Las huellas del sol fue la última incursión de Walter Tevis en la novela de ciencia ficción, lo que sólo por esa razón la convierte en algo especial. No fue su último libro, antes de morir escribió dos novelas más fuera del género, Gambito de dama y El color del dinero. Estamos ante una novela mucho más ligera que las que había escrito hasta ahora, con un Tevis que se muestra mucho menos taciturno que en otras ocasiones, más lúdico y desenvuelto pero por otra parte también menos atinado.
El libro narra las aventuras de un multimillonario
norteamericano llamado Ben Benson que viaja al espacio con el pretexto de
encontrar uranio, material imprescindible que se ha agotado en una Tierra en la
que es cada vez más difícil obtener energía. En esta expedición que emprende
hay además un claro propósito de huir, de aislarse del mundo y de búsqueda de
algo más. Se trata de una huida de la realidad muy similar a la que pretenden
los que consumen drogas. El alcohol y las drogas están presentes en Las
huellas del sol al igual que en otras novelas del autor aunque con
resultados menos trágicos. La adicción es un tema recurrente en la obra de
Tevis.
Ben es el centro de la novela, toda la historia gira a su alrededor de manera que el que la novela guste o interese depende en gran medida de que guste o interese dicho personaje. No puede decirse que sea un dechado de virtudes, más bien al contrario es un tipo egoísta, acostumbrado a dar órdenes, lascivo, en ocasiones presuntuoso y que se cree el centro del universo. A pesar de todos esos defectos es apreciado por los que trabajan con él, no está falto de compasión y como sus padres siempre lo desdeñaron necesita desesperadamente el reconocimiento de los demás. Podría decirse que es un compendio de muchos de los personajes de las novelas de Tevis. Como Spofforth, el robot de Sinsonte, Ben se cree irremplazable y al igual que a Thomas Jerome Newton, el extraterrestre de El hombre que cayó en la Tierra, ha logrado acaparar una riqueza enorme gracias al éxito de sus negocios. Sin embargo, todo ese dinero y ese poder que ha conseguido no le bastan, no le sirven para alcanzar la paz, lo que le induce como al extraterrestre a buscarla en el alcohol pero también en la morfina.
«Lo único que hago es ganar dinero y perseguir mujeres. Y viajar. “¡No he hecho nada en mi vida!”, diré en esa suite, retorciéndome en la cocina con el último estertor; y luego caeré muerto sobre la trucha ahumada.»
Tevis convierte la travesía por el espacio en una
suerte de viaje onírico en el que se hacen realidad los deseos más codiciados
de Ben. Los mundos que descubre parecen colocados a propósito para él, en ellos
no sólo encontrará la serenidad y el bienestar que estaba buscando y que la
morfina sólo en parte lograba proporcionarle sino también la solución a los
problemas urgentes de la humanidad.
En la novela no cesan de suceder cosas, Ben no sólo
cruza el universo de un lado a otro sino
que también navega de EE.UU a China. Entretanto rememora escenas de su infancia
solitaria, de su matrimonio fracasado, de su vida con Isabel a la que ama pero
con la que no puede convivir, y se lamenta de su impotencia. Es un libro muy
entretenido, contiene escenas muy divertidas, momentos imbuidos de ese
fatalismo propio del autor pero hay también episodios prescindibles. Mientras se van pasando las páginas
la sensación que se tiene es la de navegar en un barco sin rumbo, la de ir de
un lado a otro, la de ser arrastrado por la corriente sin saber en ningún
momento adónde nos va a llevar. La parte final, que sucede en China, es en la
que el autor desbarra más; en concreto todo lo que involucra a Tórtola Soong,
una mujer importante dentro del gobierno chino, se encuentra entre lo más flojo
de la novela.
Con todo el libro contiene momentos memorables e imágenes
que se quedan grabadas en la retina, imágenes como la de la ciudad de Nueva con
los pisos superiores de sus rascacielos abandonados (los ascensores no
funcionan por falta de energía), la de un mundo que ha vuelto a explotar el
carbón o la del planeta en el que crece una hierba cantarina. La hermosa escena
final con la que concluye la novela, una arrebatada declaración de amor a la
ciudad de Nueva York, logra en gran medida que nos olvidemos de los errores de
la última parte.