Debo reconocer que no he sabido de la existencia de
este libro y de su autor hasta hace muy poco tiempo, algo sorprendente si
tenemos en cuenta que la novela data de 1974 y que fue incluso adaptada al
cine. La razón de mi ignorancia está en parte justificada, puesto que el libro
no fue publicado en nuestro país hasta hace relativamente pocos años, en
concreto en 2019. Su autor, el británico D. G. Compton, es un completo
desconocido en España, siendo La continua Katherine Mortenhoe el único
libro suyo que se ha traducido pese a haber escrito más de una decena de
novelas de ciencia ficción. Algunas de ellas como Synthajoy, en la que
se describe un futuro en el que los estados emocionales pueden ser grabados,
han suscitado comentarios muy elogiosos. Conocía, eso sí, la película que
se basó en el libro y que se tituló La muerte en directo. Dirigida
por Bertrand Tavernier y con un reparto estelar en el que cabe destacar a Rommy Schneider y Harvey Keitel entre los
protagonistas, Harry Dean Stanton y Max von Sydow en papeles secundarios,
cuando la vi no supe apreciarla como es debido interesado como estaba entonces
por un cine más espectacular y porque era demasiado joven para que la muerte
fuera a preocuparme.
La novela entre otras cosas es una crítica
implacable a los medios de comunicación. Ya se sabe la audiencia lo es todo y
como sucede en política todo vale para medrar. Cuando Compton la escribió, la
idea de filmar en directo la muerte de una persona podía parecer algo bastante
inverosímil pero pasados cincuenta años ya no lo es tanto acostumbrados como
estamos a que se emitan por televisión todo tipo de realities a cuál más
execrable y que a través de las redes sociales la gente propague inimaginables
miserias propias y ajenas. Leída hoy el mensaje de la novela ha perdido por
tanto algo de fuerza y su impacto sobre el lector no es el mismo que el que
pudo tener entonces. Lo que queda es un retrato concienzudo de una serie de
personajes que por otra parte no derrochan simpatía lo que, añadido a cierta
morosidad en la trama, hace que cueste entrar en la novela. Afortunadamente los
dos protagonistas evolucionan a medida que se van conociendo y se desprenden a
su vez de la capa de cinismo que los envuelve hasta dejar asomar al ser humano
que hay debajo. A partir de entonces el libro gana en interés hasta llegar a un
final vibrante y pleno de dramatismo.
La novela comienza con una inesperada y brutal
noticia para Katherine Mortenhoe, le restan un máximo de cuatro semanas de
vida. Su médico le anuncia que padece una extraña y novedosa enfermedad causada
por una sobreexposición a la información que provoca la destrucción de las
terminaciones neuronales. Todo ello queda agravado por su reticencia a aceptar
la realidad psicológica. Se trata como puede verse de una idea muy dickiana y
llena de excitantes implicaciones, de plena actualidad en estos tiempos en el
que las noticias, la publicidad y las redes sociales no descansan en su asedio.
La muerte, en ese futuro en el que transcurre la historia, se ha convertido en
algo infrecuente y despierta por tanto una enorme curiosidad, algo que Vince,
un importante productor de televisión sin escrúpulos, no puede desaprovechar.
Para ello cuenta con una baza importante, su reportero estrella se ha
implantado unos ojos artificiales con los que podrá grabar los últimos días de
Katherine sin interferir en su día a día.
El futuro que imagina Compton no es muy diferente a
nuestro presente, por ejemplo las diferencias sociales persisten. En un extremo
están los marginales, desarropados sin hogar que malviven gracias a la
beneficencia y de la que el resto rehuye como si fueran unos apestados; y en el
otro los más ricos que se afanan en encontrar cualquier cosa que los saque de
la insufrible abulia que los embarga. Las protestas en las calles se han
convertido en una molestia habitual pero la mayoría parece acomodada en la apatía
que le proporciona una vida sin graves contratiempos y busca las emociones en
las pantallas de televisión.
Contada en primera persona la novela alterna entre
el punto de vista de Katherine y el de Roody, el reportero. Es una novela muy
atípica dentro de la ciencia ficción de la época por la importancia que se le
concede a los personajes y por una calidad literaria superior a la media aunque
en ocasiones el autor puede llegar a pecar de cierta pedantería. En su tercio
final la novela se transforma en una historia de carretera o «road novel» como
se diría en inglés, que siempre suena más moderno y menos paleto. Por todo ello
La continua Katherine Mortenhoe es una novela a tener en cuenta, sin
llegar a ser un clásico ha sido olvidada y creo que merece la pena recuperar este relato
cruel y mordaz de lo que es el ser humano, capaz incluso de convertir el dolor
y de la muerte en espectáculo.