
Lo primero que me llamó la atención de esta novela cuando comencé su lectura es la manera en que está narrada. En un primer momento me chocó por su ingenuidad y por su falta de modernidad, sobre todo al estar escrita por un autor que no se caracteriza precisamente por ser convencional. Como muestra, unas frases:
“Pero regresemos a Axl y Beatrice. Como decía esta pareja de ancianos vivía en la zona más alejada de la red de madrigueras,...”
“Acaso os resulte sorprendente lo poco que esa pareja
conversaba mientras caminaba, ellos que tantas cosas tenían que decirse”
En una entrevista Ishiguro declaró haber reescrito la novela por completo debido a que a su mujer no le había convencido el tono en que estaba relatada. Por lo tanto cabe suponer que la voz elegida para el narrador en su versión definitiva ha tenido que ser muy meditada por el autor. Se trata de una voz de otro tiempo que me traslada a un remoto lugar de Inglaterra donde me imagino sentado al amor de la lumbre escuchando absorto a un anciano lugareño contarme este cuento. Porque al final El gigante enterrado no deja de ser un cuento tradicional, con caballeros, hechizos, ogros y dragones al que Ishiguro dota, eso sí, de su particular personalidad. Los protagonistas de esta aventura, en lugar de ser la habitual pareja de jóvenes enamorados con un esperanzador futuro por delante, son una pareja de ancianos que apenas recuerdan su pasado, un ayer en común que por alguna razón temen desvelar. En la novela de Ishiguro el mítico caballero de la tabla redonda Sir Gaiwan es un viejo algo desquiciado y quijotesco que apenas puede con su armadura. Y el dragón es un dragón que no da ningún miedo. Los personajes de El gigante enterrado no son desde luego como uno esperaría que fueran en una novela de caballería.
Según mi parecer estamos ante una sorprendente y hermosa novela de fantasía muy recomendable con la que sin embargo Ishiguro no alcanza la perfección de su anterior novela. Esa acertada metáfora de lo que implica la vida, Nunca me abandones cala mucho más hondo que esta reflexión pesimista sobre la imposibilidad de perdonar. Según mi humilde opinión el mensaje que transmite El gigante enterrado queda demasiado manifiesto y a pesar del bello y ambiguo final, marca de la casa, desluce en parte su acabado. Aún así temo que Ishiguro tenga razón y que sólo un olvido generalizado de los horrores permitirá que alguna vez vivamos en paz. Así que busquemos un dragón cuanto antes.
En una entrevista Ishiguro declaró haber reescrito la novela por completo debido a que a su mujer no le había convencido el tono en que estaba relatada. Por lo tanto cabe suponer que la voz elegida para el narrador en su versión definitiva ha tenido que ser muy meditada por el autor. Se trata de una voz de otro tiempo que me traslada a un remoto lugar de Inglaterra donde me imagino sentado al amor de la lumbre escuchando absorto a un anciano lugareño contarme este cuento. Porque al final El gigante enterrado no deja de ser un cuento tradicional, con caballeros, hechizos, ogros y dragones al que Ishiguro dota, eso sí, de su particular personalidad. Los protagonistas de esta aventura, en lugar de ser la habitual pareja de jóvenes enamorados con un esperanzador futuro por delante, son una pareja de ancianos que apenas recuerdan su pasado, un ayer en común que por alguna razón temen desvelar. En la novela de Ishiguro el mítico caballero de la tabla redonda Sir Gaiwan es un viejo algo desquiciado y quijotesco que apenas puede con su armadura. Y el dragón es un dragón que no da ningún miedo. Los personajes de El gigante enterrado no son desde luego como uno esperaría que fueran en una novela de caballería.
Según mi parecer estamos ante una sorprendente y hermosa novela de fantasía muy recomendable con la que sin embargo Ishiguro no alcanza la perfección de su anterior novela. Esa acertada metáfora de lo que implica la vida, Nunca me abandones cala mucho más hondo que esta reflexión pesimista sobre la imposibilidad de perdonar. Según mi humilde opinión el mensaje que transmite El gigante enterrado queda demasiado manifiesto y a pesar del bello y ambiguo final, marca de la casa, desluce en parte su acabado. Aún así temo que Ishiguro tenga razón y que sólo un olvido generalizado de los horrores permitirá que alguna vez vivamos en paz. Así que busquemos un dragón cuanto antes.
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