado con la adicción a una droga de la que habría que desintoxicarse. El ambiguo desenlace de El pez limpiafondos no permite saber con claridad si este retorno desemboca en un final feliz o desgraciado. En estos tres relatos los objetos cotidianos tienen un papel importante en la trama, a veces son cosas  olvidadas que un pez extrae de lo más profundo de la memoria de su protagonista, en otras es una botella que guarda un mensaje suspirado por un viejo amor antes de despedirse. También puede ser un universo lleno de objetos perdidos como al que conduce el sótano de la casa de uno de los personajes.

Otro tema recurrente del libro es el de la pérdida de un ser querido. En Siegaespectros o la vida después de la venganza fallece el novio del personaje principal tras un accidente, en Pequeños dioses muere la esposa del protagonista en un atraco mientras que en Tres peticiones a la reina del infierno son tres muertes las que se suceden a lo largo del tiempo. Se trata de pérdidas insoportables que los que las han sufrido intentan mitigar haciendo tratos con el más allá. Los pactos desde el Fausto de Goethe son algo habitual en la literatura fantástica, basta con recordar El Retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, y por lo general el que se arriesga a hacerlos tiene todas las de perder por lo que suelen acabar en tragedia, sin embargo en los relatos de Pratt esto no es siempre es así, y es fácil que pasen del terror a la comedia.

Al margen de estas clasificaciones tenemos el relato Sueños imposibles, una historia  romántica que es también una viva declaración de amor al cine. Pratt fantasea con un universo alternativo al nuestro en el que fueron rodadas versiones diferentes de obras clásicas del cine y en el que incluso existen películas que nunca se llegaron a realizar en nuestro mundo como el Yo, Robot con guión de Harlan Ellison, la versión de El cuarto mandamiento con el final que concibió Orson Welles o un En busca del arca perdida protagonizado por Tom Selleck en lugar de Harrison Ford. También se cuestiona la realidad en el cuento titulado Resultados inesperados, en el que Pratt parece convertirse en una especie de Philip K. Dick menos atormentado y más resignado.  El menos blanco de estos cuentos blancos es La copa y la mesa con unos personajes más extraños de lo habitual. Una singular fantasía que va ganando interés según avanza pero que por desgracia el autor no logra rematar con un final a la altura.

El libro se completa con una tierna carta a un amor del pasado que nunca llegará a su destino (Pratt parece haber sufrido un desencuentro amoroso tras otro) y con el poema Romance científico, que es una divertida a la vez que apasionada declaración de amor en el que se utilizan a propósito todos los temas más manidos de la ciencia-ficción.

 Pratt es un autor prolífico que tiene varias novelas en su haber aunque no ha sido hasta hace poco que se han publicado en España. Desconozco cómo se maneja en las distancias largas pero hay que reconocer que los relatos cortos se le dan bien. Con sus pequeños detalles de la vida cotidiana, con sus personajes infelices sumidos en la nostalgia y con sus giros argumentales sabe tocar la fibra sensible. Estamos ante un libro que se lee como nada, lleno de sorpresas, divertido y conmovedor, escrito con sencillez y cuya lectura deja una agradable sensación de satisfacción.


lunes, 28 de septiembre de 2020

"Venus más X” de Theodore Sturgeon

Portada de "Venus más X” de Theodore SturgeonAhora que se están recuperando viejas distopías feministas y que el mercado se ha visto saturado con otras nuevas he querido rescatar esta novela de 1960 que se anticipa a muchas y que cuenta con la particularidad de no haber sido escrita por una mujer. Cuando fue publicada en España por Adiax allá por 1982 y pocos años después por Orbis, o sea con más de cuatro lustros de retraso, no me decidí a leerla, eran mis años estudiantiles y mi escaso capital me obligaba a sopesar con esmero mis lecturas. Tenía la intención con esta reseña de dejar constancia de que también hubo hombres que en su día se preocuparon por la situación de la mujer en la sociedad. A decir verdad Theodore Sturgeon se adelantó con Venus más X varios años a Ursula K. Le Guin o a Joanna Russ pero mi propósito se ha visto en parte empañado porque el libro, lamento decirlo, no ha satisfecho mis expectativas.

La obra novelística de ciencia-ficción de Sturgeon es escasa, aún así durante un tiempo se codeó con los llamados tres grandes de la ciencia-ficción clásica: Robert A. Heinlein, Isaac Asimov y Arthur C. Clarke (Ray Bradbury nunca entraba en esta lista supongo que porque lo suyo era la fantasía). Siempre se elogió su estilo depurado con su dosis de poesía que lo elevaba por encima del resto pero hoy en día es un autor olvidado al que únicamente se recuerda por su novela Más que humano y la conocida ley que lleva su nombre: “El noventa por ciento de la ciencia-ficción es basura porque el noventa por ciento de todo es basura”. Sturgeon cuenta, no obstante, con infinidad de relatos que merecerían reeditarse, por su originalidad y por tocar  temas que otros autores procuraban evitar entonces. No puedo juzgar el resto de su obra novelística de ciencia-ficción (Violación cósmica, Los cristales soñadores o Cuepodivino), por no haberla leído y resultar ahora mismo difícil de conseguir. También escribió novela policiaca bajo el seudónimo Ellery Queen y guiones para Star Trek. Aquí pueden encontrar más detalles de su vida.

Pero volvamos a Venus más X y al que considero su principal problema, que no es otro que el de resultar terriblemente aburrido la mayor parte del tiempo. Sturgeon quiere que vivamos en nuestras propias carnes el asombro y la desorientación que siente un hombre de los años cincuenta que cree despertarse en el futuro y se topa con unas maravillas inexplicables y desconcertantes, algo perfectamente válido si no fuera por el sinfín de páginas que requiere. Se nos describe con todo detalle la arquitectura, el sistema de transporte y la estrambótica vestimenta de sus habitantes (por alguna razón que se me escapa la variedad de colores de su indumentaria parece preocupar en particular a Sturgeon), sin embargo todas estas conquistas de la ciencia que en los años en que se publicó la novela pudieran impresionar a algunos carecen por completo de interés hoy en día. El estilo, que es en lo que se supone que Sturgeon destaca frente otros escritores, me ha parecido a ratos anticuado y en exceso afectado, algo que la traducción de Domingo Santos, que antepone todos los adjetivos al sustantivo como en el inglés, acentúa aún más.

El gran mérito de la novela está en plantear cuestiones que la ciencia-ficción no solía abordar entonces como son la desigualdad sexual y el absurdo de ciertos roles que la sociedad ha adjudicado a la mujer. Con el fin de enfatizar esta arbitrariedad el autor intercala escenas de la vida de una familia de clase media de los años cincuenta en el relato principal, donde nos presenta una sociedad utópica en la que todo esto parece resuelto. Se trata de una solución discutible por cuanto ambas tramas permanecen completamente disociadas la una de la otra y no llegan a converger en ningún momento. Los «ledom», que así es como se hacen llamar los miembros de esta utopía, creen que la única manera de terminar con la desigualdad de sexos es poseer ambos a la vez. Piensan que en una sociedad sin hombres ni mujeres, constituida sólo por seres humanos iguales entre sí, no existiría ese problema, nadie se impondría al otro. En la novela se reflexiona sobre la parte de culpa que han tenido las religiones en estas desigualdades promoviendo la culpa,  también se llega a postular que el matriarcado tampoco sería la solución, cuestiones toda ellas de gran interés y plena actualidad pero que son expuestas de una manera en exceso discursiva (mediante una especie de carta) con lo que las ideas no quedan integradas de una manera natural en la narración. La imagen del paraíso que se nos ofrece es un tanto tópica por no decir ridícula, con gente semidesnuda rodeada de un césped perfecto comiendo frutos de todos los colores imaginables. Sólo al final, cuando abandona su tono expositivo y por fin suceden cosas, la novela además de dar un emocionante vuelco consigue levantar el vuelo, sin embargo sucede tan tarde y tan deprisa que no sé si es suficiente para recomendar la novela, una lástima.

lunes, 14 de septiembre de 2020

"Basilisco" de Jon Bilbao

Portada de "Basilisco" de Jon Bilbao
 Comencé la lectura de Basilisco de Jon Bilbao justo tras terminar Una novela rusa de Emmanuel Carrère y si no fuera por esta curiosa casualidad jamás hubiera reparado en la relación existente entre ambas obras. Quizás se trate nada más que de las elucubraciones de alguien con deseos de destacar, obstinado en descubrir algo que ningún crítico literario ha sido capaz de ver pero lo cierto es que ambos libros me han sorprendido por la falta de pudor con la que sus autores hablan de sí mismos y de las personas de su entorno más cercano. No es frecuente que un autor descubra su alma de la manera que lo hacen Carrère y Bilbao, una exhibición de su intimidad que puede resultar, sobre todo en el caso del francés, hasta incómoda para el lector. Ambos libros son además de difícil adscripción, uno no sabe muy bien si considerarlas novelas, libros de relatos u otra cosa. Es verdad que Carrère se asoma a la Rusia más profunda mientras que Bilbao lo hace al legendario oeste americano, lugares muy alejados entre sí, sin embargo se trata de territorios que de alguna manera han tenido que ver con su infancia, ya sea por orígenes familiares, en el caso del francés, o por la afición que despertaba El Teniente Blueberry en el joven Bilbao según cuenta el propio autor en una entrevista. El libro de Carrère es un relato autobiográfico contado a modo de novela, Basilisco es además de eso un libro de relatos. Podría decirse que se trata de una mezcla imposible de historias del Far West y de narración autobiográfica, algo que sintetizado así podría hacer pensar que se trata de un completo disparate, de una ida de olla del autor nacido en Ribadesella; pero no, Bilbao logra salir airoso del atolladero en el que se mete y consigue rematar un libro audaz, único, que a pesar de desarrollarse en gran parte en un universo tan alejado del suyo como es el oeste americano logra casarlo sin problemas con su atormentado mundo personal.

En cuanto al argumento, no es fácil resumirlo. El libro comienza con la visita a un rancho en Virginia City, en la que uno de los personajes cuenta una historia que tiene que ver con los comienzos de dicha ciudad y en la que destaca la figura de un veterano de la Guerra de Secesión americana llamado John Dunbar. El libro continúa con más relatos de este personaje arquetípico que se alternan con ficciones y acontecimientos de la vida del protagonista, probable trasunto del autor. Se trata de una mezcla extraña de Western con resonancias del Cormac McCarthy de Meridiano de sangre y de las vivencias de un escritor que no parece del todo complacido con su vida. A final la vida de ambos personajes, cowboy y escritor, se confunden, uno se apropia del otro y las dos tramas parecen interferirse mutuamente. Hay una escena especialmente elocuente, una pesadilla muy simbólica, no se sabe si soñada por el escritor o por Dunbar en la que se pone de manifiesto el esfuerzo que supone el acto creativo.

Me gusta cómo escribe Bilbao, me gusta su prosa directa e insinuante. Me gusta cómo logra dotar a una historia en apariencia trivial de oscuridad y desasosiego. Sus relatos del Oeste me han sorprendido y he disfrutado de ellos pero sobre todo me ha gustado la manera con la que los ha engarzado con las vivencias de un personaje de la actualidad, un escritor que intenta salir adelante en su vida personal y literaria. Tras estas historias en apariencia intrascendentes de un padre que vuela un avión a radiocontrol con su hijo o de un avispero en el jardín hay mucho más aunque las aventuras de Dunbar con los mormones, científicos y la Araña resulten mucho más espectaculares. Vale la pena internarse en la cueva primigenia que Bilbao ha excavado palabra a palabra para nosotros y descubrir dentro nuestros terrores de la infancia para llegar a conocernos mucho mejor que cuando decidimos entrar en ella.


viernes, 31 de julio de 2020

Cuento:"Apocalipsis chorra"

No acaba de mejorar este año. Lo comenzamos asomándonos a uno de esos apocalipsis que tantas veces habíamos visto en el cine o en televisión. Nos dimos cuenta de que éramos más vulnerables de lo que creíamos y reflexionamos sobre nuestra posición en el mundo: comprendimos que la naturaleza no es algo que está a nuestra merced, algo capaz de soportar todo los agravios que le infligimos. Al principio fueron muchos los que pensaron que la pandemia nos haría mejores. El dolor y el miedo pareció unirnos. Aplaudíamos con emoción todas las tardes a los sanitarios creando un sentimiento único de concordia, un vínculo humano entre todos nunca visto antes. Aún parecía haber esperanza para el ser humano. Por desgracia seguimos siendo los mismos de siempre.

Hace algunos años, antes de que todo esto ocurriera, escribí un cuento en el que imaginé un apocalipsis muy distinto. Pensé en publicarlo en el blog en plena pandemia, sin embargo, con las cifras diarias de muertes no me pareció oportuno hacer bromas. Ahora que se han calmado un poco las cosas y que ha llegado el verano me parece una buena manera de despedir el blog hasta septiembre. Espero que os guste.








APOCALIPSIS CHORRA
por Carlos Morgenroth


El café del desayuno fue el primer indicio de que las cosas habían dejado de ser como eran. Un sólo sorbo, que escupí de inmediato, me bastó para tirar el resto por el fregadero. Supuse que el café se había echado a perder en la lata en la que lo guardaba y me hice otro sin detenerme a pensar en otra posible causa. El primer trago acabó de la misma manera, convertido en una masa de espumarajos flotando sobre los residuos previos. Achaqué el mal sabor al agua y decidí no darle más vueltas. Sin el café mi mente no estaba para hacerse demasiadas preguntas y menos para contestarlas. No perdí la esperanza de poder darme el chute de cafeína que reclamaba mi organismo y decidí probar en el bar que había debajo de casa. Tampoco logré bebérmelo, sabía, ¿por qué andarse con rodeos?, a mierda. Al depositar la taza con el repugnante brebaje sobre la barra advertí que a todo lo largo había más tazas de café sin terminar. Pregunté al camarero y me respondió con un encogimiento de hombros. A partir de allí el día se fue haciendo momento a momento cada vez más extraño.

El jefe de la empresa donde trabajaba, siempre tan enérgico y gruñón, se mostró apático toda la jornada, parecía desentenderse de todo, como si el negocio hubiera dejado de ser suyo. En cambio el encargado, que suele aprovechar cualquier circunstancia para escaquearse, no cesó de ir de un lado a otro y de apremiar a los trabajadores. Por increíble que pareciera se había convertido en el nuevo jefe. Yo mismo me sorprendí poniendo mucha más atención de la que suelo en efectuar mi trabajo. Eran muchos años en la nómina de la empresa sin recibir jamás un agradecimiento o una felicitación. Esa falta de consideración, por otro lado nada extraordinaria en este país, había acabado por mermar mi entusiasmo. Y ahí estaba yo ese día, esmerándome en hacer mi trabajo lo mejor posible.

Lo que estaba sucediendo era muy raro y se lo comenté a un compañero. Se mostró de acuerdo conmigo, pero ninguno de nosotros pudo encontrar una explicación a esta incomprensible inversión de papeles. Durante la comida se produjeron más escenas delirantes. El menú del día no fue del gusto de nadie. Lo más curioso es que nuestra mesa no era la única con problemas en -el repleto comedor (muy intelectual)-. El pollo, que otros días era lo primero en acabarse, era rechazado por todo el mundo. Hasta el camarero lo probó y no pudo tragarlo. Casi todos nos decidimos por las acelgas y por el hígado encebollado.

miércoles, 15 de julio de 2020

"La odisea de Green” de Philip José Farmer

Portada de "La odisea de Green” de Philip José Farmer

Durante los años setenta y ochenta Philip José Farmer fue uno de los autores de ciencia-ficción de más éxito gracias a la saga  El Mundo del Río. A vuestros cuerpos dispersos fue el apasionante primer libro de la serie y sin duda alguna el mejor de todos. La idea en la que se fundamenta (un planeta en el que resucitan diferentes personajes de la historia) era demasiado buena para  malgastarla en un solo volumen y Farmer la explotó todo lo que pudo hasta acabar mareando la perdiz. Es algo que sucede con frecuencia con las series, sobre todo cuando tienen como en este caso un arranque tan potente. A Frederik  Pohl le ocurrió algo parecido con su saga de los Heechees, en la que el primero de los libros, Pórtico, da cien vueltas a los demás. Sin embargo la serie de Pohl se sigue reeditando, cosa que no ocurre con El Mundo del río, de la que hace unos años la desaparecida La factoría de ideas sólo se aventuró a reeditar el primer libro. Ahora mismo, a excepción de La odisea de Green (Biblioteca del laberinto) y Mundo Infierno (Gigamesh), la obra de Farmer está descatalogada, convertido su creador en uno de esos autores como Theodeore Sturgeon, Silverberg o Aldiss que han pasado al olvido.

Farmer es un escritor de difícil clasificación. Para algunos no es un auténtico escritor de ciencia-ficción y lo encuadran dentro de la fantasía, de una fantasía apropiadamente tuneada con elementos científicos. Otros le reprochan que su narrativa se fuera haciendo cada vez más comercial. Yo soy de los que pienso que Farmer escribió más o menos lo que le dio la gana, y resulta que lo que le dio la gana era volver a las historias de Tarzán, de Doc Savage o de Sherlock Holmes que leía en su juventud. A los precursores de la ciencia-ficción el género les brindó una estupenda oportunidad de ampliar los trillados escenarios de las novelas de aventuras. Los mares surcados de piratas, los mundos inexplorados o los relatos del oeste en los que autores como Julio Verne, Emilio Salgari o Karl May situaban sus historias daban la posibilidad de ser sustituidos por selvas en Venus, por canales en Marte o mares selenitas. Edgar Rice Burroughs, Julio Verne, Wells serían los primeros en aventurarse en esos nuevos mundos que tanto influirían en el joven Farmer, que quiso hacer suyos aquellos personajes que le fascinaron, aunque para ello tuviera que cambiarles el nombre por cuestiones de derechos. De este modo ha escrito versiones de Tarzán, de Phileas Fogg, de Sherlock Holmes e incluso una novela que se titula Venus en la concha poniéndose en la piel de Kilgore Trout, el escritor de ciencia-ficción que aparece en varias novelas de Kurt Vonnegut. A Farmer le gustaba el pastiche, reunir a personajes de diversas épocas y sobre todo le gustaba divertirse a sí mismo. El relato que, sin embargo, le dio a conocer, Los amantes (Farmer lo convertiría después en novela), no pertenece a este grupo, y al introducir nuevos temas como el sexo o la religión creó unas expectativas que luego no se cumplieron.

La odisea de Green supuso por tanto una decepción para todos los que esperaban que  siguiera renovando la vieja ciencia-ficción pero descubrió su faceta más aventurera, que marcaría gran parte de su ulterior obra. En efecto, La odisea de Green carece de la brillantez y de la originalidad que había demostrado en Los amantes, aquí el autor se limita a inventar un planeta a medida para que sus personajes vivan las típicas aventuras con barcos, piratas y caníbales. Alan Green, el protagonista, ha quedado abandonado en ese planeta habitado por seres humanos muy parecidos a él pero atemorizados por las supersticiones. Por miedo a ser confundido con un demonio y quemado oculta su origen a los campesinos que le encuentran y acaba como esclavo. La novela es pura aventura y cuenta el peligroso viaje de Alan a bordo de un velero a ruedas por una inmensa llanura que ocupa la mayor parte del planeta con el objetivo de encontrarse con unos astronautas que han sido capturados y que representan su única esperanza de regresar a la Tierra. Quizás la primera parte, en la que de manera jocosa se narra cómo logra escapar de los duques, sea lo mejor del libro. La vida de Alan hasta entonces era bastante ajetreada, además de estar casado con una mujer de fuerte personalidad y madre de seis hijos, se ve obligado a satisfacer a la duquesa. Dejo a su imaginación para qué. Por el contrario, la aventura en el barco resulta rutinaria y la resolución de algunas de las situaciones peca de chapucera en ocasiones. Farmer, que se ha caracterizado siempre por poseer una imaginación desbordante, se muestra más desganado que otras veces a la hora de componer el escenario. En lo que se diferencia esta novela de las novelas de aventuras tradicionales es en que su protagonista está lejos de ser un héroe, tampoco es frecuente que se vea acompañado durante toda la aventura de su mujer y de sus hijos.

            En conclusión, se trata de una novela ligera, de aventuras intrascendentes, entretenida y mejor escrita que otras similares pero a años luz del mejor Farmer.

jueves, 25 de junio de 2020

"Qualityland” de Marc-Uwe Kling

Portada de "Qualityland” de Marc-Uwe Kling            Quiero hacerles partícipes de un hecho extraordinario, de un descubrimiento increíble, de algo que muy pocos aficionados conocen y que las editoriales olvidan y que podría abrir una puerta a un universo de autores desconocidos. Sí, no se lo van creer, pero les juro que es verdad, más allá de nuestras fronteras, aquí en este continente europeo también existen escritores de ciencia-ficción. En concreto en Alemania, donde además de fabricarse coches y de beberse cantidades ingentes de cerveza, se publica desde hace años ciencia-ficción. Tanto es así que tienen sus propios premios como el Deutscher Science Fiction Preis, un premio que entre otros muchos fue otorgado a Andreas Eschbach, uno de los pocos autores alemanes de ciencia-ficción conocidos en España, y que en 2018 fue concedido a Marc-Uwe Kling por  Qualityland.

            Lo curioso es que esta novela no la ha publicado una de las editoriales especializadas en el género sino una generalista como Tusquets. Ha sido necesario que HBO se interesara por el libro para que llegara a nuestro país. Sí, una vez más ha vuelto a suceder, me parece justo que la industria editorial se quiera aprovechar de ello, pero lo que me apena y me irrita es que sólo se venda (digo vender porque no estoy seguro de que luego se lea) lo que tiene éxito en los cines o en televisión. En cualquier caso, bienvenido sea el libro en este mundo copado por escritores anglosajones. Bueno, reconozco que últimamente han surgido también autores chinos aunque estos llegaron de EE.UU de rebote gracias a que Ken Liu decidió traducirlos. Resulta sorprendente que sepamos tan poco de nuestros países vecinos, desde Julio Verne nada sabemos de Francia, y de Italia, ¿hemos sabido algo a alguna vez? Sin embargo, blogs, revistas y editoriales miran siempre hacia los países anglosajones.

            Pero dejémonos de lloriqueos y pataletas y hablemos de Qualityland. Habría que empezar por decir que se trata de una distopía, un término tan desgastado en los últimos años que sólo con oírlo hará que muchos se arranquen matas enteras de pelos de la cabeza. A su favor cuenta con que no se trata de la enésima distopía feminista del año, ¿qué más atrocidades queda por hacerles a las mujeres? En su lugar podríamos considerarla una sátira del sistema interconectado en el que vivimos y de la sociedad de consumo, lo que quizás no sea la mejor manera de salvar cabelleras teniendo en cuenta que son temas recurrentes de la ciencia-ficción reciente. Kling al menos lo hace con sentido del humor y desde un punto de vista europeo, al que paradójicamente estamos menos acostumbrados.

            Al principio la novela parece una sucesión de viñetas más o menos divertidas de la vida en Qualityland, un mundo muy parecido al nuestro pero en el que el consumismo y la dependencia de internet se han exagerado hasta extremos paródicos. El mundo que Kling imagina posiblemente no sea un prodigio de imaginación, mucho de lo que nos presenta ya lo anticipó Black Mirror, a decir verdad la ciencia-ficción de los últimos diez, qué digo diez, veinte, cien años se lo debe todo a esta serie. (¿Cómo pudo Wells concebir los viajes en el tiempo antes de que lo hiciera esta serie?) Por ejemplo, el que a cada persona se le asigne un nivel según ciertos condicionantes (edad, salud, ingresos, éxito, etc.) no puede decirse que sea lo más original del mundo, es algo que se lleva aplicando en China, esa máquina devoradora de ficciones distópicas, desde hace algún tiempo.

            Las dos tramas que vertebran el libro tardan en tomar forma, a partir de entonces la novela deja de ser algo más que un encadenamiento de chistes más o menos ingeniosos. Todo empieza con un paquete de la multinacional TheShop que le llega a Peter y que contiene un consolador con forma de delfín que no ha pedido. El libro, además de contar la odisea que vive Peter para devolver este objeto que considera que no tiene nada que ver con su personalidad, relata las andanzas de John of Us, el robot elegido por la oposición para ser candidato a las elecciones generales. En Qualityland todo es muy fácil siempre que tu nivel no descienda demasiado y no te conviertas en un indeseable. Peter no tiene que pensar en nada, los algoritmos lo hacen por él: qué comprar, dónde comer o qué pareja le conviene es algo que decide su QualityPad o las correspondientes aplicaciones de las empresas en las que está registrado. La llegada del paquete le hace poner todo en duda: ¿Realmente el perfil que manejan los algoritmos le representa?

            Qualityland fue en su origen una nación europea (se deduce que podría ser Alemania) que se cambió el nombre para evitar un pasado poco glorioso y que mediante este golpe de efecto quiso ganarse la confianza de los mercados tras una profunda crisis económica mundial. En Qualityland todo es «lo más» por lo que sólo están permitidos los adjetivos superlativos. La novela, sin destacar por sus valores literarios, se lee sin dificultad y tiene algunas ideas divertidas y sugerentes, entre las que destacaría el beso con el que se certifican los pagos. Este curioso modo de identificación se debe a que un hacker robó las huellas digitales de toda la población y como no hay mal que por bien no venga establece una mayor conexión emocional con el cliente. Los capítulos del libro vienen intercalados con anuncios, comentarios en foros y noticias disparatadas de carácter jocoso. En ocasiones Kling cae en la caricatura y parece que en lugar de leer un libro estemos viendo una película de Pixar, sin embargo en otras ocasiones mete el dedo de lleno en la llaga.

            No sé si es algo premeditado pero los ataques más duros del libro no se los llevan los políticos o el sistema capitalista sino la sociedad que los tolera, superficial y manipulable. En este contexto, el robot que se presenta a las elecciones parece el más cabal  de todos. En fin, una curiosa mezcla de ideas más o menos subversivas, de humor a veces pueril y otras ingenioso ideal para estos días de calor que vienen y una oportunidad de conocer ciencia-ficción escrita en alemán. La crítica de Kling no debe suponer una amenaza muy sería al status quo cuando empresas como HBO o grandes editoriales se lanzan a su promoción. El libro acabará fagocitado por el propio sistema al que critica.


domingo, 14 de junio de 2020

"La disonancia de las esferas” de Sergio Mars

Portada de "La disonancia de las esferas”  de Sergio Mars            No recuerdo los años que llevo frecuentando el blog de Sergio Mars, Rescepto indablog. Es uno de los blogs de ciencia-ficción más importantes de nuestro país, imprescindible para cualquier aficionado a éste género y al fantástico, y con un fondo envidiable de reseñas y artículos de una profundidad muy poco frecuente. Mi curiosidad por conocer también su ficción era por tanto máxima y aún más al saber que había sido merecedora de varios premios como el Ignotus o el Domingo Santos. La ocasión me ha venido que ni pintada con la publicación de La disonancia de las esferas, un libro de relatos que toma el título de uno de los cuentos que lo integran.

            Se trata éste de un libro en el que Sergio Mars deja patente su amor y respeto por la ciencia, nada que sorprenda a quien haya leído las críticas literarias y los artículos que publica en su blog. El mismo rigor y verosimilitud que Mars exige a los demás se lo aplica a sí mismo a la hora de escribir ciencia-ficción. Los escenarios y los avances por muy imaginativos y sorprendentes que puedan parecer se apoyan en sólidos conocimientos científicos. Mars, como hombre de ciencias (licenciado en biología), no teme abordar temas complejos de la ciencia moderna como las burbujas de vacío o el principio holográfico, a veces incluso aún cuando no sea del todo necesario para lo que quiere contar como ocurre en el relato titulado Horror Vacui. En este primer cuento del libro lo de menos es el motivo por el que se va a producir el final del mundo, la originalidad estriba en lo que ocurre después, sin embargo el autor en lugar de recurrir al típico meteorito opta por un suceso más enrevesado. Lo cierto es que la trama principal de la mayoría de los relatos, tal y como comenta Juan Miguel Aguilera en el prólogo que acompaña al libro, no está supeditada a una idea científica, se apoya en ella o se sirve de ella para hacerla creíble, pero no es esencial.

            En La disonancia de las esferas podemos encontrarnos con dos tipos de relatos, por un lado los pensados a propósito para un concurso o selección, y que por lo tanto han tenido que ceñirse a un tema y a una extensión determinada, y los escritos con plena libertad. Sin menospreciar los primeros debo decir que me han gustado más los segundos. Entre los primeros podemos encontrar el ya mencionado Horror Vacui, escrito para la antología temática que suele publicar Calabazas en el trastero con cierta periodicidad y que en este caso versaba sobre «Horror cósmico». Otro de estos relatos es  Museion, que fue finalista del premio L’Iber 2019 y cuya tema es la Historia Militar, el miniaturismo histórico o el propio Museo de los soldaditos de plomo L’Iber. Mars se lo tomó al pie de la letra y consiguió un relato muy meritorio con todos estos condicionantes, una sutil alegoría sobre cómo es tergiversada la historia.

            A medio camino entre estos dos tipos de relatos que he mencionado tenemos otros cuentos por los que Mars ha obtenido un premio pero cuya participación no obligaba a ajustarse a un tema concreto. Entre ellos tenemos el cuento titulado 161,62 en el que Mars vuelve a hacer uso de las últimas teorías de la física para crear una trepidante aventura en un mundo extraterrestre que deja con ganas de más y que le sirvió para ganar el premio Pascual Enguídanos en 2019. El segundo cuento de este tipo es el titulado Ruedas dentadas de un reloj imaginario con el que ganó el Domingo Santos en 2017. Se trata de un relato en el que Mars hace algo parecido a lo que Ted Chiang en  Setenta y dos letras (incluido en La historia de tu vida), aplicar el método científico a algo que tiene que ver más con la superstición o la religión. En concreto, parte de la astrología para crear una historia bastante delirante con la que no he sintonizado del todo.

            Mucho más me ha gustado La teoría de la metaconspiración, que a pesar de su disuasivo comienzo es una excitante reflexión sobre la ciencia actual y lo descabelladas que parecen algunas de sus hipótesis más recientes, todo ello sazonado con extravagantes teorías de la conspiración. En resumen, un gran relato que podría haber firmado perfectamente Ted Chiang, con lo que obviamente me vuelvo repetir.

            Mytolítico es un relato simpático que con mucho humor habla de la rivalidad entre aficionados a la fantasía y a la ciencia-ficción. Con Gancho en el cielo, que se desarrolla en el conocido mundo de Akasa-Puspa creado por Juan Miguel Aguilera y Javier Redal, Mars vuelve a demostrarnos su sentido del humor. Se trata de una historia que va mejorando según avanza y con un agradable tono “pulp” que ha hecho que lo disfrute por encima de los debates religiosos sobre el hinduismo entre sus protagonistas que me resultan algo ajenos.

            Con La bestia humana de Birkenau Mars obtuvo una vez más el premio Ignotus, sin embargo da la impresión de haber sido escrito antes de que Mars depurara su estilo. La narración de uno de los hombres que trabajó con Mengele tiene mucho interés, el problema es que Mars entorpece el desarrollo del relato con constantes interrupciones sobre los cambios de postura o los gestos del interlocutor que aportan muy poco.

            Con el relato que da título a la antología, La disonancia de las esferas, Mars demuestra todo su potencial; es el más largo de todos y el que más me ha gustado, una aventura en el espacio bien contada, equilibrada en el contenido científico, con unos personajes bien perfilados y con una interesante reflexión sobre la decadencia de las democracias actuales. Un relato de ciencia-ficción clásica excelente.

            Mars sin ser un estilista demuestra ser un narrador eficaz que se muestra más preocupado (al igual que otros escritores clásicos de ciencia-ficción) por el fondo que por la forma. En cualquier caso, La disonancia de las esferas ofrece una magnífica oportunidad para conocer a un escritor que creo que dará que hablar en el futuro.


martes, 26 de mayo de 2020

"El océano al final del camino” de Neil Gaiman

Portada de "El océano al final del camino”  de Neil Gaiman
            A veces los libros más fáciles de leer son los más difíciles de reseñar. Eso es lo que me ocurre con El océano al final del camino de Neil Gaiman. Tal vez sea porque se trata de una novela muy sencilla que llega directamente al corazón con un argumento mínimo en la que no suceden muchas cosas. Para explicarla hay que dejar a un lado la razón y dejarse llevar por las emociones, convertir luego esas sensaciones que el relato nos ha transmitido en palabras ya es más complicado, al fin y al cabo al autor le ha supuesto escribir todo el libro.

            Gaiman es un escritor de sobra conocido por todos, que empezó su carrera literaria como escritor de cómics, una carrera que iría ampliando con la escritura de novelas y de guiones para series de televisión. Mi primer contacto con él es de hace poco tiempo, a través de un libro de cuentos titulado Humos y espejos, una antología que contiene algunos relatos muy buenos junto a otros que se notan claramente de encargo. No debe ser su mejor libro, en cualquier caso me gustó su manera limpia de escribir y su particular modo de enfocar la fantasía. Hasta entonces lo había rehuido por considerar que su obra estaba dirigida a un público sobre todo infantil.

            Debo decir además, que soy un tanto puntilloso a la hora de escoger lecturas de género fantástico. Hay un cierto tipo de literatura fantástica de la que huyo como alma que lleva el diablo. Hay temas (siempre queda algún resquicio para las excepciones) que no dan más de sí como los vampiros, los dragones o los escenarios medievales con reyes, princesas y vasallos. Tampoco me gusta que los hechos sobrenaturales sucedan sólo cuando le conviene al autor, ex profeso para salir de un atolladero argumental. Lo que quiero decir es que huyo de relatos con embrujamientos, con magos y brujos omnipotentes en los que el conflicto se prolonga de manera artificiosa cuando al final todo podría resolverse con una varita mágica. Esto reduce bastante las posibilidades y me hace descartar grandes clásicos de la literatura fantástica que prefiero no mencionar. Pero ante todo busco que, por muy fantástica que sea la historia, tenga que ver con la realidad que vivimos, que no sea un mero ejercicio hueco de creatividad.

            Pues bien, precisamente muchos de estos elementos negativos que he mencionado antes son los que emplea Gaiman para escribir El océano al final del camino. En la novela todo parece suceder por antojo del autor, las luchas entre las fuerzas del bien y del mal a las que asistimos se rigen por leyes que Gaiman da la impresión de improvisar según su conveniencia. Y tampoco parece que haya un propósito claro para lo que sucede, un trasfondo alegórico que lo enlace con el presente, que como he dicho antes es por lo que me atrae la fantasía. Digamos que la novela tiene todo lo que me disgusta y, sin embargo, debo decir que funciona. ¿Y cómo es eso posible?

            El mundo fantástico en el que nos sumerge Gaiman no es un fin en sí mismo sino un sugerente vehículo con el que trasladarnos a la infancia y hacer que pensemos y sintamos como si fuéramos niños. En fin, que nos despojemos de la piel encallecida de adulto y creamos que esas cosas maravillosas y siniestras que imagina: polillas, pájaros del hambre, agujeros de gusano.., son posibles. Como decía al principio de esta reseña Gaiman aparta a un lado la razón y se emplea a fondo en despertar en nosotros esas emociones de nuestra niñez que habíamos olvidado, y además quiere que las sintamos con la intensidad de un niño. Es un poco como lo que hacía Bradbury en muchos de sus relatos, impregnados de una nostalgia a veces un tanto sentimental y llenos de esos iconos de la infancia norteamericana como son halloween, los porches al atardecer y las ferias ambulantes.            

            En El océano al final del camino no encontraremos porches ni ferias ambulantes pero si a una abuela entrañable que prepara las mejores tortitas a la plancha para desayunar, a una niña intrépida y mágica y a una niñera completamente detestable. Nos reencontraremos con el miedo a la oscuridad y a lo desconocido y nos encontraremos también, y eso resulta más inesperado en este tipo de relatos, con el recelo de un niño hacia su padre. Gaiman no parece echar de menos su infancia, lo que de verdad echa de menos es volver a sentir como cuando era niño. Al cerrar las últimas páginas de este no muy extenso libro uno no puede sino participar de ese mismo sentimiento.

viernes, 15 de mayo de 2020

"Regreso a Belzagor” de Robert Silverberg


Portada de "Regreso a Belzagor”  de Robert Silverberg            Con la pila bajo mínimos debido al confinamiento toca releer. Es algo que quería hacer de todos modos debido a que las novedades que llegan están en exceso subordinadas a los premios y por más que los blogs se rindan ante ellas a mí me resultan la mayoría de las veces decepcionantes. He escogido esta novela de Silverberg porque tengo la impresión de que en su día no la supe apreciar como merecía. Es posible que sus alusiones al cristianismo siendo yo un estudiante de ciencias me causaran rechazo o puede que echara de menos más acción. No lo recuerdo, en cualquier caso debo decir que su relectura ha supuesto para mí un enorme placer.
            Regreso a Belzagor es una especie de revisitación en clave de ciencia-ficción a El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. El confinamiento nos vuelve un poco locos a todos, así que he cogido mi viejo ejemplar de Alianza Editorial de la estantería, que me costó 250 pesetas, le he quitado el polvo y me he enfrascado en esas páginas de letra diminuta, a veces emborronada, en ese texto denso e intrincado como la selva que recorre Marlow en busca de Kurtz y creo que yo también he visto el horror, sí, el horror. O eso, o he cogido el coronavirus. Bueno, en resumen, que me he leído los dos libros de seguido con el propósito de escribir esta reseña.
            Llama la atención que los personajes de Regreso a Belzagor sean hombres y mujeres pertenecientes por completo a la época en que fue escrita la novela. Silverberg la publicó en 1969 y transcurre en un futuro lejano en que el hombre ha alcanzado otros planetas, sin embargo las motivaciones que les impulsan no se alejan demasiado de las nuestras. El autor no está interesado en este caso en predecir cómo será el hombre del futuro, lo que quiere es hablarnos del deseo del ser humano por trascender, de la culpa y del amor y lo hace desde la perspectiva de un escritor de los años sesenta. Sus protagonistas no son desde luego esos completos extraños que imagina Peter Watts en Visión ciega o esos individuos deshumanizados que protagonizan muchos de los relatos de Greg Egan. Es posible que a los jóvenes de hoy las preocupaciones de un escritor nacido en 1935 les resulten igual de chocantes y que temas como la expiación de la culpa o el pecado les parezcan algo del pasado. Más aún en un mundo como el nuestro en el que impera la iniquidad y en el que las mentiras de nuestros gobernantes elegidos democráticamente no tienen consecuencias.

             Los pecados en los que incurrió Gundersen, protagonista de la novela, en su primera visita  a Belzagor y de los que desea redimirse después de ocho años de ausencia palidecen frente a los cometidos por el Kurtz de El corazón de las tinieblas. Kurtz tampoco parece que tuviera la menor intención de expiarlos. El horror en el que cae y del que habla al final de la novela me recuerda a esa regresión al salvajismo que sufren muchos de los personajes de las novelas de Ballard. Esa selva oscura,sofocante, amenazadora y primigenia actúa como un catalizador sobre la mente de los que se internan en ella. Ballard utilizaría años después ese recurso en muchas de sus novelas catastrofistas, en las que una inundación o una sequía propician que los individuos retornen a la barbarie. El horror parece estar dentro de todos nosotros, sólo hay que darle la ocasión para que salga.

             Portada de la edición alemana de "Regreso a Belzagor" Volviendo al libro de Silverberg, en él también nos encontramos, y no por mera casualidad, con un personaje que se llama Kurtz. Se trata de un hombre sin escrúpulos ni inhibiciones que es condenado a su propio infierno, un trasunto claro del Kurtz original. En cambio Gundersen tiene poco que ver con el Marlow contradictorio de Conrad, alguien fascinado y repelido al mismo tiempo por la figura de Kurtz y con una actitud ante los nativos y la compañía que explota los recursos muchas veces de una irritante ambigüedad. Silverberg hace que su protagonista sea mucho más transparente, un hombre que en el pasado se vio cohibido por las convenciones sociales y que creyó como muchos otros que su cultura era superior, un hombre que siente que fue injusto con los seres oriundos de Belzagor y que ahora a su regreso desea ganarse su perdón. Parecidos físicamente a los elefantes, los nildores fueron utilizados en el pasado como bestias de carga. Son capaces de comunicarse con los humanos pero el hecho de carecer de tecnología, de tener un aspecto vulgar y de que se pasan el día pastando favoreció su menosprecio y maltrato. Cuando Gundersen al comienzo del libro regresa a Belzagor, el planeta está gobernado por los nildores, que ahora gozan del respeto de los pocos humanos que quedaron después de la descolonización. Además de los nildores existe en Belzagor otra especie inteligente, los sulidores, con un aspecto que se asemeja más al de los humanos. Son también bípedos, pero sus garras y sus tres metros de altura no los hacen especialmente entrañables. A pesar de sus notables diferencias los nildores son herbívoros mientras que los sulidores son carnívoros, ambas especies mantienen una sorprendente relación de concordia.

Portada de la edición inglesa de "Regreso a Belzagor"

             Gundersen emprende un viaje a la región de las Brumas para asistir a una ceremonia esencial a la que se someten los nildores. Se trata de un rito del que apenas se sabe nada y al que los nildores deben acudir en precisos momentos de su vida. La novela cuenta ese viaje, que no es sólo un sugestivo recorrido por la selva y por el macizo de Belzagor sino también un viaje introspectivo y al pasado. El mundo que nos ofrece Silverberg es deslumbrante, colmado de vida, de una vida pertinaz que puede resultar terrorífica por lo extraña que es; sin embargo es un mundo mucho menos amedrentador que el África de Conrad: un infierno que vuelve locos a todos los que se adentran en él. A lo largo del recorrido Silverberg nos ofrece imágenes inolvidables de la selva con su protagonista cabalgando sobre los nildores, que nos evocan de inmediato las aventuras de Edgar Rice Burroughs. Silverberg logra aunar la ciencia-ficción de paisajes exóticos de la época “pulp” con una ciencia-ficción intimista y de mayor ambición literaria.

            La conclusión de la novela (aquí se aleja por completo del libro de Conrad) me recuerda a otros libros de Silverberg como La faz de las aguas y en cierta manera también a Tiempo de cambios pero sobre todo me trae a la mente un conocido relato de George R. R. Martin titulado Una canción para Lya. En ese sentido la novela de Silverberg es un claro exponente de su tiempo. La comunión entre conciencias era entonces lo que ahora es la digitalización de la mente. El cielo al que aspiraban los hippies frente al deseo de evadirse a otras realidades de los “geeks” de la actualidad. Dos maneras de lograr en definitiva lo mismo: liberarse de la carne.

            Pocos autores de ciencia-ficción pueden presumir de una obra con tantas novelas memorables como Robert Silverberg. Lo curioso es que su brillante carrera, que obtuvo el respaldo de la crítica, no cosechó los premios que cabría esperar. A pesar de las numerosas ocasiones en que fue nominado no llegó a ganar nunca el Hugo a la mejor novela. Regreso a Belzagor es una novela imprescindible en la biblioteca de cualquier aficionado a la buena ciencia-ficción, un libro fascinante e intenso que no ha perdido vigencia.