Blog ciencia-ficción

Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia ficción.

Universo de pocos

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jueves, 21 de diciembre de 2023

“La casa del caramelo” de Jennifer Egan

     

Portada de "La casa del caramelo" de Jennifer Egan

A punto he estado de no escribir esta reseña. Siempre he defendido la idea de que debemos hacerlo tanto de los libros que nos han gustado como de los que no, porque en definitiva de lo que se trata es de ofrecer una opinión que ayude al potencial lector a decidir si el libro le merece la pena no. Tanto las críticas buenas como las malas permiten además conocer un poco más al reseñador, saber de qué pie cojea y así juzgar con mayor discernimiento si el comentario  es pertinente o no. Me encantaría que todas las reseñas fueran favorables de la misma manera que sería estupendo que el mundo estuviera sólo poblado de gente guapa, inteligente y feliz. Basta mirar las noticias para tropezarse con sujetos como Milei, Netanyahu o Putin para darse cuenta de que no es así. Los más avispados se habrán percatado desde hace un rato de que  La casa del caramelo, de Jennifer Egan, no ha satisfecho del todo mis expectativas. Ha sido este pequeño chasco el que me ha llevado a plantearme de nuevo una cuestión que pensaba ya superada. Sin embargo, al contrario de lo que se lleva ahora en política, he decidido mantenerme firme en mis convicciones y escribir la reseña.

Las diversas sinopsis que había leído de La casa del caramelo me hicieron creer que la historia me trasladaría a un futuro en el que todos pudiéramos almacenar nuestros recuerdos e incluso compartirlos con otras personas, algo así como un Instagram más complejo en el que  las imágenes serían sustituidas por experiencias reales. Al final todo esto queda bastante desdibujado debido a que la novela se centra principalmente en el relato de determinados momentos de la vida de una serie de personajes, algunos de ellos, por cierto, bastante tocados del ala. Y no todos tienen una relación directa con «Aprópiate del Inconsciente», que es como se llama la aplicación que permite hacer uso de esa nueva tecnología. En el primer capítulo conoceremos al que será su creador, en los siguientes desfilarán personajes que la utilizan o que la combaten, pero también a muchos otros que sólo tienen una relación anecdótica con la aplicación. Habrá muchos lectores a los que estos retratos minuciosos les atraigan, sin embargo, a mí, una vez superado la mitad del libro, han terminado por fatigarme. Admito que algunos me han gustado, aunque me cuesta considerarlos relatos con su planteamiento, desarrollo y conclusión; pero el mayor problema es que no existe un hilo conductor, vamos pasando de un personaje a otro sin que sepamos a dónde nos dirigimos.

 De Egan había leído hace algunos años La torre del homenaje, una novela que, aunque truculenta, me pareció muy imaginativa, por lo que esperaba encontrarme con algo más ambicioso en términos de especulación. La cuestión de los recuerdos, que es lo que me atrajo en un principio de la novela, tarda en plantearse y cuando se hace apenas tiene relevancia dentro del entramado de historias que Egan nos presenta. Al final los elementos de ciencia ficción cobran algo más de protagonismo por transcurrir la historia en el futuro pero constituyen poco más que un atrezo para lo que realmente quiere contar.

Lo que para unos es un colorido y fascinante collage, para mí ha sido un batiburrillo de historias sobre personajes que en ocasiones me han llamado la atención y que en otras me han resultado indiferentes. Los más entusiastas alaban el despliegue de estilos y el uso que hace de las técnicas literarias. Mi impresión es que la búsqueda de originalidad en ocasiones ha supuesto más un lastre que un empuje para la narración. Pongamos por ejemplo uno de los capítulos que en sí no es más que un relato de espías. Egan lo cuenta en segunda persona a la manera en que los reclutas reciben las instrucciones de campo militares. Hay que reconocer la habilidad con la que lo hace, otra cuestión es si compensa el esfuerzo porque si bien es verdad que resulta original la lectura acaba por hacerse monótona. Más acertado me ha parecido el capítulo en el que diferentes personajes se intercambian emails. El mensaje que escribe la protagonista de esta historia para ponerse en contacto con un famoso actor desencadena una cascada de sucesos muy entretenidos y perfectamente urdidos.

Supongo que mi frustración se debe a que me he encontrado con algo muy diferente a lo que me esperaba. Creía que leería una novela y lo que me he encontrado es una colección de relatos que Egan ha intentado vincular a través de sus personajes, ya sea porque existe un parentesco entre ellos o porque en algún momento coincidieron. La razón de por qué ha querido reunir este hervidero de historias en un mismo libro, tal vez la encontremos en una de las frases que aparecen al final. En ella el narrador refiriéndose a la posibilidad que ofrece «Aprópiate del Inconsciente» de conocer la vida de otra persona ensamblando los recuerdos de todos quienes la conocieron dice lo siguiente:

 «Tan solo la máquina de Gregory Bouton —ésta, la ficción— nos permite vagar con absoluta libertad por el colectivo humano».

«La omnisciencia, no obstante, se toca con la ignorancia: sin una historia se reduce a mera información».

Debo aclarar que Gregory Bouton es uno de los personajes que aparecen en el libro y que además de hijo del creador de «Aprópiate del Inconsciente» (de la que es un detractor), es escritor. Con este texto que pone en boca del narrador Egan deja claro que independientemente de los avances tecnológicos que se produzcan siempre hará falta echar mano de la literatura para contar una historia.

Por llevarme la contraria, el New York Times's ha escogido La casa del caramelo entre las diez mejores novelas del 2022.  La decisión es vuestra.

miércoles, 22 de noviembre de 2023

"Sundial” de Catriona Ward

Portada de "Sundial” de Catriona Ward
          Hacía tiempo que un libro no me atrapaba con la fuerza que lo ha hecho Sundial, de Catriona Ward. Se trata de uno de esos libros que cuesta dejar leer y que consiguen que las tardes se te queden en nada, uno de esos libros que es mejor no comenzar si tienes cosas importantes que hacer. De todos modos he de decir que no fue un amor a primera vista ya que los primeros capítulos no puede decirse que despertaran mi pasión.

Comienza la novela presentándonos los conflictos que existen en una familia formada por un matrimonio que hace aguas y dos hijas, una de las cuales no es muy normal que digamos. No es un preámbulo demasiado original, por suerte la historia se vuelca más adelante en el pasado de la madre, que cuenta con mucho más interés. Fue entonces cuando prendió en mí la chispa, ese fuego, esa fiebre muy parecida a la que se experimenta en el enamoramiento, esa que te impide dejar de pensar en otra cosa que no sea el objeto de tu amor. Esto habría sido suficiente para que me olvidara por completo del comienzo si al final la pasión se hubiera consolidado, pero no adelantemos acontecimientos.

Intentar resumir el argumento de este tipo de novelas es siempre algo peliagudo si se quiere evitar destriparlas, cada detalle es importante y en el caso de Sundial la autora hace un esfuerzo añadido para crear expectación demorando las explicaciones y planteando nuevos interrogantes. Nada raro por otro lado, y hay que reconocer que Ward lo hace bien. Además la autora juega limpio y al terminar la novela queda claro que lo tenía todo atado desde el principio. La historia, con todas sus revelaciones y giros, está muy trabajada y no se le puede poner peros en ese sentido. Otra cosa es que las explicaciones convenzan a todo el mundo.

Como ya he avanzado al comienzo de la reseña la primera parte no es lo mejor del libro. Esa madre preocupada por sus hijas, siempre pendiente (sobre todo de una de ellas), que las recrimina cuando hacen algo que no deben mientras su marido las malcría y que, además de engañar a su mujer con la vecina, se presiente violento, conforman un escenario ya muy manoseado. Pero el mayor problema para mí lo supone Callie, la hija mayor del matrimonio, que reúne todos los tópicos habidos y por haber de lo que podríamos denominar el subgénero de niños terroríficos. Ve fantasmas, tiene amigos imaginarios, colecciona huesos de animales muertos, lo tiene todo, y parece poseer una crueldad y un desapego a su madre que me cuesta creer. Convertida en una figura caricaturesca termino por desvincularme de esa parte de la historia, porque dejo de creérmela.

Por suerte la novela se centra enseguida en el pasado de Rob, madre de la criatura, y en la compleja relación que mantiene en aquel entonces con su hermana gemela. A partir de aquí la novela remonta, y de qué manera. Ward establece paralelismos entre las dos historias, la del pasado y la del presente, entre la relación que existe entre las hijas de Rob y entre ésta y su hermana, sin embargo no ha sido ese vínculo lo que me ha atraído de Sundial. El relato que Ward hace de la infancia de Rob, de sus misteriosos padres de Rob y de su problemática hermana Jackie se sostiene por sí solo sin la necesidad de añadir más niveles de complejidad. El secreto que envuelve a todo lo que sucede en ese rancho en el desierto, donde realizan experimentos de control mental con perros, y que Rob poco a poco va desentrañando hasta descubrir que nada es como pensaba y sobre todo la relación de amor y envidia entre las hermanas me parece lo más destacable de la novela.

 Cada vez resulta más difícil sorprender al lector y esto lleva a muchos escritores a forzar la maquinaria, a girar la tuerca una vuelta más hasta hacer saltar todo por los aires y echar a perder un buen trabajo. Y es lo que le sucede a Ward con esta novela. Todo el relato central es impecable a pesar de los lugares comunes que salpican en ocasiones el texto («... el aceite para después del baño que huele como una tarde de primavera») y desde mi punto de vista lo mejor que podría haber hecho la autora es limitarse a contar esa historia.

A pesar de todo es un libro que recomiendo. Su parte central es adictiva, verosímil y con momentos en verdad terroríficos. Tanto es así que me he animado a buscar más libros de esta autora tan en boga, así que es muy posible que en poco tiempo podáis leer en Universo de Pocos otra reseña de alguno de sus libros.

jueves, 28 de septiembre de 2023

“La puerta del fin del mundo”, de Bruno Puelles

 

“La puerta del fin del mundo”, de Bruno Puelles

Bruno Puelles nos presenta una original historia protagonizada por tres personajes nada habituales en el género de aventuras. Se trata de un trío de convencidos conspiranoicos, ya se sabe ese grupo cada vez más ruidoso formado por gente que se cree las teorías más descabelladas que pululan por las redes sociales. Convencidos de que la Tierra es plana deciden emprender un viaje a la Antártida con el objetivo de obtener pruebas indiscutibles de que la NASA nos tiene engañados (no se sabe muy con qué fin). Se trata de una misión con fines altruistas, el de abrir los ojos a nuestro adocenado mundo. La puerta del fin del mundo narra primero la preparación de ese viaje, que en un primero momento parece destinado al fracaso, para continuar luego con las desventuras y peripecias propias de la travesía por esas tierras indómitas.

En estos tiempos de turismo masificado en los que cualquiera que disponga del suficiente  dinero puede llegar al lugar más recóndito del mundo, las aventuras y los viajes de exploración llevados a cabo por James Cook en el pacífico, la vuelta al mundo de Juan Sebastián Elcano, la búsqueda de las fuentes del Nilo por Richard Francis Burton o los intentos por llegar al polo sur  parecen pan comido y despiertan si acaso la nostalgia por un pasado en el que aún había mucho por descubrir en la Tierra. Ahora que cada rincón del mundo está explorado, lo único que le queda a toda esa legión creciente de individuos deseosos de emular las hazañas de Amundsen o de Magallanes es subir el Everest en chancletas con un piercing en el culo o cruzar el Pacifico en velomar. La otra alternativa es la que emprenden estos desdichados individuos imaginados por Puelles empeñados en demostrar al mundo que vivimos una mentira pergeñada por nuestros gobiernos, por la ciencia y por los educadores.

Los tres protagonistas tienen la teoría de que la tierra está circundada por un muro de hielo localizado en el Antártico. El autor podría haberse cebado con estos sujetos, que a todas luces resultan patéticos, pero prefiere mirarlos con cierta ternura sobre todo en la, desde mi punto de vista, discutible parte final del libro. En su favor se puede decir que sus teorías no son mucho más disparatadas que las que promulgan la mayoría de las religiones, que por muy asumidas que estén por gran parte de la población y que por mucho que se hayan incorporado a nuestra cotidianidad son igual de disparatadas. En efecto, hay gente que todavía hoy en día cree en el infierno, en los milagros, en la transmigración de las almas y en el Espíritu Santo. La diferencia entre las ideas de unos y otros es que las que promulgan las religiones muchas veces escapan a la ciencia mientras que las de los conspiranoicos son fáciles de rebatir.

La novela se cuenta a través de los diarios de diferentes personajes, por ejemplo el del capitán de uno de los barcos que los lleva por esos mares glaciares, pero sobre todo a través del diario de Lana Duning Kruger, una de los integrantes de la expedición y ferviente antivacunas. También encontraremos podcasts, entrevistas, correos electrónicos y mensajes de audio enviados por internet, en fin, una especie de puesta al día de la forma en que los buques se comunicaban en el pasado con tierra. Algo parecido a lo que hizo Manuel Moyano en otra novela de aventuras situada en países remotos, El imperio Yegorov. En ella el escritor llevaba esto a su máximo extremo y se valía todo tipo de documentos, diarios, cartas, informes detectivescos e incluso la nota preliminar y los agradecimientos finales para su relato.

La puerta del fin del mundo no es sólo una entretenida aventura que homenajea a los grandes clásicos de aventuras, es también el retrato de la absurda época en que vivimos; una época que carece de grandes ideales, contradictoria puesto que al mismo tiempo que la tecnología se ha introducido en nuestra cotidianidad muchos de los que la utilizan ponen en entredicho la ciencia; una época de estupidez incomprensible en la que a pesar de que todo el mundo ha pasado por la escuela se da pábulo a las mayores idioteces. La novela se lee de un tirón y su único defecto es que sabe a poco.

miércoles, 19 de julio de 2023

"Herederos del caos", de Adrian Tchaikovsky

Portada de "Herederos del caos", de Adrian Tchaikovsky

            Con Herederos del caos Adrian Tchaikovsky ha querido repetir el éxito que obtuvo con Herederos del tiempo. En la nave espacial La viajera se desplaza una representación de humanos y de las arañas evolucionadas que conocimos en Herederos del tiempo, el propósito de la misión es buscar sobrevivientes huidos de una Tierra al borde del colapso. Las aventuras de estas especies tan diferentes se prolongan de esta manera más allá del mundo en el que surgieron las arañas. La novela, por tanto, prosigue la trama exactamente donde la dejó el libro precedente pero no sólo eso, Tchaikovsky emplea la misma fórmula que tan buenos resultados le dio y vuelve a imaginar una sociedad formada por una especie de origen terrestre que con la intervención de los humanos ha evolucionado en un entorno extraterrestre hasta alcanzar la inteligencia. Lo que en Herederos del tiempo eran las arañas en Herederos del caos lo son los pulpos.

No del todo satisfecho Tchaikovsky ha querido añadir un elemento más para animar la trama y se inventa un planeta con una ecología muy extraña, algo que los lectores de ciencia ficción siempre solemos agradecer. Se trata de un buen candidato a ser terraformado por una de las naves de exploración enviadas por la Tierra que lo ha descubierto varios siglos antes que La viajera. La novela alterna entre estas dos tramas, entre pasado y presente, la una proporciona pistas sobre lo que sucede en la otra hasta que finalmente se centra en el presente. Esto le permite al autor incrementar la tensión y el suspense interrumpiendo de manera deliberada el relato en los momentos en que los personajes se ven más comprometidos. Al principio le funciona más o menos bien pero le obliga, como ya le ocurrió en Herederos del tiempo, aunque aquí magnificado, a estirar algunos de los hilos narrativos menos interesantes más de lo necesario para mantener este juego de alternancia.

Me ha parecido un libro muy irregular con momentos realmente emocionantes y otros de lo más farragosos. La sociedad de pulpos inteligentes que imagina Tchaikovsky tal vez no resulte muy creíble pero hay que reconocer su poder de fascinación. La incapacidad de la especie para organizarse y para ponerse de acuerdo hasta en lo más trivial, la imposibilidad que tienen de ocultar sus emociones, su volubilidad propician un mundo caótico y sorprendente. Como idea loca está bien pero no veo la necesidad de contar con tanto detalle la historia de la civilización «pulpesca» a lo largo de varios siglos. A ratos se me ha hecho mortalmente aburrido. No soy de los que recuerda citas pero resulta que en el libro que estoy leyendo en estos días me he encontrado con una de Voltaire que me viene al pelo: «El secreto de aburrir es contarlo todo». ¡Y qué razón tiene! Tchaikovsky además acaba por repetirse, sobre todo cuando menciona rasgos de la personalidad de sus diferentes creaciones, por ejemplo, la veleidad de los pulpos o la sumisión de los machos frentes a las hembras en el caso de las arañas. A lo largo de toda la novela estas y otras peculiaridades de unos y de otros son recordadas al lector de una manera constante y machacona.

La dificultad para comunicarse entre especies diferentes, el tema principal de Solaris, de Stanislaw Lem, tiene en Herederos del caos también cierta relevancia, sin embargo lo que para Lem era una preocupación filosófica para Tchaikovsky es un elemento más para crear tensión. Para ser sinceros esta incapacidad de entenderse ha acabado en más de una ocasión por desesperarme y de sacarme de mis casillas. Considero que la mayoría de las veces esto ha entorpecido más que ayudado en los momentos de más acción de la novela, instantes en los que precisamente la historia pedía más que nada dinamismo. Porque no deberíamos de olvidarnos de que estamos ante una novela de aventuras y al decir esto no quiero quitarle mérito, sólo evidenciar que no estamos ante una disquisición profunda sobre la otredad como, por ejemplo, podríamos hallar en un libro de Lem o de Peter Watts.

En otro orden de cosas he encontrado grandes diferencias en cómo han sido redactadas ambos libros. Estoy seguro de que el estilo de Tchaikovsky no fue lo que más me llamó la atención de Herederos del tiempo cuando lo leí hace unos años, lo encontré correcto y funcional, pero de lo que estoy seguro es de que no me sucedió lo que me ha ocurrido con Herederos del caos. Con frecuencia he tenido que releer las frases para entender lo que se decía. No sé si el hecho de que hayan sido traducidos por diferentes personas, Luis G. Prado se ocupó de la primera entrega y Carlos Pavón de la última, ha tenido algo que ver. Es difícil saber en estos casos dónde radica el problema, si en el autor o en el traductor, en cualquier caso la lectura de Herederos del caos no ha sido la lectura fácil, cómoda y vertiginosa que yo esperaba encontrar.

Para terminar esta reseña quiero aprovechar la oportunidad que me brindo generosamente  a mí mismo para mostrar mi irritación ante esta manía que tienen cada vez más editoriales de publicar en pastas duras, de convertir los libros en objetos inmanejables y carísimos que no sólo se apropian de la mitad de la estantería sino que llegan a poner en peligro los mismo cimientos del edificio que los alojan. Puedo entenderlo cuando se trata de reediciones de grandes clásicos, pensadas sobre todo para coleccionistas pero en el caso de este tipo de novelas preferiría que valieran la mitad y que no me combaran el estante. Por otra parte no me lo pensaría tanto antes de comprar el libro. 



martes, 20 de junio de 2023

“Nuestra parte de noche”, de Mariana Enríquez

Portada de “Nuestra parte de noche”, de Mariana Enríquez

Aunque parezca contradictorio la buena impresión que me produjo el libro de relatos  Las cosas que perdimos con el fuego, de Mariana Enríquez, ha sido la principal causa de que tardara tanto en decidirme a leer Nuestra parte de noche. Lo que más me gustó de ese libro fue la naturalidad y la sencillez con la que el terror más genuino se imbricaba con la realidad social argentina o con el feminismo más de actualidad. Se trataba de relatos más bien cortos, con las palabras medidas y el tamaño justo para lograr ese impacto final que cualquier relato de terror busca provocar en el lector. Por lo tanto me sorprendió mucho que Enríquez escribiera una novela de casi setecientas páginas. No era su primera novela (a los diecinueve años había escrito Bajar es lo peor a la que seguirían dos novelas más) pero en cualquier caso suponía un cambio absoluto. No es lo mismo escribir un relato que una novela, que me lo digan a mí que empecé una y con más de la mitad completada llevo tres años sin avanzar una sola página. Hay escritores que se sienten más cómodos con los relatos como Borges o Poe, otros que no se han atrevido hasta muy tarde a abordar una novela como George Saunders y otros que incluso no parece que tengan intención de hacerlo como Ted Chiang. Esta evolución de Enríquez me recuerda a la que hizo otro gran escritor de relatos como Félix Palma, que nos sorprendió hace unos años, no sólo con un novelón de más seiscientas páginas sino con toda una trilogía de novelas bastante extensas. Enríquez obtuvo con esta novela el premio Herralde en 2019, así que al final la curiosidad por saber cómo se maneja la autora argentina en las distancias largas se ha ido  imponiendo, y aquí estoy demorando porque no sé muy bien por dónde empezar esta reseña de Nuestra parte de noche.

Por lo tanto haré lo más fácil y comenzaré por contar de qué va. El libro arranca con la confusa huida de Juan y de su hijo Gaspar a comienzos de los 80 en plena dictadura argentina. Lo hacen en coche y Enríquez va dejando caer poco a poco a dónde van y la razón de su partida. Puede que la muerte por atropello de Rosario, madre de Gaspar, en circunstancias poco claras tenga que ver con esta decisión repentina. Gaspar es todavía muy pequeño y no acaba de comprender lo que pretende su padre, un hombre con una enfermedad cardíaca crónica y unas decisiones impredecibles. De manera paulatina la historia se interna en el terror más absoluto. Juan es un médium al servicio de una implacable sociedad secreta que lo necesita para comunicarse con lo que llaman La Oscuridad. A lo largo de la novela asistiremos a ceremoniales sangrientos, atravesaremos puertas que nos llevan al más allá, conoceremos familias cuya riqueza se ha levantado a costa del sufrimiento de muchos, nos internaremos en casas encantadas, en fin un glosario completo del género de terror. La novela se divide en seis partes, en tres de ellas, aunque no sean consecutivas, se nos cuenta en orden cronológico la infancia de Gaspar y su posterior entrada a la mayoría de edad. El cuarto capítulo abarca la infancia de Rosario hasta sus años de juventud y se centra sobre todo en su alocada estancia en Londres durante los años setenta. Los otros dos capítulos complementan la historia pero se apartan de la trama principal y se ocupan de algunos de los muchos personajes secundarios que aparecen en la novela.

La mayor extensión que le ofrece la novela frente a la concreción de los relatos le da a Enríquez la oportunidad de profundizar en los personajes. Lo hace con laboriosidad y esmero. Los hombres, mujeres y niños que encontraremos en las páginas de Nuestra parte de noche están tan perfectamente definidos, son tan coherentes que cuando uno llega al final del libro acaba por creer que los ha conocido de verdad, que incluso los ha visto en la calle. No se trata sólo de los protagonistas, la autora no se olvida de los personajes secundarios a los que con un par de trazos maestros dota de la suficiente personalidad como para diferenciarlos entre sí. De Juan, un hombre de físico poderoso al mismo tiempo que frágil, hace un retrato verdaderamente extraordinario. Enríquez construye un personaje contradictorio, temible y digno de lástima al mismo tiempo. No menos impresionante es el retrato que hace de Luis, el hermano de Juan, un hombre reposado y capaz de inspirar una enorme confianza a todos los que le rodean, un tipo al que a uno le encantaría conocer. La angustia, la soledad, la confusión que siente Gaspar tampoco nos es ajena, el amor de Rosario por Juan y sus oscuras tentaciones, la maldad de la abuela Mercedes, la falta de sentimientos de Florence, la curiosidad de Adela... todos estos sentimientos, estas pulsaciones que mueven a los personajes cobran en manos de la autora otra dimensión. Llama la atención, por otro lado, que Enríquez se centre sobre todo en los personajes masculinos.  Los grandes protagonistas son sin lugar a dudas Juan y Gaspar, aunque Luis juega también un papel de gran importancia en la trama. Eso no quiere decir que Enríquez se olvide de los personajes femeninos, que por otro lado están bien perfilados, pero ha preferido en este caso sondear el mundo de los hombres.

La narración discurre con el lejano trasfondo de una Argentina convulsa que culebrea entre golpes de estado, dictaduras militares y gobiernos neoliberales. Para Enríquez el contexto histórico es como una montaña que se divisa desde cualquier punto y cuya sombra en ocasiones altera el paisaje pero a la que por el momento no quiere escalar. Nuestra parte de noche es fundamentalmente una novela de terror fantástico, no pretende otra cosa que estremecer pero no precisamente con los horrores de la dictadura que por otra parte también se entrevén.

En cada capítulo la autora parece querer abordar un terror diferente. En el primero que se titula Las garras del dios vivo el terror es fantástico y explícito. En La cosa mala de las casas solas el miedo, sobre todo al principio, se hace más real, más terrestre, es el temor que Gaspar siente por su imprevisible y violento padre al que cree loco. Por último en el titulado Las flores negras que crecen en el cielo, nos enfrentamos con el miedo a ser diferente a los demás, a la locura y con ella a la posibilidad de hacer daño a los que te rodean. El aglutinante de todos estos terrores es el horror fantástico con el que comienza la novela y se cierran la mayoría de los capítulos y que se nutre de los relatos decimonónicos de fantasmas, de casas encantadas o de agrupaciones secretas actualizados al público moderno y por lo tanto más descarnados.

Enríquez además de gustarle el género de terror tiene otros intereses, algo que queda reflejado en muchas de las páginas del libro. Incluirlos ha engrosado quizás algo más de lo necesario una novela que abarca un amplio espacio de tiempo y por el que pulula una gran variedad de  personajes. Su fascinación  por el rock, por la poesía de los poetas trágicos, el sexo homoerótico y no sé si también el fútbol (¿existe algún argentino al que no le guste?) queda patente a lo largo del texto.

En cuanto al final, Enríquez logra que todo encaje a la perfección sin que sobre ni falte una sola pieza del colosal puzle. Mi única objeción se refiere al hecho de que a ninguno de los personajes se le ocurriera ensayar una solución tan evidente como la que ponen en práctica al final mucho antes. En todo caso Nuestra parte de noche es una gran novela de terror, muy entretenida, fascinante, espeluznante como pocas, con personajes espléndidos y que ha puesto en valor un género muchas veces menospreciado.

miércoles, 24 de mayo de 2023

“Chocky”, de John Wyndham

 

Portada de “Chocky” de John Wyndham

En los últimos años Runas ha estado reeditando las novelas más importantes de John Wyndham, quedaría pendiente Los cuclillos de Midwich (1957) y habrá que ver si la editorial se atreve con algunas menos conocidas, como las que se publicaron tras su muerte o con alguno de sus libros de relatos. Wyndham es uno de los pocos autores clásicos, con obras maestras como El día de los trífidos (1951) o Las crisálidas(1955), que se sigue reeditando en nuestro país.

Chocky (1968) fue la última novela publicada por Wyndham en vida. Se trata de una novela corta de 150 páginas de una factura muy clásica que, sin ofrecer grandes sorpresas, se lee con agrado. En estos tiempos en las que las historias se estiran, se ramifican en múltiples tramas y en las que cada uno de los personajes que aparecen ha tenido una vida fascinante que merece ser contada, aprecio más que nunca que un autor se ciña a lo que nos quiere contar. Lo demás, si es tan relevante, puede guardárselo para una próxima novela.

El argumento de Chocky es de lo más simple. Mathew, un muchacho inglés de los años sesenta, que hasta entonces había tenido un comportamiento completamente normal empieza actuar de una manera extraña. Todo podría deberse a la tardía aparición de un amigo invisible. Los padres adoptivos del chico ya pasaron por una experiencia similar con otra hija más pequeña.  Sin embargo en esta ocasión resulta ser mucho más desconcertante debido a las preguntas que Mathew les plantea, que nos son las propias de un niño de su edad. La preocupación por la salud mental de Mathew se acrecienta con el paso de los días y con lo que les cuentan los profesores. No saben cómo actuar, si negar la existencia de Chocky, que es el nombre con el que el niño se refiere a esa voz interior, o si lo mejor sería hacerle creer a su hijo que aceptan que es alguien real y no imaginario. Lo que más quiere un padre o una madre es que su hijo crezca sano física y mentalmente y esa angustia, ese miedo a que a algo le pase queda perfectamente plasmado en el libro. Surgen nuevas y alarmantes explicaciones para el comportamiento del niño y poco a poco la tensión del relato va a más.

El problema de la novela es que casi desde el principio se sabe cuál es el origen de Chocky. Hay viajes que merecen la pena por el destino al que nos conducen y otros que se disfrutan por el camino que debemos recorrer para llegar hasta ahí. Esto último es lo que sucede al leer Chocky. Me quedo con ese ambiente tan inglés, con algunas de la convenciones puestas en cuestión desde la perspectiva de alguien que no forma parte de nuestro mundo y con el ajustado manejo de la intriga que hace Wyndham.

jueves, 27 de abril de 2023

“Light Chaser (Surcaluz)” de Peter F. Hamilton y Gareth L. Powell

Portada de “Light Chaser (Surcaluz)” de Peter F. Hamilton y Gareth L. PowellHace un año no lo hubiera imaginado pero algunas lecturas recientes me han llevado a la conclusión de que el amor romántico se ha puesto de moda dentro de la ciencia ficción. Tal vez sea una coincidencia pero el caso es que en los últimos meses he leído varias novelas en las que el amor juega un papel destacado. Se trata de historias como la de Así se pierde la guerra del tiempo, de Amal El-Mohtar y Max Gladstone, en las que la pasión sobrevive a guerras y a intervalos de tiempo inconcebibles. Preferentemente sucede entre parejas no heterosexuales, es el caso de la que he mencionado antes y también de Historias de Xuya, de Aliette De Bodard, con una relación que no se produce exactamente entre dos personas puesto que una de ellas es una nave espacial (con una parte humana). En Aves extintas, de Simon Jimenez, podemos encontrar un catálogo completo de amores entre personas de diferentes géneros. Asistimos en todas ellas a pasiones desaforadas en medio de escenarios colosales o descubrimos  que existen amores que pueden ser más poderosos que la muerte como el que existe entre Amahle y Carloman en Light Chaser,  de Peter F. Hamilton y Gareth L. Powell. El modelo que siguen estas novelas es el de Romeo y Julieta, en las que aunque el amor es considerado el más puro y gozoso de los sentimientos humanos casi siempre suele ser el origen de una tragedia.

Además de una historia de amor Light Chaser es una aventura que abarca milenios. A pesar de esto intentaré no extenderme demasiado con su argumento. La protagonista, Amahle, es una surcaluz y como tal viaja con su nave a una velocidad cercana a la de la luz siguiendo un circuito preestablecido por lo que se llama el Dominio. No tiene idea del tiempo que lleva haciéndolo ni de las veces que lo ha recorrido a lo largo de su vida, que gracias a su ADN modificado puede prolongarse varios siglos. Su misión es recoger en los planetas colonizados los collares que entregó en su visita anterior y dejar otros en su lugar. En estos collares, sin que sus portadores lo sepan, quedan archivadas íntegras sus vivencias diarias que luego podrán ser experimentadas por otros. Entre visita y visita sin otra compañía en la nave que una IA, Amahle no tiene nada mejor que hacer que curiosear y sumergirse en las vidas almacenadas en estos collares. Para su sorpresa en varios de ellos alguien se dirige claramente a ella como si la conociera. Parece algo imposible puesto que eso supondría, entre otras cosas, que ése alguien se desplazara más rápido que ella.

Si algo de bueno tiene esta space opera es que al contrario de lo que sucede en muchas de las novelas pertenecientes a este subgénero (con comienzos que parecen concebidos para ahuyentar al lector), logra captar nuestra atención casi desde el principio. ¿Quién es ese personaje misterioso y cómo ha logrado desplazarse por el espacio y por el tiempo de la manera en que lo hace? Al final la explicación resulta más bonita y romántica que otra cosa y no destaca precisamente por su originalidad. Sorprende, eso sí, toparse con una explicación así en una space opera de este tipo, que por lo general opta por revestir sus historias de verosimilitud científica. Sin embargo el mayor problema que veo yo a la novela es la rapidez con la que se resuelve el misterio. Llama la atención que una revelación que va a trastocar por completo la vida de su protagonista, que la obliga a interpretar lo que lleva haciendo durante siglos, se despache en poco más de un párrafo. De manera que una de las mayores virtudes de la novela, su brevedad, se convierte también en uno de sus mayores inconvenientes. Apenas queda espacio para profundizar en las emociones de los personajes, en sus cambios de opinión y en sus pasiones repentinas. Porque si bien se trata de una space opera, la parte aventurera queda en un segundo plano detrás del relato sentimental. Amahle, debido a su longevidad, debe descartar parte de los recuerdos para dejar espacio a los nuevos, sin embargo cuando le conviene a la narración los recupera de manera súbita. En otro orden de cosas está la discutible decisión de comenzar a contar la novela por su final, algo así como dinamitar el terreno antes de construir la casa.

Hamilton y  Powell han escrito un libro de puro entretenimiento y no hay que tomarlo por más de lo que es. Así y todo, asumido que no es más que un libro para pasar el rato, he de decir que la historia de amor no me ha llegado al corazón. Seguramente el problema es mío pero estos amores tan sublimados, que se prolongan durante eones son demasiado para mí. Lo mismo me sucedió con las novelas que he mencionado al comienzo de esta reseña. En Así se pierde la guerra del tiempo, para reforzar el amor que sienten sus protagonistas, Amal El-Mohtar y Max Gladstone optan por un lenguaje poético que muchas veces se les escapa de las manos. Siete de Infinitos, que forma parte Historias de Xuya, a pesar de contar el amor que surge entre un ser humano y una nave espacial, resulta ser un relato tópico. Algo más lograron conmoverme algunos de los amores que Simon Jimenez nos presenta en Aves extintas y supongo que es porque sus personajes parecen reales y por tanto también sus emociones, cosa que no sucede en las otras novelas.

Robert Silverberg publicó en 1970 un relato, de apariencia muy sencilla, en el que nos  hacía vivir en nuestras propias carnes el amor que un delfín siente por su cuidadora. Su título es Ismael enamorado y en él Silverberg demuestra que puede lograrse mucho más con mucho menos. A pesar de disponer de más páginas Light Chaser se queda a medias tanto en la historia de amor, que me deja bastante frío, como en su faceta de space opera, que tampoco logra del todo el objetivo principal al que aspira este tipo de novela, que es despertar eso que llaman el sentido de la maravilla.

miércoles, 29 de marzo de 2023

“Hielo”, de Anna Kavan

Portada de “Hielo”, de Anna Kavan

Fue gracias a Brian Aldiss que supe de Anna Kavan por primera vez. No, no he tenido el gusto de conocer a Aldiss personalmente, mencionaba a esta escritora en la antología titulada Última etapa que publicó Bruguera en 1976, en la que diferentes autores escribían un relato definitivo sobre los principales temas de la ciencia ficción. Cada uno de ellos iba acompañado de un pequeño comentario del autor, y Aldiss entre otras cosas aprovechó el suyo para hablar muy elogiosamente de Kavan. Por desgracia entonces no se había publicado en España todavía nada de esta rara avis de la literatura inglesa. Su libro más emblemático Hielo (1967) no lo sería hasta 1987.

La editorial Trotalibros rescató hace dos años esta olvidada y singular novela con una edición muy cuidada que ha sido traducida por Ainize Salaberri. Hay que decir que no se trata de un libro fácil y que en muchas ocasiones pone a prueba la paciencia del lector. Lo que hace  que su lectura no sea sencilla es una trama que parece volver siempre al mismo punto en una espiral que no tiene fin. La impresión de que la acción no lleva a ningún lado puede desesperar a muchos. Si esto no fuera suficiente, la historia se interrumpe a veces de manera brusca sin que la autora ponga sobre aviso al lector, de manera que éste no tiene forma de saber si la nueva escena es recordada o imaginada. Estas reiteraciones, estos círculos que traza la historia componen una especie de bucle infernal del que ni los personajes ni el lector pueden escapar. La novela adquiere así la forma de una pesadilla recurrente y como tal no ofrece respuestas.

Tampoco es fácil resumir su argumento. Lo cierto es que es una novela difícil en todos los sentidos. El protagonista y narrador de la historia es un hombre obsesionado por una mujer de la que a excepción de su físico (es extremadamente delgada y posee un cabello largo y plateado) apenas sabremos nada. No es que de él vayamos a saber mucho más, si acaso de su fascinación por los inris, unas criaturas pacíficas parecidas a los lémures. Ni él ni ella tienen nombres, son personajes arquetípicos, criaturas de ficción con un propósito concreto, que no claro, dentro de la narración. Él la busca para salvarla del hielo que avanza pero también de otro personaje que la tiene cautiva, el Custodio. Ella, sin embargo, huye la mayoría de las veces de él, quien desde luego no parece mejor que el Custodio. Él es un individuo contradictorio, capaz de disparar sin contemplaciones a alguien que intenta subir a su barca para ponerse a salvo o de apiadarse de otro que es apaleado por un grupo de soldados. Diríase que la tortura sólo está bien si la practica él. A pesar de esta persecución del gato y del ratón entre él y ella, parecen necesitarse el uno al otro.

En esta manía que tenemos por etiquetarlo todo se ha catalogado a Hielo de novela catastrofista porque se sitúa en un futuro de enfriamiento causado por una guerra nuclear; también, cómo no podía ser menos, de distopía, que es el término eufemístico con el que últimamente se esquiva tener que emplear el tan menospreciado de ciencia ficción. No me parece que Kavan estuviera especialmente interesada en escribir una novela sobre un mundo que ha sufrido una guerra nuclear y desde luego está muy alejada de lo que yo entiendo por distopía. Para mí leer Hielo ha sido sumirse en un estado mental de continua desazón, de miedo, de incómodos sentimientos de posesión y de humillante sometimiento. Los personajes van pasando por todas estas emociones, la mayoría de las veces es ella la víctima, pero también lo es él de su necesidad de protegerla de la autoridad y de la tiranía del Custodio. Ella además necesita de alguien que la proteja. En fin, de una manera esquemática se trata de la relación que ha existido hasta hace poco y que aún perdura en muchas ocasiones entre una mujer y un hombre. Otros, al tanto de la biografía de Kavan, pensarán que es el que se establece entre el adicto y la droga.

¿Puede considerarse Hielo ciencia ficción? Desde mi punto de vista sí. Hay dos tipos de ciencia ficción, una en que los elementos de ciencia ficción son empleados para crear una metáfora y otra en los que no. Hielo pertenece claramente al primer grupo.

En el prólogo José Carlos Rodrigo intenta separar la obra de la vida de la autora. Tras saberse su adicción a la heroína muchos han creído encontrar la clave a esta novela inaprensible y un significado a ese hielo que va devorando el mundo. Por mi parte he procurado no tener muy en cuenta su biografía pero qué duda cabe de que su visión enajenada de la realidad recuerda mucho a la de otro gran consumidor de drogas como es Philip K. Dick. Aunque ahí está  Kafka, otro escritor con el que comparte muchas cosas y del que, que yo sepa, lo más fuerte que consumía era café. La vida de Anna Kavan, cuyo nombre auténtico es Helen Emily Woods, daría lugar con toda seguridad a una interesante novela. El libro viene acompañado de una nota al inicio en la que se cuentan algunos detalles: sus dos matrimonios que acabaron en divorcio, la muerte de su hijo en la segunda guerra mundial, su problema con las drogas, sus intentos de suicidio, su paso por diversos hospitales psiquiátricos y finalmente su muerte a los 68 años. Como curiosidad antes de cambiarse el nombre escribía novela rosa.

De la misma manera que en una sonata hay un motivo musical que se repite hasta el final de la obra, la novela de Kavan, variando a veces el ritmo, otras la instrumentación, vuelve una y otra vez al mismo relato de búsqueda y desencuentro. Hielo parece escrito por alguien que se siente perdido en el mundo y que no encuentra su lugar en él. A lo largo de la novela el hielo es una amenaza constante que se cierne sobre el mundo y sobre los protagonistas. Para algunos es un símbolo de la droga que devoraba a su autora (no es fácil llegar a una conclusión), sin embargo para mí representa el frío de la muerte que de alguna manera siempre está presente en nuestras vidas y que se acerca inexorablemente.


miércoles, 15 de marzo de 2023

“Mecanoscrito del segundo origen” de Manuel de Pedrolo

Portada de  “Mecanoscrito del segundo origen” de Manuel de Pedrolo

Publicado por primera vez en 1974 en catalán, Mecanoscrito del segundo origen, de Manuel de Pedrolo, se ha convertido en todo un clásico de la ciencia ficción. Se trata de una novela muy conocida sobre todo en Cataluña, donde se ha utilizado incluso como libro de lectura en algunas escuelas. La edición en castellano se produjo diez años después y desde entonces se ha venido reeditando periódicamente, lo que demuestra que se trata de una historia que después de décadas todavía sigue atrayendo a los lectores. La novela goza de gran aceptación entre los jóvenes, aunque su autor no la escribió específicamente para un público de estas edades. No es difícil de entender, teniendo en cuenta que narra con una sencillez impresionante la historia de dos jóvenes, chica y chico, que de la noche a la mañana parecen haberse convertido en los únicos supervivientes del mundo.

El arranque de la novela es de los que no se olvida. Unos muchachos arrojan a otro niño a una alberca sólo porque no les gusta el color de su piel. Alba, que es testigo de la agresión, se lanza sin pensárselo al agua para salvarlo justo a tiempo de ver unos platillos volantes en el cielo. Cuando sale de la alberca arrastrando consigo al niño, aún tiene tiempo de ver desaparecer en el horizonte los extraños aparatos. Poco después los chicos, Alba y Dídac, salvadora y rescatado, descubrirán que en los alrededores todos están muertos (incluso los dos niños que tiraron a Dídac al agua), que el pueblo ha quedado convertido en escombros y que sus padres han sucumbido bajo ellos. Alba tiene catorce años, Dídac sólo nueve, y ambos han sobrevivido al ataque extraterrestre por un hecho completamente fortuito, por encontrarse bajo el agua en el preciso momento en que se produjo el ataque. Una buena pero también una mala acción les ha salvado.

El texto está dividido en párrafos numerados que comienzan siempre con la conjunción «y» lo que da a la narración un aire de cuento y a la vez de redacción infantil. Esto último tiene su razón de ser por ser quien es el narrador. El hecho de que los párrafos estén numerados nos  hacer pensar en los textos bíblicos pero el tono sin complicaciones y directo de la novela tiene muy poco que ver con el hiperbólico, elegíaco o arengador que adopta la Biblia. Pedrolo despoja a la novela de todo adorno y deja la trama prácticamente al desnudo. No se detiene demasiado en lo que no está interesado en contar y desde el principio sitúa a los dos personajes principales, niños aún, en un mundo en el que deberán arreglárselas sin la ayuda de nadie, que es en definitiva lo que el autor quiere narrar. Por tanto, para ahorrarse descripciones innecesarias, hace que la destrucción se deba al ataque de los típicos platillos volantes que están en el imaginario de todo el mundo (sobre todo de los años 70). Como se puede apreciar no se trata de un inicio con grandes pretensiones de verosimilitud. A partir de entonces Pedrolo se toma más en serio conseguir que lo que Alba y Dídac hacen para salir adelante resulte más creíble.

De los dos personajes que protagonizan la novela, la que llama más la atención es Alba. Sorprende cómo asume desde el principio su papel de madre y luego de compañera, de esposa o cómo se quiera llamar. Su falta de prejuicios, su decisión de hacer lo imposible para que la humanidad no se extinga en alguien tan joven es loable a la vez que extraña y perturbadora. Lo tiene muy claro y en ningún momento parece cuestionarse lo que deberá hacer para cumplir la misión que se ha impuesto. Tendrá que ejercer de madre de quien en el futuro será su amante y el padre de sus hijos. Pedrolo lo cuenta todo sin darle demasiada importancia y los dos personajes aceptan este doble papel con pasmosa naturalidad. Sólo hay un momento en el que Alba parece reconocer lo anómalo de su situación. No obstante se hace cargo de que en una situación inusual como la suya deben buscarse soluciones que también lo son. Es sin saberlo una auténtica pragmática.

Alba, al tener unos años más que Dídac, ejercerá también de maestra. Responder a todo lo que él le pregunta, lo considerará parte de sus funciones y lo hará sin titubear por incómodas que resulten las cuestiones y siempre con la máxima claridad. El mundo que crearán será uno en el que no haya convencionalismos sociales ni prejuicios. No es algo que se hayan propuesto hacer, es algo que surge de manera espontánea e inocente. En cualquier caso hay que recordar que la novela fue escrita en los años setenta y el movimiento hippie seguía presente. Tal vez sea ésta la razón de que Pedrolo recalque, en demasiadas ocasiones quizás, la desinhibición que muestran los chicos ante la desnudez o a la hora de hablar de sexo.

Por decisión de Alba se embarcarán en otro gran proyecto, el de atesorar todos los libros que encuentren. Al principio lo hacen pensando en su propio beneficio, con el fin de tener a mano textos que puedan servirles de utilidad en su supervivencia, libros de medicina, de mecánica o de otras competencias. Porque a pesar de su juventud Alba mira siempre un poco más allá. Se cree con el deber de salvar la humanidad y eso supone también poner a salvo uno de sus mayores valores como es el conocimiento. Dídac en cambio no siente esa responsabilidad por lo que es menos cauto y de los dos es el que propone las empresas más arriesgadas, que muchas veces Alba termina por quitarle de la cabeza.

Al igual que en otras novelas similares como La muerte de la hierba (1956) de John Christopher o Los genocidas (1965) de Thomas M. Dish,  Mecanoscrito del segundo origen narra con detalle las vicisitudes y las soluciones que ponen en práctica un grupo de personas para sobrevivir a una catástrofe. Alba y Dírac deberán esforzarse, saber sobreponerse a los fracasos y utilizar su ingenio para poder salir adelante. Lo que no veremos como en otros libros es un deterioro o un desgaste en la relación entre sus protagonistas, más bien al contrario la convivencia entre Alba y Dídac se antoja a veces incluso demasiado idílica.

Resulta curioso el atractivo que tienen los paisajes apocalípticos, ¿a cuántos no nos gustaría asomarnos por un rato a esos mundos en descomposición? Poder entrar en esos supermercados abandonados y aprovisionarnos de lo que queramos o recorrer el mundo sin toparnos con molestos turistas haciendo fotos por doquier. Esa es, supongo, la razón de que existan tantos videojuegos que se desarrollan en ambientes postapocalípticos. Si no recuerdo mal antes de que estallara la guerra de Ucrania se llegaron a ofrecer tours ilegales por la chernóbil radiactiva para que los guiris de turno pudieran pisar con sus propios pies un territorio asolado.

Mecanoscrito del segundo origen es una novela que se lee de un tirón, con unos personajes entrañables y con los que es fácil identificarse, clásica en su desarrollo, controvertida al mismo tiempo que ingenua, no hay duda de que se trata de un libro muy recomendable para lectores de todas las edades.

jueves, 23 de febrero de 2023

“Historias de Xuya”, de Aliette De Bodard

Portada de “Historias de Xuya”, de Aliette De Bodard

Bajo este título Historias de Xuya, Aliette De Bodard ha reunido dos novelas cortas que se sitúan en la realidad ucrónica de Xuya. Se trata éste de un mundo alternativo en el que la civilización china fue la primera en llegar a América. Ambas además transcurren en un futuro lejano en el que la humanidad se ha dispersado por el universo viajando en las llamadas «naves mentales», unas naves espaciales que poseen consciencia propia. Así resumido, una «space opera» dentro de una ucronía con otros elementos que mencionaré más adelante, puede hacernos pensar que es algo rebuscado y lo cierto es que difícilmente se puede negar que no lo sea. Afortunadamente  para el lector que no esté al tanto de los antecedentes históricos de Xuya, estos preámbulos apenas tienen relevancia en estas dos historias más allá de que la sociedad que se describe está influida por la cultura asiática y de que se bebe mucho té. Tal vez alguien tenga una explicación de por qué en las novelas recientes de ciencia ficción se toma tanto té. Personalmente prefiero el cacao, que seguramente es menos refinado y no está envuelto en el aire de misticismo que tiene todo lo asiático.

La primera de estas historias de Xuya es La maestra del té y la detective, que ganó nada menos que el premio Nebula a la mejor novela corta en 2018 y el Premio Mundial de fantasía a la mejor novela en 2019. Como indica su título se trata de un relato detectivesco, el punto de partida es el clásico descubrimiento de un cadáver. Imagino que el interés que ha despertado se debe sobre todo al escenario imaginado por la autora y a los personajes que lo protagonizan, uno  de los cuales es una nave mental. La idea en principio parece estimulante pero a todos los efectos estas naves se comportan como cualquier hija de vecina con la diferencia de que tienen un nombre más largo y viven más tiempo. Por lo demás beben té (o hacen como que lo toman, no queda muy claro), leen novelas románticas, investigan crímenes e incluso, como se verá en la siguiente historia del libro, follan. Pueden hacer todo esto porque proyectan su avatar a cualquier otro hábitat y porque sus «bots» les permiten interactuar con los elementos materiales. «La hija de la sombra», que es el nombre de la nave que protagoniza la novela, sufre un trauma que le impide sumergirse en el espacio profundo y por tanto ejercer como vehículo de transporte. Años de tradición cinematográfica y televisiva nos han enseñado que cuando el protagonista sufre un trauma habrá un momento decisivo de la trama en el que deberá echar los restos y sobreponerse heroicamente a sus miedos para salvar a alguien o impedir un crimen. La maestra del té y la detective no ha querido romper con esta arraigada costumbre de la ficción más popular. Al final el crimen es resuelto y la historia termina de una manera que hay que reconocer queda simpática con los protagonistas dejando las puertas abiertas a otra posible colaboración en el futuro que me ha recordado a esos antiguos relatos que se publicaban por episodios.

Le sigue la novela corta  Siete infinitos, que se apoya también en una trama policiaca. Si en el anterior relato el referente era Sherlock Holmes, en este caso la historia se decanta por la novela negra y se zambulle de lleno en el ciberpunk. La protagonista es Vân una chica que ha podido acceder a un club de poesía (algo por lo visto de gran valor en esa sociedad) haciendo trampa. Además de los reparos que esto le provoca debe hacer frente a los remordimientos que le afligen por algo sucedido hace unos años. Su engaño consistió en haber callado que tenía un implante mnemotécnico, lo que de por sí no tiene nada de malo pero en la rígida sociedad de Xuya sólo están permitidos los que proceden de los propios ancestros y el de Vân deriva de fragmentos de personalidades ajenas a la familia. La historia arranca como corresponde a todo relato policiaco con una muerte inexplicable. Una nave mental con un nombre todavía más largo que la del relato anterior, «La orquídea salvaje en un bosque sombrío», y con un pasado turbio de ladrona ayudará a Vân y a su alumna a desentrañar esta muerte que se ha producido en su casa y que podría afectar gravemente a su reputación. En aspectos como la importancia que conceden a la honestidad, la integridad y también a los antepasados es donde se percibe la influencia asiática que pesa sobre la sociedad de Xuya. La historia es una sorprendente mezcla de novela ciberpunk, de elementos de pura ciencia ficción como implantes y naves espaciales pero también de romanticismo kitsch, de cultura vietnamita y de lugares comunes. Esto último se aprecia sobre todo al final, cuando Vân decide desobedecer los consejos que le han dado poniendo en riesgo su vida, y en la escena final, habitual por otra parte, con la heroína en manos del villano (en este caso villana) amenazándola con matarla si no acepta sus condiciones.

En el primero de los relatos predominan los diálogos en los que De Bodard pone bastante énfasis en los gestos y expresiones de los interlocutores. Su pausada prosa brilla  bastante más en el segundo aunque a veces sorprende con frases que parecen sacadas de El conde de Montecristo:

«—No — convino, con el sabor ácido y acre de la mentira en la boca».

La nave mental que protagoniza la primera historia, a causa del trauma que padece, en lugar de navegar se dedica a preparar tés a todo aquel que acude a ella. Buscan un remedio que mitigue el malestar que les provoca internarse en el espacio profundo. Para ello la nave elige las hierbas más adecuadas con las que prepara su infusiones terapéuticas. De la misma manera Aliette De Bodard ha creado este singular té literario escogiendo lo que deben de ser sus ingredientes más queridos: un poco de ciberpunk, un poco de policiaco, una buena dosis de personajes femeninos, algo de cultura vietnamita y un poco de romance. Muchos se lo beberán encantados pero como decía al comienzo de esta reseña, yo prefiero el cacao.

martes, 14 de febrero de 2023

“Vida y milagros de Stony Mayhall”, de Daryl Gregory

Portada de “Vida y milagros de Stony Mayhall” de Daryl Gregory

Con éste ya son tres los libros de Daryl Gregory que reseño en Universo de pocos. El hecho de repetir un autor no es una señal inequívoca de que me guste, ya que por lo general procuro dar una segunda oportunidad. No voy a dar nombres pero hay más de un escritor con el que lo he intentado hasta tres veces, en parte por cabezonería pero en muchas ocasiones movido también por el ruido de fondo que generan las redes sociales. No es el caso de Gregory, del que puedo afirmar que no me ha defraudado todavía. Se trata de un escritor que mantiene un nivel medio alto y que desde mi punto de vista alcanzó su cota máxima con La extraordinaria familia Telemacus (2017) (enlace). Vida y milagros de Stony Mayhall (2011) fue escrita unos años antes y en ella ya puede observarse la atención que Gregory dedica a los personajes y el sentido del humor con el que aborda las historias.

Vida y milagros de Stony Mayhall es una novela de zombis con todos los tópicos y componentes habituales del subgénero pero que así y todo pretende ser algo completamente diferente. Gregory no ha sido el único en acometer un desafío así, Colson Whitehead quiso hacerlo, curiosamente en el mismo año, con Zona Uno, un libro que si bien es más ambicioso es también el doble de aburrido que el de Gregory. Además carece de su sentido del humor, un elemento por otra parte bastante necesario en un subgénero que ha sido explotado hasta la saciedad y que parecía agotado. Unos años más tarde, en concreto en 2014, otro escritor, M.R. Carey, retomaría la temática zombi con Melanie, una novela en la que la protagonista, al igual que sucede en Vida y milagros de Stony Mayhall, es un zombi. Resulta curioso que en ambos libros el personaje principal sea el que sostiene casi por sí solo la novela y que sea el que marca la diferencia con respecto a otras novelas de la misma temática. También coinciden en que sus respectivos protagonistas, Melanie y John, son dos seres que, a pesar de lo que son, de lo que su naturaleza les impulsa a hacer, se ganan desde el principio la simpatía del lector.

John es encontrado siendo un bebé junto al cadáver de su madre en una cuneta. En medio de una tormenta de nieve Wanda Mayhall y sus tres hijas se lo llevan a casa y deciden ocuparse de él. Es un MV, un muerto viviente o un «viviente alternativo» como algunas facciones zombis reclaman ser denominados. Precisamente es esta guasa la que hace que la novela no sea una historia de zombis convencional. Al principio Alice, la mayor de las hijas, se opone a su madre por el peligro que supone cobijar a una criatura así. Años antes una epidemia causada por algo que todavía se desconoce convirtió a miles de personas en zombis y aunque pudo ser sofocada, el miedo persiste en la población.

Debido a la pasmosa resistencia que muestra el cuerpo de John a todo tipo de agresiones sus hermanas prefieren llamarlo Stony. Durante su infancia lo someten a todo tipo de perrererías que luego Alice deberá enmendar a escondidas de su madre. Esto se cuenta en la primera parte del libro, la más divertida de todas y que nos dará a conocer a un Stony niño tremendamente humano, tal y como comenta Elías F. Combarro, más conocido como Odo, en el prólogo. A este rasgo de humanidad yo añadiría la ausencia de maldad y la voluntad de hacer siempre lo que considera más justo. La novela está dividida en cuatro partes que nos relatan diferentes períodos de la vida de John. La primera está dedicada a su infancia en casa de Wanda con su hermana, y las siguientes a su etapa de adulto, en la que convivirá con otros como él, aunque su familia verdadera —siente él — será siempre la familia humana que lo acogió.

En el libro que nos ocupa, al igual que sucede en otras novelas de Gregory, la familia juega un papel de gran importancia. Como he mencionado no se trata de la familia biológica de Stony aunque sea tratado siempre como un miembro más. El hecho indiscutible de que Stony sea diferente y de que fuera de la familia sea considerado un peligro no cuenta para su madre y su hermanas y no afecta al cariño que le tienen, si acaso su singularidad despierta en ellos una enorme curiosidad. A pesar de todo, la vida de Stony no es como la de los demás, él no puede salir de la granja donde vive ni ir tampoco a la escuela por lo que encuentra refugio en los libros, en concreto le gusta una serie de novelas protagonizadas por alguien con el que puede identificarse: un zombi.

Otro elemento recurrente en las novelas de Gregory son los personajes poseedores de una capacidad o habilidad especial. Así sucede en Afterparty (2014) (enlace) en la que su protagonista creía ver a su ángel de la guarda o en La extraordinaria familia Telemacus en la que cada uno de los miembros de la familia estaba dotado de un poder extrasensorial. En cierta manera, a su pesar, Stony es un superhéroe porque además de su invulnerabilidad es capaz de hacer cosas que no están al alcance de los seres humanos. Lo curioso es que estas habilidades especiales que poseen muchos de los personajes de Gregory raramente sirven de consuelo a sus protagonistas y no ayudan a mitigar el profundo sentimiento de alienación que pesa sobre ellos.

Vida y milagros de Stony Mayhall, a pesar de su grosor (algo también habitual en las novelas de Gregory), se lee de un tirón. El estilo sencillo, unos personajes entrañables, una trama que nunca se sabe por dónde va a tirar y un poco de humor son los que lo hacen posible. El libro además nos hace reflexionar sobre algo tan prodigioso como es la vida; lo curioso es que lo hace a través de un personaje que precisamente carece de pulso y cuyo corazón ha dejado de latir para siempre, en definitiva de alguien que está muerto. Ni Stony ni nadie se explica cómo es posible que, a pesar de todo, tenga consciencia de su existencia. Se trata de una cuestión nada trivial, muy similar a la que nosotros, los que nos creemos vivos, nos hacemos y que tampoco hemos sabido responder.

martes, 31 de enero de 2023

“Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio”, de Andrea Chapela

Portada de "Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio" de Andrea Chapela
           «A good science fiction story should be able to predict not the automobile but the traffic jam», con este epígrafe tan oportuno de Frederik Pohl comienza el libro de Andrea Chapela. Creo que el texto se entiende bastante bien, yo con mi inglés de andar por casa lo he logrado sin demasiado esfuerzo. Viene a decir que la ciencia ficción lo que debe predecir son los atascos de tráfico y no los automóviles, vamos, que lo importante es hablar de sus consecuencias más que de la propia tecnología. En los relatos que componen Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio la escritora mejicana se toma en serio esta afirmación y especula principalmente sobre cómo los futuros avances aplicados a nuestro cuerpo y sobre todo a nuestra mente pueden afectar a las relaciones humanas y lo hace sin detenerse demasiado en los artefactos que lo hacen posible.

Andrea Chapela es una joven escritora que tiene las ideas claras y sabe plasmar en sus relatos las reflexiones que ella misma se hace sobre la manera en que la ciencia podría afectar a nuestra manera de pensar o de sentir. Para ella la ciencia ficción no es por tanto un artificio o un medio con el que propiciar un conflicto dramático. La escritora mejicana no se queda en la superficie, en sus futuros imaginados indaga con rigurosidad los efectos que la tecnología puede tener sobre nuestras vidas ya sea mediante sofisticadas lentes de contacto que permiten percibir la realidad de otra manera o de implantes que predicen si una relación sentimental es viable. En ocasiones Chapela extrapola sobre recursos de los que ya disponemos como son, por ejemplo, las redes sociales llevándolas un paso más allá. Así sucede por ejemplo en Perfilada en la que la gente cuelga experiencias complejas, recuerdos en lugar de imágenes en la «nube», o En el pensamiento donde la exposición de uno mismo es completa, la sociedad de los selfies y de instagram que conocemos deviene en un mundo en el que es factible compartir los propios pensamientos. Esta posibilidad de abrir las mentes, de manipularla, de poder controlarla o incluso de robarla es un tema muy presente en los relatos del libro.

Los avances tecnológicos que nos presenta Chapela en sus relatos nos son siempre fiables. Es algo que la protagonista de Real 90% tras una actualización del software que le permite alterar  su realidad a gusto experimenta en sus propias carnes. A veces esos fallos introducen un elemento singular en las vidas de sus usuarios, se trata de pequeños errores que los sacan de la monotonía y que tienen como consecuencia inesperada que muchos estén deseando experimentarlos. Sin embargo en la mayoría de las ocasiones intervenir en algo tan complejo como la mente humana puede traer efectos no deseados como ocurre en el relato Ahora lo sientes.

Este interés por cómo las mentes se pueden ver afectadas a consecuencia de los  avances tecnológicos es el aspecto que más me ha atraído del libro. En ocasiones esto da lugar a que apenas haya acción en los relatos, que consistan en un mero diálogo entre dos personas o de que lo narrado transcurra todo el tiempo en un mismo escenario. El caso más extremo en este sentido es En proceso en el que se narra  lo que ocurre en la mente de una persona durante los instantes en que transita de un cuerpo a otro, lo que le permite a la autora especular sobre si nuestra consciencia tiene continuidad en el tiempo. Así que, por encontrarles alguna pega, puede decirse que muchos de los relatos adolecen de falta de dinamismo.

Hay tres relatos con una temática y un escenario distintos. Uno de ellos es mi favorito del libro, se titula  El último día de mercado y es un cuento que muy bien podría haber escrito Paolo Bacigalupi para La bomba número seis y otros relatos. En él se narra cómo la tecnología, en este caso unos implantes que hacen posible que dos mentes se comuniquen a distancia, acaba por ensanchar aún más el abismo que separa a las clases afortunadas de las menos afortunadas. A través de la amistad de dos chicas pertenecientes a estamentos muy diferentes (una trabaja para la madre de la otra como sirvienta) y gracias a un relato contenido en lo emotivo y al que no sobra ninguna línea vemos la manera en que el poder acaba por corromper la relación. El segundo de estos relatos es El colapso de los estados superpuestos, que parte de una idea muy de Greg Egan en el que se mezclan la mecánica cuántica y el desfase relativista con una relación a distancia de fondo. Es un relato que, aunque original, no me ha concernido de la misma manera, tal vez porque me lo he creído menos. El último de estos relatos diferentes es Como quien oye llover en el que se narra el amor que surge entre dos jóvenes en una Ciudad de México que ha quedado sumergida. En esta ocasión la autora no nos intenta deslumbrar con artefactos tecnológicos sino con estampas de la ciudad anegada, lamentablemente las imágenes carecen del poder sugestivo de las imaginadas, por ejemplo, por Ballard en El mundo sumergido (1962). En este relato Chapela deja una vez más patente su amor a la ciudad que la vio nacer.

Habrá quien piense que se da una visión negativa de los avances científicos. No lo creo  así y recurro a las palabras de Pohl para refutarlo. El hecho de que los atascos de tráfico sean malos no implica que los coches sean intrínsecamente perniciosos. Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio es un libro muy recomendable, con un punto de vista muy personal sobre cómo la ciencia puede afectar a nuestras vidas y sobre todo a nuestras emociones. Lo hace con sencillez y naturalidad, sin sentimentalismos forzados y con inteligencia.


domingo, 15 de enero de 2023

"La Corporación", de Rob Hart

Portada de "La Corporación" de Rob HartLa Corporación de Rob Hart es un libro que seguramente nunca habría leído si no me lo hubieran regalado. Me lo obsequió una persona muy querida para mí por lo que de ninguna manera podía negarme a darle una oportunidad. Es posible que lo viera antes en alguna librería y hasta puede que leyera su contraportada, si fue así debí de dejarlo de nuevo en su sitio para luego olvidarlo porque cuando lo volví a tener entre las manos no recordaba haberlo visto antes. La primera impresión ha sido la de estar ante un genuino bestseller. Es innegable  su aspiración de convertirse en un superventas, bueno, ¿qué autor rechazaría serlo? De momento Hart ya ha conseguido que Ron Howard esté interesado en llevarlo a los cines. Dispone del material adecuado para una buena película, incluso podría pensarse que la novela fue escrita con ese fin ya que tiene todos los ingredientes necesarios para convertirse en un éxito de taquilla: tensión, crítica social, acción, una historia de amor no demasiado acaramelada para los tiempos que corren y una alusión clara a grandes empresas muy de actualidad como Amazon.

Contemos algo de su argumento. En un futuro cercano en el que el cambio climático ha sumergido a muchas ciudades costeras bajo el mar y en el que las elevadas temperaturas hacen que apenas se pueda salir de las casas destaca Cloud, una empresa gigantesca de venta a domicilio que ha borrado del mapa a la competencia gracias a sus bajos precios logrados en buena parte por los sueldos miserables que paga. Cloud, la Corporación a la que ser refiere el título de la novela, es un inmenso y todopoderoso monopolio, su poder es tal que ha suplantado al gobierno de los Estados Unidos de América en muchas de sus competencias. En un mundo asolado por el paro Cloud además de un empleo estable ofrece un lugar, sin duda modesto, donde dormir y una precaria cobertura sanitaria. Para muchos como Paxton y Zinnia, aunque sean conscientes de dónde se meten, significa la única solución para poder salir adelante. A través de los puntos de vista de estos dos personajes que acaban de entrar en Cloud y de Gibson, el hombre que la levantó de la nada, vamos conociendo los secretos de la empresa.

Por tanto, La Corporación comienza como muchas otras distopías de corte clásico con unos primeros capítulos, en este caso dedicados alternativamente a cada uno de los tres protagonistas, que nos muestran la vida cotidiana en un futuro cercano. Seguimos los pasos de Paxton y Zinnia desde el momento en que son seleccionados hasta su llegada a las instalaciones donde se les asigna un apartamento y un trabajo específico. Hart se muestra muy minucioso en describirnos las instalaciones de Cloud con sus numerosas tiendas, sus bares de copas, sus hamburgueserías, salas de juego.., en definitiva un mundo artificial que a ambos personajes recuerda a un inmenso y frío aeropuerto. El autor se detiene en explicarnos con pelos y señales el reparto de tareas, los diferentes colores de los polos con el que se distingue a cada uno de los trabajadores según la labor que desempeñan, cómo son vigilados mediante un brazalete que además da acceso a ascensores y a determinados lugares, la clasificación por estrellas según su rendimiento en el trabajo, los controles a la entrada de sus puestos de trabajo, los sistemas de transporte..., en fin todo queda pormenorizado en la primera parte del libro. Apenas suceden cosas en estas páginas, algo que a muchos puede parecer pesado y que yo sin embargo me he leído de un tirón. Estos primeros capítulos del libro sirven además para conocer las diferentes personalidades de cada uno de los protagonistas y las razones que les han impulsado a entrar en Cloud.

Paxton es un joven un tanto inocente, un emprendedor resentido con Gibson como  consecuencia de un proyecto empresarial en el que tenía puestas grandes esperanzas y que éste truncó. Zinnia es el prototipo de la heroína actual, descreída, dura, capaz de cepillarse a cuatro maromos más grandes que ella sin despeinarse. Uno pensaría al ver a todas estas mujeres repartiendo mamporros que en lugar de una ley que proteja a la mujer haría falta una que protegiera a los hombres. Ella hace de Bruce Willis y él no es que sea exactamente Audrey Hepburn, pero tampoco es Silvester Stallone. Por otra parte Gibson es el típico americano hecho a sí mismo, más Trump que Musk, más paternalista que López Obrador el día de Nochebuena. Se trata de individuos que están completamente convencidos de que lo que hacen es por el bien de la humanidad.

El futuro que nos presenta Hart como ya hiciera Marc-Uwe Kling en Qualityland es una clara extrapolación de nuestro presente, con un consumismo exorbitado y en el que la gente es una pieza más de la economía. Como es bien sabido (los políticos y los economistas además no se cansan de repetirlo) la economía debe crecer. No sabemos muy bien por qué, pero es algo que  pocos ponen en duda, aunque el resultado sea que sólo unos pocos se beneficien de ello. Aquí pueden apreciarse claras referencias a Quienes se marchan de Omelas (1973), el célebre cuento de Ursula K. Le Guin. El relato es mencionado en varias ocasiones a lo largo de la novela, lo que  da una pista de que estamos ante algo más que un vulgar bestseller. Los últimos capítulos del libro me traen además el grato recuerdo de otro clásico de la ciencia ficción, ¡Hagan sitio!, ¡hagan sitio! (1966) de Harry Harrison.

La novela tiene sus fallos. El control al que están sometidos todos los trabajadores de Cloud es tal que el propio autor no sabe cómo eludirlo, algo necesario para que la trama avance. De manera que a Hart no le queda más remedio que inventarse un oportuno error de software que después de la minuciosidad con la que ha construido el escenario resulta un tanto decepcionante. Tampoco resulta muy creíble la capacidad destructora de Zinnia aunque ya me he referido a eso antes.

            Si bien La Corporación no aporta nada nuevo al cada vez más nutrido género de la distopía puede decirse  que está correctamente contada, lo hace sin grandes alardes y ofrece la tensión y el deleite suficientes para que el lector no pueda parar de leer hasta el final.