Pues al final no me ha estallado la
cabeza. Y eso que estuve considerando seriamente comprarme un casco antes de
ponerme con este libro. A mí no me habría servido de nada, pero al menos los
que están a mi lado, pobres víctimas que sin comérselo ni bebérselo recibirían
una lluvia de partículas poco agradables, quedarían resguardados. Todavía sigo
encontrando vidrios de un vaso que se me rompió hace un mes en la cocina,
figuraos que fueran trozos de cerebro originados por unos de estos estallidos
espontáneos. He de confesar que por ahorrarme el dinerillo corrí el riesgo y lo
leí sin casco. Lo sé, soy un insensato.
Supongo que algunos lectores poco
curtidos quedaron descabezados de inmediato al vérselas con la singular
estructura del libro. Los gigantes dormidos no está escrito a la manera
de una novela convencional sino que se compone, si exceptuamos el prólogo, de
diferentes archivos o expedientes cuya procedencia no se llega a explicar. Los
documentos son mayoritariamente diálogos y entrevistas que tienen lugar entre
un individuo misterioso y diferentes personajes. También contiene extractos de
los diarios de estos mismos personajes, pero la obra se sustenta
fundamentalmente en los diálogos y carece de descripciones. Gracias a que no es
la primera vez que me encuentro con algo así, no hace mucho me leí El
imperio de Yegorov, que lleva esto hasta sus últimas consecuencias, es
posible que haya conservado intacta mi cabeza. Así que desde aquí le doy las
gracias a Manuel Moyano por evitarme ese mal trago.
Puede que las primeras cabezas
explotaran en el capítulo inicial, en el que se cuenta como la niña Rose
Franklin mientras pedaleaba con su bicicleta cae en un hoyo y descubre una mano
gigante enterrada, una elegante mano de más de 6 metros confeccionada con una
dureza incompatible con su ligereza, lo que hace pensar que tiene un origen
extraterrestre. Puede que otras muchas cabezas cayeran unos capítulos más
adelante, cuando el misterioso entrevistador, al cabo de varios años
junto a una Rose Franklin convertida en una científica
eminente, organiza un equipo para buscar las restantes piezas de lo que se
supone es un robot gigante. Yo logré llegar hasta aquí con la cabeza intacta y
eso a pesar del evidente interés que logró despertar en mí Neuvel. Tal vez el
infausto recuerdo que dejó en mí la serie de televisión Mazinger Z, en la que
también encuentran unos autómatas gigantes procedentes de una antigua
civilización, me haya servido de antídoto. Así que aprovecho para dar también
las gracias a los creadores de Mazinger Z.
A lo largo de la novela van
apareciendo más piezas, un tórax, una pierna.., que se parecen demasiado a
partes del cuerpo humano. Habrá que dejar a Neuvel que explique en las
sucesivas novelas de la trilogía esta asombrosa coincidencia. En las viejas
novelas de ciencia-ficción no era sorprendente que aparecieran marcianos con
rasgos físicos idénticos al de los humanos, pero esto hoy en día sería imperdonable
en una obra que pretende ser seria. Llegados a este punto comprendí que no iba
ser con esta novela con la que estallara mi cabeza.
Los gigantes dormidos es ante
todo un eficaz thriller que cuesta dejar de leer. Neuvel maneja con pericia los
diálogos, sabe cuando conviene una elipsis, ha meditado muy bien los giros narrativos y gracias a todo esto logra
crear una notable intriga. Sin lugar a dudas se trata de una obra muy
entretenida, pero creo que mi cabeza no ha peligrado en ningún momento. Y es que
lo siento, pero todo esto de los robots gigantes e invencibles no me lo puedo
tomar demasiado en serio. No es más que literatura “pulp”, con unas vestiduras
más modernas y molonas, pero “pulp” al fin y al cabo. El momento en que más
peligró mi cabeza, y no porque fuera a estallar sino por los golpes que estuve
a punto de darme contra la pared, fue al llegar al inesperado final del libro
con el que el autor se propone engatusarnos para que leamos la segunda parte.
Así que, recomiendo a los que tienen cierta propensión a que les estalle la
cabeza que se provean bien de recambios para las sucesivas entregas que vayan
viniendo.
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