Pocos autores
con una obra tan escasa concitan la expectación que despierta Ted Chiang, una circunstancia que resulta aún más
sorprendente por tratarse de un escritor de un género tan poco «distinguido»
como es el de la ciencia-ficción. El
Cada relato de
Chiang es una joya única. El autor parte siempre de una materia prima
excelente: las ideas en las que se inspira para escribir sus relatos son
siempre gemas de la máxima calidad, diamantes en bruto, esmeraldas o rubíes que
luego talla y pule con esmero y paciencia para realzar al máximo su fulgor
interior. Esta búsqueda de la perfección a veces juega en su contra, sus
relatos de tan trabajados pueden resultar en ocasiones desprovistos de
espontaneidad y naturalidad y podrían hacernos pensar que han sido escritos por
uno de esos algoritmos o uno de esos «digientes» especializados que describe en
el relato El ciclo de vida de los elementos de software. En esta narración
Chiang toma una idea, en este caso la creación de un software de animación para
un personaje virtual, y la despliega y desarrolla hasta sus últimas
consecuencias. No hay eventualidad o circunstancia que el escritor no contemple
en este relato en el que especula sobre cómo podría ser la relación entre
humanos e inteligencias artificiales, de la responsabilidad que tendrían los
primeros sobre los segundos y de su evolución en un dilatado espacio de tiempo.
Chiang, como comenta él mismo en las esclarecedoras notas finales del libro,
cree que cualquier inteligencia necesitaría de un largo y lento aprendizaje del
mismo modo que lo necesita un niño para alcanzar la madurez.
Esta prolijidad
y detallismo se aprecian también en el relato La verdad del hecho, la verdad
del sentimiento, también incluido en la antología de Mariano Villarreal A
la deriva en el mar de las lluvias y otros relatos, que ya comenté en este
blog. Chiang reflexiona sobre una eventualidad que suele pasar desapercibida y
que condiciona en gran medida nuestra vida diaria y que tiene efectos decisivos
en nuestras relaciones humanas: el poco crédito que se le puede conceder a
nuestra memoria tanto por su subjetividad como por las enormes lagunas que
presenta. ¿Qué sucedería si pudiéramos archivar cada instante de nuestras vidas
de manera que nadie pudiera poner nunca en duda los hechos? Chiang no teme
abordar temas de trascendencia, ya sea filosóficos, científicos o relacionados
con el comportamiento humano y lo hace siempre con gran rigor y minuciosidad;
este exceso de celo tiene, sin embargo, como consecuencia
que la trama quede en ocasiones demasiado al servicio del concepto. La niñera
automática, patentada por Dacey es un ejemplo de ello; en esta ocasión
Chiang sitúa la historia en un pasado alternativo en que la técnica de
construcción de autómatas mecánicos se ha perfeccionado hasta el punto de que
se han podido fabricar niñeras mecánicas. Un punto de partida que sirve al
autor para mostrarnos la importancia del contacto humano en la educación. A
pesar de lo comentado con anterioridad el relato es una delicia.
Muy diferente
es el cuento El comerciante y la puerta del alquimista en el que Chiang
funde una historia que parece surgir del maravilloso mundo de las mil y una
noches con una narración de viajes en el tiempo. Mediante este elaborado relato
el autor consigue demostrar que aunque
pudiéramos conocer el futuro y este fuera inalterable aún quedaría espacio para
las sorpresas. Una exhibición de virtuosismo del autor.
Chiang es un
maestro a la hora de concebir nuevas cosmogonías. En el cuento que da título al
libro, Exhalación, imagina un mundo de seres mecánicos, muy similar por
otra parte al nuestro, en el que el aire es la energía que hace que todo
funcione. Las dudas surgen cuando sus pobladores comienzan a darse cuenta de
que en los últimos años su percepción
del tiempo se está viendo alterada. Para encontrar una explicación a este fenómeno
inexplicable un científico decide desmontar su propio cerebro y comprobar la
manera en que los recuerdos son archivados en él. La escena es realmente
prodigiosa y está narrada por un Chiang pletórico. La historia no deja de ser
una bella analogía de nuestro mundo; al final no somos más que aire y nuestra
vida se esfuma en una breve exhalación. En un ámbito similar se mueve Ónfalo.
En este caso en lugar de realizar una elaborada analogía sobre la entropía,
concibe un mundo en el que la labor de los científicos está al servicio de sus
creencias religiosas y todos sus esfuerzos están encaminados a demostrar la
grandiosidad de la obra de Dios. Poco más de treinta páginas para resumir la
historia de la lucha entre fe y ciencia y el ocaso del antropocentrismo.
Chiang toca
todos los palos, cavila sobre el libre albedrío (Lo que se espera de
nosotros), se pregunta si seríamos capaces de reconocer otras inteligencias
(El gran silencio) o especula sobre la posible existencia de mundos
alternativos (La ansiedad es el vértigo
de la libertad), pero sea el tema que sea sus relatos se desarrollan
siempre con una lógica implacable. Lo que hace interesante a este autor es que
por abstrusos o técnicos que puedan ser los conceptos que maneja su mirada es
profundamente humana. Un perfecto ejemplo de ello es el relato con el que pone
fin al libro, La ansiedad es el vértigo de la libertad, una historia
fascinante con física cuántica de por medio, que permite al autor hablar de cómo
muchas de nuestras decisiones se producen algunas veces por simple azar.
Puede que también el azar te haya llevado a este blog, puede que estuviera escrito que así lo hicieras o cabe la remota posibilidad de que seas un seguidor y hayas accedido por propia decisión, sea cual sea la razón que te haya traído, hazme caso y no dejes pasar la oportunidad de leer este admirable libro lleno de inteligencia y de maravilla. Es muy posible que después debas esperar otros veinte años a que Chiang vuelva a escribir otro, pero eso ya depende de su libre albedrío o de que las moléculas de oxígeno estuvieran en el lugar adecuado en el momento en que fue engendrado.
Magnífica reseña
ResponderEliminarMuchas gracias.
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