Menos
recordada que otras novelas de contenido feminista escritas alrededor de los 70
como La mano izquierda de la oscuridad de Ursula K. Le Guin o “El
hombre hembra” de Joanna Russ la novela de Suzy McKee Charnas habría
merecido una mayor popularidad. Desde luego es mucho más entretenida que la
novela de Russ, de la que poco puedo decir ya que nunca he logrado terminarla y eso que lo he
intentado en varias ocasiones. No me atrevo a hacer comparaciones con el libro
de Le Guin, un clásico indiscutible que reflexiona sobre el amor y la
sexualidad.
El libro de Charnas Caminando
hacia el fin del mundo sigue otros derroteros. Salvando las distancias me
recuerda a El planeta de los simios de Pierre Boulle. Nos encontramos
también con un mundo que ha sufrido un cataclismo que ha trastocado por
completo la vida de sus habitantes. Si bien en el libro de Boulle son los
simios quienes explotan a los humanos convirtiéndolos en esclavos para que realicen
las tareas más duras, en la novela de Charnas quienes son sometidas y tratadas
como animales son las mujeres. Además, curiosamente, en ambas existe un
conflicto generacional decisivo en la trama. Quizás en el libro de Boulle las
intenciones del autor resulten más obvias que en el de Charnas y es fácil
encontrar una interpretación, se trata de una parábola sobre cómo los intentos
del hombre por dominar la naturaleza se vuelven contra él. La novela que reseño
comparte el mismo pesimismo si bien su mensaje, si es que lo tiene, es menos
obvio. En lugar de seguir el ejemplo de Boulle y crear un mundo dominado por
las mujeres opta por lo contrario, por exagerar al máximo las malas condiciones
de la mujer. Para no caer en la parodia o en la caricatura la escritora
estadounidense describe el escenario con gran detalle dotándolo de una
complejidad y una verosimilitud que lo hace muy real. Nada parece habérsele
escapado al crear este atroz mundo lleno de vida pero también de muerte. A lo
largo de las alrededor de trescientas páginas que tiene la novela nos va relatando las estrictas normas de
comportamiento que rigen esa sociedad, nos habla de las difíciles relaciones
entre jóvenes y mayores, de la feroz segregación que sufren las mujeres y también
de las supersticiones que atormentan a sus habitantes.
Tras una catástrofe de la que los
hombres culpan a las mujeres la humanidad ha quedado reducida a una única raza:
la blanca. Los animales han sido exterminados y las “fems”, que es como llaman
a las mujeres, ocupan su lugar. Viven recluidos en un valle al que llaman la
Fortaleza y su único sustento es el cáñamo y las algas por lo que padecen
hambrunas frecuentes de las que siempre culpan a las “fems”. Y es que las “fems”
sirven de chivo expiatorio para cualquiera de los males que asolan este mundo
por lo que a menudo acaban en la hoguera condenadas por brujería. Desde muy
pequeños los niños son arrancados de sus madres y educados en la escuela por
los maestros sin que vuelvan a saber nunca más de sus progenitores. Eykar Bek
es un caso excepcional, conoce el nombre de su padre y junto al que fue su
compañero de escuela y amante D Layo decide ir en su busca. La novela relata el
tortuoso y cruento viaje hasta el encuentro con su padre. Un tema con claras
reminiscencias clásicas, hasta el nombre D Layo hace una clara alusión al padre
de Edipo de la obra de Sófocles.
Dicho todo esto parece que estamos
ante una obra perfecta, lo cual está lejos de ser cierto. Mencionaré algunos
fallos. Creo que una novela que está contada a través de sus personajes (sus
nombres dan el título a cada uno de los capítulos a excepción del último) debería
de dedicarles una mayor atención. Sobre todo a los dos principales, Bek y D
Layo adolecen de cierto esquematismo y sus motivaciones resultan muchas veces
algo arbitrarias. Por otro lado, no le habría venido mal imprimir al relato
mayor dinamismo.
En pleno auge feminista, en el que
el mercado se ha llenado de burdas distopías feministas a remolque del éxito
televisivo de El cuento de la criada, convendría echar un vistazo atrás
y darse cuenta de que la ciencia-ficción feminista no se ha inventado ahora. Caminando
hacia el fin del mundo de Suzy McKee Charnas es un buen
ejemplo de ello.
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