Admito que no soy un entendido en la obra de John Brunner
(1934-1995). Leí hace ya unos cuantos años una de sus
novelas más célebres (que tal vez debería releer) El jinete en la onda del
shock (1975) que no me impresionó lo suficiente como para animarme con el
resto de sus mastodónticas novelas. Porque de entre las muchas cosas que puede
decirse de Brunner estoy seguro de que nos pondremos de acuerdo al menos en
una, la de que no es precisamente un autor parco en palabras. Sus libros más
aclamados, entre los que se encuentra El rebaño ciego y sobre todo el más
conocido de ellos, Todos sobre Zanzíbar (1968), que ganó el Hugo en
1969, son los que cuentan con un mayor número de páginas. Además de un tamaño
amedrentador tienen en común estar situados en un futuro cercano y haber sido
escritos con el mismo estilo fragmentario que indicaba al principio de esta
reseña. Esta manera de narrar que Brunner tomó prestada de John Dos Passos y
que en El jinete en la onda del shock no acabó de convencerme (aunque como
digo quiero darle una nueva oportunidad) convierte a El rebaño ciego en
la gran obra que es. Fondo y forma están tan imbricados que cuesta imaginar que
la novela pudiera haberse escrito de otra manera. A través de pequeños
fragmentos de la vida de diversas personas, flashes significativos del día a día,
entrevistas, anuncios de todo tipo, locuciones de radio…, Brunner logra
construir un retrato formidable y complejo del futuro próximo, un futuro tan
creíble que es fácil confundirlo con nuestro presente. Es cierto que esta
estructura fragmentada con constantes elipsis demanda una atención añadida al
lector, a lo que debemos sumar que muchos de los personajes aparezcan casi de
manera subrepticia sin que sepamos el papel que irán a jugar más adelante, lo que
obliga en ocasiones a volver atrás para saber quiénes son. Sin embargo, el
esfuerzo merece la pena. Brunner teje con calma y precisión, hilo a hilo, y sólo
al final cuando da las puntadas finales nos damos cuenta del intrincado tapiz
que ha urdido. Ante nuestros ojos se aparece entonces ese mundo terrible a
punto del colapso ecológico a causa de la ineptitud humana tan verosímil que
hará que miremos a nuestro alrededor para cerciorarnos de que seguimos en el
salón de nuestra casa. Es muy posible que nuestra mirada se tope con lo que hay
más allá de la ventana y reparemos en las mascarillas que cubren los rostros de
todos los transeúntes y pensemos en las enfermedades que nos amenazan, algunas
dadas por erradicadas hace años. A partir de aquí nuestra mente puede decidir
sumergirse en otras cavilaciones no demasiado esperanzadoras, como la locura
climatológica que nos azota o la incredulidad que nos producen los líderes que
nos gobiernan surgidos de una mala película de serie B de los sesenta. La
pesadilla de Brunner no está lejos de hacerse realidad, sólo nos cabe esperar
que su trepidante y apocalíptico final no sea también el nuestro.
Siempre se ha
destacado la capacidad profética de Brunner. No es mi intención subestimarla y
lo que voy a decir a continuación no le resta un ápice de valor a la novela, no
obstante tengo la impresión de que mucho de lo que anticipaba Brunner en 1972
ya estaba aflorando por aquel entonces.
La contaminación de los mares, la resistencia de los gérmenes a los antibióticos,
la ceguera de los gobernantes, el «cortoplacismo» no eran desconocidos hace
cincuenta años y creo que precisamente esto hace que el libro siga siendo tan
actual y que resulte tan terrorífico como entonces, porque pone de manifiesto
lo poco que se ha hecho en todos estos años. Los «trainitas», los imprudentes
ecologistas radicales de la novela, por suerte no se han hecho realidad pero no
hubiera estado mal tener a mano a un hombre con la conciencia ecológica y el
carisma de Austin Train. Aunque mucho me temo que su presencia sería tan inútil
como en el libro, se le acusaría de traición como se ha hecho con Snowden o
puede que de terrorismo.
En cualquier caso debemos repartir las culpas, nuestros gobernantes no son los únicos responsables del desastre ambiental. La mayoría de nosotros somos magníficos ecologistas hasta que nos tocan el bolsillo o nuestro empleo se ve en peligro. Compramos en los supermercados más baratos (muchos no tienen otro remedio si quieren llegar a fin de mes) sin importarnos la procedencia de los productos, queremos comer tomates y naranjas durante todo el año aunque vengan de las antípodas, nos lamentamos de las armas que hay diseminadas por el mundo entero pero por otro lado, nos negamos a que las empresas que las fabrican se cierren para poder seguir manteniendo nuestro trabajo. Yo mismo he acudido a ese monstruo del consumismo que es Amazon para obtener este libro. Intenté conseguirlo por otros medios pero por alguna razón todos los ejemplares disponibles de la edición de AJEC (que por cierto requeriría de una buena revisión) se encontraban fuera de España. Ahora mientras escribo esto y compruebo los datos leo en la página del final del libro lo siguiente: Printed by Amazon Italia Logística S.r.l. ¿Qué pensaría John Brunner si lo viera?
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