Blog ciencia-ficción

Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia ficción.

Universo de pocos

Universo de pocos

viernes, 26 de marzo de 2021

“Martin el náufrago” de William Golding

Portada de “Martin el náufrago” de William Golding
            Es curioso que todo un premio Nobel de la literatura (el galardón le fue concedido en el año 1983) sea conocido prácticamente por una sola novela: El señor de las moscas (1954), que ha eclipsado el resto de su obra no muy abundante aunque sí singular. Entre sus obras me gustaría destacar Los herederos (1955), una emotiva novela en la que los protagonistas son unos neandertales con la que el autor se acercó a la ciencia-ficción y también Martín el náufrago (1956), apenas conocida en España y sólo disponible desde hace décadas en el mercado de segunda mano.

            La novela comienza con un hombre a merced de la naturaleza, las olas lo alzan, lo empujan, lo sacuden y lo arrastran a su antojo mientras lucha por sacar la cabeza a la superficie para respirar. Rodeado por un mar embravecido, durante varias páginas asistimos a su lucha para mantenerse a flote y después a sus denodados esfuerzos para trepar hasta unos peñascos y  ponerse a salvo. Todo es contado de una manera muy vívida y detallada. Martin es un Robinson moderno y a pesar de ser consciente de la precariedad de su situación está seguro de que alguien vendrá a rescatarlo y como si de un ritual se tratara cada mañana se repite a sí mismo para infundirse ánimos: «Hoy seré rescatado». No desea abandonarse por lo que ocupa su tiempo con tareas productivas como construir un muñeco con piedras que pueda ser visto desde la lejanía,  en asegurar sus escasas reservas de agua y proveerse de alimentos. Con este fin, el de alejarse de todo salvajismo, decide dar nombres a las formaciones rocosas, a las charcas y a lo que lo rodea. Al fin y al cabo, la palabra es lo que nos distingue de las bestias. Su inhóspita isla deja así de ser una roca más en medio del océano Atlántico para convertirse en un pequeño enclave del mundo civilizado. El dolor, el frío, la sed y el hambre no son los peores enemigos de Martin, debe además hacer frente a su pasado, un pasado complicado. Los recuerdos irrumpen en cualquier momento y a veces la tentación de entregarse a ellos y encerrarse en sí mismo es demasiado fuerte. No se trata evidentemente de un libro de acción y lo poco que acontece, sucede principalmente en la mente del protagonista.

            La mitología está muy presente en los libros de Golding y Martin el náufrago no es una excepción. En esa desolada y fría roca Martin resulta ser una especie de Prometeo, el titán que es castigado a permanecer encadenado a una roca por Zeus tras haber sido engañado. En un momento dado de la novela el mismo Martin teniendo al mar y al cielo como testigos grita al viento que es Prometeo. Sin embargo, los pecados que debe expiar son mucho más terrenales porque la vida que ha llevado Martin no parece que haya sido ejemplar. En concreto su actitud con las mujeres a juzgar por algunas escenas rememoradas son francamente reprobables. Todo esto nos llega en confusas ráfagas alucinatorias que el lector debe reconstruir como puede sin el apoyo de un contexto. Hay que reconocer que no se trata de un libro fácil. Golding nos hace partícipes del flujo de pensamientos de Martin, que se van tornando cada vez más incomprensibles e incoherentes a medida que pasan los días y su mente se va desquiciando. La tercera persona que el autor utiliza como narrador parece estar dentro de la cabeza del protagonista, es un polizonte que participa de sus delirios y de sus privaciones. Los ojos de Martin son como dos cuevas en el cráneo desde las que todo es observado. Las imágenes que nos son descritas están enmarcadas por las cavidades que rodean a los ojos y a veces incluso vemos un bulto difuso que no es otra cosa que la nariz del protagonista. Gracias a esta argucia vemos lo mismo que Martin, experimentamos su dolor, sentimos su sed y hambre, pensamos sus pensamientos, recordamos sus recuerdos,... en definitiva nos convertimos en Martin. Todo esto requiere un gran dominio de las técnicas narrativas y de un traductor a la altura para que esto no se vea volatilizado en su traslación al castellano.

            Por desgracia la traductora, Clara Janés, que no es precisamente una desconocida, no lo está en esta ocasión. Su traducción es la mayoría de las veces literal y descuidada. Por ejemplo, cuando el protagonista no encuentra un apoyo suficiente con el pie para no caerse, dice no hallar un ¿fundamento seguro? en lugar de una base segura. Escribe bote U en lugar de submarino (U-boot de Unterseebot en alemán). En ocasiones las frases parecen gramaticalmente incompletas haciendo el texto incomprensible. No debe ser una tarea fácil traducir la prosa oscura y ambigua de Golding y aún más cuando sirve de vehículo para hacernos partícipes de la enajenación que sufre su protagonista, una lástima para los que no podemos leer la novela en inglés.

            Es por eso que no voy a recomendar la lectura de este magnífico libro, al menos hasta que vuelva ser traducido. No parece que vaya a ocurrir de momento (Golding no está de moda), a no ser que una de esas pequeñas editoriales que han ido surgiendo en los últimos años se decida a hacerlo. La novela cuenta con una trampa final, de la que prefiero no dar demasiados detalles para no arruinar la lectura, que justifica la inclusión de esta reseña en este blog dedicado principalmente a la ciencia-ficción y al género fantástico.

domingo, 14 de marzo de 2021

"Snow Crash" de Neal Stephenson

    

Portada de  “Snow Crash” de Neal Stephenson

            De todas las novelas escritas por Neal Stephenson Snow Crash (1992) debe ser la más asequible y entretenida. Desde luego su lectura resulta mucho menos desalentadora que La era del diamante (1995) y que la primera parte de Criptonomicon (1999) (no me he animado a leer el resto). Sin renunciar a su estilo y a su peculiar humor de alumno aventajado de último curso de ciencias, Stephenson ha escrito una novela de aventuras ligera, sin demasiada trascendencia, que ha logrado que me reconcilie en parte con él. Tanto es así que estoy considerando la posibilidad incluso a costa de poner en riesgo mi salud mental de leer Anatema (2008).

               En un principio Snow Crash iba a ser una novela gráfica, algo que se hace evidente desde las primeras líneas al ver la importancia que se concede a las imágenes, una imágenes de enorme poder visual, casi icónicas, que se quedan grabadas en la mente del lector como el estribillo pegadizo de una canción de éxito. ¿Cómo olvidarse de su protagonista Hiro Protagonist enfundado en su mono negro con almohadillas de armagel y su catana? ¿O de la quinceañera T.A (Tuya Afectísima) con su monopatín de inteliruedas y su visor RadiKS modelo Knight Vision lanzando su arpón entre el tráfico para dejarse remolcar por el coche más rápido? ¿O cómo olvidarse de las Criaturas Ratas, esos perros cibernéticos con motor nuclear? Un capítulo aparte lo constituyen los villanos de la novela, encabezados por Cuervo, un aleutiano enorme capaz de atravesar con sus cuchillos de punta de vidrio cualquier blindaje y que se pasea como si nada con una bomba nuclear en el sidecar. La novela está llena de personajes carismáticos como L. Bob Rife, señor del ancho de banda o el jefe de la mafia Tío Enzo, figuras dignas de cómic. Lo más curioso es que éste último pertenece al equipo de los buenos, de los que tratan de salvar al mundo del peligroso virus/droga llamado/a Snow Crash.

            Hay que tener en cuenta que el mundo en el que se desarrolla la novela es muy diferente del nuestro. Los Estados Unidos de América han parcelado su territorio y lo han vendido a diferentes organizaciones criminales y empresas de catadura diversa. En cada una de estas zonas rigen leyes distintas que han sido promulgadas por cada franquiciado y cada una con una policía propia que vela que se cumplan. Menos caótico se presenta el otro escenario en el que se desarrolla gran parte de la novela. Me refiero al «Metaverso», un mundo virtual en el que cada uno puede ser el que quiera siempre que tenga un hardware y un software suficientemente potente para ello. El «Metaverso» de Stephenson está muy lejos del caprichoso juego de psicodelia que imaginó William Gibson en su célebre Neuromante (1984) y que él llamara ciberespacio. Al contrario que Gibson, Stephenson conoce el territorio que pisa.

            Más controvertida resulta la teoría relacionada con la lengua que plantea Stephenson, que pretende establecer una relación entre el código máquina (instrucciones básicas con las que se programan los microprocesadores) y el lenguaje que hablaban los sumerios. La idea de que exista una especie de lengua elemental y universal que maneje nuestra mente es muy atractiva, aunque resulte algo traída por los pelos. En cualquier caso Stephenson se encarga de hacerla lo bastante creíble, y si con su «Metaverso» le daba un buen pescozón a William Gibson, con sus especulaciones sobre la glosolalia (capacidad sobrenatural de hablar lenguas) y los virus lingüísticos le da un sonoro sopapo a Samuel Delany, que en su novela Babel-17 (1966) quiso convencernos de que un lenguaje podía ser utilizado como arma.

            Pero Neal Stephenson no puede dejar de ser como es y a veces se enreda en explicaciones demasiado prolijas, como por ejemplo, cuando se explaya sobre los dioses sumerios y sobre  algunos mitos que comparten muchas religiones. Su locuacidad llega al extremo de alargar un chiste con evidente gracia hasta acabar por arruinarlo, como sucede con el capítulo que dedica por entero a explicar las recomendaciones que hace la oficina del gobierno federal a sus empleados para que consuman menos papel higiénico.

            Snow Crash es una novela de excesos, algo habitual en la literatura de acción y aún más  en el cine de acción: con unos malos malísimos, con unos buenos que son los mejores en lo que ellos saben hacer, con unas escenas de acción trepidantes, de una aparatosidad dignas de Hollywood y unos gadgets y unas armas para pasmarse. Aunque la novela no termina con una de esas revelaciones típicas de los folletines decimonónicos (que la saga de Star Wars ha adoptado como algo inherente a sus tramas) en las que se descubre alguna relación de parentesco inverosímil entre algunos de los personajes principales, sí lo hace con una coincidencia bastante improbable. En todo caso no se puede negar que estamos ante una novela muy entretenida, narrada a un ritmo cinematográfico, muy atractiva visualmente y con una trama que parte de una premisa de gran originalidad. Y si bien todo esto es cierto, hemos de reconocer también que no hay mucho más, pero tampoco todos los libros tienen que cambiarnos la vida forzosamente.