El largo mañana
de Leigh Brackett es uno de esos clásicos de la ciencia ficción que
inexplicablemente había quedado sin publicar en nuestro país. Han tenido que
pasar más de 60 años para que La Hermandad del Enmascarado, asociación
especializada en literatura pulp y que edita la revista Barsoom, la haya
rescatado para el público español. Este olvido llama aún más la atención si
tenemos en cuenta que su autora, Leigh Brackett, era una conocida guionista de
grandes películas de Howard Hawks como El sueño eterno, Río Bravo o El Dorado. En los últimos
años se han ido recuperando algunas obras escritas por mujeres como Marge
Piercy (Mujer al borde del tiempo), Octavia Butler (La parábola del sembrador, La parábola de los talentos, Trilogía Xenogénesis),
Joanna Russ (El hombre hembra) o por la más que conocida Ursula K.
Leguin, sin embargo El largo mañana, quizás por tratarse de una novela
en la que las mujeres no tienen un papel demasiado relevante ni pretende
reivindicar el feminismo ha seguido relegada al olvido hasta ahora.
Y es una lástima, porque se trata de una novela que
a pesar de los años transcurridos no ha quedado anticuada como otras más
conocidas. Seguramente porque Brackett, al contrario de lo que en esa época hacían
la mayoría de sus colegas, no pone a sus personajes al servicio de la trama,
forman parte de la historia y no son un mero instrumento que se pliega a la
conveniencia del autor. Cada uno tiene una personalidad definida que permite
distinguirlo de los demás. Son además de
carne y hueso, lo que favorece que nos metamos en su piel y esto es algo que a
mí me resulta fundamental como lector. Brackett crea además un escenario y un
contexto social totalmente plausible lleno de detalles que lo hacen real.
La novela nos traslada a unos Estados Unidos en el
que tras una guerra nuclear las grandes ciudades han quedado destruidas por
completo. Años después la nación ha logrado en parte recuperarse, la gente se
ha trasladado a los pueblos (las ciudades están prohibidas por miedo a que la
historia vuelva a repetirse) donde llevan una vida modesta con lo que obtienen
del campo y con lo que compran a los vendedores ambulantes. Se trata de una
sociedad muy conservadora, que se rige por la Biblia y que reniega de la
tecnología, que es considerada un instrumento del diablo. Len y Esau son dos
adolescentes que viven en un apacible pueblo sometidos a la severa disciplina
de sus padres, miembros como el resto de los habitantes de los nuevos
menonitas. La abuela, que conoció el mundo antes del gran desastre, les habla
chocheando en ocasiones de las maravillas que podían encontrarse en las
antiguas ciudades. Los chicos además han oído
rumores sobre un lugar prohibido llamado Bartorstown que parece reunir
todo lo malo del pasado. Como jóvenes que son, y por tanto con cierta querencia
por hacer lo contrario de lo que les dicen los mayores, quieren averiguar más
sobre cómo se vivía antes de que estallara la guerra. Asisten horrorizados al
linchamiento de un hombre acusado de venir de Bartorstown y el hecho de ver con
sus propios ojos lo que el fanatismo es capaz de hacer aviva aún más sus
fuertes deseos de conocer que hay tras ese lugar llamado Bartorstown.
El largo mañana
hace suyos elementos que casi de inmediato relacionamos con las películas clásicas
del oeste. Sus páginas nos darán la ocasión de reencontrarnos con el viejo
patriarca que rige los designios del pueblo, con las masas enfervorizadas que
pretenden tomarse la justicia por su mano, con las extensas y fotogénicas
llanuras del Lejano Oeste o con el fragor de los barcos de vapor que surcan los
caudalosos ríos de Norteamérica. La disyuntiva que se plantea en la novela
entre progreso e inmovilismo ha sido abordada también en algunas películas del
género como en Río Rojo de Howard Hawks, en Dodge, ciudad sin ley de
Michael Curtiz y en muchas otras en las que los ganaderos se oponen a la
llegada del ferrocarril. En la novela de Brackett el enfrentamiento se produce
en concreto entre quienes defienden la ciencia y los que se dejan arrastrar por
el fanatismo religioso. Esto no quiere decir que la novela arremeta contra la
religión, enseguida se hace evidente que
incluso los personajes que más condenan el fanatismo religioso van también a
misa con asiduidad y se casan por la iglesia. Quizás sea en esto en lo que más
se le notan los años a la novela, en la manera en que sus personajes se
comportan, igual que lo harían los protagonistas de esas viejas películas.
Si bien el relato se postula a favor del progreso y
de la ciencia, no lo hace sin mostrar también algunas reservas. Se trata de
dudas que la autora pone en boca de su personaje principal, Len, un chico en
extremo reflexivo que antes de tomar una decisión importante tiene que rumiarla
durante días. Cuando comprende lo que implica el progreso y ve la capacidad de
destrucción que tiene la ciencia queda espantado y surgen las dudas. La guerra
fría y el miedo a la guerra nuclear
estaban muy presentes en los años en los que se publicó la novela. Por
desgracia este peligro sigue presente
hoy en día, no parece que a lo largo de estos sesenta años hayamos progresado
mucho en este sentido.
Llama también la atención que, al contrario de lo
que suelen reclamar la gran mayoría de aficionados a la ciencia ficción, la
novela avance sin excesiva prisa, una consecuencia de lo que he mencionado
antes, el tiempo que se toma en caracterizar a los personajes, en mostrar sus
motivaciones y también en construir el contexto. Sin duda es una obra más
literaria de lo esperado pero a la traducción le ha faltado alguna que otra
revisión para poder disfrutar de ello.
¿Qué más puedo
decir? Recomendarla sin duda. El largo mañana es una novela de
crecimiento, un western y además ciencia ficción. ¿Qué más se puede pedir?
El libro que contiene esta novela y que han titulado
Después del fin contiene otro relato postapocalíptico, La ciudadela
de las edades perdidas, más cercano a lo que solía escribir Brackett, más
aventurero, más pulp pero también con menos interés.
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