Algunos fragmentos de Aurora,
con sus descripciones rigurosas, sugestivas y hermosas del cosmos me han
evocado al Clarke de hace muchos años que ya casi había olvidado, al de Cita
con Rama o al de 2010: odisea dos. Con Aurora Robinson parece
haberse propuesto escribir la novela definitiva sobre naves generacionales,
pero como veremos en esta reseña la historia sigue un derrotero bastante
diferente al de otras novelas.
La epopeya que narra Robinson está
protagonizada por los descendientes de los voluntarios que ciento setenta años
antes se embarcaron en una gran nave rumbo al sistema Tau Ceti. Allí les
aguarda Aurora, una luna con muchas posibilidades de ser habitable. Ninguno de
ellos escogió estar en la nave, fueron sus tatarabuelos los que decidieron por
ellos y Robinson deja claro en la novela que fueron unos irresponsables y se
muestra en contra de este tipo de proyectos que considera experimentos con
escasas probabilidades de éxito. Este manifiesto pesimismo para el público que
lee sus libros, fundamentalmente aficionados a la ciencia-ficción que sueñan
con que el hombre pueda vivir algún día en otros planetas, resulta provocador,
una bofetada en pleno rostro.
Se esté de acuerdo o no con la tesis
del autor, la novela logra que nos lo creamos. Y ahí radica el mérito del
autor, en hacer verosímil el grandioso escenario en el que transcurre la
historia. Robinson se toma su tiempo describiendo pormenorizadamente la nave,
los dos anillos que la forman con sus diferentes biomas y los problemas que
surgen derivados del aislamiento y del inevitable deterioro sufrido tras
navegar durante más de un siglo por el espacio. Porque lo cierto es que ni los
personajes que habitan en la nave son especialmente interesantes ni la
escritura de Robinson, que tiene cierta tendencia a divagar, resulta
destacable. En ocasiones el mismo autor parece que fuera víctima del algoritmo
voraz del que tanto habla en su novela y quedara atrapado en un agujero negro
de verbosidad del que no pudiera salir hasta vaciar su mente contándonos con
pelos y señales lo que en ese momento le absorbe el seso. Robinson dedica
varias páginas a explicar la construcción de una rampa necesaria para que los
vehículos puedan continuar su ruta por la inexplorada Aurora. Con notorio afán
didáctico nos aclara cómo cortan la roca, la forma que deben darle, cómo deben
colocarla, el cambio de sierra..., se trata de varias párrafos que pueden
saltarse sin ningún problema.
Sin duda la gran protagonista de la
novela es la nave y la inteligencia que la maneja. Ella es la que a instancias
de Devi, otro personaje significativo, narra la mayor parte de la historia. Con
su creciente verborrea, su particular sentido del humor, y su desvelo por todos
los que viven en su interior acaba por convertirse en el personaje que mejor me
cae del libro. Desde luego, mucho más simpática que la eternamente descontenta
Devi, encargada de que en la nave todo funcione, o incluso que Freya, su
esforzada hija, que intenta seguir sus pasos. Por desgracia la inteligencia
artificial en ciertos momentos parece haber heredado la tendencia a divagar de
Robinson y nos regala también algunos párrafos bastante
tediosos sobre la consciencia y sobre la forma de enfocar el encargo de resumir
su historia desde que partieron de la Tierra.
A pesar de sus defectos y de su final excesivamente
largo, Aurora es un gran libro que yo recomiendo sobre todo a los que les
gustan las novelas sobre viajes en el espacio basados rigurosamente en la ciencia. La
dilatada aventura de los viajeros, aunque su desenlace pueda parecer
decepcionante, no deja de ser asombrosa y resultar fascinante. Lástima que no
esté narrada con la garra que merecería. Lean y juzguen.
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