En ocasiones, viendo películas de
acción he experimentado algo muy parecido y
confieso sin avergonzarme que gran parte de ellas las he terminado sin
enterarme con detalle de la trama. Sospecho que la mayoría de las veces ni
siquiera merece la pena intentar el esfuerzo, ¿para qué si el argumento carece
de sentido? Cuando todo no es más que un pretexto para encadenar escenas y más
escenas de acción. El relax y el alivio que proporciona no tener que estar
atento a las motivaciones que impulsan a unos y otros para actuar como actúan permite
un mayor disfrute de la película y yo lo recomiendo encarecidamente. Basta con
dejarse arrastrar por las impactantes imágenes que pasan ante nuestros ojos,
por las peleas encarnizadas, por la sangre que a veces parece salpicarnos desde
la pantalla o por los gritos aterrorizados de los personajes o por la música
atronadora. Lo que no sabía es que esto mismo fuera posible con un libro,
principalmente porque la lectura requiere un esfuerzo mínimo por nuestra parte
para interpretar y reconstruir en nuestra mente lo que se nos cuenta, algo que
no es preciso cuando se ve una película. Sin embargo, de alguna manera, Morgan
lo consigue.
Lo hace además venciendo mi
resistencia a ciertos tópicos que abundan en los relatos de acción y que Morgan
no sólo no elude sino que explota sin complejos. Su mismo protagonista, que ya
conocimos en circunstancias muy distintas en Carbono modificado, es un
buen ejemplo de ello. Takeshi Kovacs (como comenta Ignacio Ilarregui en el prólogo)
es el típico tipo duro, curtido en mil batallas, descreído de todo, que va
siempre un paso por delante de todos, una máquina de matar infalible que sin
embargo no tiene una roca como corazón. La historia cuenta además con los
ingredientes típicos del género: armas a mansalva, un villano cruel y
desalmado, una misteriosa mujer que enseguida inferimos acaparará la atención
sentimental de nuestro héroe, un duelo final cuerpo a cuerpo (demasiado largo
para mi gusto) y una revelación final que lo trastoca todo pero que a la vez lo
aclara. Éste suele ser el esquema básico con el que funcionan la mayoría de las
películas de acción de hoy en día. Morgan reúne todo estos elementos, los
mezcla con armonía, les añade un poco de cyberpunk, una generosa dosis de sexo,
un mucho de crítica al capitalismo, un misterioso artefacto alienígena y lo
ensambla todo con nano uniones de polaleación y sin haber inventado nada nuevo
construye una novela de acción impecable. El mérito, nada desdeñable por otra
parte, está en saber manejar los tiempos, en crear intriga y hacer que ese
futuro violento en el que la vida de cualquier persona que cabe en una cápsula
de unos pocos centímetros resulte verosímil. Morgan ya demostró su habilidad
para la acción en Carbono modificado, una novela frenética de género
negro que Netflix convirtió en una especie de Blade Runner cutre y
desangelada.
La razón principal de que con tópicos
y todo Ángeles rotos resulte una lectura casi imposible de dejar es que
Morgan es un buen narrador, uno capaz de crear unos personajes, incluido
Kovacs, lo suficientemente atractivos para que el lector se involucre en la
acción y nos importe lo que les pase; lo que, por ejemplo, no sucedía en La
brigada de luz de Kameron Hurley por compararla con una novela de acción bélica
reciente. Sí hubiera que hacerle un reproche sería por las descripciones, que
pecan de ser en exceso impresionistas, más tendentes a crear una emoción o
sugerir que a construir un escenario tangible.
Ángeles rotos viene a ser
algo así como meterse un chute de pura adrenalina en el cuerpo. Es cyberpunk,
sexo y violencia pero también una sentida loa a la lealtad entre compañeros.
Pero más que nada es la expresión manifiesta ya no sólo de la poca confianza
que le merece el ser humano a Morgan, sino cualquier inteligencia que pueda
surgir en este universo, que nace obligada a competir
encarnizadamente con las demás especies si pretende sobrevivir.
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