Blog ciencia-ficción

Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia ficción.

Universo de pocos

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lunes, 25 de noviembre de 2019

"Máquinas como yo" de Ian McEwan

"Máquinas como yo" de Ian McEwan            Tenía confianza en que algún día Ian McEwan, tal y como hicieron Margaret Atwood o Kazuo Ishiguro, escribiera una novela de ciencia-ficción. Supongo que es un sueño frecuente entre muchos lectores del género, que nuestros escritores favoritos “mainstream” se atrevan a abordar el género. McEwan ya había demostrado un gran interés por la ciencia en novelas anteriores como por ejemplo en Solar y ahora en Máquinas como yo da un paso más y además de reafirmarse en esa fascinación incluye elementos claramente pertenecientes a la ciencia-ficción como son la ucronía y los robots.
            Las primeras páginas no dejan lugar a dudas de que estamos ante una realidad alternativa, Alain Turing no se ha suicidado, Heller es conocido por una novela titulada Catch-18, Orwell por  El último hombre de Europa y Fitzgerald por The High-Bouncing Lover. Ninguna de estas novelas existe, al menos no con ese título, aunque muy bien podrían haberlo hecho. Realmente se trata de las primeras opciones que manejaron los célebres autores a la hora de titular los libros que finalmente serían conocidos por Catch-22, 1984 y El gran Gatsby.  La acción sucede en los años 80, Thatcher acaba de enviar un destacamento a las islas Malvinas, y la informática gracias a Turing ha avanzado hasta el punto de que existen en el mercado los primeros humanos artificiales.

            El protagonista, Charlie Friend, un tipo de treinta años con estudios de antropología  que vive de realizar pequeñas inversiones por internet, se deja llevar por su pasión por la tecnología e invierte las 86.000 libras que ha heredado de su madre en comprar uno de los 25 androides puestos a la venta en el mundo. En el fondo sabe que es una mala decisión pero sigue adelante en un empeño en el que acaba involucrando a su vecina, Miranda, de la que se siente enamorado. El triangulo está servido y a partir de aquí McEwan, experto en crear dilemas morales, construye la trama para que los protagonistas (y de paso los lectores) tengan que darse de bruces con ellos. Hay momentos en que no sabemos muy bien a dónde nos quiere llevar, en los que McEwan parece jugar al despiste, ¿por qué le da tanta importancia a un niño que es reñido en un parque por su madre?, ¿qué oculta Miranda?, y ¿qué tiene todo eso que ver con Adán, el humano artificial que Charlie ha comprado? Hay un momento incluso en el que el protagonista está esperando en la consulta del médico a ser atendido y su vista se fija en un anuncio en la pared para la prevención de resfriados, lo que de manera inesperada permite a McEwan realizar una interesante digresión sobre Antonie Van Leuwenhoek (un comerciante de Delft, constructor a su vez de  microscopios muy adelantados a su tiempo que le permitieron  observar por primera vez una bacteria) y sobre la endogamia de la medicina de la época, ciega a otras disciplinas. El escritor británico exhibe un inusitado didactismo, sus disertaciones desde mi punto de vista, sin embargo, no perjudican en exceso el ritmo de la trama sobre todo porque sabe dotarlas del suficiente atractivo. La decisión de situar la novela en una Gran Bretaña alternativa no creo que sea  arbitraria, le brinda la ocasión de introducir un personaje de la categoría de Turing y de imaginar además un Reino Unido igual de convulso y dividido que el actual ante el Brexit. Aunque el camino seguido sea diferente las consecuencias podrían ser las mismas, podría querer advertirnos el autor.

            Las decisiones que toman Charlie y Miranda, muchas veces siguiendo los consejos de Adán, les llevan a enfrentarse con sus propias contradicciones. Adán demuestra una inteligencia superior en muchos aspectos y aunque la mayoría de las veces lo tratan como a un ser humano más, su manera de pensar, su estricta defensa de lo que es justo y de la verdad los lleva definitivamente a relegarlo a la categoría de objeto. Al final lo que nos hace humanos no es sólo nuestra inteligencia ni tampoco nuestras emociones, el androide posee ambas, sino lo que en definitiva nos distingue de alguien como Adán es saber vivir con nuestras propias contradicciones sin volvernos locos. La novela comienza con una cita de Kipling extraída de El secreto de las máquinas, muy esclarecedora de lo que nos vamos a encontrar más adelante:

            “Pero recordad, por favor, la Ley conforme a la que vivimos; no estamos hechos para entender una mentira...”

            Concluyendo, una novela inteligente, que plantea cuestiones excitantes sobre el futuro y sobre el presente de la humanidad que creo que gustará tanto a los que leen habitualmente ciencia-ficción como a los que no.

martes, 12 de noviembre de 2019

"El mundo que Jones creó” de Philip K. Dick

"El mundo que Jones creó” de Philip K. Dick            Imaginen un mundo en el que el mar está infestado de criaturas gelatinosas que las olas arrastran hasta la orilla, imaginen que el hombre más poderoso de la tierra realiza sus comunicados a través de un sistema que admite sólo un máximo de 280 caracteres, imaginen un mundo en el que Holanda alcanza los cuarenta grados de temperatura o en el que se realizan propuestas para los concebidos no nacidos. Y puestos a imaginar, imaginen que en ese mundo improbable hubo una vez un autor de ciencia-ficción, un escritor conocido sólo por los aficionados al género que al comienzo de su carrera intentó publicar fuera del género y que creyó ver a Dios al final de su vida. Imaginen además que muchos años después de su muerte alcanza tal éxito que su obra es adaptada de manera habitual tanto al cine como a la televisión. Imaginen que se llama Philip K. Dick.
            Ahora imaginen un mundo en el que rige un relativismo forzoso, en el que realizar afirmaciones que no son objetivamente verificables supone un delito. En esa sociedad dirigida  por el  “Manual de relativismo” de Hoff,  decir algo así como que las aceitunas tienen un sabor terrible podría ser punible según la ley (ejemplo extraído de la novela). Ahora supongan que en ese mundo surge un hombre capaz de ver parte del futuro y de poner en duda el relativismo perceptivo. Un mundo así es el que Philip K. Dick habría podido imaginar en una de sus primeras novelas cuyo título podría haber sido El tiempo doblado. Un libro en el que el autor anticiparía muchos de los temas que le obsesionarían a lo largo de su vida, entre los que podríamos destacar el cuestionamiento de la realidad, la reiterada sospecha de vivir una farsa. Un buen ejemplo de ello sería el pequeño mundo hecho a medida para unos humanos genéticamente modificados que se describe. Se trata de un mero aperitivo de lo que encontraremos, aunque mucho más desarrollado, en futuras novelas como Ubik, Tiempo desarticulado u Ojo en el cielo por mencionar algunas. El libre albedrío, otro de los temas habituales en la obra de Dick, es escenificado a través de Jones, un “precog” capaz de ver el futuro con un año de anticipación; un personaje mesiánico que prefigura a otros como el Palmer Eldritch de Los tres estigmas de Palmer Eldritch o el Wilbur Mercer de ¿Sueñan los androides en ovejas eléctricas? Por último, uno de los temas más frecuentes dentro de su bibliografía como es el uso de las drogas juega en la novela un papel mucho más reducido que el que le dedicaría en libros posteriores. Como en toda obra primeriza los resultados no serían los óptimos. Las elipsis son demasiado abruptas, algunas escenas parecen innecesarias mientras que otras merecerían un mayor desarrollo haciendo que la trama resulte algo deslavazada; imperfecciones  que no explicarían su olvido frente a otras novelas no por más conocidas mejores. En su favor hay que decir que ésta cuenta además con un final irreprochable.
            Volvamos a ese mundo que hemos imaginado al principio y sigamos elucubrando. En  ese mundo podría muy bien existir un blog, modesto claro está, con una reseña del mencionado libro. Sin embargo, yo soy real, o eso creo al menos (supondría una enorme frustración descubrir a estas alturas que no lo soy), y estoy seguro de haber leído una novela como ésa. No suelo consumir drogas y muchos menos la Can-D o la Chew-Z que alteran peligrosamente el sentido de la realidad. Tal vez me halle en un estado de “semivida” aunque no recuerdo haberme topado con mensajes subliminales anunciando aerosoles extraños entre mis notas ni en la pantalla del ordenador. En la confusión que vivo apenas estoy seguro de nada, pero que dios me libre de discutir sobre ello con la puerta que acaba de cerrarse de golpe, espero que debido a una corriente.
            Lector, estás de suerte, el libro existe y ha sido publicado por Minotauro con el título más ajustado al original de El mundo que Jones creó. El tiempo doblado no es más que el título de la primera edición en español en 1960. Por lo tanto, si has leído esta reseña es que estamos en la misma realidad y Dick vive.
Notas: La Can-D y Chew-Z son drogas que alteran la percepción de la realidad en la novela “Los tres estigmas de Palmer Eldritch”. El estado de “semivida” aparece en “Ubik. También es en Ubik que el protagonista, Joe Chip, mantiene una breve discusión con su puerta cibernética.