Siempre
es un placer encontrarse con un nuevo libro de David Mitchell y más aún cuando
apenas sobrepasa las 200 páginas. Acostumbrados como estamos a leer tochos
suyos de 600 ó incluso de 700 páginas, como tenía su último libro, Relojes
de hueso, esta disminución de tamaño supone una grata sorpresa. Llama también
la atención que Mitchell haya optado por el
terror de corte fantástico y aún más que se haya ceñido al subgénero de
casas encantadas. La literatura está llena de valiosos ejemplos de relatos de
este tipo, clásicos como La caída de la casa Usher de Allan Poe, Otra
vuelta de tuerca de Henry James o La casa en el confín del mundo de
William Hope Hodgson y los que más repercusión han tenido en la literatura más
reciente de casas encantadas: La maldición de Hill House de Shirley
Jackson, La casa infernal de Richard Matheson y El resplandor de
Stephen King. Con todos estos títulos (estos son sólo unos pocos), cabría
pensar que queda muy poco margen para innovar en el género. A mí, que siempre
me ha gustado la literatura de terror, he de confesar que las historias sobre
casas encantadas nunca me han atraído en exceso. Mi impresión personal es que
se trata de un subgénero muy gastado en el que queda poco o nada por inventar.
Lo que sucede es que hablamos de un autor como David Mitchell cuya versatilidad ya quedó suficientemente acreditada en sus libros de historias conectadas (Escritos fantasma o El atlas de la nubes). Nos encontramos ante un escritor que destaca por su facilidad para crear personajes, no hablo sólo de los principales, hasta la figura más secundaria de sus libros suele mostrar una personalidad diferenciada. Sus tramas polifacéticas, engarzadas entre sí para componer una historia más compleja han acabado por constituir el distintivo de su obra. En este caso, sin embargo, Mitchell ha optado por escribir una historia mucho más sencilla, con menos personajes y más fácil de seguir. Podría decirse que en La casa del callejón se ha esmerado especialmente en que todo encaje a la perfección, como si quisiera dejar bien claro que aunque los sucesos que se relatan se desarrollan en el terreno de lo fantástico se rigen por una lógica inexorable. Al final del libro, como en las novelas de Agatha Christie, todo es perfectamente explicado de manera que no queda ningún misterio sin esclarecer, algo que puede sorprender en un relato de terror. El género de terror suele aprovecharse del miedo que todos tenemos a lo desconocido, a lo imprevisible, a lo que no podemos controlar. Mitchell, sin embargo, en su penúltimo capítulo descubre sus cartas y apenas deja nada a nuestra imaginación. Todos los capítulos previos hasta ahora habían comenzado con alguien adentrándose en la misteriosa casa llamada “Slade House” y ocasionando que toda la parafernalia de apariciones y de sucesos extraños habitual en este tipo de relatos se ponga en marcha, pero en el penúltimo capítulo Mitchell rompe parcialmente con esta estructura, al tiempo que pone al descubierto la trama. Como consecuencia de ello el capítulo final pierde gran parte de su capacidad para sorprendernos.
En La casa del callejón, como que suele ser habitual en los libros de Mitchell, nos reencontramos con algunos de los personajes de sus libros anteriores. Concretamente en éste volvemos a toparnos con los enigmáticos Uróforos y Anacoretas que hicieron su presentación en Relojes de hueso. No desvelaré quienes son y pienso que cuanto menos se sepa de ellos mayor será el disfrute del libro, por lo que quizás sea mejor no haber leído su anterior novela.
La casa en el callejón es una obra de una sencillez sorprendente, ingeniosa y amena en la que Mitchell vuelve a demostrarnos su gran talento. Se trata de una novela menos ambiciosa que las anteriores, pero impecable en su ejecución y con un final digno. Sin embargo para tratarse de una novela de terror echo en falta ese misterio del que hablaba antes. Además el autor ha prescindido casi por completo del enorme poder de la sugerencia a la hora de atemorizarnos, puede que en aras de una mayor verosimilitud. En cualquier caso una buena manera de introducirse en la obra de este autor inglés.
Lo que sucede es que hablamos de un autor como David Mitchell cuya versatilidad ya quedó suficientemente acreditada en sus libros de historias conectadas (Escritos fantasma o El atlas de la nubes). Nos encontramos ante un escritor que destaca por su facilidad para crear personajes, no hablo sólo de los principales, hasta la figura más secundaria de sus libros suele mostrar una personalidad diferenciada. Sus tramas polifacéticas, engarzadas entre sí para componer una historia más compleja han acabado por constituir el distintivo de su obra. En este caso, sin embargo, Mitchell ha optado por escribir una historia mucho más sencilla, con menos personajes y más fácil de seguir. Podría decirse que en La casa del callejón se ha esmerado especialmente en que todo encaje a la perfección, como si quisiera dejar bien claro que aunque los sucesos que se relatan se desarrollan en el terreno de lo fantástico se rigen por una lógica inexorable. Al final del libro, como en las novelas de Agatha Christie, todo es perfectamente explicado de manera que no queda ningún misterio sin esclarecer, algo que puede sorprender en un relato de terror. El género de terror suele aprovecharse del miedo que todos tenemos a lo desconocido, a lo imprevisible, a lo que no podemos controlar. Mitchell, sin embargo, en su penúltimo capítulo descubre sus cartas y apenas deja nada a nuestra imaginación. Todos los capítulos previos hasta ahora habían comenzado con alguien adentrándose en la misteriosa casa llamada “Slade House” y ocasionando que toda la parafernalia de apariciones y de sucesos extraños habitual en este tipo de relatos se ponga en marcha, pero en el penúltimo capítulo Mitchell rompe parcialmente con esta estructura, al tiempo que pone al descubierto la trama. Como consecuencia de ello el capítulo final pierde gran parte de su capacidad para sorprendernos.
En La casa del callejón, como que suele ser habitual en los libros de Mitchell, nos reencontramos con algunos de los personajes de sus libros anteriores. Concretamente en éste volvemos a toparnos con los enigmáticos Uróforos y Anacoretas que hicieron su presentación en Relojes de hueso. No desvelaré quienes son y pienso que cuanto menos se sepa de ellos mayor será el disfrute del libro, por lo que quizás sea mejor no haber leído su anterior novela.
La casa en el callejón es una obra de una sencillez sorprendente, ingeniosa y amena en la que Mitchell vuelve a demostrarnos su gran talento. Se trata de una novela menos ambiciosa que las anteriores, pero impecable en su ejecución y con un final digno. Sin embargo para tratarse de una novela de terror echo en falta ese misterio del que hablaba antes. Además el autor ha prescindido casi por completo del enorme poder de la sugerencia a la hora de atemorizarnos, puede que en aras de una mayor verosimilitud. En cualquier caso una buena manera de introducirse en la obra de este autor inglés.
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