Cualquier experimento ya sea literario, meta-literario,
meta-televisivo o de química inorgánica entraña un riesgo. Recuerdo mis
primeras mezcolanzas realizadas con los compuestos del quimicefa que me
regalaron unas navidades. A mis doce años lo que perseguía con insensata pasión
eran violentas explosiones o espectaculares llamaradas. Antes de abrir el
cuaderno de prácticas que incluía la
caja ya me había puesto manos a la obra y vertido en un tubo de ensayo varias
sustancias que me habían llamado la atención: unos cristales de sulfato de
cobre, de un azul intenso que desde el principio me habían fascinado, y azufre
de un amarillo tóxico que prometía grandes peligros. Algo similar ha querido
hacer Jorge Carrión con su novela Los muertos. Los reactivos en este
caso son los personajes, extraídos tanto de sus series de televisión favoritas
como de algunas películas que le han complacido especialmente. El autor se ha
dado el gustazo enorme de reunirlos a todos en esta novela. Sin embargo, ni
Tony Soprano, ni los personajes de Perdidos ni los de Blade Runner
han logrado que al final del experimento mis pupilas se iluminen gracias a
llamaradas espectaculares ni que tenga que temer por mis oídos debido a
explosiones atronadoras. Si a los doce años yo hubiera dominado mi impaciencia
y me hubiera leído el cuaderno de prácticas de quimicefa seguramente tampoco
habría visto esas maravillas, pero al menos habría aprendido alguna lección de
química. Tras la lectura de Los muertos no me queda ni ese consuelo. La
realidad es que no he logrado sacar nada en claro.
He de reconocer que
el experimento, novela, teleserie, o lo que sea esto tiene un comienzo
fulgurante e irresistible que engancha. Alguien de repente se materializa en
medio de la calle, desnudo, sin memoria, sin saber quién es, luego lo golpean
violentamente hasta que es rescatado por otro desconocido. Más adelante
descubrimos que estas apariciones espontaneas de personas se repiten en
diferentes lugares de la ciudad. La trama se va complicando y poco a poco
relacionamos a estos aparecidos con personajes de series de tv fallecidos. Sólo
unos individuos a los que se llama adivinos son capaces de identificar a estos
aparecidos a cambio de dinero. Todo esto
se narra con frases muy cortas en las que predomina la acción. Carrión además
juega al desconcierto dejando que muchas escenas queden indefinidas. Tanto es
así, que a veces tengo la impresión de estar leyendo un borrador, o un esbozo
en lugar de una obra acabada. Para crear aún más confusión el autor nos
traslada de una acción a otra sin apenas transición, con un simple punto y
aparte. No debemos olvidarnos que estamos ante un experimento literario, así
que no hay motivo para sorprenderse, lo extraño sería que estuviera narrado de
una manera convencional. No obstante, la primera parte del libro se lee con
cierto interés. Eso sí, según avanzamos en el libro la sospecha de que no va a
haber nada más, de que todo va a ser un “bluff” va creciendo al mismo ritmo que
nuestro desinterés.
El mismo Carrión parece darse cuenta de que el relato es
poca cosa, de que necesita añadir algo más para que no sea un simple
divertimiento con sus personajes favoritos y decide incluir un ensayo ficticio
al término de la primera parte. El problema es que el auto-estudio sobre los
personajes de ficción me resulta tan interesante como las disquisiciones sobre
el sexo de los ángeles. A continuación ocho episodios más en ese mundo de
personajes ficticios resucitados. La confusión aumenta todavía más en esta
segunda parte, porque descubrimos que existe más de una versión de cada
personaje. Finalmente el libro termina con un nuevo ensayo que le permite al
autor explayarse una vez más sobre las series de tv (Carrión es una eminencia
en el tema).
En cualquier caso, si
eres una de esas personas a las que por encima de todo les gusta experimentar y
descubrir cosas nuevas, mi consejo es que en lugar de devanarte los sesos con Los
muertos desempolves tu vieja caja de quimicefa y te arriesgues a atufar
toda la casa con horrendos efluvios. ¿Que nunca has tenido
una quimicefa? Pues entonces, puestos a experimentar, hazte con un ejemplar de Si
una noche de invierno un viajero de Italo Calvino y disfruta.
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