Después de consultar esto del
transrealismo en varios sitios no me ha quedado muy claro lo que es. Por un
lado me ha parecido entender que no es más que la utilización de elementos
propios de la ciencia ficción para transmitir estados concretos de la psique
del autor (algo que no me parece que sea especialmente innovador sino bastante
común en el género fantástico). Sin embargo, en otros sitios se describe el
transrealismo como un intento de llegar más allá de la realidad que percibimos,
una realidad que se ve alterada por nuestra mente y por nuestras emociones. ¡Vamos,
puro Philip K. Dick! Pero sea lo que sea esto del el transrealismo, Señor del espacio y del tiempo tiene
mucho que ver con la ciencia-ficción humorística que se escribía antes de que
existieran tantas etiquetas. Una de las primeras novelas que me viene a la
cabeza es Marciano vete a casa (1955) de Fredric Brown, con la que
comparte incluso bromas solipsistas. También me trae a la mente al Robert
Sheckley de Mañana será así (1964, título absurdo con el que se publicó
en España The Status Civilization) o sobre todo al Sheckley que escribió relatos entre los años
cincuenta y sesenta. Se trataba de historias, tanto las de Brown como las de
Sheckley, escritas con mucho humor y sin complejos en los que el rigor científico
no era más que un lastre que tirar por la borda para que la imaginación volara
más alto. También, aunque sea menos humorística, hay mucho de Ojo en el
cielo (1957) de Philip K. Dick o incluso podemos encontrarnos con los alienígenas
de Amos de títeres (1951) de Robert A. Heinlein. En Señor del espacio
y el tiempo hay cabida para todo esto y también para más.
Harry Gerber y Joe Fletcher son dos
tipos a los que les gusta beber cervezas y emprender juntos las empresas más
descabelladas. Harry es el científico, lo que no impide que sea el más loco de
los dos, Joe se dedica a la informática y aunque también tiene lo suyo es el
que pone freno a muchas de las delirantes y temerarias ideas de su socio. El
caso es que con cierta ayuda que les llega del futuro logran construir una máquina
que permitirá aumentar la constante de Plank y por tanto ampliar la zona de
incertidumbre que establece el principio de Heisenberg. Esta máquina, el Blúnzer,
construida con un microondas, una camilla de inyección letal y un frigorífico
industrial hará posible cualquier cosa en la zona de incertidumbre con sólo
quererlo. En definitiva, funciona como una máquina de conceder deseos. A partir
de aquí todo es posible y al autor no le importa meterse en los enredos más
extravagantes imaginables incluyendo los metafísicos. Todo sucede muy rápido,
la novela no da respiro al lector y los protagonistas no acaban de salir de un
lío cuando ya se encuentran metidos en otro que acaba por arrastrar
literalmente al mundo entero.
Basta echar un vistazo al índice del
libro y ver los títulos dados a los capítulos para comprender con qué nos vamos
a encontrar. Estos son algunos ejemplos:
Uno: «Este capítulo se titula así».
Trece: «Arbustos de chuletas y árboles de buñuelos».
Veinte: «Dios es transexual».
Veintiuno: «Los hombres también son personas».
Y así hasta llegar a los treinta capítulos que componen el libro.
La novela no se toma demasiado en serio a sí misma, ni siquiera los personajes lo hacen. A pesar de las cosas inimaginables que viven y que desencadenan con sus acciones, lo curioso es que la impresión les dura más bien poco y sus reacciones no suelen ir mucho más allá de las que les produciría un pisotón en el dedo gordo del pie. Se lamentan un poco, se beben unas cervezas y siguen adelante como si fuera lo más normal del mundo. Todo transcurre a la velocidad de la luz, sin que los personajes se vean inmersos en interminables discusiones para buscar una solución. La novela tiene mucha gracia pero no es una sucesión de gags más o menos divertidos ni los personajes pretenden ser ocurrentes en ningún momento, lo que nos hace reír es el absurdo, el disparate y la enloquecida imaginación de Rucker. El libro viene acompañado de un prólogo en el que Alfonso García explica todo esto con mucha más profundidad e ingenio que yo.
Llama la atención que esta novela
publicada en EE.UU en 1984 haya tardado tantos años en llegar a nuestro país. Por suerte para
todos los amantes de la ciencia-ficción, Gigamesh la ha rescatado en una edición
impecable y con una portada muy simpática que le viene al dedo. Señor del
espacio y el tiempo es un libro imaginativo, de humor delirante e
imprevisible, ideal para estos tiempos de oscuridad y pandemia, que nadie debería
perderse. ¡Necesitamos más Rudy Rucker!
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