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Universo de pocos

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martes, 24 de noviembre de 2020

"El Muro" de John Lanchester

       

           Norman Spinrad llegó a decir que ciencia-ficción es todo lo que se publica bajo el epígrafe de ciencia-ficción. Da la impresión de que muchos se han tomado esta definición, que  no vino a ser más que una provocación, bastante más en serio de lo que cabría suponer a la vista de cómo ignoran todo lo que se publica fuera de las colecciones de género. Las webs especializadas se vuelcan, salvo excepciones, en las mismas novelas y en los mismos autores de moda. Lo cierto es que no he logrado encontrar una sola reseña en webs especializadas en ciencia-ficción de la novela de John Lanchester.

            El Muro comienza como una distopía del montón para dar paso después de manera brusca a un relato de tintes apocalípticos. No puede decirse que su punto de partida destaque por su originalidad ni tampoco por la perspicacia de la metáfora que encierra, tan obvia que ni siquiera parece una metáfora. Y es que todo resulta tan evidente... y no obstante, es difícil interrumpir la lectura del libro. Tal vez la razón de no poder dejarlo resida precisamente en esa falta de ambigüedad o en esa manifiesta apuesta por la transparencia: tiene que haber algo más – nos decimos–, no es posible que alguien se haya decidido a escribir un libro de casi trescientas páginas con un mensaje tan poco elaborado, y seguimos pasando página tras otra. Al final, casi sin darnos cuenta, las peripecias por las que pasan los protagonistas empiezan a importarnos y sus desgracias se convierten también en las nuestras. Cualquier novela puede leerse de dos maneras al menos, atendiendo a su contenido más racional o dejándose llevar por las emociones que despiertan en nosotros. El Muro sale mucho mejor parado si lo hacemos de la segunda manera.

            Pero contemos algo sobre su argumento. Kavanagh, como muchos otros, debe marchar de la casa en la que vive con sus padres para realizar su servicio de vigilancia de dos años en el Muro. Es un deber ineludible para todos los que no son «reproductores». Construido en hormigón, el Muro tiene aproximadamente unos diez mil kilómetros de largo y rodea por completo el país para impedir que, tras el Cambio que se produjo hace años, los Otros puedan entrar. Lanchester no da demasiados detalles sobre el Cambio, aunque se intuye que se trata de un acontecimiento trascendental que cambió el mundo para siempre y que de alguna manera está relacionado con la subida del nivel del mar. La generación de Kavanagh culpa a sus padres de lo sucedido, por lo que las relaciones con ellos no son demasiado buenas. En el contexto actual de refugiados y de alarma por el cambio climático no se puede decir que la premisa sea en exceso alambicada. La primera parte de la novela es la menos interesante de las tres en las que está dividido el libro, sobre todo por la machaconería con la que el autor explica el tedio que suponen las doce horas que dura cada turno de vigilancia, tedio que acaba por contagiarse al lector. Por otro lado es de agradecer que se nos eviten los tormentos y ultrajes habituales por los que suelen pasar los reclutas durante el período de instrucción, cosa que ocurre en la mayoría de novelas y películas de ambiente militar. Los defensores del Muro en ese sentido son unos afortunados y su vida no se aleja mucho de lo que era la «mili». No os asustéis, no es necesario que corráis despavoridos con las manos en los oídos, prometo no contar mi «mili». Lo que quiero decir es que no ocurre nada extraordinario a excepción del frío y el aburrimiento que experimentan. Si no fuera por el temor a ser atacados se diría que la vida que llevan es bastante cómoda y tranquila.

            Los Otros son vistos con miedo por los defensores, no sólo por la amenaza directa que supone que ataquen sino también por las graves consecuencias que se derivan para los que están de guardia si no logran impedir que crucen al otro lado del muro. Los Otros carecen de etnia y religión, son entes abstractos que cuando se hacen reales no parecen diferenciarse de los demás. Lo único que los distingue es que proceden del otro lado del Muro, sin embargo, su presencia parece perturbar de alguna manera a los demás y suscitar un sentimiento de ¿culpabilidad?, ¿de embarazo?  El autor se cuida mucho de dotarlos de rasgos  concretos que puedan levantar la sospecha de racismo o discriminación. Nos quiere hacer reflexionar sobre nuestro miedo al otro, pero quiere hacerlo con el concepto desnudo, despojándolo de tintes racistas o nacionalistas. El muro de Lanchester no es sólo físico como averiguamos al final.

            Contado en primera persona, el libro está escrito con sencillez, como corresponde a la personalidad del protagonista, pero lamentablemente los pocos alardes que se permite Lanchester son echados a perder por una traducción que habría requerido mayor atención. En un momento dado el autor hace un juego de palabras con el término en inglés «concrete», que puede significar hormigón pero también específico o concreto. El autor aprovecha algo llamado poesía concreta para describir lo que se ve desde el muro y juega con los dos significados de «concrete». En la traducción se opta por lo más fácil y se traduce siempre por «concreto» lo que convierte la lectura en algo enojoso, por si fuera poco logra además que las connotaciones que conlleva la palabra hormigón como son el frío, el gris y la monotonía se pierdan. Tampoco se luce la traductora con la palabra «briefing» que ni siquiera es recogida por la RAE cuando podía haberla traducido por reunión informativa.

            Las imágenes finales del libro me traen a la mente la película Waterworld, eso sí algo menos estilizadas y más realistas que las que vimos en la gran pantalla. Es sin duda alguna lo mejor del libro y lo que explica las buenas críticas que ha obtenido. La conclusión es elegante pero es más que probable que a muchos les parezca una hábil argucia con la que eludir un verdadero final.

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