Los pecados en los que incurrió Gundersen, protagonista de la novela, en su primera visita a Belzagor y de los que desea redimirse después de ocho años de ausencia palidecen frente a los cometidos por el Kurtz de El corazón de las tinieblas. Kurtz tampoco parece que tuviera la menor intención de expiarlos. El horror en el que cae y del que habla al final de la novela me recuerda a esa regresión al salvajismo que sufren muchos de los personajes de las novelas de Ballard. Esa selva oscura,sofocante, amenazadora y primigenia actúa como un catalizador sobre la mente de los que se internan en ella. Ballard utilizaría años después ese recurso en muchas de sus novelas catastrofistas, en las que una inundación o una sequía propician que los individuos retornen a la barbarie. El horror parece estar dentro de todos nosotros, sólo hay que darle la ocasión para que salga.
Volviendo al libro de Silverberg, en él también nos encontramos, y no por mera casualidad, con un personaje que se llama Kurtz. Se trata de un hombre sin escrúpulos ni inhibiciones que es condenado a su propio infierno, un trasunto claro del Kurtz original. En cambio Gundersen tiene poco que ver con el Marlow contradictorio de Conrad, alguien fascinado y repelido al mismo tiempo por la figura de Kurtz y con una actitud ante los nativos y la compañía que explota los recursos muchas veces de una irritante ambigüedad. Silverberg hace que su protagonista sea mucho más transparente, un hombre que en el pasado se vio cohibido por las convenciones sociales y que creyó como muchos otros que su cultura era superior, un hombre que siente que fue injusto con los seres oriundos de Belzagor y que ahora a su regreso desea ganarse su perdón. Parecidos físicamente a los elefantes, los nildores fueron utilizados en el pasado como bestias de carga. Son capaces de comunicarse con los humanos pero el hecho de carecer de tecnología, de tener un aspecto vulgar y de que se pasan el día pastando favoreció su menosprecio y maltrato. Cuando Gundersen al comienzo del libro regresa a Belzagor, el planeta está gobernado por los nildores, que ahora gozan del respeto de los pocos humanos que quedaron después de la descolonización. Además de los nildores existe en Belzagor otra especie inteligente, los sulidores, con un aspecto que se asemeja más al de los humanos. Son también bípedos, pero sus garras y sus tres metros de altura no los hacen especialmente entrañables. A pesar de sus notables diferencias los nildores son herbívoros mientras que los sulidores son carnívoros, ambas especies mantienen una sorprendente relación de concordia.
Gundersen emprende un viaje a la región de las Brumas para asistir a una ceremonia esencial a la que se someten los nildores. Se trata de un rito del que apenas se sabe nada y al que los nildores deben acudir en precisos momentos de su vida. La novela cuenta ese viaje, que no es sólo un sugestivo recorrido por la selva y por el macizo de Belzagor sino también un viaje introspectivo y al pasado. El mundo que nos ofrece Silverberg es deslumbrante, colmado de vida, de una vida pertinaz que puede resultar terrorífica por lo extraña que es; sin embargo es un mundo mucho menos amedrentador que el África de Conrad: un infierno que vuelve locos a todos los que se adentran en él. A lo largo del recorrido Silverberg nos ofrece imágenes inolvidables de la selva con su protagonista cabalgando sobre los nildores, que nos evocan de inmediato las aventuras de Edgar Rice Burroughs. Silverberg logra aunar la ciencia-ficción de paisajes exóticos de la época “pulp” con una ciencia-ficción intimista y de mayor ambición literaria.
La conclusión de la novela (aquí se aleja por completo del libro de Conrad) me recuerda a otros libros de Silverberg como La faz de las aguas y en cierta manera también a Tiempo de cambios pero sobre todo me trae a la mente un conocido relato de George R. R. Martin titulado Una canción para Lya. En ese sentido la novela de Silverberg es un claro exponente de su tiempo. La comunión entre conciencias era entonces lo que ahora es la digitalización de la mente. El cielo al que aspiraban los hippies frente al deseo de evadirse a otras realidades de los “geeks” de la actualidad. Dos maneras de lograr en definitiva lo mismo: liberarse de la carne.
Pocos autores de ciencia-ficción pueden presumir de una obra con tantas novelas memorables como Robert Silverberg. Lo curioso es que su brillante carrera, que obtuvo el respaldo de la crítica, no cosechó los premios que cabría esperar. A pesar de las numerosas ocasiones en que fue nominado no llegó a ganar nunca el Hugo a la mejor novela. Regreso a Belzagor es una novela imprescindible en la biblioteca de cualquier aficionado a la buena ciencia-ficción, un libro fascinante e intenso que no ha perdido vigencia.
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