
Quizás lo mejor del libro sea la
gran variedad de géneros y escenarios que surgen de sus páginas. Hay relatos de todo tipo, desde
historias que tienen lugar en mundos de fantasía alejados de la tradición a
otros más clásicos pasando por la ciencia-ficción, con muchas de sus variantes:
distopía, cyberpunk e invasiones extraterrestres. En sus cuentos hallamos
brujas malvadas, dragones bondadosos, alienígenas e incluso inteligencias
artificiales, sin embargo esta diversidad es muchas veces sólo formal y las
historias que se cuentan, muchas de ellas protagonizadas por jóvenes
desarraigadas que se enfrentan a su entorno, apenas varían unas de otras.
Resulta interesante observar en estos
relatos la evolución de Jemisin como
escritora, algo que se aprecia en la mayor complejidad que van adquiriendo los
escenarios pero que sobre todo se percibe en la actitud de sus protagonistas,
quienes de la ira y de la rabia de los primeros relatos como Los que se
quedan y luchan o Bruja de tierra roja pasan a mostrar una actitud más
apacible y afectuosa, como sucede sobre todo en el último relato Santos,
pecadores, dragones y apariciones en la ciudad que yace bajo las aguas
tranquilas y también en el que le precede,
Probabilidades distintas de cero. También se aprecian unos tímidos
deseos de innovar en la forma y en la estructura narrativa, todo hay que
decirlo, poco afortunados y que no consisten en otra cosa que desordenar la
narración como ocurre en Henosis
y en Los evaluadores.
Estos escenarios cada vez más
complejos no van acompañados siempre de una trama más sofisticada, y por lo
general pecan de ser algo simples. Una excepción es El narcomante una
fantasía bien armada, más equilibrada, sin los excesos de otros relatos. Todo
lo contrario ocurre con Hambre de
piedra, un cuento que se desarrolla en el mundo de la Tierra Fragmentada y
en el que lo que se cuenta es insignificante frente al universo en que se sitúa.
De todos modos no simpatizo mucho con las fantasías en las que los personajes
detentan unos poderes extraordinarios que los convierten en casi dioses y más aún
si la intención es hacerlas pasar por ciencia-ficción. Tampoco me ha gustado el
relato que da título al libro, La ciudad que nació grandiosa, aunque posea sólo un defecto: el de aburrir hasta a las hojas en que está impreso. Resulta
curioso que fuera elegido para el premio Hugo de 2017, pero aún más asombroso
es que haya podido dar lugar a una novela titulada La ciudad que nos unió
y que en breve será publicada por Penguin Random House bajo el sello Nova.
Jemisin se considera a sí misma
activista y esa rabia que lleva dentro marca con frecuencia sus relatos, que
adolecen a menudo de cierto esquematismo. He disfrutado más con sus cuentos
menos ambiciosos y reivindicativos al estilo de L’Alchimista o Cuisines
des Mémoires, ambos relacionados con la gastronomía, o con la apañada
distopía La bailarina del ascensor que con sus fantasías más elaboradas.
En resumen, una antología que no ha cumplido
en absoluto con mis expectativas y que por tanto me siento incapaz de recomendar.
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