Fue gracias a
Brian Aldiss que supe de Anna Kavan por primera vez. No, no he tenido el gusto
de conocer a Aldiss personalmente, mencionaba a esta escritora en la antología
titulada Última etapa que publicó Bruguera en 1976, en la que diferentes
autores escribían un relato definitivo sobre los principales temas de la
ciencia ficción. Cada uno de ellos iba acompañado de un pequeño comentario del
autor, y Aldiss entre otras cosas aprovechó el suyo para hablar muy
elogiosamente de Kavan. Por desgracia entonces no se había publicado en España
todavía nada de esta rara avis de la literatura inglesa. Su libro más
emblemático Hielo (1967) no lo sería hasta 1987.
La editorial
Trotalibros rescató hace dos años esta olvidada y singular novela con una edición
muy cuidada que ha sido traducida por Ainize Salaberri. Hay que decir que no se
trata de un libro fácil y que en muchas ocasiones pone a prueba la paciencia
del lector. Lo que hace que su lectura
no sea sencilla es una trama que parece volver siempre al mismo punto en una
espiral que no tiene fin. La impresión de que la acción no lleva a ningún lado
puede desesperar a muchos. Si esto no fuera suficiente, la historia se
interrumpe a veces de manera brusca sin que la autora ponga sobre aviso al
lector, de manera que éste no tiene forma de saber si la nueva escena es
recordada o imaginada. Estas reiteraciones, estos círculos que traza la
historia componen una especie de bucle infernal del que ni los personajes ni el
lector pueden escapar. La novela adquiere así la forma de una pesadilla
recurrente y como tal no ofrece respuestas.
Tampoco es fácil
resumir su argumento. Lo cierto es que es una novela difícil en todos los
sentidos. El protagonista y narrador de la historia es un hombre obsesionado
por una mujer de la que a excepción de su físico (es extremadamente delgada y
posee un cabello largo y plateado) apenas sabremos nada. No es que de él
vayamos a saber mucho más, si acaso de su fascinación por los inris, unas criaturas
pacíficas parecidas a los lémures. Ni él ni ella tienen nombres, son personajes
arquetípicos, criaturas de ficción con un propósito concreto, que no claro,
dentro de la narración. Él la busca para salvarla del hielo que avanza pero
también de otro personaje que la tiene cautiva, el Custodio. Ella, sin embargo,
huye la mayoría de las veces de él, quien desde luego no parece mejor que el
Custodio. Él es un individuo contradictorio, capaz de disparar sin
contemplaciones a alguien que intenta subir a su barca para ponerse a salvo o
de apiadarse de otro que es apaleado por un grupo de soldados. Diríase que la
tortura sólo está bien si la practica él. A pesar de esta persecución del gato
y del ratón entre él y ella, parecen necesitarse el uno al
otro.
En esta manía
que tenemos por etiquetarlo todo se ha catalogado a Hielo de novela
catastrofista porque se sitúa en un futuro de enfriamiento causado por una
guerra nuclear; también, cómo no podía ser menos, de distopía, que es el término
eufemístico con el que últimamente se esquiva tener que emplear el tan
menospreciado de ciencia ficción. No me parece que Kavan estuviera
especialmente interesada en escribir una novela sobre un mundo que ha sufrido
una guerra nuclear y desde luego está muy alejada de lo que yo entiendo por
distopía. Para mí leer Hielo ha sido sumirse en un estado mental de
continua desazón, de miedo, de incómodos sentimientos de posesión y de
humillante sometimiento. Los personajes van pasando por todas estas emociones,
la mayoría de las veces es ella la víctima, pero también lo es él de su
necesidad de protegerla de la autoridad y de la tiranía del Custodio. Ella además
necesita de alguien que la proteja. En fin, de una manera esquemática se trata
de la relación que ha existido hasta hace poco y que aún perdura en muchas
ocasiones entre una mujer y un hombre. Otros, al tanto de la biografía de
Kavan, pensarán que es el que se establece entre el adicto y la droga.
¿Puede considerarse
Hielo ciencia ficción? Desde mi punto de vista sí. Hay dos tipos de
ciencia ficción, una en que los elementos de ciencia ficción son empleados para
crear una metáfora y otra en los que no. Hielo pertenece claramente al primer
grupo.
En el prólogo
José Carlos Rodrigo intenta separar la obra de la vida de la autora. Tras
saberse su adicción a la heroína muchos han creído encontrar la clave a esta
novela inaprensible y un significado a ese hielo que va devorando el mundo. Por
mi parte he procurado no tener muy en cuenta su biografía pero qué duda cabe de
que su visión enajenada de la realidad recuerda mucho a la de otro gran
consumidor de drogas como es Philip K. Dick. Aunque ahí está Kafka, otro escritor con el que comparte
muchas cosas y del que, que yo sepa, lo más fuerte que consumía era café. La
vida de Anna Kavan, cuyo nombre auténtico es Helen Emily Woods, daría lugar con
toda seguridad a una interesante novela. El libro viene acompañado de una nota
al inicio en la que se cuentan algunos detalles: sus dos matrimonios que
acabaron en divorcio, la muerte de su hijo en la segunda guerra mundial, su
problema con las drogas, sus intentos de suicidio, su paso por diversos
hospitales psiquiátricos y finalmente su muerte a los 68 años. Como curiosidad
antes de cambiarse el nombre escribía novela rosa.
De la misma manera que en una sonata hay un motivo musical que se repite hasta el final de la obra, la novela de Kavan, variando a veces el ritmo, otras la instrumentación, vuelve una y otra vez al mismo relato de búsqueda y desencuentro. Hielo parece escrito por alguien que se siente perdido en el mundo y que no encuentra su lugar en él. A lo largo de la novela el hielo es una amenaza constante que se cierne sobre el mundo y sobre los protagonistas. Para algunos es un símbolo de la droga que devoraba a su autora (no es fácil llegar a una conclusión), sin embargo para mí representa el frío de la muerte que de alguna manera siempre está presente en nuestras vidas y que se acerca inexorablemente.
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