Ahora, después de releer la sinopsis
de la contraportada, me pregunto por qué me decidí a comprar este libro. Desde
el principio el breve resumen ya me hacía sospechar que pudiera tratarse de una historia apocalíptica más con
el enésimo virus causando estragos en la humanidad. Tal vez fuera la
irresistible fascinación que supone para mí la sola mención de El señor de
las moscas lo que me hizo escoger esta novela entre las muchas otras obras
que me ofrecía la librería a la que acudí este verano con cierta excitación
tras más de un mes sin pisar un establecimiento de este tipo. Es posible que me
atrajera conocer la visión de un escritor no anglosajón de un mundo acosado por
una plaga. No resulta fácil, si no imposible, encontrar obras de ciencia-ficción
que no sean traducciones del inglés, y como cualquier lector curioso siempre
ando en busca de nuevos estímulos y descubrimientos. Además, la literatura
italiana, de la que me reconozco un gran desconocedor, siempre me ha atraído:
Italo Calvino o Dino Buzzati son autores que tengo en gran estima. Pero lo
cierto es que me había quedado sin libros y en lugar de echar mano de mi ebook,
cosa que siempre me da una pereza enorme, me fui a la librería más cercana y me
dejé llevar por mi intuición.
Nada sabía de Niccolò Ammaniti
cuando comencé la lectura de Anna, a excepción de lo que se decía en las
solapas del libro. Por otra parte no creo que haya una mejor manera de evitar
cualquier prejuicio que empezar un libro con total ignorancia de su contenido y
de su autor. Sin embargo, tras las primeras páginas apenas encontré algo
original, algo que distinguiera a Anna de otras muchas novelas apocalípticas
que han proliferado en los últimos años. Los protagonistas entran en casas
abandonadas y en supermercados arrasados por otros supervivientes en busca de
alimentos, de ropa y de medicamentos, recorren pueblos y ciudades en ruinas, se
encuentran con coches cuyos dueños han quedado reducidos a meros esqueletos. Su
horizonte es la desolación y en esos paisajes calcinados o campos infestados de
matojos en ocasiones se tropiezan con otras víctimas
enfermas, sucias y desnutridas. Lo de siempre en estos casos. La gran novedad
en la novela de Ammaniti radica en que los supervivientes son niños, inmunes al
virus hasta que alcanzan la adolescencia. De esta forma el autor puede
contarnos una historia sin adultos en la que unos niños deben valerse por sí
mismos sin la protección de sus padres. Con Anna, su hermano Astor, Pietro y un
perro sarnoso como únicos protagonistas Ammaniti se propone reflexionar sobre
la infancia y las relaciones a esa edad, las cuales parecen oscilar siempre
entre extremos.
El libro está bien escrito y aunque se lee con facilidad y
resulta entretenido no posee la contundencia ni la lírica del horror de La
carretera de Cormack Mcarthy ni tampoco está narrado con la sensibilidad de
La casa de la muerte de Sarah Pinborough y desde luego poco o nada tiene
que ver con El señor de las moscas de Golding. En una novela en la que
la construcción de personajes parece ser una parte primordial de lo que se
narra los protagonistas de Anna no resultan ser especialmente
memorables. No es un mal libro y algunos de los episodios, especialmente en el
que se cuenta el pasado de Pietro, resultan notables pero el conjunto carece de
garra, y la fatalidad a la que parecen verse abocados sus protagonistas creo
que habría brillado más en una trama realista fuera del género fantástico.
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