En cierta forma El escondite de
Grisha no ha sido la novela que yo me esperaba. Vinculaba más a Biurrun con
el género de terror, tal vez porque había leído en alguna parte que su novela Infierno
nevado era un homenaje a Lovecraft o puede que porque su última obra Invasiones
haya sido publicada en Valdemar; en lugar de eso me he encontrado con un libro
oscuro, complejo, que no resulta fácil de adscribir a ningún género en
particular. Aunque El escondite de Grisha no es una novela terror, puede
decirse que está escrita como si lo fuera. El tono de la novela además de sombrío
es inquietante, una impresión que queda reforzada cuando descubrimos más
adelante a quién se dirige su protagonista.
El narrador y protagonista no tarda en poner las cartas sobre la mesa y desde el principio parece querer advertirnos de que no nos va resultar nada fácil sacar conclusiones:
El narrador y protagonista no tarda en poner las cartas sobre la mesa y desde el principio parece querer advertirnos de que no nos va resultar nada fácil sacar conclusiones:
“Es verdad, yo digo
muchas mentiras. He aprendido a hacerlo con tanta naturalidad que podría
conectarme a un polígrafo y hacerle creer que soy el hombre que descendió las
escaleras del Eagle el veintiuno de julio de mil novecientas sesenta y nueve
para dejar la primera huella en la superficie de la Luna.”
Contar una historia a través de
alguien que no es sincero sin confundir al lector no es algo que resulte
sencillo y tiene bastante riesgo. Cuando se opta por un narrador así es posible
que uno acabe por no distinguir lo real de lo falso y que la trama derive en un
espejismo hueco. Lo cierto es que Biurrun deja muchos interrogantes, aunque
tengo la impresión de que ésa era precisamente su intención, que quería dejar
su relato abierto a diferentes interpretaciones sin decantarse por ninguna de
ellas en particular.
La novela empieza cuando Olmo, un
gigantón de dos metros que parece marcado por un pasado trágico, comienza a
trabajar en una biblioteca de Madrid. Desde el principio se sugiere que cometió
algo terrible en el pasado y según avanzamos en la novela se van desvelando
detalles de lo que ocurrió. En la biblioteca conoce a Grisha, un extraño
muchacho de diez años de origen ucraniano por el que desde el principio siente
una gran curiosidad. El chico ocupa todas las tardes el mismo asiento y se sume
en un trance que le impele a llenar un cuaderno de frases escritas en cirílico
lo que provoca la burla de otros chicos. Lo más extraño de todo es que Grisha
no conoce el alfabeto cirílico y por lo tanto es incapaz de entender lo que él
mismo escribe. Olmo y Grisha, forzados por las circunstancias, deben emprender
un viaje juntos para descubrir el misterio del chico y tal vez de paso restañar
las heridas del hombre.
Como decía, hay en la novela un deseo permanente de inquietar y de provocar extrañeza utilizando elementos propios del género de terror, lo que hace que de vez en cuando encontremos frases como ésta:
Como decía, hay en la novela un deseo permanente de inquietar y de provocar extrañeza utilizando elementos propios del género de terror, lo que hace que de vez en cuando encontremos frases como ésta:
“Barcelona
te recibe con un abrazo fingido pero no del todo hostil. Quiere examinarte
antes de sacar sus conclusiones.”
No me he equivocado al escribir el
nombre de la ciudad, no es Carcosa ni Insmouth es Barcelona y en una época en
que el Procés aún no existía. Esta, a veces, grandilocuencia y gusto por la metáfora
parece quedar justificada cuando más adelante descubrimos este diálogo entre
Olmo y su psiquiatra:
“Tú me dirás: ahora exprésalo sin metáforas.” (Dice la
psiquiatra)
“Pero no sé hacerlo sin metáforas.” (Dice Olmo)
Hay un personaje en El hombre en
el laberinto de Robert Silverberg que no puede evitar transmitir todas sus
emociones y pensamientos. Captar su alma desnuda es sumamente desagradable para todos los que le rodean por
lo que decide exiliarse a un mundo laberíntico. Precisamente todo lo contrario
de lo que le ocurre al protagonista de El escondite de Grisha. Olmo es
totalmente incapaz de sentir emociones y por lo tanto de demostrarlas (al menos
eso es lo que asegura su protagonista) y su deseo más codiciado es volver a
sentir para dejar de ser un robot, o un Nexus como dice su amante. Olmo tiene
en la biblioteca su propio laberinto en el que esconder su falta de humanidad .
En el libro se cita un poema de
Emily Dickinson. Un poema que a pesar de no ser precisamente sencillo permanece
grabado con firmeza en la memoria de Olmo y que puede darnos algunas claves de
la novela. Transcribo la primera y última estrofa:
“Mi vida se había parado – un
Arma Cargada –
en los Rincones – hasta que un día
el
Dueño pasó – me identificó y me llevó lejos –“
------
aunque
yo así como él – podamos vivir largamente
él
debe vivir más – que Yo–
porque
yo tengo el poder de matar, sin – el poder de morir–
No hay comentarios:
Publicar un comentario