Blog ciencia-ficción

Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia ficción.

Universo de pocos

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martes, 29 de diciembre de 2020

"La desagradable profesión de Jonathan Hoag” de Robert A. Heinlein

Portada de "La desagradable profesión de Jonathan Hoag” de Robert A. Heinlein

Sería difícil encontrar un relato con un arranque más irresistible que La desagradable profesión de Jonathan Hoag de Robert A. Heinlein. Una vez que se empieza a leer el primer párrafo es imposible detenerse. ¿Qué es eso oscuro que tiene debajo de las uñas el hombre que acude a la consulta? Parece sangre aunque el médico lo desmiente categóricamente, lo hace enojado sin que sepa la razón de su irritación. Tras esta delirante escena se produce otra que no lo es menos cuando el hombre sale del consultorio y todo lo que ve ante sí, la calle, los edificios y sobre todo la gente le producen un rechazo y una sensación de desagrado indescriptible. La situación deja al lector descolocado por cuanto seguramente pensaba tener entre las manos un relato de ciencia-ficción clásica. Desde luego no parece que estemos leyendo al autor de Tropas del espacio o de Forastero en tierra extraña, más bien parece un fragmento sacado de un libro de Leo Perutz o de Hermann Ungar, sólo más adelante cuando nos encontramos con la pareja de detectives protagonistas y unos diálogos chispeantes e ingeniosos dignos de las comedias del Hollywood de los años cuarenta reconocemos al autor. Se trata de una novela atípica dentro de la obra de Heinlein, que se publicó por primera vez en 1942 en la revista Unknown, y es una de las pocas incursiones que hizo el autor en la fantasía o en el terror. En ella Heinlein se desprende de su lado más racional para narrarnos la historia de un hombre que no recuerda a que se dedica durante el día y que decide por tanto contratar a unos detectives para que lo averigüen. Al principio la pareja de detectives cree que podrá aprovecharse del pobre hombre y que conseguirán ganarse sin demasiado esfuerzo los honorarios prometidos, sin embargo las cosas se van torciendo hasta adquirir un tono de pesadilla y de absurdo que hace dudar al matrimonio de detectives de su propia cordura. A pesar de tratarse de una novela corta de la primera época de Heinlein, en ella se aprecia su buen oficio como narrador, su habilidad para escribir diálogos y su buen pulso a la hora de conducir la trama hasta un final coherente a pesar de lo disparatado de la propuesta. 

El libro contiene otros cinco relatos de interés desigual. Uno de los menos logrados es El hombre que vendía elefantes, una historia nostálgica y fantástica algo trasnochada que no logra  su objetivo final de emocionar. Tampoco lo beneficia encontrarse seguida por todo un clásico como Todos vosotros zombis, que nos impulsa a olvidarla de inmediato. Para Aristóteles el círculo era la figura geométrica más perfecta, si así fuera Heinlein habría logrado con este relato de viajes en el tiempo hacer las delicias del filósofo griego. No soy muy dado a las alabanzas exageradas pero ante este relato no puedo más que inclinarme y proclamar que estamos ante un relato perfecto. No le veo ni un solo defecto a la trama y hasta el estilo en que está escrito me parece inmejorable, moderno y rápido, con un narrador en primera persona al estilo de la novela negra que se anticipa al futuro cyberpunk. Imprescindible.

Heinlein también cultivó los relatos «conspiranoicos» en los que se cuestiona la realidad, ejemplo de ello es la novela corta que da título al libro y que he comentado antes, y otro es Ellos. Se trata de un relato correcto que sin embargo ha sido superado por otros escritos con posterioridad. De todos modos hay que concederle su valor por tratarse de uno de los primeros relatos de este tipo junto a No sucedió de Fredric Brown.

El resto de relatos que integran el libro son completamente diferentes y en ellos nos encontramos con un Heinlein mucho más ligero, que hace gala de un humor fino e ingenioso. Un ejemplo es el cuento titulado Nuestra hermosa ciudad en el que un pequeño pero perpetuo remolino parece tener vida propia ante la incredulidad de los habitantes. Su capacidad para recuperar objetos que el viento arrastra por la ciudad, en concreto periódicos antiguos, permite destapar una serie de corruptelas. En ...Y construyó una casa torcida volvemos a encontrarnos al Heinlein juguetón de diálogos ágiles y ocurrentes. En este caso un arquitecto sueña con poder un día construir una casa que se despliegue también en una cuarta dimensión. La imposibilidad de llevar a cabo su proyecto le lleva a conformarse con desarrollar un teseracto en tres dimensiones, sin embargo un oportuno terremoto convierte su sueño en realidad o más bien en una pesadilla. Se trata de un relato francamente divertido.

En definitiva, nos hallamos ante un libro de un Heinlein muy diferente al escritor iconoclasta y farragoso en el que se acabaría convirtiendo en los últimos años. Se trata de una buena oportunidad para reconciliarse con un autor al que se ha venido denigrando de manera reiterativa en los últimos años. Recomiendo leerlo dejando a un lado los prejuicios, aunque antes habría que hacerse con un ejemplar, lo que por otra parte no creo que resulte nada fácil.


miércoles, 9 de diciembre de 2020

“Ángeles rotos” de Richard Morgan

Portada de "Ángeles rotos" de Richard Morgan
            Entrar en Ángeles rotos debe aproximarse mucho a ser lanzado desde una aeronave en pleno vuelo a lo desconocido, a un terreno posiblemente minado u ocupado por el enemigo mientras las bombas explotan alrededor. Así me he sentido yo en mitad de una batalla sin saber quiénes son los enemigos, equipado con armas tan complejas que no sé cómo usar ni tampoco contra quién dirigirlas. ¿Quién demonios es Kemp? ¿Por qué luchan en Sanción IV? 

            En ocasiones, viendo películas de acción he experimentado algo muy parecido y  confieso sin avergonzarme que gran parte de ellas las he terminado sin enterarme con detalle de la trama. Sospecho que la mayoría de las veces ni siquiera merece la pena intentar el esfuerzo, ¿para qué si el argumento carece de sentido? Cuando todo no es más que un pretexto para encadenar escenas y más escenas de acción. El relax y el alivio que proporciona no tener que estar atento a las motivaciones que impulsan a unos y otros para actuar como actúan permite un mayor disfrute de la película y yo lo recomiendo encarecidamente. Basta con dejarse arrastrar por las impactantes imágenes que pasan ante nuestros ojos, por las peleas encarnizadas, por la sangre que a veces parece salpicarnos desde la pantalla o por los gritos aterrorizados de los personajes o por la música atronadora. Lo que no sabía es que esto mismo fuera posible con un libro, principalmente porque la lectura requiere un esfuerzo mínimo por nuestra parte para interpretar y reconstruir en nuestra mente lo que se nos cuenta, algo que no es preciso cuando se ve una película. Sin embargo, de alguna manera, Morgan lo consigue.

            Lo hace además venciendo mi resistencia a ciertos tópicos que abundan en los relatos de acción y que Morgan no sólo no elude sino que explota sin complejos. Su mismo protagonista, que ya conocimos en circunstancias muy distintas en Carbono modificado, es un buen ejemplo de ello. Takeshi Kovacs (como comenta Ignacio Ilarregui en el prólogo) es el típico tipo duro, curtido en mil batallas, descreído de todo, que va siempre un paso por delante de todos, una máquina de matar infalible que sin embargo no tiene una roca como corazón. La historia cuenta además con los ingredientes típicos del género: armas a mansalva, un villano cruel y desalmado, una misteriosa mujer que enseguida inferimos acaparará la atención sentimental de nuestro héroe, un duelo final cuerpo a cuerpo (demasiado largo para mi gusto) y una revelación final que lo trastoca todo pero que a la vez lo aclara. Éste suele ser el esquema básico con el que funcionan la mayoría de las películas de acción de hoy en día. Morgan reúne todo estos elementos, los mezcla con armonía, les añade un poco de cyberpunk, una generosa dosis de sexo, un mucho de crítica al capitalismo, un misterioso artefacto alienígena y lo ensambla todo con nano uniones de polaleación y sin haber inventado nada nuevo construye una novela de acción impecable. El mérito, nada desdeñable por otra parte, está en saber manejar los tiempos, en crear intriga y hacer que ese futuro violento en el que la vida de cualquier persona que cabe en una cápsula de unos pocos centímetros resulte verosímil. Morgan ya demostró su habilidad para la acción en Carbono modificado, una novela frenética de género negro que Netflix convirtió en una especie de Blade Runner cutre y desangelada.

            La razón principal de que con tópicos y todo Ángeles rotos resulte una lectura casi imposible de dejar es que Morgan es un buen narrador, uno capaz de crear unos personajes, incluido Kovacs, lo suficientemente atractivos para que el lector se involucre en la acción y nos importe lo que les pase; lo que, por ejemplo, no sucedía en La brigada de luz de Kameron Hurley por compararla con una novela de acción bélica reciente. Sí hubiera que hacerle un reproche sería por las descripciones, que pecan de ser en exceso impresionistas, más tendentes a crear una emoción o sugerir que a construir un escenario tangible.

            Ángeles rotos viene a ser algo así como meterse un chute de pura adrenalina en el cuerpo. Es cyberpunk, sexo y violencia pero también una sentida loa a la lealtad entre compañeros. Pero más que nada es la expresión manifiesta ya no sólo de la poca confianza que le merece el ser humano a Morgan, sino cualquier inteligencia que pueda surgir en este universo, que nace obligada a competir encarnizadamente con las demás especies si pretende sobrevivir.