Puede que el gran reconocimiento que se ha ganado
Margaret Atwood o los muchos premios (Booker Prize, Arthur C. Clarke, Príncipe
de Asturias) que ha recibido o incluso el hecho de que se trate de una de las
eternas candidatas al Nobel intimide a más de uno y lo disuada de leer esta
novela. Sería una verdadera lástima, porque Por último el corazón lejos
de tratarse de una obra pesada y solemne sorprende por su ligereza, su sarcasmo
y su humor desinhibido.
Atwood es sobre todo conocida por los aficionados a la
ciencia-ficción por su estupenda distopía El cuento de la criada. Una
novela que leí hace tiempo y de la que, aunque no recuerdo muchos detalles, no puedo olvidar el sentimiento
de tristeza que me dejó al finalizar su lectura, algo desde luego muy diferente a la impresión
que me ha transmitido el libro que nos ocupa. Atwood ha hecho varias
incursiones más en la ciencia-ficción, Oryx y Crake, El año del
diluvio y Maddadam conforman una trilogía que comparte el mismo
futuro imaginado por Atwood, en el que tras una catástrofe ambiental los únicos
sobrevivientes son unas criaturas modificadas genéticamente.
Por último el corazón parte de una idea que en
principio parece bastante descabellada, la de resolver los problemas de
desempleo y delincuencia causados por la crisis financiera en los EE.UU.
internando a los más damnificados en una especie de ciudad-prisión. Es lo que
se conoce como el “Proyecto Positrón”. Todos los que se integran en él se
comprometen a pasar un mes encerrados en una cárcel y otro mes viviendo en una
maravillosa colonia que parece rescatada de un catálogo inmobiliario de los años
cincuenta. Atwood se toma los primeros capítulos con una seriedad y un rigor que
no anticipan el desternillante delirio ulterior al que se va precipitando la
trama.
En la primera parte de esta distopía asistimos al declive
económico de una típica pareja americana, Stan y Charmaine, que pasan de tener
cada uno su trabajo y ganar un salario con el que se permitieron incluso
comprar una casa a verse obligados a pernoctar en su coche, única posesión que
les queda tras la crisis financiera del 2008. Llega un momento en que para Stan
y Charmaine, hartos de vivir en la miseria y de la permanente inseguridad que
les ofrece su vehículo, la mejor opción es ingresar en uno
de los centros del “Proyecto Positrón”. A partir de aquí los enredos y las
situaciones se multiplican y Atwood despliega su ingenio y su brillante sentido
del humor burlándose de todo, del papel del estado, del capitalismo, de los
roles sexuales, de las relaciones humanas, del amor, del sexo o de la cultura
de los EE.UU.
La historia transcurre a un ritmo vertiginoso, lo que
hace que el libro se lea en dos parpadeos, sin embargo creo que sobre todo en
su tramo final suceden demasiadas cosas en muy poco espacio de tiempo y algunos
fragmentos me dan la sensación de haber sido improvisados y de necesitar una
mayor elaboración. En mi opinión la autora ha querido explotar en exceso sus
hallazgos cómicos, tal vez no haya podido contenerse ante la chispa y gracejo
que su criatura iba adquiriendo capítulo a capítulo. De lo que no me queda
ninguna duda es de que Atwood se lo ha debido pasar en grande urdiendo
situaciones disparatadas. Algunas de las más enloquecidas son dignas de un
episodio de los Simpson y esto no lo digo como una crítica peyorativa. Tanto la
cárcel como la ciudad idílica del “Proyecto Positrón” permiten a la escritora
canadiense sacar a relucir la miseria humana y los peores defectos de la
sociedad americana actual. Una sociedad, en la que, por mucho que la gente
escuche a Doris Day, nadie da nada sin esperar algo a cambio. En la que cada proyecto emprendido, por
desinteresado o altruista que parezca, es impulsado o bien por el dinero o bien
por el sexo. La autora se lo toma con humor, pero el panorama que describe no
puede decirse que resulte esperanzador. La novela finaliza muy acertadamente en
la ciudad de Las Vegas, prototipo de esa sociedad superficial, infantil y de
excesos de la que la autora se burla.
Yo que ustedes no me
la perdería.