Soy
consciente de que escribir la reseña de una parte de una novela es del todo
injusto, pero ya que ha sido dividida en tres partes para su publicación en
España, supongo que con el beneplácito del autor, me creo plenamente autorizado
a cometer esta infamia.
No soy un gran conocedor de la obra
de Neal Stephenson, del que sólo he leído la monumental (sobre todo por tamaño)
La era del diamante (manual ilustrado para jovencitas), una miscelánea
de escenas geniales alternadas con otras realmente plúmbeas, que
predominan a mi pesar. Lamentablemente en Criptonomicón: I El código Enigma hace
gala de los mismos aciertos y multiplica por tres sus defectos. Stephenson es
uno de esos autores que se toma la ciencia en serio y que además disfrutan
divulgándola y esto es precisamente lo que resulta atractivo de sus novelas. Es
un maestro a la hora de ilustrar al lector y sus símiles además de elocuentes
son siempre brillantes. Lo que hace que leerlo resulte tan tedioso es su forma
de narrar. La manera tortuosa que tiene de introducirnos en cada escena, las
prolijas e infructuosas descripciones o esa prolijidad en lo superfluo
convierten su lectura en algo así como nadar contra corriente. Uno desea más que
nada avanzar para ver lo que hay más allá, porque podría estar aguardándonos un
coral de prodigiosos colores, una playa virgen de arena dorada o la cueva de
los piratas, sin embargo, la corriente en contra es a veces muy fuerte y si uno
consigue llegar, lo hace ya demasiado cansado para disfrutar del tesoro
descubierto.
¿Y qué es lo que nos viene a contar el autor? Pues no se sabe muy bien.
Después de cien páginas sigo sin tener una idea clara de a dónde nos quiere
llevar. La historia es un juego a tres bandas contra las que nos vamos dando
alternativos trompazos. Dos de los hilos parecen sobrar. La trama que tiene un
mínimo de interés está protagonizada por un tipo muy particular con un probable
trastorno psicológico cercano al síndrome de Asperger y que parece vivir
sólo para las matemáticas. Durante la segunda guerra mundial junto a Alain
Turing, que es descrito igual de friki o más que él, colabora no tanto para
descodificar los mensajes de los nazis, como para gestionar con inteligencia
esa información robada. El objetivo es aprovecharla al máximo pero con la máxima
prudencia para no revelar al enemigo que han conseguido descifrar el código
secreto. Esto tiene indudable interés y Stephenson podría haberse limitado a
contarnos esto, sin embargo elige contarnos también las andanzas de un marine
durante la guerra que tiene una relación superficial con la división de Turing
y con el protagonista. En la otra línea argumental (y la más aburrida de
todas), que se desarrolla en los años 90, el nieto del tipo que trabaja con
Turing junto con otro que parece saberlo todo intentan sacar adelante un
proyecto relacionado con la información digital. Es de suponer que esta trama
adquiera más importancia en las partes siguientes y mayor interés porque lo que
es en ésta constituye un muro de hormigón casi infranqueable.
El mayor problema de la novela es su
lentitud y su regodeo en lo intrascendente que hubiera requerido una poda con
motosierra, porque Stephenson no escribe mal y algunas descripciones (como
cuando nos cuenta el silencio que se produce en la reunión ante el sultán de
Kinakuta) son épicas. Me cuesta entender el éxito que tuvo este libro, hasta me
cuesta creer que alguien se haya podido leer los dos tomos siguientes.
Stephenson impregna su narrativa de cierta
ironía y de un humor más interesado muchas veces en demostrarnos lo inteligente
que es que en hacernos sonreír. En fin, un tocho de casi cuatrocientas páginas
de letra muy pequeña y de una densidad amedrentadora al que
hay que añadir dos libros más de dimensiones y compacidad similares que ponen
en evidencia el ego hipertrofiado de este autor norteamericano. Avisados
quedan.
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