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Universo de pocos

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miércoles, 9 de diciembre de 2020

“Ángeles rotos” de Richard Morgan

Portada de "Ángeles rotos" de Richard Morgan
            Entrar en Ángeles rotos debe aproximarse mucho a ser lanzado desde una aeronave en pleno vuelo a lo desconocido, a un terreno posiblemente minado u ocupado por el enemigo mientras las bombas explotan alrededor. Así me he sentido yo en mitad de una batalla sin saber quiénes son los enemigos, equipado con armas tan complejas que no sé cómo usar ni tampoco contra quién dirigirlas. ¿Quién demonios es Kemp? ¿Por qué luchan en Sanción IV? 

            En ocasiones, viendo películas de acción he experimentado algo muy parecido y  confieso sin avergonzarme que gran parte de ellas las he terminado sin enterarme con detalle de la trama. Sospecho que la mayoría de las veces ni siquiera merece la pena intentar el esfuerzo, ¿para qué si el argumento carece de sentido? Cuando todo no es más que un pretexto para encadenar escenas y más escenas de acción. El relax y el alivio que proporciona no tener que estar atento a las motivaciones que impulsan a unos y otros para actuar como actúan permite un mayor disfrute de la película y yo lo recomiendo encarecidamente. Basta con dejarse arrastrar por las impactantes imágenes que pasan ante nuestros ojos, por las peleas encarnizadas, por la sangre que a veces parece salpicarnos desde la pantalla o por los gritos aterrorizados de los personajes o por la música atronadora. Lo que no sabía es que esto mismo fuera posible con un libro, principalmente porque la lectura requiere un esfuerzo mínimo por nuestra parte para interpretar y reconstruir en nuestra mente lo que se nos cuenta, algo que no es preciso cuando se ve una película. Sin embargo, de alguna manera, Morgan lo consigue.

            Lo hace además venciendo mi resistencia a ciertos tópicos que abundan en los relatos de acción y que Morgan no sólo no elude sino que explota sin complejos. Su mismo protagonista, que ya conocimos en circunstancias muy distintas en Carbono modificado, es un buen ejemplo de ello. Takeshi Kovacs (como comenta Ignacio Ilarregui en el prólogo) es el típico tipo duro, curtido en mil batallas, descreído de todo, que va siempre un paso por delante de todos, una máquina de matar infalible que sin embargo no tiene una roca como corazón. La historia cuenta además con los ingredientes típicos del género: armas a mansalva, un villano cruel y desalmado, una misteriosa mujer que enseguida inferimos acaparará la atención sentimental de nuestro héroe, un duelo final cuerpo a cuerpo (demasiado largo para mi gusto) y una revelación final que lo trastoca todo pero que a la vez lo aclara. Éste suele ser el esquema básico con el que funcionan la mayoría de las películas de acción de hoy en día. Morgan reúne todo estos elementos, los mezcla con armonía, les añade un poco de cyberpunk, una generosa dosis de sexo, un mucho de crítica al capitalismo, un misterioso artefacto alienígena y lo ensambla todo con nano uniones de polaleación y sin haber inventado nada nuevo construye una novela de acción impecable. El mérito, nada desdeñable por otra parte, está en saber manejar los tiempos, en crear intriga y hacer que ese futuro violento en el que la vida de cualquier persona que cabe en una cápsula de unos pocos centímetros resulte verosímil. Morgan ya demostró su habilidad para la acción en Carbono modificado, una novela frenética de género negro que Netflix convirtió en una especie de Blade Runner cutre y desangelada.

            La razón principal de que con tópicos y todo Ángeles rotos resulte una lectura casi imposible de dejar es que Morgan es un buen narrador, uno capaz de crear unos personajes, incluido Kovacs, lo suficientemente atractivos para que el lector se involucre en la acción y nos importe lo que les pase; lo que, por ejemplo, no sucedía en La brigada de luz de Kameron Hurley por compararla con una novela de acción bélica reciente. Sí hubiera que hacerle un reproche sería por las descripciones, que pecan de ser en exceso impresionistas, más tendentes a crear una emoción o sugerir que a construir un escenario tangible.

            Ángeles rotos viene a ser algo así como meterse un chute de pura adrenalina en el cuerpo. Es cyberpunk, sexo y violencia pero también una sentida loa a la lealtad entre compañeros. Pero más que nada es la expresión manifiesta ya no sólo de la poca confianza que le merece el ser humano a Morgan, sino cualquier inteligencia que pueda surgir en este universo, que nace obligada a competir encarnizadamente con las demás especies si pretende sobrevivir.

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