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martes, 16 de julio de 2024

"El largo mañana" de Leigh Brackett

        

Portada de "El largo mañana" de Leigh Brackett

El largo mañana de Leigh Brackett es uno de esos clásicos de la ciencia ficción que inexplicablemente había quedado sin publicar en nuestro país. Han tenido que pasar más de 60 años para que La Hermandad del Enmascarado, asociación especializada en literatura pulp y que edita la revista Barsoom, la haya rescatado para el público español. Este olvido llama aún más la atención si tenemos en cuenta que su autora, Leigh Brackett, era una conocida guionista de grandes películas de Howard Hawks como El sueño eterno,  Río Bravo o El Dorado. En los últimos años se han ido recuperando algunas obras escritas por mujeres como Marge Piercy (Mujer al borde del tiempo), Octavia Butler (La parábola del sembrador, La parábola de los talentos, Trilogía Xenogénesis), Joanna Russ (El hombre hembra) o por la más que conocida Ursula K. Leguin, sin embargo El largo mañana, quizás por tratarse de una novela en la que las mujeres no tienen un papel demasiado relevante ni pretende reivindicar el feminismo ha seguido relegada al olvido hasta ahora.

Y es una lástima, porque se trata de una novela que a pesar de los años transcurridos no ha quedado anticuada como otras más conocidas. Seguramente porque Brackett, al contrario de lo que en esa época hacían la mayoría de sus colegas, no pone a sus personajes al servicio de la trama, forman parte de la historia y no son un mero instrumento que se pliega a la conveniencia del autor. Cada uno tiene una personalidad definida que permite distinguirlo de los demás.  Son además de carne y hueso, lo que favorece que nos metamos en su piel y esto es algo que a mí me resulta fundamental como lector. Brackett crea además un escenario y un contexto social totalmente plausible lleno de detalles que lo hacen real.

La novela nos traslada a unos Estados Unidos en el que tras una guerra nuclear las grandes ciudades han quedado destruidas por completo. Años después la nación ha logrado en parte recuperarse, la gente se ha trasladado a los pueblos (las ciudades están prohibidas por miedo a que la historia vuelva a repetirse) donde llevan una vida modesta con lo que obtienen del campo y con lo que compran a los vendedores ambulantes. Se trata de una sociedad muy conservadora, que se rige por la Biblia y que reniega de la tecnología, que es considerada un instrumento del diablo. Len y Esau son dos adolescentes que viven en un apacible pueblo sometidos a la severa disciplina de sus padres, miembros como el resto de los habitantes de los nuevos menonitas. La abuela, que conoció el mundo antes del gran desastre, les habla chocheando en ocasiones de las maravillas que podían encontrarse en las antiguas ciudades. Los chicos además han oído  rumores sobre un lugar prohibido llamado Bartorstown que parece reunir todo lo malo del pasado. Como jóvenes que son, y por tanto con cierta querencia por hacer lo contrario de lo que les dicen los mayores, quieren averiguar más sobre cómo se vivía antes de que estallara la guerra. Asisten horrorizados al linchamiento de un hombre acusado de venir de Bartorstown y el hecho de ver con sus propios ojos lo que el fanatismo es capaz de hacer aviva aún más sus fuertes deseos de conocer que hay tras ese lugar llamado Bartorstown.

El largo mañana hace suyos elementos que casi de inmediato relacionamos con las películas clásicas del oeste. Sus páginas nos darán la ocasión de reencontrarnos con el viejo patriarca que rige los designios del pueblo, con las masas enfervorizadas que pretenden tomarse la justicia por su mano, con las extensas y fotogénicas llanuras del Lejano Oeste o con el fragor de los barcos de vapor que surcan los caudalosos ríos de Norteamérica. La disyuntiva que se plantea en la novela entre progreso e inmovilismo ha sido abordada también en algunas películas del género como en Río Rojo de Howard Hawks, en Dodge, ciudad sin ley de Michael Curtiz y en muchas otras en las que los ganaderos se oponen a la llegada del ferrocarril. En la novela de Brackett el enfrentamiento se produce en concreto entre quienes defienden la ciencia y los que se dejan arrastrar por el fanatismo religioso. Esto no quiere decir que la novela arremeta contra la religión, enseguida se hace evidente  que incluso los personajes que más condenan el fanatismo religioso van también a misa con asiduidad y se casan por la iglesia. Quizás sea en esto en lo que más se le notan los años a la novela, en la manera en que sus personajes se comportan, igual que lo harían los protagonistas de esas viejas películas.

Si bien el relato se postula a favor del progreso y de la ciencia, no lo hace sin mostrar también algunas reservas. Se trata de dudas que la autora pone en boca de su personaje principal, Len, un chico en extremo reflexivo que antes de tomar una decisión importante tiene que rumiarla durante días. Cuando comprende lo que implica el progreso y ve la capacidad de destrucción que tiene la ciencia queda espantado y surgen las dudas. La guerra fría y el miedo a  la guerra nuclear estaban muy presentes en los años en los que se publicó la novela. Por desgracia  este peligro sigue presente hoy en día, no parece que a lo largo de estos sesenta años hayamos progresado mucho en este sentido.

Llama también la atención que, al contrario de lo que suelen reclamar la gran mayoría de aficionados a la ciencia ficción, la novela avance sin excesiva prisa, una consecuencia de lo que he mencionado antes, el tiempo que se toma en caracterizar a los personajes, en mostrar sus motivaciones y también en construir el contexto. Sin duda es una obra más literaria de lo esperado pero a la traducción le ha faltado alguna que otra revisión para poder disfrutar de ello.

¿Qué más puedo decir? Recomendarla sin duda. El largo mañana es una novela de crecimiento, un western y además ciencia ficción. ¿Qué más se puede pedir?

El libro que contiene esta novela y que han titulado Después del fin contiene otro relato postapocalíptico, La ciudadela de las edades perdidas, más cercano a lo que solía escribir Brackett, más aventurero, más pulp pero también con menos  interés.

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