Si no hubiera sido por los buenos comentarios que ha recibido esta novela posiblemente nunca me habría fijado en ella. El resumen de la contraportada nos hace pensar en un libro más de epidemias y catástrofes pero para Sarah Pinborough la enfermedad, de la que apenas nos aporta datos, no es más que un pretexto para reunir a unos chicos que han perdido toda esperanza en un sanatorio donde pasarán sus últimos días. El sanatorio, con la sombra de la muerte cerniéndose sobre cada uno de sus residentes, se convierte en un microcosmos donde los muchachos han de enfrentarse tanto a lo bueno como a lo malo de la vida, de una manera prematura. Este reducido escenario funciona además como un amplificador de sus sentimientos; así el compañerismo, la rivalidad, la injusticia el amor, el sexo y la muerte son vividos por los protagonistas de La casa de la muerte con la intensidad de los que están condenados a morir. En El señor de las moscas de William Golding, libro mencionado por Pinborough en varios momentos de la novela, unos muchachos de buena educación van a parar a una isla tras un accidente aéreo y allí deben sobrevivir sin la ayuda de los adultos para acabar convirtiéndose en unos salvajes. Por el contrario, en La casa de la muerte, el protagonista se muestra mucho más indómito y hosco al comienzo de la novela que al final; se va transformando paulatinamente hasta llegar a ser una persona mucho más sensible y bondadosa al término del libro.
Escrita con gran sencillez, la historia transcurre sin grandes sorpresas ni golpes de efecto. Los personajes son verosímiles y están muy bien retratados hasta el punto de que mientras vamos pasando las páginas nos imaginamos que somos un adolescente más gracias a la habilidad de la autora para reflejar la psicología de los muchachos. Amamos con la misma pasión, nos obsesionamos con la opinión de los demás acerca de nosotros mismos y nos reímos con la misma intensidad por cosas intrascendentes. Después de libros como Southern Reach y Justicia Auxiliar pensaba que mi corazón se había encallecido definitivamente y que sería incapaz de sentir emoción alguna. Puede que sea por la proximidad de la navidad o porque me estoy haciendo mayor, lo cierto es que esta novelita juvenil ha conseguido conmoverme más que ninguna otra este año.
Puede que Pinborough haga un poco de trampa, ahorrándose muchas explicaciones, pero la historia de amor está narrada con tanta sensibilidad y ternura que consigue que nos olvidemos de todos los defectos. Eso sí, preparen los pañuelos antes de ponerse a leer el libro.
Escrita con gran sencillez, la historia transcurre sin grandes sorpresas ni golpes de efecto. Los personajes son verosímiles y están muy bien retratados hasta el punto de que mientras vamos pasando las páginas nos imaginamos que somos un adolescente más gracias a la habilidad de la autora para reflejar la psicología de los muchachos. Amamos con la misma pasión, nos obsesionamos con la opinión de los demás acerca de nosotros mismos y nos reímos con la misma intensidad por cosas intrascendentes. Después de libros como Southern Reach y Justicia Auxiliar pensaba que mi corazón se había encallecido definitivamente y que sería incapaz de sentir emoción alguna. Puede que sea por la proximidad de la navidad o porque me estoy haciendo mayor, lo cierto es que esta novelita juvenil ha conseguido conmoverme más que ninguna otra este año.
Puede que Pinborough haga un poco de trampa, ahorrándose muchas explicaciones, pero la historia de amor está narrada con tanta sensibilidad y ternura que consigue que nos olvidemos de todos los defectos. Eso sí, preparen los pañuelos antes de ponerse a leer el libro.
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