Blog ciencia-ficción

Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia ficción.

Universo de pocos

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miércoles, 23 de febrero de 2022

“La penúltima verdad”, de Philip K. Dick

Portada de “La penúltima verdad” de Philip K. Dick

La reseña de este libro creo que merece una pequeña explicación. La penúltima verdad (1964) no es precisamente una de las novelas más aclamadas de Dick, tampoco es que haya sido adaptada recientemente al cine ni pertenece a las pocas que se han publicado ahora por primera vez (Martínez Roca lo hizo en 1976 en su colección Super Ficción, en concreto fue el segundo título que publicó). ¿A qué viene entonces hacer la reseña de este libro? Lo que voy a contar seguramente no interesará a nadie pero de todos modos me apetece hacerlo. Resulta que en mis tiempos de estudiante en Bilbao solía recorrer todas las semanas algunas librerías para ver las novedades que se habían producido. Entre mis favoritas estaban Galería del libro en la calle Ercilla, muy completa en cuanto a ciencia ficción, Ribera en Dr. Areilza que destacaba por tener libros de ocasión, Herriak, más formal pero era donde llegaban antes las novedades y Cámara, la única que todavía existe. También solía pasar tiempo en la librería del Corte Inglés que en aquellos tiempos tenía de todo y donde nadie te decía nada por mucho que te quedaras ahí leyendo por lo que yo aprovechaba para leer algunas reseñas que aparecían en la revista Nueva Dimensión. Mi economía de estudiante no me permitía comprar todo lo que hubiera querido por lo que apuntaba en un cuaderno los libros que encontraba interesantes para una futura compra y los iba borrando según los iba adquiriendo o me dejaban de interesar. Lo que ahora viene a ser una lista de deseos. Uno de los primeros títulos que anoté fue La penúltima verdad. El tiempo fue pasando, la lista se fue modificando pero la novela de Dick permanecía inalterable. Acabé por olvidarme del cuaderno hasta que recientemente en una librería me encontré por casualidad con el libro. De repente me acordé de la lista y en un ataque de nostalgia o por absurdo «completismo» me lo compré. Así que, con un retraso considerable, he podido leer al fin esta novela.

Cuando la comencé a leer no esperaba mucho de ella, mis expectativas después de tanto tiempo se habían atemperado y como ya he comentado antes apenas suele mencionarse cuando se habla de la obra de Dick.  Es posible que por eso la sorpresa haya sido aún más grata. La novela como veremos contiene muchos de los elementos que hacen que después de tantos años Dick siga siendo uno de los escritores de ciencia ficción más influyentes.

Más preocupado por la política que en otras ocasiones, el autor californiano nos introduce en un mundo en el que la mitad de la población vive engañada bajo tierra creyendo que en la superficie está teniendo lugar una guerra nuclear. La idea de que la realidad que vivimos no es lo que creemos, de que todo es falso, es una de las que más se repite en la obra de Dick y ha propiciado alguno de sus mejores libros. En La penúltima verdad la impostura no es una cuestión ontológica sino que es más terrenal y tiene como objetivo que los pocos que detentan el poder vivan de la mejor manera posible a costa de los demás. Es lo que tiene la política y lo que mueve a la mayoría de los que la ejercen como bien sabemos. Ésta debe ser esta una de las pocas novelas de Dick en las que no aparecen drogas, el consuelo en su lugar lo proporciona una figura paternalista encarnada por el presidente Yancy, quien mediante discursos televisados logra convencer a la población de que la superficie es un infierno inhabitable. Con sus grandilocuentes disertaciones anima su espíritu patriótico y exhorta a los habitantes de los cubículos a aumentar la producción de robots, tan imprescindibles para la inexistente guerra. Pero Yancy no es lo que parece, su identidad esconde un secreto.

En el primer capítulo, no demasiado prometedor, hay que admitirlo,  conocemos a Joseph Adams uno de los muchos hombres que escribe los discursos para Yancy. A pesar de poseer una mansión en la superficie con vistas al Pacífico y con toda clase de comodidades vive atormentado por la culpa y por el miedo a ser relegado. Más sugestivo es el capítulo que viene a continuación, y que sirve de presentación a otro de los protagonistas, Nicholas Saint James. Su vivienda situada  en un cubículo bajo tierra carece del confort de la casa de Adams, hasta el punto de que Nicholas debe compartir el cuarto de baño con el apartamento vecino. Como presidente elegido por los trabajadores de su cubículo, llamado Tom Hix (otro se llama Judy Garland), es persuadido para que salga a la superficie en busca de un páncreas artificial que salve la vida de alguien muy apreciado por la comunidad y cuya pérdida supondría un descenso alarmante de la producción. Ni a Nicholas ni a su esposa les hace gracia que tenga que salir para quizás enfrentarse a la peste de la bolsa, al mal del encogimiento apestoso o a la radiación, males de los que se habla en la televisión.

Dick lleva la conspiración hasta el delirio. El engaño pergeñado por un director de cine de la Alemania nazi abarca hasta los momentos finales de la Segunda Guerra Mundial e implica entre otros al mismísimo Franklin Delano Roosevelt. Las explicaciones son completamente descabelladas pero son estos fenomenales disparates los que distinguen a Dick de otros escritores. Además de una trama típicamente «Dickiana» la novela cuenta con unos personajes que también lo son; por un lado están los que, asolados por las dudas, viven en la total indecisión y por otro los que actúan con una determinación inalterable pero carecen de escrúpulos. Los débiles y los fuertes, los sometidos y los que someten.

Otra de las señas de identidad del autor son los curiosos «gadgets» con los que suele sazonar sus narraciones. En la presente novela podemos encontrar dardos teledirigidos, robots asesinos que se camuflan en televisores, máquinas que componen discursos..., elementos muchos de ellos obsoletos o inverosímiles, que junto a los ordenadores gigantes que funcionan con tarjetas perforadas confieren a la novela cierto encanto de época. Una obsolescencia que no me impide afirmar que la idea principal que subyace tras la novela está de plena actualidad en estos tiempos de «fake news», de improbables conspiraciones y en los que se da pábulo a los bulos más peregrinos y estúpidos.

        Ha merecido la pena recuperar este libro de la lista de la que hablaba al principio, mi afán por completarla no se ha quedado por tanto en una penosa concesión a  la nostalgia. Más allá de la manera errática de narrar de Dick, tras las desquiciadas y absurdas ideas del autor muchas veces tengo la sensación de que existe un poso de realidad que sólo él era capaz de ver y de hacernos ver a los demás. La penúltima verdad no es una de sus mejores novelas pero aún así he vuelto a sentir en algunas de sus páginas esa sensación que muy pocos además de Dick han sabido provocar en mí.

martes, 15 de febrero de 2022

“Afterparty”, de Daryl Gregory

Portada de “Afterparty” de Daryl Gregory

        Siempre que abordamos la lectura de un nuevo libro, por mucho que queramos evitarlo, lo hacemos con una idea preconcebida. Seguramente es lo último que desea el autor pero antes de haber puesto la vista en la primera página influidos seguramente por la portada o por el texto de la contraportada, sin quererlo, nos hemos construido nuestro pequeño boceto mental. Es el deseo de introducirnos en un mundo al que nosotros somos incapaces de llegar con nuestra imaginación lo que nos impulsa y lo que nos predispone a pensar que la historia seguirá un rumbo concreto. La mayoría de las veces nos equivocamos, lo que no siempre es malo pues puede propiciar más de una agradable sorpresa. De esta manera, cuando me dispuse a leer Afterparty (2014) yo ya me había hecho una idea. Esperaba que su autor, Daryl Gregory, confrontara religión y drogas dentro de un relato de ciencia ficción. También me esperaba una trama más humorística o loca y sin embargo lo que me he encontrado es un sólido thriller con algunos elementos de ciencia ficción y de comedia. Como thriller la novela es estupenda y la he disfrutado como el que más aunque confieso que me he quedado con ganas de leer esa novela que mi mente apenas lograba vislumbrar. Otra vez será.

Hace unas semanas escribía Julián Diez un artículo en C titulado Géneros que manchan en el que sostenía que al mezclar diferentes géneros la ciencia ficción suele ser por lo general (a no ser que uno de ellos sea el pornográfico) la etiqueta que se lleva el gato al agua. De manera que si, por ejemplo, mezclamos ciencia ficción con terror o fantasía la novela resultante será considerada la mayoría de las veces ciencia ficción. Pues bien, en Afterparty este enunciado no se cumple. Y es que por mucho que se desarrolle en un futuro próximo lleno de drogas y tecnologías innovadoras la impresión final, el retrogusto que deja el libro una vez deglutido, es el de un thriller. Es posible que el escenario de ciencia ficción mostrado no sea lo suficientemente espectacular y se diferencie poco de nuestro presente como para dejar su impronta. Pero sobre todo es su marcada estructura de thriller lo que convierte a la novela precisamente en eso, en un thriller. En este caso y como se lleva hoy en día las intrigas a resolver son varias, una en el presente y otra en el pasado, que afecta directamente a su protagonista femenina. Es frecuente que en este tipo de relatos tengamos un malo que se sale de lo común. Aquí, entre otras excentricidades, se dedica a cuidar auténticos bisontes en miniatura en su tiempo libre. Tenemos también alguna que otra persecución y sobre todo la sensación de que alguno de los personajes principales no es lo que parece y de que la traición está a la vuelta de la esquina. Lo que decía: un thriller.

En La extraordinaria familia Telemacus (2017), una novela que según mi opinión no gozó de la atención que se merecía, ya había demostrado Gregory que su fuerte son los personajes. Si la familia Telemacus se componía de personas con diversos poderes paranormales que determinaban en gran manera su forma de ser, los personajes de Afterparty padecen en su mayoría de algún trastorno mental lo que los convierte de alguna manera en el reverso de dicha familia. Empezando por su protagonista, Lyda Rose, una neurocientífica a la que tras una sobredosis con un fármaco que ella y su equipo habían sintetizado se le aparece su ángel de la guarda en forma de la doctora G. Lyda sabe que la doctora G. no es real, pero aún así discute con ella cada vez que se entromete en su vida y ejerce el papel de su conciencia. Tenemos también a Ollie, su compañera en el psiquiátrico, que padece paranoia entre otros trastornos, y está perdidamente enamorada de Lyda; a Bobby, que cree que el pequeño cofre que cuelga de su cuello atesora su conciencia; a Vic que ve a Ganesh, el dios hindú con cabeza de elefante o a al pacífico Vinnie que se transforma en el despiadado El Vincent al tomar determinadas pastillas. Lo cierto es que son pocos los que se muestran mentalmente equilibrados y la mayoría toma fármacos para superar sus problemas psíquicos o hacer algo por encima de sus posibilidades. Tomar drogas parece algo generalizado en el mundo que concibe Gregory, están al alcance de cualquiera hasta el punto de que uno mismo se las puede fabricar si tiene una impresora «quimjet».

La novela arranca con la sospecha de Lyda de que la droga que investigaba y que afectó a su cerebro en el pasado se está distribuyendo en las calles. Los que la han probado están convencidos de ver a Dios, o al menos una de sus muchas caras. La droga no debería estar siendo distribuida puesto que todo el equipo que formaba parte de la investigación se comprometió a no volver a sintetizarla después de los terribles hechos que sucedieron (la muerte violenta en circunstancias no del todo aclaradas de uno de los miembros del equipo y esposa en ese momento de Lyda). El núcleo de la novela consiste en desentrañar estos dos misterios.

El considerable tamaño del libro (tiene 473 páginas) no es óbice para que se pueda leer en unos pocos días no sólo sin esfuerzo sino incluso con agrado. Destacan, como ocurría en La extraordinaria familia Telemacus, sus diálogos chispeantes con agudos toques de humor. Gregory demuestra conocer bien el oficio y conduce la trama con destreza hasta una conclusión satisfactoria aunque deja sin explicar, a propósito supongo, un hecho al que no puedo aludir sin destripar la trama. En definitiva, se trata de un libro muy entretenido cuya mayor pega es el precio, al menos el que yo pagué. Afortunadamente para los que no se precipitaron a comprarlo cuando se publicó, se puede encontrar desde hace un tiempo al precio bastante más razonable de 19€ en lugar de los 26€ que apoquiné yo. El que se decida a hacerlo ha de ser consciente de que más que una novela de ciencia ficción se lleva un buen thriller.