La reseña de
este libro creo que merece una pequeña explicación. La penúltima verdad
(1964) no es precisamente una de las novelas más aclamadas de Dick, tampoco es
que haya sido adaptada recientemente al cine ni pertenece a las pocas que se
han publicado ahora por primera vez (Martínez Roca lo hizo en 1976 en su
colección Super Ficción, en concreto fue el segundo título que publicó).
¿A qué viene entonces hacer la reseña de este libro? Lo que voy a contar
seguramente no interesará a nadie pero de todos modos me apetece hacerlo.
Resulta que en mis tiempos de estudiante en Bilbao solía recorrer todas las
semanas algunas librerías para ver las novedades que se habían producido. Entre
mis favoritas estaban Galería del libro en la calle Ercilla, muy
completa en cuanto a ciencia ficción, Ribera en Dr. Areilza que
destacaba por tener libros de ocasión, Herriak, más formal pero era
donde llegaban antes las novedades y Cámara, la única que todavía
existe. También solía pasar tiempo en la librería del Corte Inglés que
en aquellos tiempos tenía de todo y donde nadie te decía nada por mucho que te
quedaras ahí leyendo por lo que yo aprovechaba para leer algunas reseñas que
aparecían en la revista Nueva Dimensión. Mi economía de estudiante no me
permitía comprar todo lo que hubiera querido por lo que apuntaba en un cuaderno
los libros que encontraba interesantes para una futura compra y los iba
borrando según los iba adquiriendo o me dejaban de interesar. Lo que ahora
viene a ser una lista de deseos. Uno de los primeros títulos que anoté fue La
penúltima verdad. El tiempo fue pasando, la lista se fue modificando pero
la novela de Dick permanecía inalterable. Acabé por olvidarme del cuaderno
hasta que recientemente en una librería me encontré por casualidad con el
libro. De repente me acordé de la lista y en un ataque de nostalgia o por
absurdo «completismo» me lo compré. Así que, con un retraso considerable, he
podido leer al fin esta novela.
Cuando la
comencé a leer no esperaba mucho de ella, mis expectativas después de tanto
tiempo se habían atemperado y como ya he comentado antes apenas suele
mencionarse cuando se habla de la obra de Dick.
Es posible que por eso la sorpresa haya sido aún más grata. La novela
como veremos contiene muchos de los elementos que hacen que después de tantos años
Dick siga siendo uno de los escritores de ciencia ficción más influyentes.
Más preocupado
por la política que en otras ocasiones, el autor californiano nos introduce en
un mundo en el que la mitad de la población vive engañada bajo tierra creyendo
que en la superficie está teniendo lugar una guerra nuclear. La idea de que la
realidad que vivimos no es lo que creemos, de que todo es falso, es una de las
que más se repite en la obra de Dick y ha propiciado alguno de sus mejores
libros. En La penúltima verdad la impostura no es una cuestión ontológica
sino que es más terrenal y tiene como objetivo que los pocos que detentan el
poder vivan de la mejor manera posible a costa de los demás. Es lo que tiene la
política y lo que mueve a la mayoría de los que la ejercen como bien sabemos. Ésta
debe ser esta una de las pocas novelas de Dick en las que no aparecen drogas,
el consuelo en su lugar lo proporciona una figura paternalista encarnada por el
presidente Yancy, quien mediante discursos televisados logra convencer a la
población de que la superficie es un infierno inhabitable. Con sus
grandilocuentes disertaciones anima su espíritu patriótico y exhorta a los
habitantes de los cubículos a aumentar la producción de robots, tan
imprescindibles para la inexistente guerra. Pero Yancy no es lo que parece, su
identidad esconde un secreto.
En el primer
capítulo, no demasiado prometedor, hay que admitirlo, conocemos a Joseph Adams uno de los muchos
hombres que escribe los discursos para Yancy. A pesar de poseer una mansión en
la superficie con vistas al Pacífico y con toda clase de comodidades vive
atormentado por la culpa y por el miedo a ser relegado. Más sugestivo es el capítulo
que viene a continuación, y que sirve de presentación a otro de los
protagonistas, Nicholas Saint James. Su vivienda situada en un cubículo bajo tierra carece del confort
de la casa de Adams, hasta el punto de que Nicholas debe compartir el cuarto de
baño con el apartamento vecino. Como presidente elegido por los trabajadores de
su cubículo, llamado Tom Hix (otro se llama Judy Garland), es persuadido para
que salga a la superficie en busca de un páncreas artificial que salve la vida
de alguien muy apreciado por la comunidad y cuya pérdida supondría un descenso
alarmante de la producción. Ni a Nicholas ni a su esposa les hace gracia que
tenga que salir para quizás enfrentarse a la peste de la bolsa, al mal del
encogimiento apestoso o a la radiación, males de los que se habla en la
televisión.
Dick lleva la
conspiración hasta el delirio. El engaño pergeñado por un director de cine de
la Alemania nazi abarca hasta los momentos finales de la Segunda Guerra Mundial
e implica entre otros al mismísimo Franklin Delano Roosevelt. Las explicaciones
son completamente descabelladas pero son estos fenomenales disparates los que
distinguen a Dick de otros escritores. Además de una trama típicamente «Dickiana»
la novela cuenta con unos personajes que también lo son; por un lado están los
que, asolados por las dudas, viven en la total indecisión y
por otro los que actúan con una determinación inalterable pero carecen de escrúpulos.
Los débiles y los fuertes, los sometidos y los que someten.
Otra de las señas
de identidad del autor son los curiosos «gadgets» con los que suele sazonar sus
narraciones. En la presente novela podemos encontrar dardos teledirigidos,
robots asesinos que se camuflan en televisores, máquinas que componen
discursos..., elementos muchos de ellos obsoletos o inverosímiles, que junto a
los ordenadores gigantes que funcionan con tarjetas perforadas confieren a la
novela cierto encanto de época. Una obsolescencia que no me impide afirmar que
la idea principal que subyace tras la novela está de plena actualidad en estos
tiempos de «fake news», de improbables conspiraciones y en los que se da pábulo
a los bulos más peregrinos y estúpidos.
Ha merecido la pena recuperar este libro de la lista de la que hablaba al principio, mi afán por completarla no se ha quedado por tanto en una penosa concesión a la nostalgia. Más allá de la manera errática de narrar de Dick, tras las desquiciadas y absurdas ideas del autor muchas veces tengo la sensación de que existe un poso de realidad que sólo él era capaz de ver y de hacernos ver a los demás. La penúltima verdad no es una de sus mejores novelas pero aún así he vuelto a sentir en algunas de sus páginas esa sensación que muy pocos además de Dick han sabido provocar en mí.
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