Blog ciencia-ficción

Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia ficción.

Universo de pocos

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jueves, 19 de diciembre de 2019

"La maldición de Hill House" de Shirley Jackson

"La maldición de Hill House" de Shirley Jackson            Los relatos sobre casas encantadas son tan comunes que han llegado a constituir un subgénero dentro del terror. Los edificios abandonados han despertado desde siempre una enorme fascinación, tanto es así que escritores clásicos como Edgard Allan Poe, Lovecraft, Bierce, William Hope Hodgson o Henry James los han utilizado como escenario de algunos de sus relatos. Más tarde, cuando parecía que todo estaba dicho sobre el tema surgieron autores como Shirley Jackson, Richard Matheson, Stephen King y otros para desmentirlo. La maldición de Hill House en su momento supuso un soplo de aire fresco a unos argumentos que habían sido gastados en exceso. Supongo que esta proliferación tiene la culpa de que haya tardado tanto tiempo en leer esta novela, una de las más conocidas de la autora. El buen sabor de boca que me dejó la inolvidable Siempre hemos vivido en el castillo me ha animado por fin a leerla y a desterrar viejos prejuicios. Dicho lo cual he de dejar claro que La maldición de Hill House tiene poco que ver con lo que nos tiene acostumbrado este tipo de novelas.
 
            El doctor en filosofía John Montague, estudioso de lo sobrenatural, decide alquilar Hill House para iniciar sus investigaciones sobre casas encantadas. Su aspiración es obtener datos de  una manera científica y rigurosa con el propósito de publicar después sus conclusiones y ganarse notoriedad dentro de la comunidad científica. Al no encontrar colaboradores dignos de su confianza se pone en contacto con diversas personas que han vivido alguna experiencia paranormal. Nada más consigue interesar a dos chicas, Eleanor y Theodora. La tercera persona que le acompañará durante las investigaciones será el sobrino de la propietaria de la mansión, una condición que se le impone para permitirle utilizar la casa. La primera mitad del libro la invierte Jackson en presentarnos a los cuatro personajes. En un primer momento resultan algo afectados y su comportamiento sobre todo el de los jóvenes parece hasta pueril, pero hay que tener en cuenta que salvo algunas partes concretas del libro el resto es mostrado a través de los imaginativos ojos de Eleanor. A sus algo más de treinta años se ha visto obligada a malgastar  su  juventud cuidando de su anciana madre, algo que no perdona a su hermana. Carente de vida propia, Eleanor se ha convertido en una persona soñadora, frágil y necesitada de amor. El viaje en coche que realiza hasta llegar a Hill House resulta en ese sentido también un viaje introspectivo muy revelador. Su intensa y perturbada vida interior nos hacer evocar en ocasiones a la singular Merrycat de la ya mencionada Siempre hemos vivido en el castillo.

            Por otro lado está la mansión de la que se dice: “Pero una casa arrogante y odiosa, que nunca baja la guardia. Sólo puede ser maligna”. Y poco más adelante: “Era una casa carente de bondad, nunca pensada para que la habitaran, un lugar no apto para personas, el amor ni la esperanza”. A pesar de esta descripción tan poco favorable, curiosamente, los invitados parecen sentirse revitalizados tras pasar la primera noche en Hill House, una percepción que va cambiando a medida que la casa va haciendo notar su presencia. En concreto Eleanor se siente  en el punto de mira de la casa. Sin embargo, para cuando nos damos cuenta Jackson ha trastocado todo. Theodora, su apoyo desde el principio y con la que tan bien congeniaba, deja de ser para ella un ejemplo al que seguir, incluso la casa por la que antes sentía pavor ahora parece atraerla de manera inexplicable. La mente contradictoria de Eleanor es tan inextricable como la casa de Hill House con sus interminables pasillos llenos de puertas.

            Los que esperen sustos como a los que nos tiene acostumbrados el cine de terror  quedarán defraudados. Jackson dosifica el terror, a cambio hace que lo vivamos como si fuera en nuestra propia carne y para ello en lugar de mostrarnos con detalle la causa del miedo nos describe las emociones que provoca en los personajes. La novela está además salpicada de espléndidas escenas humorísticas que ya de por sí merecen la pena, sobre todo cuando la señora Dudley o la señora Montague hacen aparición.

            La casa no acabará ardiendo como suele ocurrir en tantas películas. La compleja arquitectura con su pavorosa fachada y sus paredes de ángulos imposibles permanecerá en pie muchos años más. Como Eleanor no se cansa de repetir: “El viaje termina cuando los amantes se encuentran”. El círculo queda cerrado en un desenlace difícil de olvidar y que nos dejará muchas preguntas, para algunas de la cuales dispondremos de más de una respuesta mientras que para otras carecemos del todo de una. De lo que no cabe duda es de la sensación de desamparo y zozobra que nos deja. La maldición de Hill House, sin ser una obra tan redonda como  Siempre hemos vivido en el castillo, merece plenamente la consideración que se ha ganado.

martes, 10 de diciembre de 2019

"El don de las piedras" de Jim Crace

"El don de las piedras" de Jim Crace            Debido a que la ciencia-ficción que se publica últimamente en las colecciones dedicadas al género no me atrae demasiado, me he decidido a picotear por otros lugares y rebuscando entre las librerías he descubierto esta pequeña joya publicada por  Hoja de lata. Se trata de un libro bellamente editado y con una traducción excelente de Pablo González-Nuevo.

            A decir verdad la historia que se narra en El don de las piedras es de una sencillez y de una sobriedad llamativas, lo que sucede se podría resumir en un par de líneas, sin embargo, el autor lo hace con una elocuencia, una emoción y una capacidad para la sugerencia que logra que el relato trascienda a los hechos que se narran. La historia se sitúa a finales del paleolítico superior, poco antes de la llegada de la edad de bronce. Su protagonista, del que nunca llegamos a saber su nombre, pierde un brazo debido a un flechazo al principio de la novela, un hecho infortunado que marcará por completo su vida. Vive en una aldea, que se dedica por entero a trabajar la piedra que extraen de las canteras cercanas y cuya población se enorgullece de labrar las mejores piedras para hachas, cuchillos, flechas y otros utensilios de la zona. Esta ocupación a la que se entrega la mayor parte de los aldeanos se torna en ocasiones obsesiva. Con la traba que supone tener un sólo brazo el muchacho no puede participar en la próspera empresa y excluido  por todos pasa el tiempo cogiendo vieiras con los pies en la costa cercana. Una mañana avista un velero, lo que le impulsa a alejarse de la aldea más que en otras ocasiones. Días después cuando regresa decide contar sus andanzas. Su relato tiene tanto éxito que decide primero adornarlo, después exagerarlo y finalmente inventarse la mayor parte de él. Pronto se da cuenta de que así como los demás poseen la habilidad de extraer las mejores vetas de la piedra y labrarlas con paciencia, él tiene facilidad para dar forma a las palabras, de unirlas y construir relatos con los que cautivar a sus oyentes. Sus historias se van volviendo cada vez más fantásticas y las reinventa sobre la marcha en función de la reacción del público en cada momento: adulto, femenino, masculino o infantil. Como en toda sociedad por primitiva que sea, los habitantes de la aldea necesitan evadirse de sus deberes y soñar en mundos de maravilla y magia, y nuestro protagonista tiene sueños para todos. El hecho de que la mayor parte de lo que cuenta sea mentira no les importa pero a nosotros, lectores de El Don de las piedras, nos complica un poco las cosas y no nos pone fácil discernir entre lo que es cierto y lo que no. Crace, muy acertadamente, con el fin de afianzar la historia y para que no se convierta en un ejercicio vacío de espuma evanescente convierte a la hija del protagonista también en narradora de manera que dispongamos de algunos agarraderos firmes que nos permitan avanzar en la narración sin perdernos. Así y todo será tarea del lector decidirse por alguna de las muchas alternativas que se le ofrecen.

            Con su engañosa sencillez El don de las piedras es mucho más de lo que aparenta. Un relato sobre lo que la imaginación puede aportarnos frente a lo material, una historia de amor insólita y también sobre las diferentes caras que puede adaptar la realidad a través de la literatura. Todo ello envuelto en una escritura poderosa y expresiva:
           "Lo primero que notó mi padre fue el hedor. El brezo – empapado y amarilleado por el invierno – sudaba ahora bajo el sol. Olía a fruta podrida, a cerveza, a aliento de vaca. La tierra se tiraba pedos, eructaba con cada paso que uno daba sobre ella, su forúnculo había estallado, se había vuelto salobre y blanda y rezumaba savia, pus y ñanga."

            Jim Crace es un autor británico poco conocido y cuya obra la editorial Hoja de lata parece querer recuperar. Además de El don de las piedras ha publicado Cosecha, finalista del Booker Prize en 2013 y que dicen es su mejor novela. Yo les animo a leer este breve pero hermoso libro.