De
todas las novelas escritas por Neal Stephenson Snow Crash (1992) debe
ser la más asequible y entretenida. Desde luego su lectura resulta mucho menos
desalentadora que La era del diamante (1995) y que la primera parte de Criptonomicon
(1999) (no me he animado a leer el resto). Sin renunciar a su estilo y a su
peculiar humor de alumno aventajado de último curso de ciencias, Stephenson ha
escrito una novela de aventuras ligera, sin demasiada trascendencia, que ha
logrado que me reconcilie en parte con él. Tanto es así que estoy considerando
la posibilidad incluso a costa de poner en riesgo mi salud mental de leer Anatema
(2008).
En un principio Snow Crash iba a ser una novela gráfica, algo que se hace evidente desde las primeras líneas al ver la importancia que se concede a las imágenes, una imágenes de enorme poder visual, casi icónicas, que se quedan grabadas en la mente del lector como el estribillo pegadizo de una canción de éxito. ¿Cómo olvidarse de su protagonista Hiro Protagonist enfundado en su mono negro con almohadillas de armagel y su catana? ¿O de la quinceañera T.A (Tuya Afectísima) con su monopatín de inteliruedas y su visor RadiKS modelo Knight Vision lanzando su arpón entre el tráfico para dejarse remolcar por el coche más rápido? ¿O cómo olvidarse de las Criaturas Ratas, esos perros cibernéticos con motor nuclear? Un capítulo aparte lo constituyen los villanos de la novela, encabezados por Cuervo, un aleutiano enorme capaz de atravesar con sus cuchillos de punta de vidrio cualquier blindaje y que se pasea como si nada con una bomba nuclear en el sidecar. La novela está llena de personajes carismáticos como L. Bob Rife, señor del ancho de banda o el jefe de la mafia Tío Enzo, figuras dignas de cómic. Lo más curioso es que éste último pertenece al equipo de los buenos, de los que tratan de salvar al mundo del peligroso virus/droga llamado/a Snow Crash.
Hay que tener en cuenta que el mundo
en el que se desarrolla la novela es muy diferente del nuestro. Los Estados
Unidos de América han parcelado su territorio y lo han vendido a diferentes
organizaciones criminales y empresas de catadura diversa. En cada una de estas
zonas rigen leyes distintas que han sido promulgadas por cada franquiciado y
cada una con una policía propia que vela que se cumplan. Menos caótico se
presenta el otro escenario en el que se desarrolla gran parte de la novela. Me
refiero al «Metaverso», un mundo virtual en el que cada uno puede ser el
que quiera siempre que tenga un hardware y un software suficientemente potente
para ello. El «Metaverso» de Stephenson está muy lejos del caprichoso
juego de psicodelia que imaginó William Gibson en su célebre Neuromante
(1984) y que él llamara ciberespacio. Al contrario que Gibson, Stephenson
conoce el territorio que pisa.
Más controvertida resulta la teoría
relacionada con la lengua que plantea Stephenson, que pretende establecer una
relación entre el código máquina (instrucciones básicas con las que se programan
los microprocesadores) y el lenguaje que hablaban los sumerios. La idea de que
exista una especie de lengua elemental y universal que maneje nuestra mente es
muy atractiva, aunque resulte algo traída por los pelos. En cualquier caso
Stephenson se encarga de hacerla lo bastante creíble, y si con su «Metaverso»
le daba un buen pescozón a William Gibson, con sus especulaciones sobre la
glosolalia (capacidad sobrenatural de hablar lenguas) y los virus lingüísticos
le da un sonoro sopapo a Samuel Delany, que en su novela Babel-17 (1966)
quiso convencernos de que un lenguaje podía ser utilizado como arma.
Pero Neal Stephenson no puede dejar
de ser como es y a veces se enreda en explicaciones demasiado prolijas, como
por ejemplo, cuando se explaya sobre los dioses sumerios y sobre algunos mitos que comparten muchas
religiones. Su locuacidad llega al extremo de alargar un chiste con evidente
gracia hasta acabar por arruinarlo, como sucede con el capítulo que dedica por
entero a explicar las recomendaciones que hace la oficina del gobierno federal
a sus empleados para que consuman menos papel higiénico.
Snow Crash es una novela de
excesos, algo habitual en la literatura de acción y aún más en el cine de acción: con unos malos malísimos,
con unos buenos que son los mejores en lo que ellos saben hacer, con unas
escenas de acción trepidantes, de una aparatosidad dignas de Hollywood y unos
gadgets y unas armas para pasmarse. Aunque la novela no termina con una de esas
revelaciones típicas de los folletines decimonónicos (que la saga de Star
Wars ha adoptado como algo inherente a sus tramas) en las que se descubre
alguna relación de parentesco inverosímil entre algunos de los personajes
principales, sí lo hace con una coincidencia bastante improbable. En todo caso
no se puede negar que estamos ante una novela muy entretenida, narrada a
un ritmo cinematográfico, muy atractiva
visualmente y con una trama que parte de una premisa de gran originalidad. Y si
bien todo esto es cierto, hemos de reconocer también que no hay mucho más, pero
tampoco todos los libros tienen que cambiarnos la vida forzosamente.
¡Hola! No conocía la novela, pero parece bastante entretenida dentro de lo que cabe, gracias por la recomendación. Te sigo y te invito a pasarte por mi blog. Un saludo.
ResponderEliminarGracias por pasarte por aquí. La novela es entretenida pero te tiene que gustar su humor peculiar y su manera de escribir.
EliminarÁnimo con Anatema. Yo no puede terminar La Era del Diamante y me costó lo suyo la primera parte de Criptonomicón, pero Snowcrash me pareció simpática y Anatema me fascinó. Brutal.
ResponderEliminar"La Era del diamante" era una alternancia de momentos extraordinarios y otros insufribles. "Snow Crash" quizás por ser una novela menos ambiciosa está más equilibrada. Puede que carezca de escenas tan memorables pero por otro lado no hay tantísimas páginas soporíferas. Por lo que he leído las primeras páginas de Anatema son bastante desalentadoras.
ResponderEliminarDe todas formas, donde por fin conjuga a la perfección didactismo y trama es en Seveneves: la primera parte es una novela magnífica sobre mecánica orbital y caníbales; la segunda parece otra novela distinta, y es mucho menos interesante.
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