
Dicho esto, leí los primeros capítulos de Justicia auxiliar esforzándome lo más que pude en ver lo positivo. Sin perder el ánimo a pesar de lo poco que ayudaba la redundante prosa de la autora, fui dejando atrás soporíferos capítulos hasta que por fin la trama logra animarse. Antes he tenido que sufrir tediosos diálogos, con las protagonistas arqueando las cejas, frunciendo el ceño, esbozando sonrisas, corroborando o asintiendo mientras se atiborran de té. Sin embargo todo es un espejismo, tras unos pocos capítulos emocionantes la autora vuelve con sus aburridos y reiterativos dilemas y las insulsas costumbres del Radch (nombre del imperio en el que se desarrolla la novela). Aunque la historia ocurre en un futuro lejano con deslumbrantes naves espaciales, poderosas inteligencias artificiales y extraordinarios avances tecnológicos los personajes se comportan como si hubiéramos retrocedido a la época victoriana. Los numerosos mundos que han conquistado y todos los progresos alcanzados sólo han servido para que la gente continúe adorando a dioses a los que les sobran brazos (Amaat) y haya olvidado distinguir entre los diferentes sexos. Sí, porque el lenguaje de los Radchar no hace distinción de géneros, de manera que todo está narrado como si todos los personajes fueran femeninos. Parece un capricho de Leckie que no tiene mayor trascendencia en la obra.
Uno de los pocos aciertos de la autora es haber concebido una protagonista compuesta por varios cuerpos humanos llamados auxiliares, los cuales forman una extraña y compleja entidad controlada por una inteligencia artificial. Estas inteligencias son las que gobiernan las naves espaciales y constituyen lo más destacado de la novela aunque pienso que la autora no las aprovecha lo suficiente. La historia está contada desde el punto de vista de una de estas entidades múltiples por lo que en algunos momentos se nos narran varios hechos simultáneos vistos a través de los ojos de sus diferentes auxiliares. Esto en manos de un escritor más competente daría un enorme juego narrativo. Lo que si le enseñaron en el Clarion (Ann Leckie se graduó en el Clarion como cualquier escritor de ciencia-ficción que se precie hoy en día), es a alternar capítulos que se desarrollan en periodos narrativos diferentes hasta converger en uno de los pocos clímax del libro. Por lo demás escribe sin imaginación (no hay un sólo símil o metáfora en todo el libro) y demuestra poseer una capacidad nula para la sugerencia. Podría pensarse que lo hace a propósito por ser quien es la protagonista, pero si la autora ha concebido a su heroína como una amante de la música (canta a todas horas) también la podría haber dotado de una mayor capacidad literaria y así habernos evitado una lectura tan monótona.
Justicia auxiliar, a pesar de todos los galardones, parece escrita entre sorbos de té por la socia de honor del club de lectura de Jane Austen en Conshohocken (Pennsylvania).
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