Brodis, nau me toca hacer ki la reseña de Las visiones
de Edmundo Paz Soldán. Mas no tengo el bodi para ello. ¿Y si me tomo unos swits
antes? Me los echo en la boca uno, dos, tres. Yastá. No es fácil hablar de los
irisanos, de los kreols o de los pieloscuras, mas que nada porque no tengo
foking idea de quiénes son, tú. Wuf, wuf, wuf. Y antes prefiero desencarnarme o
encomendarme a Xlött o Malacosa que releer este libro. Yastá, yastá. Lo he
dicho. Plis, pedidme lo que queráis, mas no eso. Plis.
No me he vuelto loco ni tampoco me he puesto ciego de
swits o de otras sustancias alucinógenas como las que abundan en este libro,
esto es sólo para que se hagan una idea de la curiosa lengua en el que están escritos los relatos
que componen Las visiones. El resultado es una mezcla de castellano, del
que graciosamente se contraen algunas palabras, de inglés e incluso de
alguna palabra en alemán como “Geld”.
Sin llegar a la complicación de Dudo errante de Russell Hoban o de El
Artefakto de Iain M. Banks, (he de reconocer que lo que leí fueron las
traducciones), este lenguaje por ingenuo y pueril que pueda parecer no facilita
en absoluto la lectura de Las visiones. Aún así y a mi modo de ver éste
no es el mayor obstáculo con el que se tiene que enfrentar el lector. Paz Soldán
tiene cierta tendencia a cambiar el foco de atención en un relato que a lo
mejor no supera las diez páginas tres o cuatro veces, de manera que uno no sabe
muy bien adónde pretende dirigirnos. La experiencia se asemeja a viajar en la
parte de atrás de una camioneta sin asientos, sin nada a lo que asirse y dando
bandazos de un lado a otro.
Estos relatos se sitúan en el mismo mundo creado por Paz
Soldán en su novela Iris, aunque se supone que pueden entenderse por
separado. Yo, que no la he leído, no he logrado hacerme una idea clara de lo
que sucede. Al cerrar el libro lo único que me queda claro es que hubo una
guerra nuclear en el pasado, pero sigo sin saber quiénes son los kreols, ni los
irisanos, ni dónde demonios se sitúa la acción. Se describe un mundo de
guerrillas, de traficantes, de militares que abusan de su autoridad y jueces y
dirigentes que prefieren jugar a Clausewitz antes que poner orden, todo ello
recuerda mucho a lo que viene sucediendo en muchos países de Sudamérica en la
actualidad. Una realidad ya de por sí cruel y turbulenta, que no necesita ser
enfatizada mediante la ciencia-ficción. Los pocos relatos que me han gustado
son los que tienen menos relación con el mundo de Iris. Los pájaros arcoirís
es un buen relato sobre la manipulación y la idealización de un líder. Artificial
parte de una buena idea, por desgracia el autor no consigue un final a su
altura. Anja es un relato de horror clásico que gana sobre todo gracias
al contraste entre las cosas terribles que se cuentan y la ingenuidad del
lenguaje utilizado por Paz Soldán. Luk también tiene cierto interés por
la contradicción entre el deber y el horror que supone afrontarlo. Las
visiones es un relato muy poco original sobre los remordimientos de un
juez... Del resto de relatos algunos aburren más que otros y se entienden o no,
pero ninguno de ellos me ha llamado la atención.
Los experimentos
narrativos que se llevaron a cabo alrededor de los años 70 en la ciencia ficción
tipo A cabeza descalza de Brian W. Aldiss me dan ahora mismo mucha
pereza. Eran obras en las que se pretendía plasmar también en la escritura las
experiencias psíquicas provocadas por las drogas alucinógenas. Algo parecido a
lo que hace Paz Soldán en muchos de estos relatos, aunque
sin el valor añadido que puede suponer la novedad y la originalidad con los que contaba Aldiss. El autor no nos lo
pone nada fácil y la lectura de un relato como Dragón, de sólo unas doce
páginas, se convierte en una verdadera tortura, un esfuerzo que según mi punto
de vista no merece la pena acometer. Tal vez esté siendo injusto con Las
Visiones y mi problema estribe en no haber leído antes Iris para
considerarla una obra maestra; en cualquier caso, es algo que por el momento no
tengo intención de comprobar.
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