Blog ciencia-ficción

Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia ficción.

Universo de pocos

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martes, 26 de mayo de 2020

"El océano al final del camino” de Neil Gaiman

Portada de "El océano al final del camino”  de Neil Gaiman
            A veces los libros más fáciles de leer son los más difíciles de reseñar. Eso es lo que me ocurre con El océano al final del camino de Neil Gaiman. Tal vez sea porque se trata de una novela muy sencilla que llega directamente al corazón con un argumento mínimo en la que no suceden muchas cosas. Para explicarla hay que dejar a un lado la razón y dejarse llevar por las emociones, convertir luego esas sensaciones que el relato nos ha transmitido en palabras ya es más complicado, al fin y al cabo al autor le ha supuesto escribir todo el libro.

            Gaiman es un escritor de sobra conocido por todos, que empezó su carrera literaria como escritor de cómics, una carrera que iría ampliando con la escritura de novelas y de guiones para series de televisión. Mi primer contacto con él es de hace poco tiempo, a través de un libro de cuentos titulado Humos y espejos, una antología que contiene algunos relatos muy buenos junto a otros que se notan claramente de encargo. No debe ser su mejor libro, en cualquier caso me gustó su manera limpia de escribir y su particular modo de enfocar la fantasía. Hasta entonces lo había rehuido por considerar que su obra estaba dirigida a un público sobre todo infantil.

            Debo decir además, que soy un tanto puntilloso a la hora de escoger lecturas de género fantástico. Hay un cierto tipo de literatura fantástica de la que huyo como alma que lleva el diablo. Hay temas (siempre queda algún resquicio para las excepciones) que no dan más de sí como los vampiros, los dragones o los escenarios medievales con reyes, princesas y vasallos. Tampoco me gusta que los hechos sobrenaturales sucedan sólo cuando le conviene al autor, ex profeso para salir de un atolladero argumental. Lo que quiero decir es que huyo de relatos con embrujamientos, con magos y brujos omnipotentes en los que el conflicto se prolonga de manera artificiosa cuando al final todo podría resolverse con una varita mágica. Esto reduce bastante las posibilidades y me hace descartar grandes clásicos de la literatura fantástica que prefiero no mencionar. Pero ante todo busco que, por muy fantástica que sea la historia, tenga que ver con la realidad que vivimos, que no sea un mero ejercicio hueco de creatividad.

            Pues bien, precisamente muchos de estos elementos negativos que he mencionado antes son los que emplea Gaiman para escribir El océano al final del camino. En la novela todo parece suceder por antojo del autor, las luchas entre las fuerzas del bien y del mal a las que asistimos se rigen por leyes que Gaiman da la impresión de improvisar según su conveniencia. Y tampoco parece que haya un propósito claro para lo que sucede, un trasfondo alegórico que lo enlace con el presente, que como he dicho antes es por lo que me atrae la fantasía. Digamos que la novela tiene todo lo que me disgusta y, sin embargo, debo decir que funciona. ¿Y cómo es eso posible?

            El mundo fantástico en el que nos sumerge Gaiman no es un fin en sí mismo sino un sugerente vehículo con el que trasladarnos a la infancia y hacer que pensemos y sintamos como si fuéramos niños. En fin, que nos despojemos de la piel encallecida de adulto y creamos que esas cosas maravillosas y siniestras que imagina: polillas, pájaros del hambre, agujeros de gusano.., son posibles. Como decía al principio de esta reseña Gaiman aparta a un lado la razón y se emplea a fondo en despertar en nosotros esas emociones de nuestra niñez que habíamos olvidado, y además quiere que las sintamos con la intensidad de un niño. Es un poco como lo que hacía Bradbury en muchos de sus relatos, impregnados de una nostalgia a veces un tanto sentimental y llenos de esos iconos de la infancia norteamericana como son halloween, los porches al atardecer y las ferias ambulantes.            

            En El océano al final del camino no encontraremos porches ni ferias ambulantes pero si a una abuela entrañable que prepara las mejores tortitas a la plancha para desayunar, a una niña intrépida y mágica y a una niñera completamente detestable. Nos reencontraremos con el miedo a la oscuridad y a lo desconocido y nos encontraremos también, y eso resulta más inesperado en este tipo de relatos, con el recelo de un niño hacia su padre. Gaiman no parece echar de menos su infancia, lo que de verdad echa de menos es volver a sentir como cuando era niño. Al cerrar las últimas páginas de este no muy extenso libro uno no puede sino participar de ese mismo sentimiento.

viernes, 15 de mayo de 2020

"Regreso a Belzagor” de Robert Silverberg


Portada de "Regreso a Belzagor”  de Robert Silverberg            Con la pila bajo mínimos debido al confinamiento toca releer. Es algo que quería hacer de todos modos debido a que las novedades que llegan están en exceso subordinadas a los premios y por más que los blogs se rindan ante ellas a mí me resultan la mayoría de las veces decepcionantes. He escogido esta novela de Silverberg porque tengo la impresión de que en su día no la supe apreciar como merecía. Es posible que sus alusiones al cristianismo siendo yo un estudiante de ciencias me causaran rechazo o puede que echara de menos más acción. No lo recuerdo, en cualquier caso debo decir que su relectura ha supuesto para mí un enorme placer.
            Regreso a Belzagor es una especie de revisitación en clave de ciencia-ficción a El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. El confinamiento nos vuelve un poco locos a todos, así que he cogido mi viejo ejemplar de Alianza Editorial de la estantería, que me costó 250 pesetas, le he quitado el polvo y me he enfrascado en esas páginas de letra diminuta, a veces emborronada, en ese texto denso e intrincado como la selva que recorre Marlow en busca de Kurtz y creo que yo también he visto el horror, sí, el horror. O eso, o he cogido el coronavirus. Bueno, en resumen, que me he leído los dos libros de seguido con el propósito de escribir esta reseña.
            Llama la atención que los personajes de Regreso a Belzagor sean hombres y mujeres pertenecientes por completo a la época en que fue escrita la novela. Silverberg la publicó en 1969 y transcurre en un futuro lejano en que el hombre ha alcanzado otros planetas, sin embargo las motivaciones que les impulsan no se alejan demasiado de las nuestras. El autor no está interesado en este caso en predecir cómo será el hombre del futuro, lo que quiere es hablarnos del deseo del ser humano por trascender, de la culpa y del amor y lo hace desde la perspectiva de un escritor de los años sesenta. Sus protagonistas no son desde luego esos completos extraños que imagina Peter Watts en Visión ciega o esos individuos deshumanizados que protagonizan muchos de los relatos de Greg Egan. Es posible que a los jóvenes de hoy las preocupaciones de un escritor nacido en 1935 les resulten igual de chocantes y que temas como la expiación de la culpa o el pecado les parezcan algo del pasado. Más aún en un mundo como el nuestro en el que impera la iniquidad y en el que las mentiras de nuestros gobernantes elegidos democráticamente no tienen consecuencias.

             Los pecados en los que incurrió Gundersen, protagonista de la novela, en su primera visita  a Belzagor y de los que desea redimirse después de ocho años de ausencia palidecen frente a los cometidos por el Kurtz de El corazón de las tinieblas. Kurtz tampoco parece que tuviera la menor intención de expiarlos. El horror en el que cae y del que habla al final de la novela me recuerda a esa regresión al salvajismo que sufren muchos de los personajes de las novelas de Ballard. Esa selva oscura,sofocante, amenazadora y primigenia actúa como un catalizador sobre la mente de los que se internan en ella. Ballard utilizaría años después ese recurso en muchas de sus novelas catastrofistas, en las que una inundación o una sequía propician que los individuos retornen a la barbarie. El horror parece estar dentro de todos nosotros, sólo hay que darle la ocasión para que salga.

             Portada de la edición alemana de "Regreso a Belzagor" Volviendo al libro de Silverberg, en él también nos encontramos, y no por mera casualidad, con un personaje que se llama Kurtz. Se trata de un hombre sin escrúpulos ni inhibiciones que es condenado a su propio infierno, un trasunto claro del Kurtz original. En cambio Gundersen tiene poco que ver con el Marlow contradictorio de Conrad, alguien fascinado y repelido al mismo tiempo por la figura de Kurtz y con una actitud ante los nativos y la compañía que explota los recursos muchas veces de una irritante ambigüedad. Silverberg hace que su protagonista sea mucho más transparente, un hombre que en el pasado se vio cohibido por las convenciones sociales y que creyó como muchos otros que su cultura era superior, un hombre que siente que fue injusto con los seres oriundos de Belzagor y que ahora a su regreso desea ganarse su perdón. Parecidos físicamente a los elefantes, los nildores fueron utilizados en el pasado como bestias de carga. Son capaces de comunicarse con los humanos pero el hecho de carecer de tecnología, de tener un aspecto vulgar y de que se pasan el día pastando favoreció su menosprecio y maltrato. Cuando Gundersen al comienzo del libro regresa a Belzagor, el planeta está gobernado por los nildores, que ahora gozan del respeto de los pocos humanos que quedaron después de la descolonización. Además de los nildores existe en Belzagor otra especie inteligente, los sulidores, con un aspecto que se asemeja más al de los humanos. Son también bípedos, pero sus garras y sus tres metros de altura no los hacen especialmente entrañables. A pesar de sus notables diferencias los nildores son herbívoros mientras que los sulidores son carnívoros, ambas especies mantienen una sorprendente relación de concordia.

Portada de la edición inglesa de "Regreso a Belzagor"

             Gundersen emprende un viaje a la región de las Brumas para asistir a una ceremonia esencial a la que se someten los nildores. Se trata de un rito del que apenas se sabe nada y al que los nildores deben acudir en precisos momentos de su vida. La novela cuenta ese viaje, que no es sólo un sugestivo recorrido por la selva y por el macizo de Belzagor sino también un viaje introspectivo y al pasado. El mundo que nos ofrece Silverberg es deslumbrante, colmado de vida, de una vida pertinaz que puede resultar terrorífica por lo extraña que es; sin embargo es un mundo mucho menos amedrentador que el África de Conrad: un infierno que vuelve locos a todos los que se adentran en él. A lo largo del recorrido Silverberg nos ofrece imágenes inolvidables de la selva con su protagonista cabalgando sobre los nildores, que nos evocan de inmediato las aventuras de Edgar Rice Burroughs. Silverberg logra aunar la ciencia-ficción de paisajes exóticos de la época “pulp” con una ciencia-ficción intimista y de mayor ambición literaria.

            La conclusión de la novela (aquí se aleja por completo del libro de Conrad) me recuerda a otros libros de Silverberg como La faz de las aguas y en cierta manera también a Tiempo de cambios pero sobre todo me trae a la mente un conocido relato de George R. R. Martin titulado Una canción para Lya. En ese sentido la novela de Silverberg es un claro exponente de su tiempo. La comunión entre conciencias era entonces lo que ahora es la digitalización de la mente. El cielo al que aspiraban los hippies frente al deseo de evadirse a otras realidades de los “geeks” de la actualidad. Dos maneras de lograr en definitiva lo mismo: liberarse de la carne.

            Pocos autores de ciencia-ficción pueden presumir de una obra con tantas novelas memorables como Robert Silverberg. Lo curioso es que su brillante carrera, que obtuvo el respaldo de la crítica, no cosechó los premios que cabría esperar. A pesar de las numerosas ocasiones en que fue nominado no llegó a ganar nunca el Hugo a la mejor novela. Regreso a Belzagor es una novela imprescindible en la biblioteca de cualquier aficionado a la buena ciencia-ficción, un libro fascinante e intenso que no ha perdido vigencia.