Es curioso que todo un premio Nobel de la literatura (el galardón le fue concedido en el año 1983) sea conocido prácticamente por una sola novela: El señor de las moscas (1954), que ha eclipsado el resto de su obra no muy abundante aunque sí singular. Entre sus obras me gustaría destacar Los herederos (1955), una emotiva novela en la que los protagonistas son unos neandertales con la que el autor se acercó a la ciencia-ficción y también Martín el náufrago (1956), apenas conocida en España y sólo disponible desde hace décadas en el mercado de segunda mano.
La novela comienza con un
hombre a merced de la naturaleza, las olas lo alzan, lo empujan, lo sacuden y
lo arrastran a su antojo mientras lucha por sacar la cabeza a la superficie
para respirar. Rodeado por un mar embravecido, durante varias páginas asistimos
a su lucha para mantenerse a flote y después a sus denodados esfuerzos para trepar
hasta unos peñascos y ponerse a salvo.
Todo es contado de una manera muy vívida y detallada. Martin es un Robinson
moderno y a pesar de ser consciente de la precariedad de su situación está
seguro de que alguien vendrá a rescatarlo y como si de un ritual se tratara
cada mañana se repite a sí mismo para infundirse ánimos: «Hoy seré rescatado».
No desea abandonarse por lo que ocupa su tiempo con tareas productivas como
construir un muñeco con piedras que pueda ser visto desde la lejanía, en asegurar sus escasas reservas de agua y
proveerse de alimentos. Con este fin, el de alejarse de todo salvajismo, decide
dar nombres a las formaciones rocosas, a las charcas y a lo que lo rodea. Al
fin y al cabo, la palabra es lo que nos distingue de las bestias. Su inhóspita
isla deja así de ser una roca más en medio del océano Atlántico para
convertirse en un pequeño enclave del mundo civilizado. El dolor, el frío, la
sed y el hambre no son los peores enemigos de Martin, debe además hacer frente
a su pasado, un pasado complicado. Los recuerdos irrumpen en cualquier momento
y a veces la tentación de entregarse a ellos y encerrarse en sí mismo es
demasiado fuerte. No se trata evidentemente de un libro de acción y lo poco que
acontece, sucede principalmente en la mente del protagonista.
La
mitología está muy presente en los libros de Golding y Martin el náufrago
no es una excepción. En esa desolada y fría roca Martin resulta ser una especie
de Prometeo, el titán que es castigado a permanecer encadenado a una roca por
Zeus tras haber sido engañado. En un momento dado de la novela el mismo Martin
teniendo al mar y al cielo como testigos grita al viento que es Prometeo. Sin
embargo, los pecados que debe expiar son mucho más terrenales porque la vida
que ha llevado Martin no parece que haya sido ejemplar. En concreto su actitud
con las mujeres a juzgar por algunas escenas rememoradas son francamente
reprobables. Todo esto nos llega en confusas ráfagas alucinatorias que el
lector debe reconstruir como puede sin el apoyo de un contexto. Hay que
reconocer que no se trata de un libro fácil. Golding nos hace partícipes del
flujo de pensamientos de Martin, que se van tornando cada vez más
incomprensibles e incoherentes a medida que pasan los días y su mente se va
desquiciando. La tercera persona que el autor utiliza como narrador parece
estar dentro de la cabeza del protagonista, es un polizonte que participa de
sus delirios y de sus privaciones. Los ojos de Martin son como dos cuevas en el
cráneo desde las que todo es observado. Las imágenes que nos son descritas están
enmarcadas por las cavidades que rodean a los ojos y a veces incluso vemos un
bulto difuso que no es otra cosa que la nariz del protagonista. Gracias a esta
argucia vemos lo mismo que Martin, experimentamos su dolor, sentimos su sed y
hambre, pensamos sus pensamientos, recordamos sus recuerdos,... en definitiva
nos convertimos en Martin. Todo esto requiere un gran dominio de las técnicas
narrativas y de un traductor a la altura para que esto no se vea volatilizado
en su traslación al castellano.
Por desgracia la traductora, Clara
Janés, que no es precisamente una desconocida, no lo está en esta ocasión. Su
traducción es la mayoría de las veces literal y descuidada. Por ejemplo, cuando
el protagonista no encuentra un apoyo suficiente con el pie para no caerse,
dice no hallar un ¿fundamento seguro? en lugar de una base segura. Escribe bote
U en lugar de submarino (U-boot de Unterseebot en alemán). En ocasiones las
frases parecen gramaticalmente incompletas haciendo el texto incomprensible. No
debe ser una tarea fácil traducir la prosa oscura y ambigua de Golding y aún más
cuando sirve de vehículo para hacernos partícipes de la enajenación que sufre
su protagonista, una lástima para los que no podemos leer la novela en inglés.
Es por eso que no voy a recomendar
la lectura de este magnífico libro, al menos hasta que vuelva ser traducido. No
parece que vaya a ocurrir de momento (Golding no está de moda), a no ser que
una de esas pequeñas editoriales que han ido surgiendo en los últimos años se
decida a hacerlo. La novela cuenta con una trampa final, de la que prefiero no
dar demasiados detalles para no arruinar la lectura, que justifica la inclusión
de esta reseña en este blog dedicado principalmente a la ciencia-ficción y al género
fantástico.
No lo creo.
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