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Universo de pocos

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miércoles, 9 de diciembre de 2015

Estación once de Emily St. John Mandel

Portada de "Estación once" de Emily St. John Mandel Aunque pueda parecerlo no todas las historias post-apocalípticas son iguales. La carretera de Cormac McCarthy con su lirismo de la desolación y su énfasis en el mal inherente al ser humano es muy diferente a La tierra permanece de George R. Stewart, más centrada en la decadencia de la sociedad tras una catástrofe, aunque ambas obras comparten una visión pesimista de la humanidad. En Soy leyenda de Richard Matheson la humanidad se transforma en algo que desde nuestro punto de vista es repugnante y terrorífico. En El día de los trífidos de John Wyndham los protagonistas se afanan en sobrevivir en un medio hostil. Muerte de la hierba de John Christopher es una de las novelas más desesperanzadas y crueles con el género humano que se han escrito anticipándose décadas a Cormac McCarthy; el autor describe un mundo en el que no sobrevive el mejor, sino el más despiadado. Por no hablar de las novelas de Ballard con sus paisajes surrealistas y las involuciones psíquicas de sus personajes. Estos son sólo ejemplos de un subgénero que se ha puesto demasiado de moda en los últimos años, en parte debido a series de televisión, en parte a la profusión de zombis en todo tipo de medios y también al éxito de La carretera. Exceso que puede haber devaluado un género que tiene obras muy dignas.
 
Estación Once de Emily St. John Mandel nos cuenta las vidas de una serie personajes antes y después de que se produzca una pandemia que ha asolado el mundo: la gripe de Georgia. Ninguna de las historias que componen la novela destaca especialmente por su originalidad, precisamente la habilidad de la autora estriba en saber entrelazarlas adecuadamente para reforzar el argumento y avivar los momentos dramáticos de la narración. De manera que en este caso podría afirmarse que el todo supera a la suma de las partes.
 
Buena parte de la acción transcurre antes de que se produzca la catástrofe, y es que el pasado de los personajes tiene gran importancia en lo que ocurre en la novela. Un pasado, por otro lado, tan fantástico, con tantos y maravillosos artilugios que han dejado de funcionar: frigoríficos, aviones, móviles, ordenadores, etc., que para los nacidos después de la epidemia parece extraído de un cómic de ciencia-ficción. Y allí es donde se diferencia Estación Once de otras novelas apocalípticas en las que normalmente hay una crítica a los excesos de nuestra civilización, excesos que han alterado los ecosistemas, provocando inundaciones, sequías, virus, o cualquier tipo de catástrofe natural. Emily St. John Mandel, por el contrario, a través de las numerosas remembranzas de los personajes, parece realizar una exaltación de los logros de la humanidad.
 
El cómic titulado Estación Once, que uno de los protagonistas dibuja y escribe y con el que desahoga su soledad, tiene gran influencia sobre la trama. Muchas de las frases que dicen los personajes del cómic cobran posteriormente tras la epidemia un significado especial:
      "No estamos hechos para este mundo. Dejadnos volver a casa."
       "Los habitantes de Inframar siempre están esperando. Se pasan toda la vida a la espera de que sus vidas comiencen".
 
Quizás la autora fuerce en exceso la suspensión de la incredulidad del lector al hacernos creer que prácticamente todos los protagonistas de la novela, relacionados entre sí por el actor que hace de Rey Lear al comienzo del libro, no sólo sobreviven a la mortífera epidemia sino que terminan reencontrándose.
 
Finalmente me gustaría comentar un hecho curioso, no sé si casual o premeditado. Uno de los personajes principales se llama Arthur, lo cual no tiene nada de raro, lo llamativo es que su mejor amigo, que por cierto es homosexual, se llame Clark. Exacto, recuerda mucho al nombre de cierto escritor británico. Aún más llamativo es que la autora fuera galardonada por este libro con el premio Arthur C. Clarke.
 
Que nadie espere encontrar hordas de zombis desmembrándose ni escenas de voracidad antropofágica. Sin ser una obra maestra, Estación Once posee unos personajes con los que uno logra encariñarse, incluso los malvados son más bien dignos de lástima, una historia agradable de leer y con momentos de gran emoción, que yo recomiendo.

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