A cambio nos
encontramos quizás con uno de los argumentos más frecuentes y a los que más ha
recurrido la literatura de terror: la venganza por un suceso acontecido en el
pasado. En este caso los culpables del siniestro (y objeto posterior de la
venganza) son cuatro amigos que residen en una reserva india y la víctima una
manada de ciervos que se hallaba en una zona reservada a los ancianos. La
literatura de terror está llena de muertos que vuelven a la vida para cobrarse
venganza, de fantasmas resentidos o de monstruos que desean hacer justicia. Los
ajustes de cuentas han sido protagonizadas por toda clase de criaturas y seres
con apariencias siniestras o rasgos abominables. Jones nos sorprende con una
criatura con un aspecto algo menos terrible de lo habitual como son las mujeres
ciervo. Estos seres híbridos forman, por lo que parece, parte del folclore
nativo americano.
Los cuatro
amigos, pies negros, con una amistad que se remonta a la infancia viven su
existencia sin esperar demasiado de la vida trabajando en lo que pueden y en lo
que les dejan. Dos de ellos tienen pareja, otro está separado y tiene una hija
que podría convertirse en una figura del baloncesto local y el cuarto vive
solo. Han pasado diez años desde que ocurriera aquel suceso lamentable, eran
entonces jóvenes e insensatos, después de tanto tiempo además de unidos por la
amistad lo están también por el sentimiento de culpa por aquello que hicieron.
Acostumbrados como estamos por el cine y por la literatura de terror a
presenciar las atrocidades más extremas imaginables la obsesión posterior que
provoca el suceso en los protagonistas resulta sino desproporcionada cuando
menos inusitada. Al tratarse de cuatro amigos no serán dos ni tres las veces en
que la venganza se haga presente.
La novela se
toma su tiempo, lo cierto es que no son muchas las cosas que suceden. Mientras
la leía tenía la sensación de estar viéndolo todo a cámara lenta como ocurre en
muchas películas y series de TV cuando se quiere enfatizar una determinada
escena. Esto es consecuencia directa de lo que explicaba al principio de la
reseña, de la minuciosidad con la que el autor cuenta todo lo que hacen los
personajes. Se trata de infinidad de pequeñas acciones que muchas veces carecen
de importancia y que por acumulación me han producido el efecto de estar
presenciando una moviola. Todo ello imbuye a la narración de una intensidad un
tanto ficticia que nos empuja por otra parte a estar atentos a cada detalle de
lo que ocurre (pensando que es importante) y que nos hace percibir señales
anunciando que algo terrible va a suceder. Al final acaban por suceder aunque
se hagan esperar más de lo deseado.
Más que el
terror y que las mujeres ciervo lo que me ha llamado la atención del El único
indio bueno es la percepción que de sí mismos tienen los indios. Los cuatro
protagonistas de la novela parecen aceptar con resignación la imagen que los
demás tienen de ellos y que Hollywood ha fomentado. Ellos mismos mantienen con
sus tradiciones un sentimiento ambivalente: al mismo tiempo que a veces se
burlan de ellas las evocan con sentida nostalgia. Se trata de hombres sin
futuro cuyo único consuelo es ser descendientes de aquellas orgullosas tribus
que en el pasado recorrían las praderas para cazar bisontes, se trata de
hombres heridos en su orgullo perdidos en una sociedad en la que no encajan.
También hay momentos de terror en la novela, quizás uno de los más terroríficos y más sorprendentes sea el que se produce cuando la hija de uno de los protagonistas es retada a jugar un uno contra uno de baloncesto. La novela, que ganó el Premio Bram Stoker y el Shirley Jackson en 2020, me ha parecido a ratos lenta pero ha sido sobre todo su trama, muy trillada desde mi punto de vista, la causa de que no me haya impresionado demasiado aún cuando al retrato desolador y poco conocido que hace de la comunidad india no le falte interés.
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