Aquí estamos otra vez a vueltas con
Charles Stross. Después de la mala experiencia que supuso para mí su Accelerando
he decidido darle otra oportunidad. También he de reconocer que probablemente sea la única persona en el
mundo al que no le ha gustado el libro así que no deben hacerme mucho caso. En
fin, tras haber leído El archivo de atrocidades podría decirse que me
he reconciliado a medias con el autor.
En sí la idea del libro no es mala y me gusta el tono fresco y descarado con el que se trata la ciencia. No es fácil hoy en día encontrar libros de ciencia-ficción que no se tomen a sí mismos demasiado en serio, obras como las que escribían Fredric Brown, Bob Shaw o Robert Sheckley, divertidas y muy imaginativas. Así que la idea de Stross de que la formulación de ciertos teoremas matemáticos complicados nos pueda abrir la puerta a otros mundos, o invocar a criaturas dignas de Lovecraft resulta original y posee un gran potencial cómico. Lo cierto es que las nuevas teorías matemáticas y físicas resultan francamente esotéricas y darían lugar para un artículo en el que se comentara su inverosimilitud, artículo que quizás yo me atreva a escribir algún día si no se me adelanta nadie antes. Pongamos como ejemplo la teoría de las supercuerdas, que requiere de la existencia de 11 dimensiones para poder ser consistente o la teoría cuántica, que para explicar ciertos fenómenos físicos considera las partículas como si fueran ondas y en cambio para interpretar otros necesita dotarlas de una naturaleza corpuscular. Teorías muchas de ellas ininteligibles y locas, dignas de Abdul Alhazred, autor del “Necronomicón”. Tal vez aprovechándose de este lío monumental que padece la ciencia Stross ha imaginado una agencia estatal secreta en el Reino Unido llamada “La lavandería” que se ocupa de velar por que nadie traspase ciertos límites e invoque por accidente a criaturas que pondrían en peligro a la humanidad o al mismo universo.
Por otro lado la trama que se cuenta es en sí bastante tópica y peca de elevadas dosis de ingenuidad, a saber, chico que conoce al amor de su vida al tiempo que se convierte en el héroe que salva al mundo. Argumento típico de las antiguas revistas “pulp”. El tono jocoso e irónico en que está escrito (el protagonista es una especie de "geek") podría resultar francamente divertido si no fuera por la manía que tiene de explicarlo todo y por un exceso de charlatanería sin sentido con intenciones humorísticas. Stross resulta en ocasiones un poco agotador como consecuencia de la acumulación de chistes de estudiantes de ciencias y de algunas anécdotas superfluas que impiden que la trama acabe de arrancar. Tanto es así que llega un momento, como ya me ocurrió con su novela Accelerando, que me dieron ganas de dejarlo. Stross necesita concentrarse más en el ritmo de la narración y contenerse a la hora de hacerse el gracioso. Por suerte, luego la historia remonta y sin ser nada del otro jueves consigue que sonrías y que al final pases un buen rato.
El libro se completa con otro relato de “La lavandería” titulado La Jungla de cemento, que por lo visto ganó el premio Hugo a la mejor novela corta en 2005. En este relato, que tiene al mismo protagonista, el autor se burla aún más de las luchas de poder que se producen en la agencia de servicios secretos británica y de los excesos burocráticos que entorpecen el funcionamiento de dicha oficina. De este relato lo que más me llama la atención es una de las teorías conspiratorias más locas y maquiavélicas que he leído nunca. Sólo diré, para no desvelar el misterio, que está relacionado con la protección del copyright. En definitiva, una lectura intrascendente, refrescante, divertida y tediosa a ratos que puede gustar a un determinado público.
En sí la idea del libro no es mala y me gusta el tono fresco y descarado con el que se trata la ciencia. No es fácil hoy en día encontrar libros de ciencia-ficción que no se tomen a sí mismos demasiado en serio, obras como las que escribían Fredric Brown, Bob Shaw o Robert Sheckley, divertidas y muy imaginativas. Así que la idea de Stross de que la formulación de ciertos teoremas matemáticos complicados nos pueda abrir la puerta a otros mundos, o invocar a criaturas dignas de Lovecraft resulta original y posee un gran potencial cómico. Lo cierto es que las nuevas teorías matemáticas y físicas resultan francamente esotéricas y darían lugar para un artículo en el que se comentara su inverosimilitud, artículo que quizás yo me atreva a escribir algún día si no se me adelanta nadie antes. Pongamos como ejemplo la teoría de las supercuerdas, que requiere de la existencia de 11 dimensiones para poder ser consistente o la teoría cuántica, que para explicar ciertos fenómenos físicos considera las partículas como si fueran ondas y en cambio para interpretar otros necesita dotarlas de una naturaleza corpuscular. Teorías muchas de ellas ininteligibles y locas, dignas de Abdul Alhazred, autor del “Necronomicón”. Tal vez aprovechándose de este lío monumental que padece la ciencia Stross ha imaginado una agencia estatal secreta en el Reino Unido llamada “La lavandería” que se ocupa de velar por que nadie traspase ciertos límites e invoque por accidente a criaturas que pondrían en peligro a la humanidad o al mismo universo.
Por otro lado la trama que se cuenta es en sí bastante tópica y peca de elevadas dosis de ingenuidad, a saber, chico que conoce al amor de su vida al tiempo que se convierte en el héroe que salva al mundo. Argumento típico de las antiguas revistas “pulp”. El tono jocoso e irónico en que está escrito (el protagonista es una especie de "geek") podría resultar francamente divertido si no fuera por la manía que tiene de explicarlo todo y por un exceso de charlatanería sin sentido con intenciones humorísticas. Stross resulta en ocasiones un poco agotador como consecuencia de la acumulación de chistes de estudiantes de ciencias y de algunas anécdotas superfluas que impiden que la trama acabe de arrancar. Tanto es así que llega un momento, como ya me ocurrió con su novela Accelerando, que me dieron ganas de dejarlo. Stross necesita concentrarse más en el ritmo de la narración y contenerse a la hora de hacerse el gracioso. Por suerte, luego la historia remonta y sin ser nada del otro jueves consigue que sonrías y que al final pases un buen rato.
El libro se completa con otro relato de “La lavandería” titulado La Jungla de cemento, que por lo visto ganó el premio Hugo a la mejor novela corta en 2005. En este relato, que tiene al mismo protagonista, el autor se burla aún más de las luchas de poder que se producen en la agencia de servicios secretos británica y de los excesos burocráticos que entorpecen el funcionamiento de dicha oficina. De este relato lo que más me llama la atención es una de las teorías conspiratorias más locas y maquiavélicas que he leído nunca. Sólo diré, para no desvelar el misterio, que está relacionado con la protección del copyright. En definitiva, una lectura intrascendente, refrescante, divertida y tediosa a ratos que puede gustar a un determinado público.
Así que ya
saben, cerebritos en ciernes, mejor dejen quietas “La conjetura de Poincaré” o “La
hipótesis de Riemann” y pónganse a ver Master Chef, no vayan a conjurar al mismísimo...
Ph'nglui mglw'nafh Cthulhu R'lyeh
wgah'nagl fhtagn.
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